sábado, 27 de octubre de 2012

Entendidos en todo


La hemos hecho buena. Desde que en abril del año pasado conseguí aislar, sistematizar y catalogar al Entendivino, no he parado de encontrar nuevos especímenes susceptibles de ser igualmente estudiados. Cada vez son más. Más los entendidos y más las áreas y los productos susceptibles de ser entendidos. Entendidos por los entendidos, se entiende.

El que más furor causa, por lo visto, en la actualidad una vez remansadas las aguas de la euforia por el vino, es el gin-tonic. Que ya comenté en artículo anterior que eso de echar tónica a la ginebra es, en mi opinión, tanto como echar gaseosa al vino. Pues según y cómo, dirá usted. Y no le falta razón, que no es lo mismo decir que “mi gin-tonic se ha quedado un poco cortito de ginebra” que decir que mi gin-tonic tiene “buen equilibrio entre al alcohol y los botánicos, notándose perfume a limón y especias, que le confieren un ligero picor”; como no es lo mismo decir “vaya tanganazo me ha preparado este tío” que decir que tu copa “tiene aroma afrutado y picante, con sabor predominantemente cítrico y ligeramente picante”, y que “en sus botánicos hay componentes de origen africano como el fruto de baobab y grosella de El Cabo”. Vamos, que he vivido yo casi cincuenta años sin haber probado el fruto del baobab ni la grosella de El Cabo, ni mucho menos la sublime mezcla de ambos y todavía me permito hablar de gintonics ¿seré paleto? Pues lo soy, porque no sé lo que son “sus botánicos”… y una vez obviado el chiste malintencionado, deduzco que deben ser sus elementos vegetales. O sea todo el gin-tonic, porque lo único parecido a un elemento mineral que puede tener un gin-tonic es el hielo, y no es mineral; y a un elemento animal, espero que nada. Aunque con estos cursis no se sabe nunca, que lo mismo te echan escamas de cochinilla para darle un matiz genuflexo-empírico. Sin embargo, siendo de difícil digestión -como es- lo de salir con un entendido en gintonics, todavía puede tener un pase. Y es que, sin necesidad de recurrir a tan rebuscada y engolada nomenclatura, es cierto que hay gente muy aficionada a tan británica e ilustre bebida, por lo que no es de extrañar que puedan distinguir un buen gin-tonic de uno malo. Incluso de uno sublime. Yo mismo busqué con devoción en Singapur el hotel Raffles, para tomarme el que entonces pasaba por ser el gin-tonic mejor preparado del mundo. Afortunadamente estaba cerrado el hotel por reforma porque si no, al que hubieran tenido que “reformar” hubiera sido a mí. A mi bolsillo, más bien.

¿Pero y los entendidos en agua? Estos sí que reconozco que me dejan sin capacidad de reacción. De manera que nos hemos pasado la infancia y la juventud repitiendo y repitiéndonos que el agua es incolora, inodora e insípida y ahora resulta que no, que el agua puede tener “un nivel alto en silicio y bajo en sólidos disueltos”. Pues vamos a ver, yo creo que en primer lugar el agua puede tener un nivel alto “de” silicio, pero no “en” silicio. Eso por una parte, por otra, si tiene “sólidos” disueltos deberían explicar qué clase de sólidos son. Por si alguien tiene piedras en el riñón, más que nada. No obstante, no se me alteren los entendidos, que siempre es posible explicar algo más para decir mucho menos. Me refiero en concreto al caso del agua “muy equilibrada, con un gusto muy divertido y estimulante”. Claro, ahora lo entiendo. Te bebes un vaso de agua y, como no podía ser de otra manera, te da la risa. Es que es “muy divertida”. Mira que si es Machaquito. Lo de “estimulante” ni lo comento, claro… Solo mencionar el ansia que tengo por probar una clase de agua “recomendada para el estrés mental y físico”. Lo que no dice es el modo de empleo: si hay que beberla, echársela por encima, meterse dentro y en tal caso a qué temperatura, etc. Lo mismo estamos hablando de lo que toda la vida se ha llamado “ir a tomar las aguas” a Archena o a Marmolejo y ahora resulta que estamos descubriendo el Mediterráneo. Esto tengo que probarlo…

Un tercer sector en el que los cursis se sumergen hasta el espasmo, para demostrar que entienden de algo más que el resto de los mortales, son las setas. Siempre que sean boletus, claro. Y es que como cometas la imprudencia de decir que has probado una buena carne o un buen guiso con setas ya estás listo. A partir de ese momento no te queda más remedio que recibir una clase magistral sobre boletus. “Pero de los de verdad, no de los que te venden por ahí”. Porque esa es otra, todos los boletus son de los de verdad y, por lo visto, de número ilimitado. Tanto como que, vayas al restaurante que vayas y a la hora que vayas, vas a ser tentado aprobar una excelente crema de calabacín con boletus, una carne guisada con boletus y un pastel de moka con boletus. Más aún, si se te ocurre preguntar si tienen alguna otra cosa, el maître interpretará que no te gustan el calabacín, la carne o la moka y te ofrecerá en su lugar una ensalada templada de granada con boletus, un capón de nuestra granja con boletus o una mousse de nueces con boletus. Eso si no haces la pardillada de preguntar qué setas son las que trae el revuelto, claro.

Tócate los botánicos. Hay muchos otros sectores en los que se han desplegado los entendidos, pero ya los iremos viendo…
 

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

jueves, 25 de octubre de 2012

Un otoño más


Y esperemos que no sea el último de Tiroleses, aunque bien podía haberlo sido. Un otoño más y un nuevo espectáculo en La Granja. Y es que, a riesgo de parecer pesado y reiterativo, creo que nunca me cansaré de quedarme boquiabierto todos los otoños ante cada árbol, ante cada calle sembrada de hojas, ante cada cielo encapotado y  ante cada atardecer de La Granja. Y lo siento de verdad por aquéllos a los que no les pase lo mismo. No porque los considere mejores ni peores, que no he de juzgar yo a nadie por sus gustos, sino por lo que se pierden. O por lo que no disfrutan, más bien.

Y como no es lo mismo predicar que dar trigo, me he echado una vez más al camino. Pero esta vez con una cámara de video, que es como si me hubiera echado al camino con una motosierra. Es decir, un aparato que aproximadamente sabes cómo funciona y para qué sirve, pero que nunca jamás antes habías utilizado y que, si no lo controlas, puede ser devastador para el medio ambiente y para las personas. Y con consecuencias similares, claro. Dicho de otro modo, aquél que padezca migrañas, cefaleas o vértigo absténgase de ver el video. Entre otras cosas porque el zoom es manual y no tengo trípode. Si a eso le añadimos que tengo un pulso "para robar panderetas", podemos hacer un cálculo aproximado de lo que ha salido. En mi descargo puedo decir que, para mitigar las consecuencias de semejante desastre, he intercalado fotos fijas para dar descanso a las meninges de los pocos osados que se atrevan con él.

Por lo demás, añadir que está hecho con el mismo cariño y la misma preparación técnica -o sea ninguna- que los demás montajes de fotografías. Y con la ayuda inestimable de mi hija Casilda, que tuvo el valor de acompañarme y aguantarme durante toda una mañana por Los Jardines filmando y fotografiando todo aquello que se moviera y lo que no.

Añadir por último que con este nuevo formato de Tiroleses, se puede ver el video directamente aquí, en lugar de tener que ir a YouTube a través de un enlace. Disfrutemos de los avances técnicos, que para criticarlos ya habrá voluntarios… Bueno, esa era la teoría. La realidad es que llevo tres días intentando subir el video y al final, he optado por seguir poniendo el enlace de YuoTube. Asi que, el que quiera o se atreva a verlo, tiene que pinchar en el siguiente enlace:



Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

lunes, 1 de octubre de 2012

Dispositivos

 

Nunca he tenido muy clara la diferencia entre la tablet, el portátil, el android, el áipod, el áipad, el áitach, el áifon y todos los “áies” que “hay” que conocer si quieres sobrevivir en este mundo. Es más, me cuesta entender para qué sirve cada uno, pero estoy seguro de que deben ser utilísimos porque están por todas partes. Lo que sí sé es que sirven para pasar muchas páginas de internet muy rápido, que es lo que hacen todos lo que los sacan en un lugar público. Efectivamente: te montas en el AVE y, de manera indefectible, el joven pelmazo que te ha tocado al lado y que es incapaz de salir a las plataformas para hablar por teléfono, está venga a pasar páginas en una pantallita mientras habla a gritos con su oficina; o la señorita de tres asientos más adelante pasa una página tras otra en su pantalla sin detenerse en ninguna, para hacerse la ocupada.
Pero esto no mejora nada si lo que tomas en lugar del AVE es el Metro, al que por cierto siempre he sido aficionado. Y lo uso siempre que puedo, pero es que además si lo comparo con otros metros que conozco, el de Madrid gana de largo. Y me refiero solo a los que conozco y he usado, que son los de Barcelona, Londres, Praga y Roma. No muchos, pero de ciudades bastante civilizadas. Pues en este, como digo, me siento un bicho raro cuando voy a trabajar y soy el único que no tiene un “dispositivo” entre sus manos. Bueno, para ser justos diré que sí lo tengo: el bolígrafo para rellenar mi revista de sudokus. De manera que al que mira la gente con curiosidad, no es al atormentado que tiene metida en los oídos una música que suena en todo el vagón; ni a la colegiala obsesa que teclea en un diminuto cacharro a razón de cuatrocientas pulsaciones por minuto; o a la funcionaria psicótica que pone su dedo en una pantalla y hace como que lanza la imagen hasta el principio del vagón; no, al que miran es a mí. A mí, que llevo un cuadernillo y un bolígrafo. Habrase visto qué poca vergüenza, un bolígrafo…
Y no digamos en los aeropuertos. Es obvio que, por su propia naturaleza, el avión es el transporte que más se presta a tenerte varias horas tirado en una sala de espera, en una cola etc. En esta circunstancia, sí que se justifica la utilización de estos diabólicos trastos. Sobre todo si viajas con niños. Sin embargo, la pregunta es ¿cómo es posible que cada vez que yo coja un vuelo, aunque sea en la compañía de más bajo coste, me tengan que tocar al lado las personas más importantes del mundo? Y es que no falla, oiga: es cerrarse las puertas del avión para rodar hacia la pista; o acabar de aterrizar sin haber llegado a la terminal, y el imbécil de al lado tiene que llamar a alguien para dar su posición: “que ya salimos…”, “que ya estoy aquí…” Claro, piensas tú, es que si no comunica dónde está, aunque sea a costa de la seguridad del vuelo y la vida de sus pasajeros, se van a disparar todas las alarmas. Tanto es así que, en el último vuelo que tomé de Londres a Madrid, mandé apagar los teléfonos mientras despegábamos a las dos ciudadanas que tenía a ambos lados de mi asiento. A la de la izquierda y a la de la derecha. El resto del vuelo no fue muy agradable, pero por lo menos cuando aterrizamos no se les ocurrió volver a sacar el telefonito…
Después están los restaurantes, bares, cafeterías y tabernas ¿Cómo es posible que en una mesa alguien saque una pantallita y se ponga a teclearla sin que nadie le llame la atención o sin que al llegar a la oficina le manden a por su liquidación? ¿O que otro saque un teléfono en mitad de la comida y se ponga a hablar? Claro, que si la otra opción es que se levante de la mesa para hablar, es mucho peor. Lo que me pregunto es si yo pasaría igual de inadvertido si sacara mis sudokus. Y la respuesta es bien sencilla: no son los dispositivos los que molestan, sino de la educación de quien los usa.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

 
 
 

La Tía Tere

 

Tere no es mi tía. Ni siquiera le he llamado nunca tía Tere. Sin embargo sus sobrinos son como mis hermanos por lo que, cuando me hablan o les pregunto por ella, sí hablo de la Tía Tere. La Tía Tere es Tere Llorens y sus sobrinos -hermanos míos- son los Barbadillo Llorens. Y todos juntos con Ani, su madre, Pilar la tercera hermana y por supuesto los Lacasa Llorens, hijos de Tere, llevan dando vida a la vieja casa de la calle de La Botica número 6 desde que yo conozco La Granja, y aún muchas decenas de años antes. Dicen que en esa casa hay un fantasma y doy fe de que, si existe, no ha de ser ningún alma en pena. Todo lo contrario. Con decenas de personas de cuatro generaciones corriendo por sus escaleras arriba y abajo, lo que puede sentir cualquier habitante de esa casa es todo menos aburrimiento.
Por eso quiero hablar hoy de Tere. He ido a las tertulias que se formaban en la calle de La Botica desde que tengo memoria. Pero en la mismísima calle, como se ha hecho toda la vida en España: una silla por contertulio y a platicar, como dicen en México en perfecto castellano. Y no fueran aburridas esas tertulias, que ha habido días en que nos han dado las nueve de la noche. Cuando vivía Enrique era todavía más divertido pues, como buen ingeniero, siempre estaba arreglando cosas con una destreza increíble. Y a mí me encantaba ayudarle, me admiraba el orden y la precisión con que lo hacía todo y de mayor quería ser como él. Claro que ahora, de mayor, ni soy ingeniero ni soy como él, pero en fin, la intención era buena.
Y mientras tanto, Tere escuchaba a todo el mundo. No oía, repito, escuchaba que no es lo mismo. Desde su larguísima experiencia como madre, como esposa o como abuela Tere ha escuchado de todo y a todos... hasta que ha dejado de hacerlo. Y no por su voluntad precisamente, que la barca de su memoria ha roto amarras con la realidad y ahora navega a la deriva, sin rumbo. Sin saber donde se encuentra ni adónde va. Pero no sola, gracias a Dios, que a Tere no ha de faltarle, a ninguna hora del día ni de la noche la presencia de, sobre todo, uno de sus hijos. Pero también están pendientes de ella sus hijos políticos, sus nietos, sus hermanas, sus sobrinos… Desde niño me enseñaron, y así quiero enseñárselo a mis hijos, que en esta vida no se recoge nada más que lo que se siembra.
Una sociedad que es capaz de estabular a sus ancianos -no diré lo de los mayores ni la cursilada de la Tercera Edad, que los eufemismos son mucho más hirientes que la realidad- en centros donde “no les falta de nada”… excepto lo único que necesitan, que es el amor de su familia; que permite que sus niños se despierten solos por la noche o en casa ajena o incluso en el asiento de atrás de un coche porque sus padres TIENEN que salir; una sociedad en la que los niños insultando a sus padres sirven para hacer un espectáculo televisivo; una sociedad en la que se rompen las familias porque el matrimonio “no se aguanta” es, con perdón, un asco de sociedad. O sencillamente, no merece ese nombre. Y no me acuse nadie de meapilas ni de carca que, al menos en el caso al que me estoy refiriendo, no hay forma de cuadrar ninguno de esos adjetivos. Se trata sencillamente de humanidad, de educación y de ser bien nacidos.
Y es que siempre, siempre, por aterradora que sea la situación -que lo es- hay un ejemplo en el que mirarnos, una cuerda a la que sujetarnos o una luz para orientarnos. Un beso y gracias, Tere.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


Yo no tengo Feisbú

 

Existe desde hace tiempo en Europa, la costumbre importada de EEUU de supeditarlo todo a la imagen. Todo lo que no pueda ser enseñado en imágenes, sencillamente no existe. Antiguamente había una cultura, una explicación de las cosas desde lo profundo, desde su significado, el porqué de las cosas y por qué existían. Así, el Renacimiento se explicaba desde el cambio de mentalidad en la Europa del XVI, desde el paso del teocentrismo al Hombre como medida de todas las cosas y el renacimiento de la Antigüedad; el Romanticismo como el triunfo del sentimiento sobre la Razón; el Barroco en América como consecuencia de la evangelización, etc.
Sin embargo, llegó el momento en que empezó a viajar todo el mundo, pasando los viajes de ser un lujo o una aventura comercial, laboral o científica a ser un capricho al alcance de cualquiera que viviera en el mundo desarrollado. Y con esto llegaron los touroperadores, los resorts, los guías turísticos… y el viaje pasó de ser un medio, a ser un fin en sí mismo. Y tan fin en sí mismo como que si no traes fotos de todos y cada no de los lugares que has visitado, sencillamente has tirado tu dinero. De ahí, el infierno de visitar a unos recién casados y que te sacudan las doscientas fotos de las playas de Santo Domingo o el siempre temido “video del viaje”. O el de no poder ver la Basílica de San Pedro, las pirámides de Chichén Itzá, el Taj-Mahal o el templo de Borobudur sin ver doscientas mil cabecitas con una cámara delante, asomando por todos y cada uno de sus rincones. Peor que eso aún, es ver cómo hay gente capaz de airear su más bajas miserias a cambio de su minuto de gloria en la televisión, minuto del que se sentirán orgullosos el resto de su vida.
Vayan por mi parte todos ellos a freír puñales en mal hora, que de mis viajes solo tengo los recuerdos, lo vivido y lo aprendido en ellos. Y mi gloria es vivir tranquilo, compartiendo sólo lo que quiero compartir y con quien quiero compartirlo. Por eso no tengo Feisbú, aunque lo tuve. Lo tuve y dejé de tenerlo cuando comprendí que el invento no consistía en otra cosa que no fuera tomar tu intimidad y colgarla en un escaparate. “La parte de tu intimidad que quieras compartir…” me dirá usted. Y es cierto. Pero ¿no es más cierto que si no colocas algo atractivo, tu página no interesará a nadie? ¿O que si las personas con las que compartes tus fotos, recuerdos anécdotas, etc. no te enseñan algo más, dejan de ser interesantes para ti? Pues eso mismo pensarán ellos de ti, lógicamente.
Pero es que la cosa va más lejos aún: cuando, como digo, quise darme de baja en el infernal invento, tuve que buscar para conseguirlo doscientas direcciones de internet, trucos, foros, etc. y de entre todos ellos obtuve los recursos necesarios para que me dijeran que, si no la abría en seis meses, mi página quedaría dada de baja. Creo que eso ahora ha mejorado bastante. Sin embargo, todas las fotos y textos que hayas puesto en tu página siguen siendo propiedad de Facebook. Y no se queje, que eso lo firmó usted el día que se dio de alta.
Con todo esto no quiero decir que no me merezca muchísimo respeto la decisión que cada cual tome respecto a su intimidad, faltaría más. Lo único que quiero decir es que si alguien quiere encontrarme, que no me busque en el Caralibro, Libro de La Cara… o Libro de Los Caras.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


Tiroleses contra Gonzalo

 

- Buena la has liado, hermano
- Yo no quería molestar a nadie, al contrario
- Es peor desilusionar que molestar
- Mucho menos quería desilusionar
- Pues como lo hagas todo así…
- ¿Vas a hacer mucha más sangre?
- No hace falta, ya te desangras tú solo. Sin embargo era yo quien “agonizaba”…
- Noto cierta ironía
- No sabes la libertad de palabra que te da no deber nada a nadie
- ¿No me debes nada? Hace poco decías que sin mí no existías
- Y de hecho he dejado de existir, según tengo entendido
- Pues yo te veo en plena forma
- No será gracias a ti
- ¿A quién, entonces?
- A tus lectores. Bueno, a nuestros lectores, que tú escribes pero a quien leen es a mí
- Eso me suena a folclórica, ya sabes: “ese público que tanto me quiere y al que tanto debo…
- A mí, sí que me quiere el público
- “El Público” no existe, cada lector es un mundo, un público distinto. Al menos, para mí.
- ¿Y a que te vas a dedicar, a escribir cartas?
- Eso quisieras tú
- Me temo que lo que yo quiera es poco relevante
- Nada relevante, para ser exactos
- Touché
- Pues no sigas por ese camino
- Mensaje recibido
- ¿Deberíamos seguir?
- Deberíamos
- Parece la reconciliación de una pareja de adolescentes
- Yo tengo quince meses, pero usted…
- Estoy encantado de tener los que tengo. Peor sería no haber llegado
- Pues si de ti dependiera yo no llegaría ni a los dos
- Si empezamos con reproches… además no es lo mismo la edad de una persona que la de un blog. Por cierto, ¿cuál es el plural de blog?
- ¿Y el de sacamantecas?
- Empezamos bien
- No empezamos, continuamos
- Pues que Dios reparta suerte para esta nueva etapa
- Así sea: suerte, vista y al toro
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


Gonzalo contra Tiroleses

 

- Hasta aquí hemos llegado, compañero: a partir de ahora, cada uno por su camino
- ¿Huyes?
- Te doy tu libertad
- Me abandonas…
- Apáñatelas como puedas
- A eso se llama huir
- Llámalo como quieras
- ¿Y la gente que nos sigue?
- No nos sigue nadie
- Nueve mil seiscientas veintinueve páginas vistas en diecisiete meses, desde doce países distintos aparte de España, y con una media de siete visitantes diarios no me parece ningún fracaso…
- ¿Cuántos de esos han participado?
- Muy pocos, la verdad. Al principio, más
- Pues ya está todo dicho
- La gente prefiere leernos
- Pues no le debe importar mucho lo que decimos
- A lo mejor no es por lo que dices sino por cómo lo dices. Una vez dijiste que “esto es literatura”
- Y espero que así haya sido
- ¿”haya”?
- Haya
- ¿Entonces es definitivo?
- Quién sabe
- No te apetece nada
- No he dicho que me apetezca
- Todo menos el numerito del intelectual atormentado, por favor. Está pasado de moda, es aburrido y sobre todo, poco original. Es más, tú no eres ningún intelectual. Yo diría solo un aficionado mediocre
- Ya tienes algo de qué hablar. Alguien, más bien
- Yo no hablo, eres tú quien me escribe. Sin ti, no existo
- ¿Ahora una declaración de amor? No fastidies
- ¿Qué amor ni que amor? Es una cuestión de supervivencia
- Pues estás listo
- Dejarme morir es eutanasia
- Mantenerte vivo es prolongar tu agonía
- Yo no agonizo
- Agonizarías. A partir de hoy, no más sufrimientos
- No sé si darte las gracias
- No las merece
- ¿Y La Granja?
- Seguirá en su sitio
- ¿Y El Tiro?
- No nos necesita, ha existido muchos años sin nosotros y seguirá existiendo, espero que muchos más
- Me sigues pareciendo un cobarde
- Cansado, más bien
- Eso lo entiendo
- Menos mal que entiendes algo
- Pues tú deberías entender también
- ¿El qué?
- Que tienes un compromiso y que nadie te obligó a contraerlo
- Por eso nadie puede demandármelo
- Si eso te tranquiliza…
- La verdad es que no mucho
- Pues ya sabes
- Supongo que te acabaré odiando pero qué le vamos a hacer, habrá que seguir trabajando
- Pues lo dicho…


Michelo

 

Hacía tiempo que te la debía, Michelo. Desde aquél ya lejano Febrero de 2011 en que escribí mi primer artículo en este pobre blog, te juro que no ha habido mes en que no haya pensado que te debía un sitio en él. Y es que cualquiera que conozca medianamente El Tiro, sabe que eres una parte importante de su historia. Que somos, en realidad. Aunque no cualquiera sabe que hubo uno “de fuera” que llegó a ser tanto como tú fuiste en El Tiro. “De fuera”, me refiero a un no-socio que se ha casado con una socia del Tiro y no ha pasado a ser “el marido de” y sus hijos no se han llamado por el apellido de la madre, como ocurre siempre.
Y es que no todo el mundo sabe que fuimos nosotros quienes bautizamos la “bebida nacional” de La Granja, el DYC con Coca-Cola, con el nombre de San Luis, en honor del Santo Patrón. Ni que había un loco que jugaba como nadie al pádel -entre otras cosas porque sólo en Puerta de Hierro se jugaba al pádel antes que en El Tiro- con un sanluis en la pista. Juntos hemos hecho lo que se puede contar y lo que no. Como la noche que te encontré en La Fundición, acorralado en un rincón y rodeado de un padre y tres hijos de Valsaín, dispuestos a no dejarte un hueso sano y me colé entre ellos, me puse junto a ti y nos abrimos paso a guantazos. Nunca he pasado tanto miedo y me he reído tanto a la vez. O como cuando empezábamos jugando un Penúltimo en con un porrón de vino o de cerveza y acabábamos bajándonos un porrón de sanluis de un solo trago. O la noche que, cenando en El Chato, empezamos con el “no hay huevos para…” y tomamos la siguiente en tu casa de Madrid, desayunamos por primera vez en Talavera de la Reina, en la churrería bar La Familia -¡cómo estaba la churrera!-; y por segunda en tu casa de Carrascalejos, en Trujillo. Después, como nos pillaba de paso, pasamos por Ávila a recoger tu DNI, que nunca entendí por qué demonios te lo tuviste que hacer tan lejos, y finalmente llegamos de nuevo al Chato para el aperitivo.
Siempre juntos, uno para todos, Paloma y tú con Ramón, Joaquin y yo más la que estuviera “de guardia”, en tu viejo Citroën GS devorando kilómetros, litros y canciones. Noches de fandangos, rumbas y rancheras, cuando Miguel se arrancaba:
Por tu amor, que tanto quiero y tanto extraño…”
Cuando Paloma tomaba el mando con la guitarra en la mano:
Él estaba en el campo haciendo surcos junto a las mulas…”
O Bambino lloraba en el viejo radio cassette:
Voy a mojarme los labios con agua bendita…”
Son canciones que cuando las oigo sonar -dentro o fuera de mi cabeza- me llevan a una época inolvidable y que nunca se volverá a repetir. Sin embargo, me considero un privilegiado por haberla vivido. Es más, creo que nadie puede decir de verdad que ha vivido una juventud feliz si no se le saltan las lágrimas al escuchar algunas canciones. Por eso te estoy escribiendo. Y por eso, precisamente, no puedo seguir. Un abrazo.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


Me acuso de ser asesor

 

Buenos días:


Permíteme que me presente. Pertenezco a esa raza maldita de parásitos, sanguijuelas y chupópteros que, por lo visto, no solo saqueamos el dinero público sino que además somos los culpables de esta crisis. Y es que ¡qué demonios, esto es España! el País dónde todo el mundo sueña con que le toque la lotería, la primitiva o las quinielas para DEJAR DE TRABAJAR. Y claro, eso de tener un sueldazo de miles de euros mensuales, coche, chófer y dietas a todo plan y encima no trabajar, te gustaría a ti ¿o no? No me extraña, a mí también.
 

Pero es que la realidad tiene muy poco que ver con esto. La realidad, por lo menos la mía pasa por un sueldo de 1.491,17 €/netos mes en catorce pagas (ahora en trece). Es decir, lo que gana un auxiliar administrativo en mi ayuntamiento. Reconocerás que no está mal, con una carrera universitaria y hablando inglés. Solo que un auxiliar administrativo de mi ayuntamiento tiene trienios y yo no; un auxiliar administrativo de mi ayuntamiento tiene puentes y yo no; tiene días de asuntos propios y yo no; tiene días “moscosos” y yo no; y, lo que es peor, tiene un horario y un calendario concretos y definidos y yo no, yo trabajo sin horario y sin calendario. Sí, ya sé que me vas a decir que tú, que trabajas en la empresa privada, tampoco los tienes. Pues también te envidio, no creas. Tú, por lo menos, tienes un papel firmado donde alguien dice que te pagará un sueldo a cambio de tu trabajo, durante un período de tiempo determinado o indefinido. Y si, por lo que sea, ese alguien decide que dejes de trabajar te lo avisa con un mes de plazo -no es mucho, pero es algo- y en su caso te da una indemnización o pacta contigo el despido. A mí, con descolgar un teléfono y escuchar una frase lacónica tipo “estás cesado” me vale. También hay quien dice “estás jodido”, “estás follado” o “a la puta calle”, pero esos son matices sin importancia. El hecho es en todos los casos el mismo: esta mañana entras a trabajar y el que mañana sigas depende única y exclusivamente de lo que hoy hagas.... o de lo que a otro se le ocurra después de leer un editorial de un periódico. Y no creas que es tan raro que te cesen: a mí ya me pasó una vez, estando mi mujer embarazada de ocho meses. Y no, no es que hubiera hecho nada indebido, es que había que “dar ejemplo”. Esto fue en el 96, imagínate ahora.
 

No obstante todo esto, nadie espere de mí que empiece a buscar culpables de la crisis en otros sectores de la sociedad, a acusar a los demás de todo lo que han hecho mal, de lo que se han llevado o de lo que no han aportado. Por supuesto, hay personas inocentes que van a pagar la crisis tanto como los que la han provocado: conozco funcionarios honradísimos y que han sacado su oposición con gran esfuerzo; y otros vagos y maleantes colocados a dedo por partidos y sindicatos que van a sufrir los recortes por igual. Conozco comerciantes que se han dejado el pellejo en su negocio y otros que viven de la compra-venta y especulación con patentes, franquicias, concesiones, etc. Conozco banqueros íntegros que se han dejado la salud por la seguridad de sus impositores, y sacamantecas caídos en paracaídas en los consejos de administración para saquearlos. Conozco profesionales mejores o peores en su trabajo, pero honrados a toda prueba; y otros a los que les da alergia una factura… Así podíamos seguir hasta los cientos de miles de casos particulares que hay. Cada uno tiene el suyo y conoce otros tantos.
 

La conclusión es que nadie es mejor ni peor por trabajar en un sector o en el otro, que hasta las putas pueden ser honradas y que esta juerga nos la hemos corrido todos y, en consecuencia, entre todos vamos a tener que pagarla. Aunque intentemos buscar culpables lo más lejos posible de nosotros. Buena suerte.
 

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro