domingo, 21 de diciembre de 2014

¡A por ellos!

No hace más de cuarenta y ocho horas, un presunto desequilibrado -tampoco se puede llamar locos a los locos- se ha estrellado con su coche, cargado con dos bombonas de butano, contra la sede del Partido Popular. Este atentado, que por no haber tenido afortunadamente excesivas consecuencias, no va a pasar de la anécdota, sí ha puesto de manifiesto en cambio una situación, en mi opinión muy preocupante. La primera cuestión es ¿Qué hubiera ocurrido si el atentado, en lugar de ser contra la sede del Partido Popular hubiera sido contra una sede de Podemos, de Izquierda Unida, de Amaiur o de Esquerra Republicana? ¿Estaríamos haciendo los mismos chistes, gracietas y envíos de caricaturas por el teléfono móvil? Respóndase cada uno lo que estime más creíble.

Esto por una parte, pero lo que realmente me parece mucho más preocupante es la “justificación” que mucha gente encuentra en lo que en mi opinión es un atentado terrorista, tan deleznable y asqueroso como cualquier otro atentado terrorista. Primero resulta que era un empresario al que “habían” arruinado. Por supuesto no se había arruinado él, claro. Después, era un pobre trabajador al que “habían” despedido. Y finalmente no era más que un “desequilibrado”. En todos los casos, tenía una “justificación”. Es decir, como le “habían” hecho algo, se entiende que cogiera un coche y lo estrellara contra un edificio que, de haber deflagrado el butano, se habría venido abajo total o parcialmente. Y se hubiera venido abajo con gente dentro, con el transeúnte que hubiera pasado en ese momento con su bebé en brazos para llevarlo a la guardería o con el de la furgoneta de reparto que pasara por la calle. La segunda pregunta es ¿Cuál es la gracia?

Y es que en mi opinión -creo que ya lo he mencionado alguna vez anterior en Tiroleses-, hay una diferencia fundamental entre los países de origen luterano o calvinista, donde la democracia ha encontrado su acomodo natural en el concepto de responsabilidad individual; y los países de origen católico, donde la democracia naturalmente también está asentada,  pero no solo adolece de ese concepto básico de responsabilidad individual frente al fatalismo de “las cosas son así”, sino que además tienen una fijación bastante incompatible con la responsabilidad individual, que es la de la culpa. Este último concepto, paradójicamente compartido con la izquierda política. Por supuesto y como digo siempre, las generalizaciones son necesariamente injustas y todas tienen honrosísimas -o no- excepciones. Pero en todo caso, obsérvese que un germánico o un anglosajón medio, ante un problema buscan una solución; mientras que un español, portugués, italiano o griego, ante un problema buscan un culpable. Parece que no, pero teniendo un culpable, la cosa se hace mucho más llevadera. Y la solución ya vendrá si tiene que venir. De fuera, por supuesto.

Pues bien, es en ese ámbito en mi opinión en el que se ha gestado una especie de inquina por “los políticos”, especialmente si son del PP o del PSOE. Por TODOS los políticos del PP y del PSOE, dando por sentadas tres cosas: la primera, que son todos iguales y que ellos tienen la culpa de todos los males que nos aquejan; la segunda, que el resto de los políticos son almas cándidas que necesariamente vendrán a redimirnos cuando nos demos cuenta de lo que nos conviene; y la tercera, consecuencia de las dos anteriores, que tanto unos como otros -los del PP y los del PSOE- se merecen todas y cada una de las desgracias que puedan ocurrirles. Da igual que sea en su carrera política, en su economía o en su vida privada. Incluido que les disparen por la calle, que les metan una bomba en su casa o en su despacho o que les saquen de la carretera cuando viajan con su mujer y sus hijos. Después de todo, la Providencia hace justicia a la larga.

Por supuesto, vender una vivienda protegida o una plaza de garaje municipal en contrato privado, alquilar una plaza de aparcamiento para minusválidos, empadronar al niño en casa de los abuelos para elegir el colegio, o declarar pérdidas en el negocio para que me devuelvan en la declaración de IRPF, no es corrupción ¿Cómo va a serlo si lo hace todo el mundo? “Más tonto serías tú si no lo hicieras”…


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 5 de diciembre de 2014

La magia de la Navidad

Vamos a ver si queda clara una cosa: la Navidad no es mágica. De todas las acepciones de “mágico” que tiene el Diccionario de la RAE, la segunda, que lo define como algo “maravilloso y estupendo”, podría ser la única que se aplicase a la Navidad, pero en todo caso no es eso. Creo que ya en un artículo anterior de Tiroleses, hablé de la palabra “mágico” como el comodín que utilizan los que tienen que hablar de algo y no tienen nada que decir al respecto. Y ponía como ejemplo más clásico de esto, la famosa noche “mágica” de los oscar. Es decir,  cuando la gente del cine se reúne para premiar a la gente del cine, ante los aplausos de la gente del cine. Cuando la gente del cine se premia a sí misma, para no alargarnos. Pero es que además también son "mágicas" la noche de Fin de Año, Disneyland París, el Baile de la Rosa de Montecarlo, los presuntos “ángeles” de Victoria´s Secret y hasta la boda de SAR la Infanta Dª Cristina con Iñaki Urdangarín, si me apuran. Por cierto ¿alguien ha caído en la cuenta de que hablar de don Iñaki es como hablar de don Pepito, de don Manolo o de don Nacho? Menos mal que ya casi no se utiliza…

Pero a lo que voy es a que, cuantas más luces de colores, guirnaldas, purpurina y confeti tenga un acontecimiento, más “mágico” es. Entonces, no es de extrañar que para quienes las navidades no tengan ningún significado religioso, necesiten convertirlas en algo “mágico”. Y si además es rentable, mucho mejor. De esta manera tenemos dos formas de celebrar las navidades: la de los que creemos que es el aniversario del Nacimiento de Jesús, y por tanto hay que celebrarlo junto con la familia, perdonando, recordando a los que no están y oyendo misa con los demás; y la de los que creen que tiene que ser algo “mágico”, que hay que hacerse muchísimos regalos, que cuantos más regalos se hagan, mejor y que cuanto más caros sean los regalos, más mágicos. Entre estos dos extremos lógicamente, hay todos los términos medios y todos los matices que se quieran poner.

En todo caso, esta última es, a mi modo de ver, una forma muy particular de expresar cariño. No mejor ni peor que otras, que cada uno expresa lo que siente como mejor sabe, pero desde luego a mí me emociona mucho más un beso de mi mujer o de mis hijos, que un regalo del “amigo insufrible”. Lo que no entiendo es por qué esos mismos que son incapaces de entender el verdadero significado de la Navidad, tienen que servirse de ella para propagar el mensaje opuesto a la Navidad. Es decir, vamos a hacer la gran fiesta del consumo, usando como excusa la fiesta de los que ven en el consumo desbordado un derroche innecesario. Y para eso nos podemos inventar la figura de un tipo gordo, con un pijama rojo, con pinta de haberse bebido un barril de vodka y que diga “Ho, Ho, Ho”… Así, nos podemos encontrar ciudades enteras como Madrid, Londres, Nueva York o La Granja, llenas de luces de colores, de mensajes pacifistas y de formas geométricas absurdas, sin una sola alusión al sentido original de la Navidad. Eso sí, compitiendo en cursilería ramplona. Compitiendo por ver cuál de ellas es más mágica…



Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro