A estas alturas del recién
estrenado año, me debato entre si me interesan menos los cuernos de la hija de
Isabel Preysler, o los de Shakira. Tarea inútil, por otra parte: pongas la emisora
que pongas de radio, de televisión o consultes el periódico que consultes en
internet, recibirás un caudal interminable de opiniones sobre ambas “noticias”.
Al parecer, son muchísimo más importantes que el hecho de que nos estemos ahogando
en el fango como país, como continente y como mundo.
Reconozco que lo preocupante
no es que estas dos ciudadanas tengan interés en contar su vida privada, he
visto cosas muchísimo más soeces, sino que haya a quien le interese. Y no solo
eso, sino que haya tanta gente a la que le interese y que esté dispuesta a
opinar, a debatir y hasta reñir, como para que estos dos asuntos, aparentemente
tan nimios, ocupen el lugar que ocupan en el orden de importancia de las
noticias. Lo realmente preocupante es ver hasta qué punto nos hemos convertido
en un rebaño amorfo, huidizo y manipulable por los ladridos de cualquier perro
pastor.
Entre otras cosas, si cada uno
de estos dos casos fuera el del hijo de un famoso marqués y una señora cuyos otros
hijos fueran de un cantante internacional y de un ministro de Hacienda, y que
anduviera con un premio Nobel; o de un cantante burlado por una deportista, la
cosa no tendría mayor recorrido. Pero son mujeres. Y ya se sabe que ese
hundimiento en el fango que sufrimos como país, como continente y como mundo,
tiene mucho que ver con que los únicos derechos importantes sean los de las
mujeres, los de los homosexuales y los de los animales. Y claro, en esas
circunstancias, un marido burlado es un cornudo; mientras que una mujer burlada
es una víctima del machismo, de la sociedad, de la Religión y de dos mil años
de opresión.
Personalmente, creo que las
rabietas de gata herida están muy bien para las adolescentes, pero una señora
que se precie de serlo no airea sus problemas privados. Menos aún para hacer
negocio, claro. Como tampoco me parece muy elegante lo de ir a contar a los
medios de comunicación lo feliz que eres, porque tu parrandero garañón ha vuelto
después de ponerte los cuernos ante toda España. Pero, en fin, insisto en que
esos son asuntos privados que no me interesan. Lo realmente preocupante, en mi
opinión, es que la figura del “famoso” haya alcanzado la importancia que ha
alcanzado en nuestra sociedad. El famoso, en otros tiempos más racionales, lo
era porque era un cantante, un actor, un torero o un marqués, este último importante
no por ser marqués sino por algún mérito específico. Al “mortal” le gustaba
sentirse cerca de sus personajes admirados, compartir sus éxitos y saber que
también podían sufrir como cualquiera. Y en todo caso, el estar delante de los
objetivos les condicionaba para vivir -o aparentar vivir- una serie de comportamientos,
mayoritariamente considerados éticos, o al menos estéticos. Ahora lo que atrae
es el morbo, el saber que sufren y poder opinar que se lo merecen. Desde el
momento en que lo anti ético pasó a ser “rompedor”, original o innovador; y lo
anti estético arte, nos hemos precipitado por una peligrosa pendiente en la que
prácticamente todo vale. El problema es que lo que más vale es lo que menos
interesa, y que lo que más interesa es lo que menos vale. Y así nos va, claro.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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