Hace no más de un mes, ha
tenido lugar una oleada de incendios en Asturias que han llegado a sumar hasta
ciento treinta y cinco, con una superficie quemada en torno a las veinte mil
hectáreas. Para quien no ande muy fuerte en matemáticas, el estadio Santiago
Bernabéu de Madrid no llega a una hectárea: una hectárea son diez mil metros
cuadrados y el Bernabéu mide nueve mil. A la espera de datos oficiales
definitivos, las autoridades estiman que el ochenta por ciento de estos
incendios han sido provocados por el hombre (y la mujer, para no salirme del
rebaño). De ellos, más del noventa por ciento, de manera intencionada.
En estas circunstancias
avergüenza, escandaliza e indigna a partes iguales, que cuando hayan puesto un
micrófono delante de los hocicos a cualquier político, gobernante o mindundi,
haya tenido que vomitar la perorata del cambio climático, incluido el
Presidente del Gobierno. Son los mismos que han hecho leyes contra la limpieza
del monte, contra la ganadería, contra la agricultura y contra la caza, y las
han impuesto a machamartillo en todo el territorio nacional. Leyes que afectan
a sierras, a llanos, a sembrados, a dehesas y a barbechos. Leyes, en fin, que
no solo impiden la limpieza del monte, de los restos de siega o del barbecho,
sino además prohíben a los animales alimentarse, condenándolos a un sacrificio
inútil. Leyes que imponen absurdas regulaciones pretendidamente destinadas a
procurar el bienestar animal, creyendo que los animales necesitan las mismas
comodidades que los seres humanos, como espacio entre ellos, paseos diarios,
etc. Y sí, he dicho bien, creyendo, no sabiéndolo.
Porque estas siniestras
regulaciones anti agricultura, anti ganadería, anti pesca, anti campo y anti
libertad vienen impuestas por cuatro niñatos que nacieron y se criaron en las
grandes ciudades. Que uno dos, tres o quince días salieron de excursión a la
sierra con los de su barrio y lo pasaron tan bien que decidieron que eso era lo
suyo. Muchos de ellos incluso leyeron algo y la mayoría se dedicó a informarse
sobre el tema en internet. Y allí descubrieron los textos de los mismos niñatos
de California, Alemania o Francia que ante la falta de problemas en los años
setenta, se habían inventado una pretendida destrucción inminente del planeta.
Y que ante el vacío ideológico creado por la caída del Muro de Berlín en la
izquierda, esta puso todo su aparato de propaganda y subvenciones a su
servicio, para mantenerse vivos mutuamente. A día de hoy, el planeta sigue vivo
y goza de buena salud, nadie ha conseguido demostrar que las variaciones del
clima supongan un verdadero problema, ni mucho menos que tengan un origen
antropogénico. O sea, que sean provocadas por el hombre. Pero el monte se puede
seguir quemando porque así podemos culpar al cambio climático, aunque se demuestre que el fuego ha sido provocado.
El otro día, cuando daban la
noticia de los incendios, la estaba viendo con un amigo, hijo de un pastor de
Ciudad Real, de un pueblo cercano ya a Sierra Morena y vecino precisamente del
de la ministra Portavoz del Gobierno. Solo me hizo un comentario pero no le
hizo falta decir más: “si nos dejaran quemar solo lo que hay que quemar…”
Efectivamente, desde hace cientos de años el bosque se cuida quemando la leña
que cae al suelo, recogiéndola para calentar las casas y encender las cocinas;
o metiendo a los animales para que arranquen la hierba que de otra manera se
convertiré en yesca para verano; o cortando las ramas bajas… o como quiera que
cada uno siga las tradiciones centenarias de su pueblo o de su comarca para
mantener el bosque. Para vivir de él y para conservarlo vivo cuando algún hijo
de su madre o algún despistado le prenda fuego.
El verano pasado, más
terrorífico que el anterior y menos que el que viene, había que oír hablar a
todos los periodistas y jefes de clanes ecologistas, que habían descubierto el
concepto de “incendios de segunda generación”. Esto no es otra cosa que
incendios cada vez más frecuentes y voraces, pero no porque los incendios sean
hijos de otros incendios, sino sencillamente porque los bosques tienen cada vez
más combustible que quemar. Pero parece
que si decimos que son de “segunda generación” nos preocupamos más por el tema,
aunque no hagamos absolutamente nada útil al respecto…
En octubre hablamos.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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