La hemos hecho buena. Desde que
en abril del año pasado conseguí aislar, sistematizar y catalogar al Entendivino, no he parado de encontrar
nuevos especímenes susceptibles de ser igualmente estudiados. Cada vez son más.
Más los entendidos y más las áreas y los productos susceptibles de ser
entendidos. Entendidos por los entendidos, se entiende.
El que más furor causa, por lo visto, en la actualidad una
vez remansadas las aguas de la euforia por el vino, es el gin-tonic. Que ya
comenté en artículo anterior que eso de echar tónica a la ginebra es, en mi
opinión, tanto como echar gaseosa al vino. Pues según y cómo, dirá usted. Y no
le falta razón, que no es lo mismo decir que “mi gin-tonic se ha quedado un
poco cortito de ginebra” que decir que mi gin-tonic tiene “buen equilibrio
entre al alcohol y los botánicos, notándose perfume a limón y especias, que le
confieren un ligero picor”; como no es lo mismo decir “vaya tanganazo me ha preparado
este tío” que decir que tu copa “tiene aroma afrutado y picante, con sabor predominantemente cítrico y
ligeramente picante”, y que “en sus botánicos hay componentes de origen
africano como el fruto de baobab y grosella de El Cabo”. Vamos, que he vivido
yo casi cincuenta años sin haber probado el fruto del baobab ni la grosella de
El Cabo, ni mucho menos la sublime mezcla de ambos y todavía me permito hablar
de gintonics ¿seré paleto? Pues lo soy, porque no sé lo que son “sus botánicos”…
y una vez obviado el chiste malintencionado, deduzco que deben ser sus
elementos vegetales. O sea todo el gin-tonic, porque lo único parecido a un
elemento mineral que puede tener un gin-tonic es el hielo, y no es mineral; y a
un elemento animal, espero que nada. Aunque con estos cursis no se sabe nunca,
que lo mismo te echan escamas de cochinilla para darle un matiz genuflexo-empírico. Sin embargo, siendo de difícil digestión -como
es- lo de salir con un entendido en gintonics, todavía puede tener un pase. Y
es que, sin necesidad de recurrir a tan rebuscada y engolada nomenclatura, es
cierto que hay gente muy aficionada a tan británica e ilustre bebida, por lo
que no es de extrañar que puedan distinguir un buen gin-tonic de uno malo.
Incluso de uno sublime. Yo mismo busqué con devoción en Singapur el hotel Raffles,
para tomarme el que entonces pasaba por ser el gin-tonic mejor preparado del
mundo. Afortunadamente estaba cerrado el hotel por reforma porque si no, al que
hubieran tenido que “reformar” hubiera sido a mí. A mi bolsillo, más bien.
¿Pero y los entendidos en agua? Estos sí que reconozco que me dejan sin
capacidad de reacción. De manera que nos hemos pasado la infancia y la juventud
repitiendo y repitiéndonos que el agua es incolora, inodora e insípida y ahora
resulta que no, que el agua puede tener “un nivel alto en silicio y bajo en
sólidos disueltos”. Pues vamos a ver, yo creo que en primer lugar el agua puede
tener un nivel alto “de” silicio, pero no “en” silicio. Eso por una parte, por
otra, si tiene “sólidos” disueltos deberían explicar qué clase de sólidos son.
Por si alguien tiene piedras en el riñón, más que nada. No obstante, no se me
alteren los entendidos, que siempre es posible explicar algo más para decir
mucho menos. Me refiero en concreto al caso del agua “muy equilibrada, con un
gusto muy divertido y estimulante”. Claro, ahora lo entiendo. Te bebes un vaso
de agua y, como no podía ser de otra manera, te da la risa. Es que es “muy
divertida”. Mira que si es Machaquito. Lo de “estimulante” ni lo comento, claro…
Solo mencionar el ansia que tengo por probar una clase de agua “recomendada
para el estrés mental y físico”. Lo que no dice es el modo de empleo: si hay
que beberla, echársela por encima, meterse dentro y en tal caso a qué
temperatura, etc. Lo mismo estamos hablando de lo que toda la vida se ha
llamado “ir a tomar las aguas” a Archena o a Marmolejo y ahora resulta que
estamos descubriendo el Mediterráneo. Esto tengo que probarlo…
Un tercer sector en el que los cursis se sumergen hasta el espasmo,
para demostrar que entienden de algo más que el resto de los mortales, son las
setas. Siempre que sean boletus,
claro. Y es que como cometas la imprudencia de decir que has probado una buena
carne o un buen guiso con setas ya estás listo. A partir de ese momento no te
queda más remedio que recibir una clase magistral sobre boletus. “Pero de los de verdad, no de los que te venden por ahí”. Porque
esa es otra, todos los boletus son de
los de verdad y, por lo visto, de número ilimitado. Tanto como que, vayas al
restaurante que vayas y a la hora que vayas, vas a ser tentado aprobar una
excelente crema de calabacín con boletus,
una carne guisada con boletus y un
pastel de moka con boletus. Más aún, si se te ocurre preguntar si tienen alguna
otra cosa, el maître interpretará que
no te gustan el calabacín, la carne o la moka y te ofrecerá en su lugar una
ensalada templada de granada con boletus,
un capón de nuestra granja con boletus
o una mousse de nueces con boletus.
Eso si no haces la pardillada de preguntar qué setas son las que trae el
revuelto, claro.
Tócate los botánicos. Hay muchos otros sectores en los que se han desplegado los
entendidos, pero ya los iremos viendo…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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