Estoy encantado de ser de
Madrid. Mis padres, de Madrid, mis hijos de Madrid y aunque ella nació en
Puerto Rico, la familia paterna de mi mujer es de Madrid de varias
generaciones. Y uno de los motivos por los que estoy encantado de ser de
Madrid, es porque todo esto no le importa a nadie. Si yo hiciera este mismo
discurso siendo de Barcelona o de Bilbao, me estaría dando importancia, estaría
presumiendo y quedando por encima de charnegos o boronos, que así es como muchos
llaman a los que no tienen la suerte de ser como ellos, de haber nacido donde
ellos han nacido. Y muchos de esos charnegos y boronos agachan las orejas, se
avergüenzan de su origen y se hacen independentistas para hacerse perdonar su
indigno origen. En Madrid, no. Aquí nadie te pregunta de dónde eres, de dónde
vienes ni a dónde vas. Aquí cada cuál es de su padre y de su madre y tiene el
mismo derecho que los demás a buscarse la vida. Punto. Como en tantos otros
lugares de España.
Y no es que aquí no haya
venido gente de fuera con los mismos complejos que a las otras grandes
ciudades, que también los hay, cómo no. Aquí se llaman paletos, garrulos,
palurdos… y un montón de sinónimos más. La diferencia fundamental es que en
Madrid (como en tantos otros lugares de España), para utilizar ese calificativo
con alguien, no se hace por su origen sino por su ignorancia y sus complejos. Tendría
narices calificar de paleto a Juan Ramón Jiménez, a José María Pemán o a Severo
Ochoa. Si tú no te minusvaloras, nadie te desprecia porque a nadie le interesa de
dónde vienes. Tan sencillo como eso. Recuerdo que cuando era niño, en el
colegio pasaba mucha envidia porque casi todos mis compañeros tenían “pueblo” y
para cada uno de ellos su pueblo era lo mejor y más divertido del mundo. Yo les
daba mucha pena porque no tenía pueblo. Al final, todos éramos de Madrid porque
todos vivíamos en Madrid y casi todos habíamos nacido en Madrid. Lo normal,
nada extraño. Sin embargo, siempre había un paleto que estaba asqueado de vivir
en Madrid, odiaba Madrid y todo le parecía una mierda al lado de su pueblo…
pero no se iba a vivir a su pueblo.
Cuando le gente normal que vivía
en Madrid normalmente, volvía a su pueblo, se alegraba de hacerlo y si podía
ayudar a otros a trasladarse a Madrid, lo hacía encantada. Y normalmente,
cuando aquél paleto lleno de complejos volvía a su pueblo, con su mamá paleta, que
en Madrid se pasaba el día encerrada en casa porque le daba vergüenza que se
supiera que venía de un pueblo, esperando que su hijo volviera del colegio para
decirle lo mal que se vivía en Madrid. Cuando volvían al pueblo digo, la reacción
solía ser la inversa: La mamá paleta despreciaba a sus amigas de la niñez
porque no vivían en Madrid; se vestía con su ropa más llamativa para que se viese
de dónde venía; se avergonzaba de hacer la matanza que toda la vida se había
hecho en su casa; hablaba remarcando mucho las sílabas; y presumía de saber
muchas más cosas de las que en realidad sabía. Lo que quería que se viese es lo
bien que les iba y cómo habían triunfado. Lo malo es que, no teniendo argumentos
para demostrar eso, lo único que podía hacer era despreciar a los suyos. Y para
eso, les daba lecciones de lo que se hacía en la capital, de lo que se decía y de
cómo había que decirlo. Al final, era una pobre desarraigada, un pobre diablo
que no estaba a gusto en ninguna parte y que a todas partes llevaba su amargura
y sus complejos. Ni cabeza de ratón ni cola de león.
“La
actriz Penélope Cruz ha
mostrado su desacuerdo con el machismo que, a su juicio, transmiten los cuentos
infantiles y ha contado en una entrevista a la
revista Porter Edit que
cuando lee estos relatos a sus hijos, cambia los finales. En una extensa
entrevista, la ganadora de un Oscar enfatiza en la importancia que tienen los
cuentos de hadas para los niños ya que "son las primeras historias que los
hijos escuchan de boca de sus padres"."Cuando leo cuentos de hadas a
mis hijos por la noche, siempre estoy cambiando los finales, siempre, siempre,
siempre, siempre. Que le jodan a Cenicienta, a la Bella Durmiente y a todas las
demás. Hay mucho machismo en esas historias y eso puede tener un efecto en la
forma en que los niños ven el mundo. Si no tienes cuidado, empiezan a pensar:
'Ah, entonces los hombres deciden todo'", explica. La actriz es madre de
Leo, de 7 años, y de Luna, de 5.
Por
ello, según asegura, sus heroínas rechazan propuestas de matrimonio o hacen las
propuestas ellas mismas. "En mi versión de Cenicienta, cuando el príncipe
dice: '¿Quieres casarte?', ella responde: 'No, gracias', porque no quiero ser
una princesa. Quiero ser astronauta o chef ", ejemplifica.”
EL
PAÍS, 21 de Febrero de 2018.
Está claro: todas las princesas están casadas;
y todas las astronautas y las cocineras, solteras. Y todas las paletas
ignorantes, amargadas.
Gonzalo rodríguez-Jurado Saro
No hay comentarios:
Publicar un comentario