Sí, ya he recibido tus
correos, tus WhatsApp y hasta tus pantallazos de Facebook en los que repites hasta
la náusea la lista interminable -sí, para mí también es interminable-, de
chicas jóvenes y mujeres maltratadas, violadas y asesinadas. De manadas y de
descuartizadores; de detalles escabrosos y de relatos espantosos de forenses,
jueces y abogados. Te puedo asegurar que a ti no te produce más asco que a mí
esa lista. Tampoco me sirve que me digan que España es con toda probabilidad el
país más seguro para una mujer. Me alegra, pero me siguen pareciendo demasiadas
las víctimas y muchos los verdugos.
Sin embargo, querida, tú no
eres más víctima que yo. Tengo una madre, una mujer, una hija, una hermana y
amigas, muchas amigas, que cada una en su medida han sufrido o les tocará
sufrir en algún momento de sus vidas, una palabra de mal gusto, una insinuación
que no han pedido, un abuso verbal, físico… o algo peor. Estoy seguro que ninguna
de ellas ha sentido miedo, inseguridad o desconfianza cuando se han quedado a
solas conmigo. Jamás me ha parecido que ninguna de mis compañeras de trabajo,
jefas o subordinadas, tuviesen miedo de viajar o encerrarse conmigo en un
despacho. Y es que nunca les he dado motivos para desconfiar de mí. El abuso
que cualquiera de ellas pudiera sufrir sin poder defenderse, me duele a mí tanto
o más que a ti. Porque tú no eres la defensora de las mujeres frente a los
hombres, entre otras cosas porque las mujeres no necesitan defenderse de los
hombres sino de los abusos. Parece igual pero no es lo mismo. Y es que el
mundo, querida amiga, no se divide en mujeres víctimas y hombres acosadores,
sino en personas dispuestas a partirse la cara por la justicia, personas
dispuestas a pasar por encima de quien sea por satisfacer sus deseos, personas
indolentes y personas dispuestas a sacar partido del dolor de otras personas. Y
lo malo es que son demasiadas las veces en que esas personas envían cadenas de
correo… Sencillamente, no todos los hombres somos asesinos ni violadores
potenciales; y no todas las mujeres, desgraciadamente, buscan justicia cuando
denuncian el abuso que han sufrido… o que dicen haber sufrido. Muchas veces,
demasiadas, ese “sufrimiento” ha sido mitigado por un papel en un película de
mucho éxito en Hollywood, por una carrera fulgurante en la empresa, por una
cuantiosa subvención o incluso por un alto cargo en el ayuntamiento o en el
Parlamento. Y también el de muchos hombres, cómo no. Niégalo si te atreves. Tanto
unas como otros, hacen más daño a la dignidad de las verdaderas víctimas que
quien se prestó al negocio.
Pero lo que es más
importante, yo no estoy en el bando de los asesinos. Así que, si no te es mucha
molestia, te agradecería que me sacaras de tu lista de sospechosos habituales. Que
me quitases el sambenito de “raza
peligrosa” que cuelgas de mi cuello cada vez que haces correr uno de tus
correos, de tus whatsapp o de tus
pantallazos. Pero sobre todo, te agradecería que entendieses de una vez y para
siempre que en esta guerra hay dos bandos: el de los malos, en el que están los
asesinos, los violadores, los que quieren y las que quieren beneficiarse del
dolor ajeno; y el de los buenos, en el que sin duda estás tú, pero también
estamos muchos otros dispuestos a no transigir con ningún tipo de abusos.
Cuanto antes de des cuenta de esto, antes les pondremos en su sitio.
Gonzalo rodríguez-Jurado Saro
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