Uno tiene una edad que ya,
seguro, supera la de la mayoría de los lectores de este blog. Una edad suficiente
como para haber vivido, eso sí, muy joven, los últimos años del régimen de
Franco y los primeros de la Transición. Y por mucho que cuenten ahora los que
nunca vivieron aquella época, los productores de series y los “historiadores”
oficiales, entonces no había un ansia irrefrenable de cambio, ni un pueblo
sojuzgado, humillado y gimiente. La mayoría de los españoles era una clase
media bastante acomodada que, a cambio de no meterse en política, había
progresado exponencialmente en los últimos veinte años. Los que se ocupaban de
política para oponerse al régimen eran, por un lado y con gran mérito, el PCE y
su sindicato CCOO, que ponían los presos y tenían una implantación aceptable en
los cinturones industriales de las grandes capitales y en algunas parroquias. Por
otro lado ETA, apoyada de forma más o menos vergonzante por la burguesía
industrial vasca, ya que el PNV sencillamente casi no existía, y por la
entonces todopoderosa KGB; la burguesía catalana se deshacía en elogios con el régimen,
por cierto. Y por otro y en menor medida, los sectores más liberales del propio
régimen, en los que se incluían los monárquicos juanistas, bastantes tecnócratas y algún que otro carlista hastiado
de llevarse bofetadas. Y por los resultados de la operación, parece que fue
este último grupo quien se llevó el gato al agua. Apoyándose, eso sí, en los
demás grupos y siendo apoyado por ellos.
Al final, ya lo sabe quien
haya querido saberlo, se llegó a un acuerdo que hizo posible la transición pacífica
a la democracia. Y que pasó, en primer lugar, por la Cortes franquistas
haciéndose el hara-kiri, es decir
renunciando de forma más que generosa a todo intento de entorpecer el proceso. A
partir de ahí, el siguiente paso y el más importante, fue la reconciliación
entre los españoles: entierre cada cual a sus muertos con toda la dignidad que
merece el caído por sus ideales, renunciemos todos a la venganza y miremos
adelante. Y a excepción de algunos sectores del ejército, de unos pocos comunistas
violentos y de algunos falangistas
convencidos, la verdad es que le fórmula fue aceptada por la inmensa mayoría,
como así se confirmó en referéndum. El resumen de la Transición en dos párrafos
puede dar lugar a infinitas matizaciones y excepciones, sin duda. Pero de lo
que estoy seguro es que todo esto dio paso al mayor período de paz y progreso
de toda la Historia de España. Un período de paz y prosperidad que abarca desde
aquellas primeras elecciones de 1977 a Cortes constituyentes, hasta el 26 de
diciembre de 2007. Treinta años, solo. Y es que en esa fatídica fecha, un tipo
sombrío, inquietante, que a la sazón presidía el Gobierno de España, promulgó
la llamada Ley de Memoria Histórica. Una ley que venía a dar al traste con todo
ese espíritu de reconciliación y a volver a poner a unos españoles frente a
otros, señalándose y acusándose de no se sabe que odios ancestrales: llamándose
judíos, acusándose de conversos, cuestionando la sinceridad de su fe,
arrogándose cada uno la pureza de sangre. Recordando su apoyo a los franceses o
a los carlistas y la participación de su abuelo en un fusilamiento. Pero sobre
todo, denunciando a los demás ante el Santo Oficio, que a todos nos protege.
Y no parece que el sujeto cometiera
el desaguisado por ambición personal alguna. De hecho, al poco tiempo perdió el poder y quien vino a
sustituirle no fue menos sombrío ni menos inquietante con la convivencia entre
los españoles: no solo no tocó una sola coma de la infausta ley, teniendo
mayoría absoluta, sino que fomentó y financió si reservas el proceso de
división. Ellos sabrán ante quién responden y por qué lo hicieron, pero a mí me
preocupan las consecuencias:
Ya está bien de que la mitad
de los españoles acuda a votar por miedo, y contra la otra mitad. Ya está bien
de que se meta en un mismo saco a los que no son de mi cuerda, y se les niegue
el derecho a opinar, a disentir y hasta a existir. Ya está bien de que se vea
lógico el acoso y la violencia contra “esa gentuza”. Ya está bien de que se
acuse a cualquiera que no opine igual, de maltratar a las mujeres, de racista y
de perseguir a los homosexuales. Ya está bien de decir que si ganan los otros
nos vamos a arruinar y nos van a echar de Europa. Ya está bien de decir que
vienen a romper España. Ya está bien de “cordones sanitarios”. Ya está bien de
que nadie decida lo que los demás pueden pensar, decir o votar. Ya está bien del
miedo “a que vengan”.
Hubo una vez en que los
españoles fuimos capaces de entendernos, de perdonarnos, de tomarnos de la mano
y caminar todos en la misma dirección. Entonces España se convirtió en una
máquina moderna, operativa y muy efectiva. Hoy España es una vieja tartana que
pierde casi el cien por cien de su esfuerzo en rozamiento interno. Malditos
sean aquellos que, teniendo la responsabilidad de mantenerla, la dejaron
pudrirse. Tanto odio lleven como el que han sembrado.
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