Desde que en 1977 existe
esa inmensa arma de manipulación masiva llamada Ministerio de Cultura, resulta
aterrador acercar un micrófono a un ministro, consejero o concejal de Cultura.
Pero vamos por partes, porque antes de que me pongan ante el Tribunal de
Represión de la Disidencia de lo Políticamente Correcto, y me prohíban volver a
escribir, quiero hacer alegaciones:
En primer lugar, cultura es
el patrimonio particular de cada cual, su experiencia personal y las
consecuencias que de la misma saque. Por eso precisamente no se puede hablar de
Una Cultura o de La Cultura, a no ser que esta se quiera manipular y utilizar en
beneficio propio, como es el caso de los políticos. Si yo le convenzo a usted
de que Cultura es todo lo que a usted puede gustarle como la Pintura, la
Literatura, el Arte en general, el Deporte y el espectáculo; y además consigo
que todas y cada una de esas actividades dependan del dinero que yo les voy a
dar, ya tengo bajo mi mando a todo aquél que vaya a producir algo que a usted
le gusta. Pero si además consigo que a usted le guste todo lo que yo produzco,
le tendré cogido por el fondillo. Y si no le gusta, es cuando el ministro,
consejero o concejal interpelado dice su frase favorita: “Hay que acercar la
Cultura al pueblo”.
En segundo lugar, después de
decir semejante mamarrachada, se apuntan a entregar un premio y a derramar millones
de euros sobre sus fieles productores. Estos, a su vez, aprovechan tan
memorable ocasión para ver quién dice la tontería más grande o hace el mayor ridículo.
Después de todo, si usted dice una gilipollez, es usted un gilipollas; pero si
la dice un artista del cine, es una frase célebre. Si usted se viste de payaso,
es muy probable que alguien le califique de payaso, pero si lo hace alguien de
la farándula dirán que es muy sofisticado. La Cultura, por definición no se
puede acercar al pueblo puesto que precisamente tiene más cultura quien más
experiencia tiene y se distingue del resto. Cuanta más cultura tienes, menos próximo
estás al “pueblo”. Otra cosa distinta sería querer acercar al pueblo a la
cultura, fomentar que cada uno atesore su propia experiencia. Pero lamentablemente,
eso no se hace subvencionando compañías de teatro ni pachangas de los pueblos.
Por no perder el hilo, debo retomar
la definición de cultura que hacía al principio. Y para mí, esta no es más que
el cúmulo de experiencias individuales adquiridas a lo largo de la vida. Principalmente
a través de tres vías distintas, aunque es posible que haya otras: Vivir, o
tener la experiencia de haber tenido que tomar decisiones trascendentales;
viajar, o haber tenido que vivir en un medio ajeno al tuyo donde se te complicaba
el hecho de “seguir la corriente”; y leer, entendiendo por leer todo lo que se
lea, ya sean informes técnicos, periódicos, novelas o testamentos. Todo aporta.
La cultura no es más cultura
porque nadie se gaste cientos de millones de euros en promocionar a sus fieles;
ni una compañía de teatro es mejor porque tenga unos medios que las demás no puedan
alcanzar; ni el cine es mejor cine, porque sus productores inviten a sus
bacanales a ningún director general… Y que nadie me diga que sin subvenciones
ninguna de estas actividades sería lo que es. Sencillamente, si no lo serían es
porque no debían serlo. Si yo escribo un libro y no lo compra nadie, a lo mejor
es que no es bueno. Si hago una película y nadie quiere ir a verla, será que no
es tan “culta”. Si pinto un cuadro y nadie se lo quiere llevar a casa, no es
que los demás sean unos incultos sino que yo no sé pintar. O viceversa: si al
cabo de veinte años de mi muerte, alguien descubre que mi libro era una joya
que quedó arrinconada, puede que se deba a que los que entonces decían qué es
cultura y qué no lo es, eran unos inútiles. O unos sinvergüenzas, o unos caras…
Hagamos una Ley de Mecenazgo
razonable, según la cuál quien quiera subvencionar, promocionar, apoyar o
invertir en cualquier actividad, tenga su correspondiente compensación en forma
de desgravación fiscal; que pueda además recoger su parte del éxito si la cosa funciona,
o que asuma el fracaso si no lo hace; disolvamos ministerio, direcciones
generales, consejerías y concejalías de Cultura; y dediquemos esa inmensa
cantidad de millones de euros a algo útil ¿Las pensiones, por ejemplo?
Gonzalo
Rodríguez-Jurado Saro
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