Definitivamente, estamos ante
el final del sistema político del 78. Aunque no es la línea de este blog tratar
asuntos políticos, y aquí es bienvenido todo el que venga a contrastar ideas, a
aportar y a debatir civilizadamente, creo que a nadie puede ofender una opinión
acerca del futuro de nuestra convivencia. Y es precisamente de esa convivencia
de lo que hablo cuando me refiero al sistema del 78, y no de las instituciones
que se crean a partir de entonces. Estas han sido poco a poco socavadas y carcomidas
desde dentro, hasta quedar en meras fachadas. Los que en aquella época éramos
jóvenes -adolescentes en mi caso- éramos radicales, como los jóvenes de todas
las épocas, como el que se cree que lo sabe todo. Unos de un lado y otros del
otro, como buenos jóvenes queríamos salvar al mundo de la amenaza de “los otros”.
Hasta que vimos a los verdaderos protagonistas de la guerra, del horror y de la
muerte de ambos bandos, abrazarse, perdonarse y mirar juntos hacia delante.
Nadie se crea la historia
oficial de un pueblo que gemía doliente, oprimido por una dictadura que a todos
perseguía, porque no es cierta. En España se vivía muy bien y nadie te
molestaba, a no ser que decidiese meterte en líos y reclamar -legítimamente, no
digo otra cosa- un cambio en el sistema político. Y a pesar de todo, mucho
tenías que tocar las narices para que alguien decidiera complicarte la vida.
Como, por ejemplo, desestabilizar la economía desde el único sindicato que
hacía oposición real, que era Comisiones Obreras o desde el partido que lo
dirigía, que era el Partido Comunista de España. Aun así, tanto el PCE como su
sindicato y los sectores dirigentes más altos del régimen, decidieron optar por
una solución pacífica, por la concordia y por seguir el camino de la paz. No se
engañen, los demás partidos no existían, eran meras bandas de asesinos y
secuestradores (ETA, GRAPO, FRAP), o sencillamente no pintaban nada en España. No
me deje mentir quien pueda recordarlo, aunque es verdad que esos pocos años tan
apasionantes fueron convulsos, intensos y distintos en cada pueblo y lugar de
España. En el País Vasco por muy poco tiempo, pero también pasó. En Cataluña se respetaba a todo el mundo,
aunque algunos no lo crean. En todos al final, se respetaba al adversario o por
lo menos se admitía que podía haber alguien que pensara de manera distinta.
Nadie estaba en posesión de la verdad, pero sobre todo nadie era sospechoso de
ladrón, asesino, golpista ni desestabilizador, por el solo hecho de pensar
distinto. Y lo que es más importante, el que se vendía como salvador, como que
venía a salvar a la mitad de los españoles de la otra mitad, era visto como un
patético radical o como alguien peligroso. Y lo era, de hecho.
Lo que ha pasado desde
entonces, para que la mitad del arco político tenga como único discurso auto
adjudicarse credenciales de legitimidad; y la otra mitad le siga el juego
pidiendo perdón por existir, y suplicando un poquito de reconocimiento, es un
misterio. O no. Muchos autores atribuyen esta polarización al surgimiento de
partidos más radicales de ambos lados, frente al bipartidismo: Podemos y Vox.
Sin embargo, en mi opinión, el nacimiento de estos partidos no es el motivo
sino la consecuencia de esa polarización. Y esta polarización ha sido
meticulosamente planeada y ejecutada desde dentro del sistema. Y lo que es
peor, por dirigentes de los dos partidos que hasta ahora se han turnado en el
poder.
Si a esto añadimos la absoluta
degeneración de la Justicia y el asalto por parte de estos dos grandes partidos
a sus órganos de Gobierno, es decir de poder, nos encontramos ante la absoluta
indefensión del ciudadano al que cualquier poderoso decida complicar la vida.
Es decir, la negación de la Democracia. Más aún, desde hace tiempo, para
imponerse sobre cualquier decisión del Tribunal Supremo, última instancia
válida y real de la Justicia en España, se inventó lo del Constitucional. Este
es un tribunal político, nombrado por los políticos y para el que ni siquiera es
necesario ser juez para pertenecer, Con caerle bien al político indicado, vale.
Que este tribunal debe existir es incuestionable, pero bastaría con que fuera
una sala más del Supremo. Punto. Más grave aún, es que la última instancia no
sea el Supremo sino El Divino. Es decir, Jorge Javier Vázquez. Que sea ese patético
sujeto, quien tenga la última palabra sobre vidas y haciendas de los ciudadanos
es, además de impresentable, muy peligroso.
Lo dicho, el final de un
sueño. O más bien, un sueño convertido en pesadilla.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
Buen análisis. Concreto y certero.
ResponderEliminarMuchas gracias, Catilina. Quo usque tandem.
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