Para cualquiera que no tenga
el privilegio de conocer la Biblioteca Nacional por dentro, debo decir que se
está perdiendo uno de los lugares más apasionantes de Madrid. Personalmente y
por motivos particulares, he tenido la suerte de conocerla, pero de verdad:
visitando sus salas reservadas, sus estanterías, talleres y depósitos. De
hecho, aunque usted no lo sepa, de cada libro, de cada revista, de cada cartel
e incluso de cada prospecto que usted ha leído en su vida, si es que se ha
publicado en España, hay una copia en la Biblioteca Nacional. Evidentemente, no
en su sede central, pero sí en sus grandes almacenes distribuidos de forma
estratégica por España.
No diré que cada libro de los
que allí están ha sido leído entero por alguien, pero sí desde luego que el
trabajo de sus bibliotecarios es mucho más que minucioso y que cada ejemplar
ocupa exactamente el lugar que le corresponde por título, por edición, por
editorial, por temática… y por antigüedad. Y fue precisamente revisando uno de
esos libros antiguos que tanto me gustan por su encuadernación, por la calidad
de su papel, por su contenido y por su textura, cuando me encontré un ejemplar
verdaderamente profético. Vaya por delante que me plantea serias dudas la
posibilidad de que alguien pueda ver el futuro, y eso por motivos evidentes de
Física, e incluso Filosofía, fundamentales:
lo que no ha ocurrido no puede ser visto. Otra cosa son las creencias
particulares de cada uno, que para mí son todas respetables. El ejemplar era
aparentemente un cantoral del siglo XVI, impreso en el monasterio de San
Salvador de Nogal de Las Huertas, en León, de construcción muy anterior a ese
siglo. De hecho, constituye uno de los elementos fundamentales para entender la
aparición del románico internacional pleno en Castilla, pero este es otro
asunto… En todo caso, entre sus páginas se encontraba el texto en unas hojas
sueltas. Y sin perjuicio de que alguien pueda objetar que mi paleografía es más
que limitada, que no solo lo es sino que lo ignoro todo sobre paleografía, puedo
asegurar que lo que transcribo lo leí. Es verdad que sin entender nada de
paleografía, insisto, pero como hoy día no hay nada que no se remedie si te
encomiendas con fe a San Google, lo poco que aprendí me permitió datar el texto
en torno a 1.700:
“Cuando en España haya dos
reyes y dos papas haya en Roma, será el principio del fin. Para entonces el
hombre habrá salido de su casa para crear otros hogares y otras familias, y después
la mujer habrá hecho lo mismo. Y los hijos crecerán solos y los padres no
tendrán autoridad para enseñarles. […] El fin de los tiempos no vendrá en nube
alguna ni con lluvia de fuego, sino que será de abajo hacia arriba. Y como la
carcoma destruye la silla sin que nadie lo aprecie hasta que se sienta y se
cae, el mal se iniciará en cada casa, en cada villa y en cada reino y todo el
que se le oponga será señalado y apartado…” […] “Si de entrambos papas y reyes,
tanto de los unos como de los otros, muere primero el que tiene que morir, los
acontecimientos seguirán su curso inexorable. Pero si así no fuere, la
Cristiandad tornará a reinar.” Después continúa el texto haciendo florilegios y
yuxtaposiciones, pero hasta aquí parece ser lo más interesante. No puedo
aportar mucho más en cuanto a su veracidad. Sí puedo en cambio, asegurar
categóricamente que, si esos apuntes estaban entre las páginas de ese libro, es
que cuando llegaron a manos de los bibliotecarios, estaban exactamente ahí. Ese
es uno de los principios de la Biblioteconomía, no alterar la integridad del ejemplar.
Quién lo haya puesto o cuándo lo hayan puesto, se escapa a mi conocimiento,
pero de que el texto y la historia son reales, tengo pocas dudas. O no.
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