Cualquiera que haya trabajado
lo más mínimo, y casi todo el mundo lo ha hecho, reconocerá sin duda la
justificación del salario, entendiendo por salario el pago de una cantidad en
metálico a cambio de un servicio. En cualquier trabajo te pagan a cambio de la
renuncia a tu tiempo, a tu familia y a tu ocio, para dedicarte a la obtención
de un beneficio para otro. Da igual si lo haces tú sólo o de manera coordinada
con más personas. En este último caso, sería la persona o la empresa que te
paga, la que coordinase tu actividad con la de los demás. Si además alguien ha
trabajado de cara al público, entenderá que una parte importantísima de esa
renuncia y de ese sacrificio, es tener que aguantar groserías, exigencias,
impertinencias y mala educación. No digo que todo el mundo sea mal educado,
claro, la mayoría de la gente no lo es. Pero si te toca atender a un imbécil, a
una paleta con dinero o a un niñato, deberás tratarles de la misma manera que
al resto de los clientes. O sea, justo al revés de cómo ellos te estarán
tratando a ti.
Si hay un lugar dónde se puede
observar esto, es en la cola de un supermercado. No se sabe por qué extraño
motivo, los supermercados son casi los únicos comercios en los que hay que
hacer cola para pagar, con permiso de los bancos, de Zara y de don Amancio
Ortega. Y como esas colas son tan aburridas, tan lentas, tan largas e
interminables, puedes entretenerte observando cómo trata la gente a la cajera.
Es una opción, hay otras muchas, pero no vienen al caso. Si lo haces, te darás
cuenta de que no hay dinero en el mundo para pagar un trabajo tan ingrato:
desde quien quiere cambiar un paquete de bragas cuándo tiene detrás una cola de
cien personas, a quien presta más atención a los gritos de su niño mal educado
que al datáfono, o quien desconfía por principio de tu buena fe, o incluso de
la del lector láser, a la hora de pasar los artículos. Si a eso le añadimos las
horas encajonada en un mostrador en el que no puedes dar la vuelta o del que no
te puedes levantar en casi ningún caso, entenderemos que el sueldo de una cajera
es un sueldo más que bien ganado. Por supuesto hay cajeras de supermercado
altas, bajas, listas, tontas, feas, guapas, honradas, con el pelo rizado,
bizcas o testigos de Jehová. Como pasa con los dependientes del comercio, con
los directores de los bancos, los artistas, los abogados del estado, los guías
turísticos, los comerciales y los directores de escena. En todas partes hay de
todo y desde luego, es una absoluta estupidez juzgar a nadie por el trabajo que
ha ejercido, siempre que éste haya sido honrado.
Por eso me indignan los
correos, memes y chistes que últimamente me llegan criticando a la ministra de
Igualdad, por lo que probablemente sea lo único honrado que ha
hecho en su vida. Por lo menos, sabemos que es lo único útil y el único trabajo
digno que ha ejercido. Al menos, declarado y cotizando a la Seguridad Social.
De ella se puede decir precisamente que no ha pegado un palo al agua, que es sectaria,
ignorante, osada, que su único mérito para ser ministra es dormir con quién
duerme, o haber dormido con quien ahora duerme con la que antes dormía con su
marido… Todo eso es opinable, son apreciaciones subjetivas y estarían dentro de
lo que podemos considerar motivos de crítica. Tanto como quien los considere
méritos, que eso es asunto de cada uno. Pero desde luego, criticar que nadie
haya ejercido un trabajo tan digno como el de cajera, portera o cualquier otro,
me parece no solamente una aberración sino un argumento bastante estúpido. Así
que, por favor, quien me conozca, que no me mande mensajes ridiculizando a
nadie por haber sido cajera.
Y como dijo nuestra protagonista
en memorable ocasión: “Jo, tía”, es más bien ella quien denigra la profesión de
cajera, no la profesión a ella.
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