Parece ser que, a rebufo del
éxito que supuso que una niñata sin estudios, con graves problemas psicológicos
y convenientemente manipulada por sus padres, saliera a dar lecciones a los
supuestos “dirigentes mundiales”, y estos agachasen las orejas, han surgido
muchos más niñatos-predicadores consentidos. Pero ahora no se limitan a dar lecciones,
sino que tienen que atentar contra el patrimonio cultural. Y digo bien,
patrimonio cultural porque cada obra de un maestro que está colgada en un museo
es un tesoro de todos, insustituible y digno de ser puesto a salvo para las
siguientes generaciones.
Pero toda esta panda de vagos,
que no han pegado un palo al agua en su vida, considera que ese valor no es
nada al lado de lo que a ellos les importa, que es asumir la defensa del
planeta, del clima, de las focas o de la madre de Tarzán. Es decir, chillar,
patalear, insultar… todo menos trabajar para vivir. Por muchas razones que
tengan estos energúmenos, no tienen ningún motivo, ni mucho menos justificación
para destruir el patrimonio de todos. Menos aun cuando es una joya insustituible.
No hay forma humana de justificar la
destrucción, bien sea efectiva o en grado de tentativa, de nada para llamar la
atención sobre ningún problema. Yo no puedo pegarle fuego al kiosco de periódicos
de al lado de mi casa porque no esté de acuerdo con las multas de tráfico; ni
puedo hundir un barco para llamar la atención sobre el problema de la falta de
pastos para mis vacas. En ambos casos, sería considerado con toda razón un
delincuente. Con el agravante de que el valor de un barco o de un quiosco de
prensa es infinitamente menor que el de un cuadro de Van Gogh o de Goya. Pero
ellos no le entienden, claro. Ni han estudiado, ni sus papás han consentido jamás
que alguien les obligara a estudiar, a esforzarse, ni a entender el valor de
una obra de arte. Para ellos es solo algo en lo que se fija mucha gente y que
sirve para llamar la atención sobre sus fines. Por lo general son "pringaos"
que se creen que han encontrado una causa, no por la que luchar, sino para
justificar su salvajismo.
No hay fin que disculpe estas
salvajadas. Si hay algo que distingue la civilización de la barbarie, es la
resolución de los conflictos por la vía pacífica. Es decir, evitar que nadie
pueda imponer sus criterios por la fuerza, utilizando la violencia en
cualquiera de sus versiones. Con el agravante de que, para llegar a este punto,
los países considerados civilizados hemos tenido que pasar por muchos
conflictos, muchas persecuciones, guerras y asesinatos. Algún respeto merecerá el
recuerdo de los que se han dejado la piel por el camino, para que nosotros
podamos vivir en paz. Y dese luego, ese respeto pasa por no permitir a nadie
tomarse la justicia por su mano, por mucho que esto emociones sus papás cuando
lo ven.
Si no acabamos con ellos,
ellos acabarán con la civilización. Una civilización en la que no pueden tener
sitio, a no ser que sean debidamente sancionados, cumplan su pena y se
reintegren a la sociedad sin ganas de volver a delinquir. Es sencillo, pero
parece entenderlo muy poca gente. Y menos aún, los presuntos “líderes mundiales”.
Esos son los peores.
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