Dicen que el secreto del éxito
de la Stasi, los servicios secretos de la Alemania comunista (me niego a
llamarle democrática), consistía en que tres de cada cinco alemanes eran
colaboradores suyos. No sé si esta afirmación se basará en datos contrastados y
desde luego, si existe una lista de todos esos colaboradores, supongo que a muy
poca gente le interesará que se publique. Como casi siempre y en casi todas las
cosas, habría de todo. Por una parte, si tú vives en un país comunista y el
servicio secreto te “invita a colaborar” para que informes de tus vecinos, imagino
que es complicado negarse. Por otra siempre hay gente, a veces demasiada, que
no duda en correr en auxilio del vencedor, aún a riesgo de perder su propia
dignidad. Al final, la cuestión era muy sencilla: denunciabas o te denunciaban.
Así que todos calladitos y a informar de lo que hiciera el vecino, quien a su
vez tendría que informar de lo que tú hicieras. Supongo que, si algún cubano o algún
venezolano leen este artículo, les parecerá demasiado lejano el ejemplo de la Stasi.
Paciencia hermanos, por aquí decimos que no hay mal que cien años dure.
Con el único fin de no informar,
de no nombrar, de que no existan los muertos, más allá de un frío dato
estadístico, nuestra Stasi integrada por políticos, funcionarios, periodistas,
empresas de comunicación y hasta algún que otro general, han decidido convertir
esta crisis en un festival de balcones. A diario nos fusilan con imágenes,
reportajes y presuntas noticias de balcones. De balcones que cantan, de
balcones que lloran, que se emocionan y que aplauden. Sobre todo, que aplauden.
Muchos aplausos, todo aplausos. No hay muertos, sólo aplausos: balcones
aplaudiendo, médicos aplaudiendo, políticos aplaudiéndose unos a otros, y aplausos
en ruedas de prensa, en las que se informa de los muertos.
“Entre todos venceremos”, “Todos
somos…” Todos, no. Hay por lo menos treinta y cinco mil que ya han perdido, que
ya no son nada. Treinta y cinco mil que ya no van a aplaudir desde ningún
balcón. Y sus familias, no creo que estén para aplausos. Ni para darlos ni para
recibirlos, porque ni siquiera han podido despedirse de ellos. Ni siquiera una
oración en su presencia ni acompañar a sus restos hasta el reposo final. Sin
necesidad de aplaudir, que no se sabe por qué ya no se reza a los muertos sino
se les aplaude. Hasta la muerte se ha convertido en un espectáculo y se aplaude
en los entierros, y al paso de un féretro. Ya no se reza por los muertos, ahora
se guarda un minuto de silencio… y después se aplaude.
En estas circunstancias, en esta
sociedad del espectáculo dónde tu valor se mide por el número de personas que
te aplauden, y dónde sólo se busca la aprobación del espectador ¿a alguien le
extraña que haya surgido a Satsi de los balcones? El informador del balcón se
cree con todo el derecho a juzgar y condenar sin juicio a quien a él le parezca
que está actuando mal. No importa si tu hijo necesita pasear dos o tres horas
al día para mitigar su autismo: si te descubre la Stasi de los balcones os
abucheará a ti y a tu hijo y aplaudirá cuando venga la Policía a ponerte la
cara colorada. No importa si eres un deportista profesional y estás autorizado
a salir a entrenar, porque de eso depende tu trabajo y tu vida: si te descubre
la Stasi de los balcones, tu entrenamiento, tus madrugones, tus récords y tus
medallas, no valdrán una mierda. No importa si vienes o vas al hospital; si
vienes o vas a enterrar a tu madre. Al informador del balcón de la Stasi, lo
único que le importa es que se sepa que él es un buen súbdito, que informa
puntualmente de cuanto ocurre en su barrio, y que aplaude cuando la Policía
viene restaurar el orden. Y si hay alguien que no cumpla, habrá que informar.
Menuda panda de imbéciles.
Menuda panda de imbéciles.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
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