Ya está bien. Hasta aquí
hemos llegado. No aguanto ni un minuto más viendo a políticos, periodistas,
presentadoras, folclóricas, estudiantes, profesionales, artistas, y deportistas hablar con las manos. Parece ser que uno de los lenguajes del mundo
con un vocabulario más rico, no tiene términos suficientes para que toda esta
panda de soplagaitas, mequetrefes e ignaros puedan expresarse.
Y es que no falla, oiga: Como
a día de hoy es absolutamente imposible evitar
ver la televisión, ni aún escondiendo el cable de la antena de la que para tu
desgracia tienes en casa, siempre tienes que tragártelo. O estás en un bar,
tomando una merecida cerveza después de un paseo, y no te queda otra que seguir
con la vista los jeribeques, atauriques y volatinas que una señorita comprimida
dentro de un mini traje hace desde ese aparato infernal. Si además prestas
atención a lo que dice, entiendes rápidamente que utilice las manos para
subrayar que no tiene absolutamente nada que decir. Pero si a continuación
comparece ante las cámaras un futbolista, te puedes tomar un respiro. Sencillamente
repite una letanía llena de comodines que, como se ha tenido que prender de memoria,
recita sin puntos ni comas y por supuesto no le da tiempo a utilizar las manos
en su declamación. Hace años los fubolistas
“pensaban de que sí…”, más tarde afirmaban categóricamente que “el fúbol es asín…”
y ahora, no tengo ni idea porque no me interesa, pero por lo menos no suelen
hablar con las manos. Demasiados frentes a cubrir. Pero poco dura la alegría en
casa del pobre. A continuación viene una tertulia de formato círculo de
asientos, sin mesa delante pare exhibir mini falda. El tema, la vida sexual de
alguien a quien nadie conoce pero a quien se designa por su nombre de pila. Dos
condiciones: chillar mucho y agitar las manos subrayando cada frase, cada
palabra y cada letra. Patético, pero parece ser que efectivo. Asco de pueblo
tenemos, oiga.
Y la cosa no mejora en
absoluto cuando pasamos a ambientes presuntamente intelectuales o
universitarios. Cuando se quiere explicar que lo que se está diciendo es
textual, no se utiliza el adverbio “textualmente”, sino que se hace un gesto
ridículo, agachando los dedos índice y corazón de ambas manos, como si fuera un
conejito agachando las orejas, para indicar que lo que se dice va “entre
comillas”. O bien se adoptan poses en debates, tertulias, mesas redondas y conferencias,
adoptadas del mundo del espectáculo. Como golpearse el pecho para dar las gracias,
extender las manos hacia el invitado al que se presenta o agachar la cabeza
ante el público que aplaude. Y lo malo de todo esto no es que uno no esté
acostumbrado a comunicarse como los apaches. Es que si lo criticas no solo eres
un cavernícola, un visigodo y un retrógrado, sino que además no eres nada presentable.
Pues por mi parte, que así sea.