domingo, 27 de junio de 2021

Ego te absolvo...

 

“Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”. Con esta fórmula, pronunciada por un ministro de Dios, capacitado para perdonar los pecados, los católicos recibimos el perdón divino. Y aunque uno anda últimamente con bastantes dudas respecto a una religión que lo basa todo en la culpa -y también en el perdón posterior, seamos justos-, pretendo no bajarme del barco. Católico soy desde pocos días después de nacer, y católico me gustaría morir. Aunque no siempre te lo ponen fácil, y lo digo con auténtica pena. No con ningún sentimiento de superioridad intelectual ni de autocomplacencia como hace la mayoría. No seré yo quien venga a dar catequesis ni lecciones de Teología, que no es ese mi negociado.

El caso es que dentro de esa permanente vigilancia de los propios actos y pensamientos que me enseñaron a tener, cabe un proceso de redención. Este pasa por el examen de conciencia, es decir revisión de los propios actos para adecuarlos a un comportamiento predefinido como correcto; dolor de los pecados, tomar conciencia del mal causado y asumir el sentimiento de culpa; decir los pecados al confesor o lo que es lo mismo, exteriorizarlo para que no quede en tu esfera íntima; y cumplir la penitencia como forma de dejar constancia del arrepentimiento.

Pues bien, después de tantos años, después de tantos exámenes de conciencia y después de tanto dolor de los pecados, resulta que todo eso no es en absoluto necesario para ser perdonado. No sé si por Dios, pero sí al menos por sus obispos. Sin ánimo de ser exhaustivo y mucho menos de generalizar, me resulta cuando menos chocante que a un cierto número no menor de obispos, les parezca una idea brillante lo de absolver sin arrepentimiento, sin dolor de los pecados, sin penitencia y aun sin confesión, a quienes han intentado destruir el orden constitucional y a quien retuerce la Ley sin miramientos, para volver a colocarlos en el punto desde el que emprendieron la agresión. Y que el resto de ellos, por cierto, incluidos los cardenales y el mismo Papa, no les desautoricen. Pero lo peor es que no estamos hablando de un pecado cualquiera que afecte a la conciencia del pecador, sino de un delito que afecta a toda la sociedad, a su seguridad, a su igualdad ante la Ley y a todas sus garantías constitucionales. Es decir, un mal hecho de manera consciente con el fin de perjudicar a muchos para beneficiar a unos pocos. Unos pocos entre los que se encuentran, cómo no, los propios infractores. Que la sociedad esté legitimada para defenderse de ellos, parece algo más que lógico. Que utilice toda su capacidad para disuadirles de que vuelvan al ataque, también es incuestionable. Y si además consigue hacerles asumir su culpa y que la interioricen, mejor que mejor. Hasta aquí, si sus eminencias no me dicen otra cosa, nada que no esté plenamente asumido por la doctrina social de la Iglesia. Mucho menos por la interna, que son muchos miles de cristianos los que han sido expulsados de la Iglesia a lo largo de la Historia, sólo por poner en cuestión su unidad. Algunos incluso juzgados, condenados… y cosas peores.

¿A qué viene entonces, esa piedad, ese amor y esa comprensión con los que atacan a los demás, a sus bienes, a su seguridad y a su familia? Insisto en que no estoy nada versado en las cosas de la Fe y de la doctrina, pero de lo que sí entiendo algo, porque hice una carrera universitaria, es de Historia. Y la Historia dice que, en el siglo XIX, junto a corrientes filosóficas como el liberalismo, el utilitarismo, el empirismo, el positivismo, el marxismo, o el existencialismo entre otras, surge el nacionalismo en la política. Y el nacionalismo es la única corriente política que no se basa en ninguna filosofía sino en un sentimiento. El sentimiento de pertenecer a un pueblo, un grupo o una raza agraviados. Bien por una antigua invasión, por una escisión territorial, por un lenguaje común o por todas esas cosas juntas. Y si alguna de ellas no es cierta, se inventa sin más, ya que esta mentira está justificada por las demás “injusticias” históricas. El hecho es que el nacionalismo no busca la defensa de los derechos y los bienes del individuo, sino de un pueblo y su pretendido territorio. Es más, los derechos no son de los individuos sino de los territorios. Y ese territorio llega hasta donde los líderes nacionalistas dicen que tiene que llegar. Es decir, hasta dónde a ellos les de la gana. El territorio de Serbia, por ejemplo, llega justo hasta dónde esté enterrado el último serbio. Otros llegan hasta cualquier lugar dónde se hable su idioma… y otros hasta dónde la sociedad se deje imponer ese idioma. Y recuperar esa tierra “robada” a un pueblo, es un objetivo vital de todos y cada uno de cuantos abracen tan diabólica doctrina. Incluidos los obispos. Personalmente creo que es deber de cualquier ciudadano celoso de sus derechos, sea de izquierdas o de derechas, oponerse a tal atropello. Sea quien sea quien se lo intente imponer, lleve sotana, uniforme, barretina, chapela o un casco con cuernos.

viernes, 18 de junio de 2021

El tonto sostenible

 

Contaba el gran Jimmy Pérez de Seoane, con esa ironía que lo contaba todo, cómo en uno de sus primeros procesos de selección, llegó a la entrevista final y el entrevistador lo primero que le preguntó fue:

- “¿Te gustan los retos?”

Con mucha parsimonia, Jimmy le contestó

- “Me voy a levantar de mi silla, voy a salir por esa puerta, voy a volver a entrar y vamos a empezar de nuevo la entrevista, como si no me hubieras preguntado esa estupidez…” Creo que dijo una palabra algo más gruesa que “estupidez”, pero, en fin, vale para la anécdota.

Evidentemente no resultó seleccionado, pero como siempre hacía, dijo lo que pensaba y se quedó tan a gusto. Y es que, aunque no es el único, el sindicato de los entrevistadores, psicólogos y seleccionadores es muy dado a la utilización de conceptos y palabras pseudo cultas. Conceptos pro, digamos. Y lo mismo que ellos, los periodistas, los políticos de toda laya, los futbolistas, los famosos, los famosillos, los famosuelos… y todo cursi al que le pongan un micrófono delante.

Pero si para toda esta recua resulta admirable la palabra “reto”, hay otra que no sólo les obnubila, sino que además consideran obligatorio utilizar, venga o no venga al caso. Y ese concepto no es otro que el de “sostenible”. Todo tiene que ser sostenible y nada que no sea sostenible es digno de ser mencionado. Pero es que hay muchas más: para el tonto sostenible las personas no tenemos sexo sino género. Es decir, además de masculino o femenino, un ser humano puede ser neutro, común, ambiguo o epiceno, supongo. Yo creía que eso les pasaba solo a las palabras, pero no se fíe usted mucho de mí. Para el tonto sostenible, además, todo lo que quiere resaltar o señalar como importante es “histórico”. Y en eso no le falta razón, es cierto, que todo lo que ocurre es histórico, desde el punto de vista de que ocurre después de algo y antes de otra cosa. Es decir, en una sucesión temporal, y la Historia no es otra cosa que el relato de los sucesivos acontecimientos. Al tonto sostenible, además, le encanta implementar. Siempre hay que implementar algo. Porque, aunque usted no lo crea, alguien que implementa es una persona cultísima, digna de la admiración de sus semejantes. No lo dude, si usted no implementa algo, usted no será tenido en cuenta nunca. Y eso, que usted no sea tenido en cuenta, al tonto sostenible le genera una gran zozobra, ya que así lo hace constar cada vez que puede. Y lo hace a través de una de su frases más queridas y estudiadas: “que no se quede nadie atrás”. Lo dice y se queda más a gusto que si hubiera recitado las catilinarias de un tirón. El tonto sostenible, es tan tonto que es capaz de decirte que no está dispuesto a que nadie se quede atrás, cuando te está hablando de sesenta, setenta u ochenta mil muertos que ya “se han quedado atrás”. Y no se le ocurra a usted decírselo porque entonces, muy a su pesar, tendrá que sacar su argumento más demoledor, el arma que jamás querrá utilizar contra nadie, pero que, si usted se empeña en explicarle la realidad, le estará obligando a hacerlo. En este caso, el tonto sostenible le llamará a usted negacionista, que es como si alguien le llamara converso ante un tribunal del Santo Oficio. Lo peor, lo que solamente se puede llamar a un despreciable hereje irredento.

Pero no nos equivoquemos, no juzguemos de manera injusta y temeraria, que el tonto sostenible no sólo no es alguien chinche y maniático, sino que además repudia de manera innegociable lo negativo, lo feo y todo lo que chirríe. Es Flower Power total, pacífico, amante de la naturaleza… y bastante pelmazo. Él abomina de las emisiones, odia las emisiones. Todas las emisiones son malas, hasta las flatulencias de las vacas, que por muy naturales que sean, no dejan de ser emisiones. Y las emisiones, son lo que son… De hecho, considera una blasfemia decir que las flatulencias de las vacas son algo natural. Y en cierto modo tiene razón, pues utilizar tan sacrosanta palabra para definir algo tan sucio y feo, no puede por menos que considerarse un sacrilegio. El tonto sostenible nunca desestimará la oportunidad de hablar de algo que sea ecológico, bio o integral, que en realidad se utilizan como un único concepto, aunque no tengan mucho que ver. Pero sobre todo, lo más importante, lo único realmente relevante, lo que de manera indefectible debe decirse de algo o de alguien para señalar su importancia, es que es respetuoso con el medio ambiente. Y uno, que es un poco rural y ciertamente paleto, cuando le dicen eso, se imagina al tonto sostenible haciendo reverencias y bajando la mirada con respeto ante un campo de retamas. Pero, en fin, eso me pasa a mí por no tener una conciencia y una educación verdes. Pero es que, qué le vamos a hacer, en mis tiempos lo verde era algo distinto que ahora. Y mucho más divertido, por cierto, que cuando te hablaban de algo verde, era un chiste o una película…