jueves, 22 de octubre de 2020

Y ahora, qué

 

Como siempre, aclarar antes de empezar que cuando hablo de generalidades, entiendo perfectamente que cada caso es un mundo y que prácticamente no hay dos casos en las mismas circunstancias. Y como voy a hablar de le educación de los jóvenes, entiendo que cada joven es completamente distinto del resto de los de su edad, y que su educación ha tenido lugar en unas circunstancias completamente distintas de las de su amigo. Por tanto, que nadie se me ofenda. También soy consciente de que, para cada padre o madre, la educación de sus hijos ha sido la más esmerada y la mejor que en sus circunstancias podían recibir. Y que cada uno de ellos son el mejor hijo o la mejor hija que hay en el mundo. Nos pasa a todos, cómo no.

Sin embargo, ahora nos horrorizamos porque todos nuestros esfuerzos, nuestro sacrificio de los últimos meses, nuestras horas de angustia en casa o en el hospital y nuestros muertos, se van a ver comprometidos porque los niños “tienen que salir de fiesta”. Según los últimos datos publicados, el ochenta por ciento de los contagios del último mes, tuvo lugar en botellones y fiestas ilegales. Pero ¿Qué queremos que hagan, si desde que han nacido les hemos enseñado que ese es un derecho inalienable de la juventud? Les hemos enseñado que hay que mantener limpio nuestro entorno, y nos hemos emocionado cuándo nos contaban que había una sentada o un encierro en la “facul”, para protestar por los vertidos de petróleo al mar. Pero hemos mirado para otro lado cuándo hemos visto el estercolero en que habían convertido esa misma “facul” los viernes, después del botellón; o cuándo han salido de casa dejando su cuarto como una auténtica pocilga. Hemos justificado además que hagan ese botellón porque “es que en los bares les cobran mucho por beber”, lo que aparte de ser una puñalada para los propietarios de los bares que pagan sus impuestos y cumplen todas las normas de sanidad; es una invitación a beber por beber. Porque hay que emborracharse para ser más guay. El proceso no es: salgo, tomo una copa o dos o varias, y si se me va la mano me emborracho y ya pagaré mañana la factura de la resaca. No. El proceso es el inverso: salgo a beber para emborracharme. Conozco más de un caso de ayuntamientos que, con el fin de combatir el botellón y de proteger a los menores, se dedicaron a mandar a la policía local a identificar a quienes hacían botellón. En todos los casos se tuvo que dejar de hacer, porque al ayuntamiento le llovieron las denuncias de los papás por acoso, detención ilegal o cosas peores…

Ahora los audaces estudiantes de las universidades de Valladolid o Santiago de Compostela han empezado a hacer fiestas en locales o casas particulares cobrando la entrada. De esta manera, hacen un fondo para pagar la multa que les va a caer si les pillan. Ante esto, habrá dos reacciones distintas de los papás cuándo se enteren de lo que hace su hijo: bien dirán que no se pueden hacer con ellos, que como viven fuera de casa van a hacer lo que les dé la gana; o bien lo encontrarán graciosísimo e ingeniosísimo. En el primer caso, se quitan de en medio para justificar la gran carencia que espero algún día sus hijos les echen en cara, cuál es la de no haberles educado.  Aunque después de todo, la falta de educación hace tiempo que no es una rémora para alcanzar los puestos más altos en los trabajos. Y en el segundo, nada que decir aparte de que la estupidez es hereditaria en muchos casos. Y que cuándo le traigan a casa ese maldito virus que se pueda cargar su trabajo, su vida o la de sus padres, no den la lata y sobre todo, no lloren.

Pues eso, y ahora qué…