domingo, 17 de diciembre de 2017

Muy Señor mío:


Adjunto remito mi Currículum Vitae por si pudiera resultar de interés para los fines de la plaza que convocan en su anuncio.

Como puede comprobar en él, tengo una larga experiencia en puesto similar, lo que sin duda hará que usted haya descartado ya mi candidatura. Como usted y yo sabemos, usted ni siquiera leerá esta carta de presentación, ya que al ver en mi Currículum Vitae que tengo más de cuarenta años, quedaré automáticamente descartado. Puede usted ser un joven y activo empresario, de esos que ahora se llaman emprendedores, al que le dé una enorme grima contratar a alguien que tenga más edad que usted, porque considera que nadie hasta que llegó usted, ha hecho nada que merezca la pena reseñar. O bien puede usted ser un obediente jefe de personal, de esos que ahora se llaman Human Resources Manager, al que han dicho que nada de contratar a nadie con más de cuarenta. De lo que sí estoy seguro es de una cosa: o usted tiene menos de cuarenta años o es de esos que superó la crisis con ciertos problemas y consiguió quedarse. Consiguió quedarse después de ver caer a muchos compañeros, mucho más preparados que usted, pero más baratos de despedir.

Y es que, como habrá podido comprobar, dada la importancia del cargo que usted ocupa, ahora mismo el mercado laboral en España, se divide en dos: los que superaron la crisis y siguieron cobrando su sueldo y aumentándolo año a año, que ahora cobran por encima de los dos mil euros; y los que perdimos el trabajo con la crisis, que ahora nos tenemos que agarrar a un puesto de novecientos o menos euros al mes, si es que alguien nos contesta, que como puede usted deducir, no es mi caso. De más de mil CV enviados, creo que no llegan a diez los contestados. Entiendo que por algún sitio hay que comenzar a descartar, ya que tiene usted más de trescientos currículos encima de su mesa, pero no consigo entender por qué la experiencia, el no tener hijos pequeños y el tener cada vez menos cargas familiares, son una rémora. Perdón, un hándicap, lo llama usted. Me acuerdo que cuando hacía entrevistas de joven, era precisamente eso lo que buscaban ¿no? De ser mujer y tener posibilidad de quedar embarazada, ni hablamos. Pues ahora, tampoco es ninguna ventaja eso ¿En qué quedamos?

Solo quiero desearle que nunca se encuentre usted en mi lugar. Que nunca tenga usted que cambiar su modo de vida y pase por la puerta de los restaurantes a los que antes iba, mirando para otro lado. Que no tenga que inventarse ninguna excusa cuando le llamen para una cena de amigos o una comida de antiguos compañeros. Que su mujer le apoye como la mía, y sus hijos sean tan santos como los míos. Que su familia y sus amigos no intenten evitar el tema del trabajo y del dinero en su presencia, porque piensen que va a salir usted contando desgracias. O bien que algún despistado no le proponga hacer viajes, que usted sabe que hace muchos años no puede hacer.

Yo sé que este no es asunto suyo. También sé que existe un subsidio para aquéllos que hemos agotado la prestación por desempleo. Seiscientos euros, por cierto. No los desprecio, claro. Pero eso es casi lo que me quitaban a mí todos los meses cuando trabajaba. Y es que mire, si hacemos cuentas: si yo hubiese metido en una cuenta todo lo que me han quitado mensualmente a lo largo de mi carrera, hoy viviría tranquilo. No desahogado, pero sí tranquilo.


Perdone que no le dé las gracias, porque como decía más arriba, sé que usted ni se ha mirado ni se mirará jamás esta carta. Felicite de mi parte al que haya seleccionado usted para este puesto, y no sea tan cínico de convencerle de que es un triunfador porque le han seleccionado entre trescientos. Sencillamente, le han seleccionado, primero por su edad; y segundo, porque está dispuesto a trabajar por lo que ustedes le ofrecen. Y no es que el chaval sea tonto, que va, es que no hay otra cosa.

martes, 14 de noviembre de 2017

Usos y abusos en Hollywood

Vaya por delante que uno no es un misógino, ni mucho menos un talibán ni un fundamentalista. Vaya sobre todo por delante que tengo mujer y una hija, aparte de un hijo adorable. Y que como hijo, marido y padre, hay pocas cosas que más me repugnen en esta vida, que esa gentuza que se vale de su posición preeminente, de su poder o de la debilidad de la otra persona para obtener favores sexuales. Que no entiendo cómo nadie puede disfrutar humillando a otra persona y que no los considero enfermos, como suelen decir los bienpensantes, sino auténticos hijos de mala madre, alimañas dañinas y gentuza que tiene que vivir fuera de la sociedad. Vaya además por delante que ni conozco, ni tengo la más remota idea de ninguno de los casos que, como cerezas del frutero, están saliendo sobre las distintas actrices de Hollywood y algunos productores espabilados. Algunos habrá realmente sangrantes.  Otros, cuando menos curiosos.

Dicho esto, tengo un par de dudas. Lo primero que me pregunto, es por qué este tipo de abusos solamente les ha ocurrido a mujeres. ¿Será que no hay ni ha habido nunca homosexuales en Hollywood? ¿Que haberlos, haylos, pero que a ninguno de ellos se le han cobrado favores sexuales a cambio de papeles en las mejores películas? ¿O que el abuso no es tal abuso, ni la humillación es tal humillación porque eran hombres? Porque claro, a la humillación de prestarse a tener sexo con alguien a cambio de una oportunidad de trabajo, habría que añadir la doble humillación de aquellos que han tenido que pasar por la cama de un productor, sin haberlo catado antes. Y no se me diga que a las mujeres les ha podido pasar igual. Todavía no hay ninguna productora denunciada por ninguna actriz. Ni productor denunciado por ningún actor, también es verdad. La segunda duda es ¿Han tenido que pasar por semejante calvario todas las actrices -y solo las actrices- que han triunfado en Hollywood? Lo digo porque, en tal caso, habrá muchas que después de haber sido humilladas y vejadas se habrán tenido que volver a su rancho de Kansas con el rabo entre las piernas (y pido perdón por tan inoportuna expresión).

Desde que el mundo es mundo, el que reparte el bacalao, el que tiene la llave de la despensa o la capacidad de repartir mercedes, se ha servido de su posición para obtener beneficios adicionales. Uno de ellos, quizá el más frecuente, ha sido el de derribar las defensas de la fortaleza que deseaba asaltar. Siempre ha habido jueces prevaricadores, curas simoníacos, reyes perjuros y corregidores untados. Los que llevamos décadas en el mercado de trabajo, conocemos por experiencia o por referencia, muchos casos de puestos de trabajo obtenidos, por decirlo de la manera más suave posible, por debajo de la mesa o mordiendo la almohada. Tanto ellos como ellas. Hasta aquí, nada nuevo y nada que objetar: Quien se ha querido prestar, ha recibido a cambio sus treinta monedas y aquí paz y después gloria. Cuánto menos si se trata de un empleo para el que no hace falta prácticamente cualificación alguna, ni casi formación previa. Un empleo en el que además de cobrarse ingentes cantidades de dinero, te da paso a un mundo de lujo, derroche y esplendor con el que jamás habrías soñado en tu pequeño rancho de Kansas. Un mundo además, al que llegas después de miles de puñaladas, traiciones y engaños.


Personalmente, no me parece mal que cada cual utilice todas las armas que la vida pone en sus manos, para alcanzar sus objetivos. Creo que mi moral no es exportable, nada más que a mis hijos, que cuando sean mayores harán con ella lo que estimen más oportuno. Creo que si te metes a competir por un objetivo, debes saber con quién estás compitiendo y cómo se juega a ese juego. Si te metes y pierdes, mala suerte. Otra vez será. Pero si te metes, utilizas todas tus armas, juegas al mismo juego que el resto, y después de dejar decenas de cadáveres en el camino, ganas, no vengas encima a cobrarte venganza de quien prefirió tus trucos a los de otra. Otra que a lo mejor te dejó pasar porque no quería arrastrarse tanto como tú. Eso no está bien, creo yo.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 13 de octubre de 2017

Nacionalismo y catalanofobia

Me había propuesto no escribir sobre el único tema de conversación que, a lo largo del último mes y lo que te rondaré… ha habido en periódicos, radios, televisiones, tabernas, garitos, lugares de ocio y comidas familiares. Cataluña, efectivamente. Y no, no es que me vaya a escudar como los tibios en el “yo de política no hablo”, que la Política es -o puede ser-  una actividad tan digna como la Economía, la Cultura o los viajes. Y desde luego, en muchos casos, mucho más digna que el fútbol. Tampoco es que no tenga opinión al respecto, que la tengo y bastante formada. Formada desde hace años, cuando a diario me tocaba repasarme toda la prensa catalana; o cuando me tocó recorrerme Cataluña de pueblo en pueblo. No, sencillamente es que me parece complicado decir nada que no se haya dicho ya. Algunas cosas muy sensatas, otras muy prudentes, muchas de ellas demagogia facilona y algunas, sencillamente impresentables.

Así que obviaremos mi opinión política, que por ser mía solo a mí me importa, y nos centraremos en el lado humano del asunto. En concreto, hay una foto de la agencia Reuters, publicada incluso antes de que Puigdemont terminara de excretar su discurso-proclamación-suspensión de independencia, que lo dice todo. La foto es por todos conocida, y en ella se ven la emoción, la excitación y la euforia de los que esperaban en la calle… y a continuación, unos segundos más tarde, su decepción.


Pues esto es lo que hay, queridos: os han dejado tirados. Tirados como colillas. Si no fuera porque sois violentos, sectarios y cobardes, me daría pena ver esas caritas de pena. Violentos porque agredís o calláis cuando agreden a alguien por llevar una bandera, por representar a sus vecinos en un ayuntamiento o por no sentir lo que debe sentir. Sectarios porque solo en vuestra tribu, en vuestra jauría hay salvación. Nadie que no obedezca tiene derecho a vivir en vuestro territorio. Y cobardes porque solo atacáis en manada, a dos chicas solas o a un padre con tres niños pequeños.

Así que pena, ninguna. Se han ido todos. Han cogido sus empresas y os han dejado allí, chillando. Los mismos que, o bien os pagaban para que gritaseis desaforados en la calle o bien callaban mientras lo hacíais, han puesto su dinero a salvo de vosotros. No me extraña esa cara de tontos que se os ha quedado ¿Quién os va dirigir ahora, el capataz? Porque a él también le han  dejado tirado y se han ido con “el enemigo”. Contra ese a quien le mandaban azuzar la rehala. Pues tan malo no será porque ellos creen que su dinero está más seguro allí. Lo malo es que el capataz sabe arrear el ganado, pero no tiene ni idea de hacia dónde.


La parte mala es que nos los habéis enviado a nosotros. Que ahora vendrán llorando, haciéndose las víctimas y pidiendo “medidas” para salvar sus empresas. Que de repente se les habrá olvidado que durante cuarenta años no han hecho ni han dicho nada. Y que después de inocular en vosotros el virus del odio, os han dejado buscando víctimas a quien culpar de vuestra amargura. Nada personal, pero reconozco que no me dais ninguna pena. Además, no es catalanofobia, que eso sería odiar a alguien por ser catalán y yo no odio a nadie. Es más, me caen muy bien los catalanes. Y a los nacionalistas no os odio, sencillamente os desprecio y por eso no podéis darme pena.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 26 de septiembre de 2017

Contra el Pensamiento Único Obligatorio (2)

Como lo prometido es deuda, vamos a seguir viendo los ataques demoledores del Pensamiento Único Obligatorio contra la libertad de pensamiento. No sé si con esto terminaré de escribir al respecto, lo que sí sé es que seguro que me dejo algo en el tintero y que a lo mejor me meten a mí en el tintero. Que surgirán, como ya ha pasado, críticas más o menos fundadas. Bienvenida sea la polémica.

La historia del descubrimiento y colonización de América, es una historia de saqueos, pillaje y violaciones de los derechos más elementales de los indios. Otra mentira. Pocas veces nadie ha dicho semejante estupidez, ante la mirada bobalicona de cateto ignorante de los acusados, como ahora. A los españoles, se nos injuria y se nos insulta, y lo único que hacemos es agachar las orejas. Primera y demoledora consecuencia de habernos cargado la Enseñanza. Vamos a ver: la Reina Isabel declaró a los indios Hijos Menores de la Corona, lo que desde un primer momento les protegió de cualquier tipo de abuso por parte de los colonos. Y la Administración Real se ocupó y se preocupó de que esto fuera así, durante los quinientos años que mantuvo su presencia en los territorios castellanos del otro lado del Atlántico. Los que ahora derriban estatuas de Colón y acusan de saqueo y de violaciones a los españoles, son los descendientes de aquellos que conspiraron para lograr las independencias. Los mismos que, una vez lograda la independencia esclavizaron, saquearon y violaron a los indios. Con el agravante de que esos mismos que derriban estatuas y acusan al resto del mundo de la desgracia de los indios, tienen de indios lo que yo de beato: todos se llaman García, Pérez, Morales, Ortega o Castro. No, señores, no fueron mis abuelos los que fueron a saquear a nadie, fueron los suyos. Los míos se quedaron aquí.

El clima está cambiando. Aterrador, la verdad. Lo malo es que nadie ha dicho todavía respecto a qué, a cuando o  cuánto está cambiando el clima. De hecho, las alarmas saltaron cuando alguien dijo que había un tremendo agujero en la capa de ozono, que cada vez era más grande y que cuando desapareciera la capa de ozono nos íbamos a achicharrar como lagartos. Al final la Naturaleza, tan tozuda ella, se empeña en quitarnos la razón en todo aquello que “descubrimos” y el agujero de la capa de ozono volvió a disminuir. Y a volverse a abrir y a volver a cerrarse… como llevaba haciendo toda la vida y nunca había pasado nada. O nada grave, por lo menos. Lo malo es que alguien descubrió que el miedo es negocio, que si hago un discurso apocalíptico hay mucha gente dispuesta a comprármelo. Y a comprármelo bien caro. Tanto, tanto como que al que se le ocurra cuestionar mis teorías va a quedar automáticamente fuera de la comunidad científica. Hasta el punto de que el clima es la única rama de la ciencia donde no se sigue un sistema deductivo sino inductivo. En lugar de analizar, experimentar y comprobar los elementos determinantes para llegar a una conclusión, se establece una conclusión a la que hay que llegar por cualquier camino. Y si no existe, se inventa. Pero sobre todo, nunca dejar de alarmar al gran público. Así que en vista de que no había agujero creciendo en la capa de ozono, se empezó a hablar de calentamiento global. También sin explicar qué es eso de global claro, pero es que el adjetivo asusta. Y una vez más, la maldita Naturaleza demuestra que no necesita esta clase de defensores, y bajan las temperaturas medias.
-       Es igual, podemos mantener la tensión hablando del cambio climático
-       ¿Pero a qué cambio nos referimos? ¿Cambio de presión, de humedad…? De temperatura y precipitaciones ya se ha demostrado que es una chorrada. Después de todo el clima lleva cambiando desde que el mundo es mundo. No en vano, depende de unas treinta variables distintas: presión, temperatura, inclinación del eje terrestre, ubicación de la tierra respecto al sol, aumento o disminución de las masas de agua, cambios de presión, temperatura de los océanos o de los lagos, volcanes… De hecho, no es que el clima no cambie, es que nadie ha dicho que tenga que ser uniforme, no puede serlo de ninguna manera. Ni en el tiempo ni en una misma ubicación
-       Usted lo que es, es un escéptico y un negacionista. Prepárese usted a perder su cátedra y toda la financiación que tenía para investigar ¡Vamos, hombre! ¿Habrase visto? El clima está cambiando y punto.
-        Amén


Ya no existen los protagonistas. Los que tenemos más de cuarenta, todavía recordamos las películas donde el héroe se enfrentaba a los villanos y salvaba a la chica. Es más, si el director se venía muy arriba, el héroe salvaba al mundo o incluso a la galaxia. Entonces se exaltaba el esfuerzo individual, la capacidad de sacrificio de una persona, y el éxito del protagonista era un final ejemplarizante. Pues ahora no. Ahora “el protagonista” es colectivo, multicultural y abierto. “Todos somos Encarnita”. Pongas la serie que pongas, o vayas a ver la película que vayas a ver, los protagonistas son un grupo integrado por al menos: un blanco, una mujer, un negro y/o hispano o asiático; y una pareja homosexual. Nada que objetar. Como no me gusta el cine y además niego categóricamente que se trate de ningún arte, ni séptimo ni octavo ni segundo… con no ir al cine tengo suficiente. Y en casa, afortunadamente, tengo muchas más y mejores cosas que hacer que ver la televisión. Por lo demás, este nuevo formato no es menos ejemplarizante que el anterior. La única diferencia es que el ejemplo que enseña no es discutible. Si no te gusta, eres un… bueno, eso.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

domingo, 17 de septiembre de 2017

Contra el Pensamiento Único Obligatorio

Quien haya tenido la santa paciencia de leer este blog en más de una ocasión  -el que sea reincidente, en el pecado lleva la penitencia- me habrá visto alguna vez escribir sobre lo que yo llamo el Pensamiento Único Obligatorio. Y es que, aunque uno fue educado en el último franquismo y primeros años de la Democracia, lo que me enseñaron algunos buenos maestros que tuve, es que nunca se debe dar por bueno todo lo que te enseñan. Nunca aceptar sin cuestionarlo, todo aquello que te dicen que es bueno y que debe ser así. O sea, justo lo contrario de lo que ahora no sólo se enseña a los niños, sino que además se impone a machamartillo a los adultos. O tragas o te excluyes tú solito. O piensas lo que yo te digo que debes pensar, o te quedas fuera de la sociedad. O sea, el Pensamiento Único Obligatorio. Para este viaje no hacían falta alforjas. ¿Pero que es el Pensamiento Único Obligatorio? Veamos:

La mujer merece un trato especial, preferencial, en la vida pública: en el trabajo, una empresa recibirá severas amonestaciones, si alguien considera que el personal contratado no responde a la cuota “recomendada”. En consecuencia, a la hora de seleccionar su personal no debería mirar lo que hay en el interior de la cabeza de los candidatos, sino entre sus piernas. En la política, estás obligado a votar una lista en la que obligatoriamente tiene que haber el mismo número de hombres que de mujeres, y además el orden de candidatura se selecciona, una vez más, por la entrepierna y no por los méritos. Ante un juez, solo por el hecho de ser hombre estás condenado de antemano en cualquier causa de separación, por amistosa que esta sea. De momento, coges tu maleta, te vas de tu casa y pierdes a tus hijos. No digamos si tu ex te acusa de malos tratos o violencia verbal o psicológica. No es que te vayas de casa, es que sales de ella esposado ante tus hijos y vas directo a prisión. Sea verdad o mentira la acusación. Y no digamos si tu mujer se busca un abogado con pocos escrúpulos. Siempre he dicho que si te la encuentras con uno en la cama, te bajes al bar a tomar una cerveza y le dejes que se vista y se vaya. Si no, en la misma jugada te has quedado sin mujer, sin casa, sin cama, sin niños y sin nómina. En cuanto a la la vida privada, la policía -no un juez-, el ayuntamiento, la vecina o los medios de comunicación  están perfectamente legitimados para meterse en tu vida conyugal, e incluso en tu casa, si se intuye que tu comportamiento o tu relación con tu mujer no se ajusta a lo que se debe ajustar. Personalmente siempre he defendido el derecho de la mujer a la igualdad con el varón, faltaría más. Pero no me parece en absoluto lógico que, lo que antes era una desigualdad injusta, se torne en otra desigualdad igual de injusta. Y no, no me vale el argumento de que la mujer ha estado siempre oprimida. Entre otras cosas porque ni yo he oprimido a nadie, ni lo he justificado, ni tengo porqué pagar facturas que no son mías.

El sexo es un fin en sí mismo, lo que explica que cualquier tendencia, inclinación o afición que se tenga es legítima, maravillosa y digna de ser exaltada. Por supuesto, si alguien piensa que el sexo tiene exclusivamente como fin la procreación, es decir si ese alguien se aparta de lo que debe pensar, será calificado de retrógrado, mojigato, opusino y meapilas. En consecuencia, nadie tiene derecho a pensar lo que no debe pensar. Por mi parte, opino que el sexo, común a casi todos los animales, tiene en el ser humano una dimensión especial y maravillosa. Responsablemente administrado, se puede convertir en un instrumento de placer -físico y psíquico- que nos sitúa varios escalones por encima del resto de los animales.  Es otra de las cosas que nos hace diferentes de ellos. Por tanto, cualquier relación sexual consentida entre adultos responsables, me parece legítima y muy respetable. Pero no me empeño en convencer a nadie de que lo único importante del sexo es el orgasmo. Ni mucho menos denigro, insulto ni ridiculizo a quienes opinan de manera distinta.

La Naturaleza es buena, amable y nos cuida, pero nosotros nos empeñamos en destruirla. Pues mire usted, no es verdad. La historia de la Humanidad es, entre otras cosas, la historia de la lucha por habitar las zonas donde la Naturaleza se muestra menos agresiva. La lucha por ocupar terrenos donde no haya inundaciones, terremotos ni aludes. Por ocupar los valles junto a los ríos, lejos de desiertos, plagas, bajíos, pantanos, altas montañas y mares enfurecidos. Solo cuando los hombres dejan de luchar entre sí mismos y contra la Naturaleza, es cuando surge la civilización. Sin embargo, ahora perece que cada vez que uno de estos fenómenos tiene lugar, es por culpa del hombre. Claro, no hay duda: si ocurre un terremoto, un tsunami o una erupción volcánica de esos que salen en los reportajes de Al Gore, es sin duda por culpa del ser humano. Si sabe lo que le vale, no se le ocurra a usted decir que es porque la Naturaleza es así, o será juzgado y condenado por blasfemia. Y la condena puede ser muy severa.

Los animales son como los humanos. Tienen los mismos sentimientos y aunque no hablan, tienen todas las demás características en común con nosotros. Es más, mi perro es más listo y más bueno que muchos seres humanos. Consecuentemente, está perfectamente justificado que lo lleve al veterinario y que este me diga que le va a poner un tratamiento de 200 €, porque perece que tiene un poco alto el colesterol; o que me cobre 800 € por una operación de próstata por si deriva en cáncer, o 1.000 porque tiene un quiste en los ovarios (estoy contando casos reales). Por supuesto, un gasto mensual de 500 € entre veterinario, vacunas, pelotitas de goma, mantas eléctricas, cestitas para dormir, correas fosforescentes, cortes de uñas y peluquería, está perfectamente justificado. Lo malo es que hay familias que viven todo el mes con la mitad de eso. Lo malo, es que hay auténtico genios con ganas de estudiar, que frustran su carrera porque no llegan o porque tienen que ponerse a trabajar para ayudar en sus casas… Los dueños de perros más queridos por sus animales que he conocido, tratan a los perros como perros, y eso no significa perderles el respeto ni quererles menos. Y a las personas como personas, por cierto.

Fumar es peligrosísimo y el que fuma nos está envenenado a los demás. En consecuencia, debe ser prohibido y hasta perseguido. Eso sí, sin dejar de cobrar el impuesto correspondiente por la producción y venta de tabaco. Pues fíjese usted: solo con los impuestos que se pagan por el tabaco en España, hay para pagar el sueldo de todos los médicos de la Seguridad Social. Pero en fin, no diré yo aquí que el tabaco es bueno, que yo lo dejé hace más de quince años. Pero lo que sí digo es que fumar no es más peligroso ni más letal que conducir, que beber o que suicidarse, primera causa de muerte externa en 2016. Ninguna de esas cosas debería ser prohibida, entre otras cosas porque cualquiera de las tres primeras, hechas de forma comedida y responsable, no suponen peligro alguno para nadie. La cuarta es más letal, pero es más difícil de prohibir. Y en todo caso, si yo tengo un bar y considero que mis clientes pueden fumar lo que les dé la gana en él, aún a costa de que otros clientes no vengan ¿quiénes son el estado, el Gobierno o el ayuntamiento para decirme cómo tengo que llevar mi negocio? O sea, yo arriesgo, pongo el dinero y el trabajo; y ellos cobran, me vaya bien o mal ¿y encima opinan de cómo tengo que llevarlo? De locos, oiga.


Hay muchos otros aspectos de nuestras vidas monitorizados, vigilados y controlados por el Pensamiento Único Obligatorio. Pero ya los iremos viendo en sucesivos artículos, que creo que hoy me he pasado de extensión… Lo siento.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

jueves, 6 de julio de 2017

Carta a un héroe

Querido Gonzalo:

Perdona en primer lugar la confianza, puesto que no nos conocemos de nada. Sin embargo, te sorprenderías de lo cerca que nos ha colocado la vida, uno del otro. Aparte de llamarnos igual, claro. Conozco a tu madre, a tus tías y a tus abuelos desde que tengo memoria, allá por los primeros años ochenta del siglo pasado, en La Granja. Especialmente con tu tía Ana, me une una enorme amistad desde entonces. Porque las amistades de niñez, toalla y piscina; de bicicleta, mochila y chocolatada; de salida del colegio y de primeras fiestas, son para siempre. Imagino que tú lo sabrás igual que yo. Son esas amistades que, aunque lleves años y años sin verte, el día que te encuentras parece que no han pasado más de quince días.

Pero lo cierto es que no te escribo para contarte mi vida ni la de tu familia, que la primera entiendo que no te interesa nada, y la segunda te la sabes mejor que yo. No, con esta carta lo que quiero es expresarte mi más absoluta admiración. Precisamente a través de tu tía Ana, he tenido acceso a tus crónicas a través de Facebook ( https://www.facebook.com/gonzalo.perales?fref=nf ), en las que día a día cuentas tu experiencia como paciente oncológico.

“Eso es un hombre”. Es lo único que he podido escribir después de leerte. Porque aunque no te lo creas, o no te parezca una machada lo que estás haciendo, tu comportamiento y tu actitud son las de un auténtico héroe. Porque un héroe, Gonzalo, no es un bombero o un policía. Esos son personas que están física y  psicológicamente preparados para afrontar situaciones muy difíciles. Solo algunos de ellos, de vez en cuando, sacan un comportamiento heroico. Lo mismo que un médico, un piloto o un tío que va por la calle con su patinete. Un héroe no es el que no tiene miedo, que va. Es aquél que es capaz de afrontar el peligro y la inseguridad, sentir el miedo que cualquiera puede sentir, y no darle la espalda. Esquivarlo, ver por dónde viene y hacerle un quiebro. Son los que salvan la propia vida y la de los demás. Con mucho más mérito aún, si ese desafío tiene como fin tranquilizar a los tuyos. Que tu familia y tus amigos vean que están más seguros detrás de ti que a tu lado. Que no sean capaces de consolarte y tranquilizarte, porque eres tú quien les consuela y les tranquiliza a ellos.


Querido Gonzalo, con gente como tú, el cáncer tiene los días contados. Porque al cáncer se le vence con prevención, tratamiento, quimio y trasplantes. Pero sobre todo, con la cabeza. De nada vale ninguno de esos recursos si nos entregamos antes de empezar a luchar, pero para luchar hace falta ser muy valiente. Hace falta ser un hombre, nada menos que todo un hombre. Mucha suerte y no dejes de contarnos tu experiencia, por favor.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 30 de junio de 2017

¡Que no son podemitas!

Solamente con escribir la palabra saltan todas las alarmas, chirrían todas las juntas y hasta la gramática de Word te regaña. Y con razón. En este mundo de iletrados, ignorantes y ágrafos, perece ser que no hace ninguna falta saber escribir para poder hacerlo en los medios de comunicación. Con saber leer un poco, vale. Y con saber leer, me refiero a saber juntar las letras, no a saber lo que significan.

Y es que no puedo más, me rindo. No soporto ni un minuto más  ver cómo se llama “podemitas” a los seguidores de Podemos en todos los medios de comunicación. Una vez más, reitero ¿es que nadie pregunta a un periodista cuando le contrata para una radio, un periódico o una televisión, si sabe hablar, leer y escribir? Pues parece que no, mire usted. También es verdad, que con la cantidad y calidad de analfamerluzos que hay en la Real Academia Española de la Lengua, cualquier estupidez que se publique, se acepta en el Diccionario porque se considera del “habla habitual de la gente”. Qué le vamos a hacer, tendrá que ser así.

En todo caso, cuando alguien me habla de un “podemita”, entiendo que me están contando el caso de uno que nació en el planeta Podemos. Porque eso y no otra cosa es lo que significan en castellano los sufijos –ito e –ita. Aparte de las correspondientes terminaciones del diminutivo, claro. Es origen, geográfico, cultural o étnico lo que los mencionados sufijos señalan: de Israel, israelita; de la rama chií, del Islam, chiita; de Moscú, moscovita; de la colina del Areópago en Atenas, areopagita, como el “célebre” discípulo de San Pablo, Dionisio Areopagita… y del planeta Podemos, “podemita”. Claro, no puede ser de otra manera.


Existe en cambio, sorpréndase usted, un segundo sufijo, parecido pero no igual al anterior, que sirve para señalar la pertenencia o afinidad hacia un grupo. Se trata del sufijo –ista. Y aunque lo parezca, tiene poco que ver con el grito con el que las masas enfervorecidas recibían a José Luis Rodríguez Zapatero: “ista, ista, ista, Zapatero feminista”. No, esto es otra cosa. Más seria, creo yo. Y es que, aunque usted no lo crea, si yo digo que soy madridista, estoy diciendo que soy seguidor del Real Madrid; en cambio, si digo que soy socialista, lo que estoy tratando de explicar es que estoy de acuerdo con las teorías del socialismo; y si digo que soy europeísta es que soy  partidario de reforzar las instituciones europeas. También puedo decir que soy peronista porque me gustasen las obras de Perón y de Evita; o incluso progresista porque soy partidario del progreso frente a los demás, que lo que quieren es que todos nos arruinemos.  Un segundo significado sería el que hace referencia a la práctica de un deporte o a la utilización de algún instrumento: futbolista, tenista, maquinista, trompetista… Pero para el caso que nos ocupa quedémonos con la primera opción, que aunque sean podemistas, hay muchos que parecen de otro planeta.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 20 de junio de 2017

Los dineros de Cristiano Ronaldo

Juro que jamás atiendo las noticias cuando hablan de deportes. Y no lo hago entre otras cosas, porque me considero engañado cuando me anuncian que van a hablar de deportes y de lo único que hablan es de fútbol. Tampoco es que yo sea un deportista empedernido, de esos que llenan las Urgencias de los hospitales todos los fines de semana. Si acaso, un par de horas de boxeo a la semana y sin exagerar, que ya no está uno para dar disgustos ni para llevárselos. El caso es que como aquí lo de ver o no ver el fútbol no es optativo, y menos aún si estás en un bar, en un taxi o en algunas casas particulares, al final acabo viendo, oyendo y hasta comentando las noticias del fútbol. Bueno, para ser más precisos, las noticias sobre la ropa, sobre el peinado, sobre el dinero o sobre la vida sexual de futbolistas, entrenadores, presidentes y miembros de las juntas directivas. Porque esas son las noticias del fútbol. Parece ser, que porque es “lo que interesa”. Aviados estamos.

Tenemos unos deportistas y unos entrenadores excepcionales en casi todos los deportes. Sin embargo, parece que lo único relevante en el deporte español en los últimos tiempos, no tiene nada que ver con Rafa Nadal ni con Roland Garros. Lo realmente relevante para el deporte español, señores, es que a Cristiano Ronaldo le ha acusado Hacienda de no haber pagado algo que le correspondía pagar. Como he dicho en otro lugar, el problema es que en España la Hacienda es confiscatoria y si te acusa, eres tú quien tienes que demostrar tu inocencia y no el inspector acusica. Y lo que es peor, esa acusación muchas veces es preventiva, para ver si te pillan en algo, o para ver si no sabes que no te pueden acusar de nada. Un panorama desolador, vaya. Que Cristiano Ronaldo tenga parte de su inmensa fortuna en España, en mi opinión honradamente ganada, es un privilegio para nosotros. Y me parece muy poco acertado intentar quitársela, porque se la llevará a otro lugar donde no le metan la mano en la caja. Pero es que de lo de Leo Mesi, opino exactamente lo mismo. Lo que me parece patético, es escuchar a los mismos que hace quince días pedían un patíbulo y una soga para Mesi, acusando ahora de persecución a Hacienda. Ahora no, ahora se trata de algo “distinto”. Hasta tal punto, que una ciudadana ha abierto una petición en la plataforma Change.org, para pedir firmas con el fin de que le sea condonada la deuda a Crisitano. No para que se haga justicia; no para que se revise el expediente ni para que se haga una interpretación favorable de la norma, no. Para que no tenga que pagar lo que en su opinión, debe. Eso es tanto como decir: perdónenle a este señor su deuda, que ya cargamos los demás con ella. Hacienda no es mala, el que ha sido malo es Cristiano, pero ya no lo va a volver a hacer más.

Desgraciadamente, el fútbol ha dejado de ser un deporte de equipo para convertirse en un espectáculo de once estrellitas. Once diosecitos a los que adorar, en los que proyectar nuestras frustraciones y a los que llorar para que nos consuelen con sus jugadas,  cuando algo va mal. Once pim-pam-pumes a los que vapulear, insultar y vejar cuando son del equipo contrario -o no-, y nuestro jefe, nuestro cliente, nuestro marido o nuestra mujer, nuestros hijos o el director de la sucursal, han decidido hacernos la vida imposible. Nada que objetar, pero que no me lo vendan como “deporte”. El deporte es otra cosa: es superación, esfuerzo, sacrificio… pero sobre todo, es respeto por el adversario. Algo que se ve muy poquito, no sé si en los estadios, porque no voy y lo que se ve en la televisión me parece aberrante, pero desde luego en las televisiones, en las radios y en las tertulias. Tanto en las particulares como en las públicas.

Soy consciente de que haber escrito esto me puede costar que me acusen hasta de la muerte del general Prim, en la calle del Turco. Pero que nadie lo tome a mal. No me interesa el fútbol, me preocupa lo simples que somos muchas veces. El buenismo.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

lunes, 29 de mayo de 2017

Mi familia

Mi familia es una familia normal, como todas las familias. Aparentemente, claro. Porque todas las familias son aparentemente normales y luego resulta que casi ninguna lo es. Entre otras cosas porque el concepto de “normalidad”, resulta de quitar todos los defectos a algo y presentarlo como lo que “debe ser”, no como lo que es.

Yo soy Isidro, el mayor de todos mis hermanos. En principio, lo de ser el mayor tiene sus ventajas pero no se crea usted, que lo de que te estén mirando siempre con lupa es una pesadez; así como lo de que todo el mundo quiera ser como tú… Excepto cuando las cosas salen mal, que eres el único responsable. Mis hermanos se quieren parecer a mí, intentan hablar como yo, contar mis chistes y vestirse como yo, pero dejando claro que cada uno de ellos es muy distinto de mí. No lo llevo mal. Es una lata pero, como digo, tiene sus ventajas.

Mi hermano Jordi, el segundo, es bastante más conflictivo. Desde su adolescencia tiene problemas de personalidad. Ya entonces decidió y consiguió que sus amigos en el colegio le admiraran y le envidiaran, por no sé que extraña virtud que cree tener. Su obsesión ha ido en aumento. Todo esto no sería excesivo problema si Jordi trabajara, se ganara su sueldo y se buscase una casa para irse a vivir. Pero no. Lo que él quiere es irse a vivir a una casa del mismo tamaño que la de mis padres, con las mismas comodidades y la misma ubicación… y que se la paguen mis padres. Pero es que además, con lo poco que gana, no sólo  no está dispuesto a aportar nada sino que exige cama, comida y dinero para salir. Su sueldo es para sus caprichos, por supuesto. Claro, todo esto sería soportable si su actitud en casa fuera menos conflictiva. Pero no, cada vez es más desagradable, más mal educado y -lo que es peor- cada vez falta más el respeto a nuestra madre. Lo que no hace tanto era insoportable aunque excepcional, ahora es habitual: insultos, exigencias, desprecios… De hecho, los hermanos queremos  solucionarlo muchas veces “a nuestra manera”, aún sabiendo que sería peor la solución que el problema. Pero es que, mire usted, eso de ver cómo insulta a nuestra madre, cómo nos falta el respeto a todos, cómo exige sin dar nada…. Pero ella, nada. Por más que le decimos que le ponga en su sitio, que le deje de pagar, que le eche de casa si es necesario, nada. No nos deja intervenir, así que a tragar. A tragar y a ver cómo se llevan nuestro dinero sin que nadie haga nada, claro.

Begoña es la tercera. Conflictiva, pesada y chinche desde que tiene uso de razón. Esta no es que se crea superior, es que está permanentemente ofendida. Se cree que todo lo que hacemos los demás es para fastidiarle a ella; y cada vez que alguno tenemos algo, ella lo quiere, pero mejor. Y más vale dárselo porque si no lo obtiene, va a ser el tema de conversación en comidas, cenas y reuniones, hasta que lo consiga. Dicen que tiene un fondo noble, pero yo no se lo veo por ninguna parte. Quizás alguna vez lo tuvo, pero es que eso es lo que tienen las malas compañías. En el instituto se juntó con la peor especie de gentuza que había, y la había muy mala: cuando no era una pelea, era un robo. Cuando no había que ir a buscarla a comisaría, había que ir al hospital. Después las cosas se complicaron y vinieron los juicios, los ingresos en prisión y hasta una reyerta con muerto incluido. Por supuesto, mi madre nunca quiso echarle de casa: tragó, tragó y tragó. Ya se sabe, las madres. A día de hoy, parece que con que no vuelva a andar por donde solía, tiene derecho a todo lo demás. Muchas veces es insoportable, pero sabiendo lo insoportable que pude llegar  a ser, tiene licencia para todo.

Después vienen los mellizos: Amparo y Santiago. Siempre han sido trabajadores y discretos. La verdad es que casi nunca han dado la lata, siempre han cubierto el expediente y, como digo yo, ellos se lo fríen y ellos se lo comen sin consultar a nadie. Pero claro, como han visto que Jordi y Begoña obtienen lo que quieren a base de amenazar, exigir y no aportar nada, ellos habrán pensado que igual ese no es un mal sistema. Y al final, lo que pasa es que se están resabiando. Y en lugar de tener dos personas más aportando en casa, lo que van a tener mis padres son dos nuevas rémoras. Justo castigo a su desidia en la educación de sus hijos, creo yo. Pero eso no se lo diría nunca a ellos. El respeto es lo más importante.

Por último están las pequeñas, Rocío y Guadalupe. Estas, la verdad es que ni trabajan ni producen ni aportan, pero son tan encantadoras que nadie les exige cuentas. Desde pequeñas han sabido embaucar a mi padre con sus encantos, su buen humor y su simpatía. Y, desde luego, teniendo los hermanos que tienen, es a ellas a quienes menos se les puede exigir. Por otra parte, tampoco piden nada. Se conforman con lo que tienen, se quejan un poco de vez en cuando  y  si reciben algo, lo celebran. Si no, igual de bien.

Pues sí, señor: Esta es mi familia, se llama España y cada uno de nosotros somos una parte importante de ella: Isidro, Madrid; Jordi, Cataluña; Begoña, el País Vasco; Amparo, Valencia; Santiago, Galicia; Rocío, Andalucía y Guadalupe Extremadura. Hay más, claro, pero al final todos somos hijos del mismo padre y la misma madre. Todos con nuestros defectos comunes y cada uno con sus virtudes particulares, como en las demás familias. Nada que no haya pasado toda la vida, desde luego. Pero en mi humilde opinión, las familias que permanecen unidas llegan mucho más lejos que las que no lo hacen. Si no, mire usted a su alrededor.

Gonzalo rodríguez-Jurado Saro

viernes, 21 de abril de 2017

El tonto del móvil

Imagínese usted las siguientes situaciones: Primera, usted acaba de tener un accidente en la carretera, su familia permanece dentro del coche y usted lo abandona para pedir auxilio. Se para un coche del que baja un ciudadano que, lejos de prestarle ayuda, saca su móvil y empieza a filmar los cristales rotos, la cara de sus hijos y los chorreones de sangre. Segunda, se ha iniciado un fuego imparable en su oficina y corre usted a la salida de emergencia. Sin embargo, se la encuentra bloqueada por varios de sus compañeros que, en lugar de precipitarse por la escalera abajo, se han quedado a filmar el incendio con sus móviles. Y tercera, es usted el capitán de un barco al que se ha abierto una gran vía de agua y se está hundiendo. Es usted consciente de que debe ser el último en abandonar el barco, pero no puede hacerlo porque algunos pasajeros están apurando hasta el último minuto antes del hundimiento, para inmortalizarlo con sus teléfonos móviles.

Ahora vayamos a una situación real: ayer mismo salía en televisión, en directo, cómo los policías franceses desalojaban los Campos Elíseos conminando a los peatones a abandonarlos, mientras estos se resistían para poder inmortalizar con sus teléfonos la escena de sus compañeros recién asesinados. Para aquella banda de energúmenos, lo importante no era que otro energúmeno peor que ellos acabase de descerrajar dos tiros a un par de agentes. A dos agentes cuyas mujeres e hijos les esperaban esa misma noche a cenar en casa, para hablarles sobre sus problemas, sus notas del colegio o la factura del seguro. No, lo importante, lo que hacía importantes a esos dos agente sobre sus compañeros que ahora les mandaban desalojar los Campos Elíseos, era que se desangraban tirados en el suelo como perros, en una postura imposible. Y eso amigo, esa escena en primicia en mi Facebook o en mi Instagram, puede llegar a darme miles de visitas y miles de “megus”. Es mi minuto de gloria y no pienso renunciar a él. Ni aunque algún estúpido aguafiestas publique un artículo en su blog, diciendo que soy un carnicero de mierda. Después de todo, a él le leerán como mucho dos mil personas y a mí muchísimos miles más. Envidia es lo que tiene.


Vivimos en una sociedad absolutamente despreciable. Una sociedad en la que tenemos de todo y, lo que es mejor, la capacidad de alcanzar todo aquello que se nos antoje. Más todavía, no solo la capacidad sino el derecho de alcanzarlo gratis si otro lo ha alcanzado, aunque haya sido luchando. Pero es que no vale con tenerlo todo, además hay que demostrar que lo tenemos. De nada me vale tener el mejor coche si no puedo aparcarlo en mi plaza de garaje para que lo vea todo el vecindario; de nada me vale -o más bien no me interesa- visitar París si no me hago un selfie ante la torre Eiffel, Londres si no me lo hago ante el parlamento o Nueva York si no salgo de pareja en mi cámara con la Estatua de La Libertad. No tenemos amigos, no tenemos familia, no disfrutamos de una tertulia, de una comida ni de un libro. Tenemos imágenes. Cientos, miles de imágenes que no hacen más que demostrar lo solos que estamos. Y, lo que es peor, lo solos que nos morimos, cuando nuestro cadáver solo sirve para que un imbécil nos saque una foto con su móvil y la ponga en su Facebook. Eso sí, con un lacito negro para que se vea que es solidario. Qué asco, hijo.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 11 de abril de 2017

De celebraciones y muertos

Desde que alguien se empeñó -y está a punto de conseguir- borrar todo rastro, todo signo y toda manifestación religiosa en la calle, hemos asistido a curiosos fenómenos de imitación o sustitución de los mismos. Unos más o menos ridículos, otros más o menos patéticos y otros, cuando menos sorprendentes. Entre los primeros, los ridículos, sin duda están las llamadas “primeras comuniones o bautizos civiles”, así llamadas porque algún concejal o alcalde de estos llamados “del cambio”, celebra una especie de bienvenida a la ciudadanía de un pobre niño que no sabe qué puñetas hace allí. O sencillamente, al que sus padres le han explicado que si quiere regalos y fiesta, como los otros niños de su clase, tiene que ingresar en la comunidad de ciudadanos. Pero no le explican que su condición de ciudadano la tiene inherente a su condición de persona, por el solo hecho de haber nacido donde ha nacido, y no porque se la otorgue ningún concejal de pueblo. Y a pesar de los padres que le han tocado, añadiría yo. De los segundos, los patéticos, no digo nada. Me limito a transcribir la letra de una conocidísima canción de Joaquin Sabina:

Amargo como el vino del exiliado,
como el domingo del jubilado,
como una boda por lo civil…”

Y es que cuando uno va a una boda en un ayuntamiento o en un registro, y ve a esas parejas, a esas familias y a esos amigos, intentando hacer que la boda civil se parezca lo más posible a la religiosa, pero sin bendiciones… Otra cosa distinta son aquellas bodas civiles, con aspecto de ceremonia civil y sin más pretensiones que ser una ceremonia civil. Tan respetables como cualquier otra, por supuesto. Faltará más.

¿Pero y los ritos funerarios? A pesar de que ahora y siempre ha sido posible tener en España un entierro de cualquier religión o simplemente civil, asistimos a la aportación creativa de los que, queriendo dejar claro que no creen, quieren que su muerto llegue todavía más allá del Más Allá. Desde ceremonias célticas, guanches o carpetovetónicas para deshacerse de las cenizas, hasta guardar las cenizas en casa. Porque esa es otra: ahora dice Su Santidad que para aquéllos cristianos que decidan incinerarse, es obligatorio guardar les cenizas en camposanto ¿Entonces para qué me incinero yo, Santidad? Si lo que quiero es que mis cenizas deambulen libres por… bueno, eso ya lo sabe quien lo tiene que saber ¿No será que se está resintiendo el negocio de cobrar más de mil euros por levantar una lápida? Bueno, doctores tiene la Iglesia. Espero no condenar mi alma para toda la Eternidad, por un quítame allá esas pajas. Y si no, qué le vamos a hacer, seguro que conozco mucha gente en el Infierno. No nos desviemos. Si hay algo que realmente te hace sentir que andas por los caminos de una selva dominicana, haitiana o malaya, son las capillitas. Doblas una curva en un puerto, junto a un precipicio y ¡zas, capillita! Tomas una recta en La Mancha, de esas en las que puedes ponerte a doscientos cincuenta kilómetros por hora con el coche y ¡zas, capillita! Cruzas un semáforo para peatones en La Castellana o Velázquez y ¡zas, capillita! Las capillitas normalmente consisten  en un ramo de flores resecas -no secas- mal atadas con una cinta adhesiva a un árbol. Pero no se crea usted, que la cosa se puede sofisticar mucho: hay capillitas con velas, con mensajes, con imágenes ¡y hasta con ositos de peluche! Qué le vamos a hacer, tendrá que ser así.

Recuerdo que la primera vez que vi las capillitas fue en Grecia, allá por los años ochenta. Al principio no entendíamos nada, pero a base de transitar por las carreteras griegas, comprendimos lo que las capillitas indicaban: ante la ausencia casi total de señales, el número de capillitas te daba idea del peligro que podían tener un cruce, un cambio de rasante o una curva. Y es que los griegos serán lo que sean, pero prácticos, lo que se dice prácticos, lo son desde hace cuatro mil años. Además, sus capillitas sí son religiosas, que los ortodoxos otra cosa no pero cumplidos, son más cumplidos que un portugués. Aunque luego voten a Syriza.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 21 de marzo de 2017

Alarguizar las construcciones verbales con el fin de ofrecer un perfil culturalmente más definido

O lo que es lo mismo, alargar las palabras para parecer más cultos. Eso es justo lo que tenemos que aguantar desde que incultos, iletrados y ágrafos, mandan, reinan  y disponen en periódicos, radios, televisiones e instituciones públicas. ¡Hala, que exagerado es usted: la palabra “alarguizar” ni existe ni la usa nadie! Estará usted pensando. Pues lo mismo pensaba yo cuando empecé a oír la palabra “posicionarse” y ahora está en el Diccionario de la Real Academia, mire usted. Claro, que con el tipo de académicos que nos gastamos últimamente, nada es de extrañar. Ni siquiera que exista la palabra “guay”: una palabreja sacada en su día de los registros del habla marginal, y que últimamente solo utilizan los papás horteras para intentar hacerse amigos de sus hijos. Los cuáles se mueren de vergüenza cuando les oyen hablar, por cierto.

Pero vayamos al asunto que nos ocupa: que la Real Academia acepte “posicionarse” para sustituir a sus sinónimos ubicarse, colocarse o situarse, es como que acepte el término “posesionar” para referirse a tener o poseer. Sí, ya sé que la Academia lo que tiene que hacer es asumir el habla de la gente corriente. Lo que no tengo claro es si la gente que alarga las palabras es corriente o si la gente corriente alarga las palabras. Pero bueno, nada es de extrañar en un país de paletos que “nomina” a la gente en lugar de nombrarla, señalarla o apuntarla. Un país que pudiendo tener una Fiscalía Contra la Corrupción y el Crimen Organizado, tiene una Fiscalía contra la Corrupción y la Criminalidad Organizada. Pero es que claro, dónde va a parar, es muchísimo más peligrosa la “criminalidad” organizada que el crimen organizado. Y es que es lógico: siendo más larga la palabra, asusta más. Que es lo mismo que pasa con el anuncio en radio de un conocido bufete de abogados: prometen devolver a sus clientes el dinero que en su día pagaron por los gastos de “escrituración” de sus pisos. Yo no me fiaría de un abogado que no sabe lo que es la escritura de un piso, pero bueno, allá cada cual. En todo caso, nada es de extrañar en un momento y lugar en que ya nadie tiene abogado sino abogados: cualquier paleta de esas que salen en los programas de cotilleos, amenaza a todos sus contertulios con poner lo que le han dicho en manos de “miss abogados” ¿Para qué tener un abogado pudiendo tener varios? Sobre todo para tratar asuntos tan delicados. Claro, que si luego oyes hablar a “suss abogadoss”, comprendes mejor la situación: hace tiempo que los abogados no te pasan la minuta, sino que cobran “suss honorarioss”, que ya hace falta ser hortera. Y es que claro, estas cosas siempre están cargadas de una enorme “emotividad”, que aunque a usted le parezca que es lo mismo que emoción, no tiene nada que ver: es muchísimo más emotiva la “emotividad” que la emoción. Pero como de aquí a Lima, vamos.

Así que ya lo sabe: a no ser que sea usted titular de algún “aforamiento” que garantice su capacidad de opinar, no se meta en líos. Podría ser usted titular de algún fuero, pero eso no es lo mismo. Y además suena a medieval, faccioso y preconstitucional. Y de hecho lo es, pero cualquiera lo dice.


Gonzalo Rodríguez-Jurado

jueves, 2 de marzo de 2017

"...que la culpa la tienes tú"

Ese era el estribillo de una vieja canción que todos los que tenemos más de cincuenta, hemos cantado cientos de veces. En ella se hablaba de la muerte de un pobre borrico, de cierta tía vinagre. Dios lo sacó de “esta vida miserable”, pero la culpa la tienes tú. Y esto viene a cuento para ilustrar algo que, en mi opinión, condiciona seriamente nuestro modo de vida, nuestra trayectoria vital y hasta nuestro desarrollo. Ahora lo veremos. Y no, no me he sentado a escribir después de una noche crapulosa de alcohol y rumba, ni de experiencia místico-lisérgica alguna. 

El hecho es que, ya desde niños, se nos viene inculcando insistentemente, entre canciones, cuentos, clases y catequesis, el concepto de la culpa. Y si digo insistentemente, no es por adornar ni por redondear la frase. Es, sencillamente, porque creo que el sentimiento de culpa está intrínsecamente unido a los españoles y a todos aquellos pueblos con los que hemos compartido nuestra vida y nuestra Historia. No conquistado, que ese es un concepto distinto, propio de otras culturas y de muchas inculturas. Y lo está además, atrincherado en resistencia numantina, frente a aquellos pueblos que, paradójicamente, expulsaron de su vocabulario, de su Historia, de su cultura, de su religión y de su enseñanza el concepto de culpa. Los mismos que asumieron las doctrinas de Lutero y de Calvino, en las que el hombre es dueño de su propio destino, y ese destino será como cada uno quiera que sea. Doctrinas que legitiman todo aquello que una persona haga por buscar su felicidad y su bienestar, siempre que sea respetando a los otros. Hasta trabajar, ahorrar dinero y ser rico. Aunque ya lo publiqué en un artículo hace años, no está de más recordarlo: Cualquier español -cualquiera, insisto- a quien tú le digas que tiene mucho dinero, se te revolverá como si le hubieras pisado el rabo, alegando que no tiene tanto, que tiene muchos gastos o que tú tienes mucho más dinero... Y no me acuse nadie de acomplejado: cualquiera que haya leído un mínimo de Literatura clásica española, comprenderá que en España siempre se han considerado el trabajo y su consecuencia, el dinero, como una maldición bíblica. Tan innecesario como degradante. Cada uno tiene que ocupar el lugar que Dios le asigna en la sociedad, y molestarse en cambiar eso podría considerarse hasta ir en contra de la voluntad de Dios. 

Una de las consecuencias más inmediatas es la forma que, como decía más arriba, tenemos los españoles de enfrentarnos a los problemas. Por supuesto, no todos los españoles ni a todos los problemas. Pero valga como generalización; y que nadie me cuente lo que ya sé se las generalizaciones, que aunque sirvan para equivocarse, también sirven para ilustrar. Cuando un español, digo, tiene un problema no busca una solución, busca un culpable. Una vez encontrado el culpable, el problema persiste y, de hecho, muchas veces se agravará con el tiempo. Sin embargo, parece que no, pero lo de tener alguien a quien echar la culpa, ayuda mucho. No sé a qué ayuda, pero ayuda. Si no consigo vender una casa a un cliente, en ningún caso será porque yo no haya sabido conectar con sus necesidades, será obviamente porque la imbécil de su madre, cuando vino a verlo, no paraba de encontrar defectos a la casa. Si no he alcanzado un ascenso en mi trabajo, que tenía que ser para uno de los tres, no será porque otro haya tenido mejores méritos que yo sino porque se arrastra como un gusano. Por supuesto, un suspenso siempre es culpa del profesor; un accidente de tráfico culpa del otro; una avería en casa, culpa del chapuzas que hizo las tuberías; un mal resultado de mi equipo, culpa del árbitro, del equipo contrario, de su afición y del que corta las entradas en el estadio; la detención de mi hijo es culpa de sus amigos, que fuman droga o incluso del propio policía; y qué decir de mi separación: por supuesto es por culpa de mi ex.

Y conste además, que la culpa de que no queramos aprender es de los profesores, que no saben enseñar.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 24 de febrero de 2017

La violencia no es machista

La violencia no es machista. Ni es alta ni baja, ni es roja ni verde, ni es racista ni comunista, ni fascista; ni siquiera es del Manchester ni del Atlético de Madrid. La violencia es violencia, y los únicos calificativos que merece son los que aluden a su naturaleza, no a las intenciones de quien la ejecuta.

A la violencia se le puede calificar de deplorable, innecesaria, abusiva, aberrante o intolerable. Incluso se le puede calificar de legítima: si un policía pega un tiro a un sujeto que está a punto de detonar un explosivo en un estadio de fútbol o de meterse con un camión en la verbena de un pueblo, esa violencia es legítima. Y lo será siempre que el mal que provoca sea inferior al mal que evita.

Sin embargo, nos hemos acostumbrado a oír y repetir lo de la “violencia machista”, cuando un hombre mata a una mujer con quien tiene, ha tenido o desea tener, una relación sentimental o sexual. De hecho, hay muchos asesinos de sus mujeres que, ni son ni han sido nunca machistas. Porque machista, amigo mío, es un estado de opinión tan respetable como cualquier otro, aunque se salga de las directrices del Pensamiento Único Obligatorio. De hecho, es un calificativo peyorativo del que, si sabes lo que te vale, debes huir como de la peste. Si alguien cree que el papel de la mujer es atender su casa y administrar el dinero que le trae su marido, es asunto suyo. Y si encuentra a una mujer que comparta su opinión, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Nada que objetar. No lo comparto, pero lo respeto. Siempre que no haya violencia, claro.

-       ¿Entonces a usted le parece bien que se mate a las mujeres?
-       No, no solamente no me parece bien que se mate a las mujeres sino que, al contrario que a usted, todos los asesinatos me parecen igual de despreciables. Y todos los asesinos me parecen igual de asesinos, hayan matado a quien hayan matado. Porque un asesinato es un asesinato, independiente de quien lo haya cometido y sobre quien lo haya cometido. Un asesinato no es más racista si lo ha cometido un blanco sobre un negro que si lo ha cometido un negro sobre un blanco; ni es más despreciable si la víctima es tu mujer, tu suegra, tu hijo, tu padre o tu marido.

Me parece tan mal el asesinato de una mujer por su marido, como el de un marido por su mujer; el de un hijo por su madre o el de un pobre anciano, a quien su hija le va cambiando la dosis de las pastillitas, hasta que le provoca un colapso irreversible. Por su bien, claro. Y sobre todo ¿Qué calificativo merece el asesinato en esos casos? ¿Violencia feminista, violencia maternal, violencia filial…? ¿Y por qué no se habla de eso?

No, señor. No todo vale con el fin de imponer el Pensamiento Único Obligatorio. No vale exonerar de responsabilidad a aquellos que matan por dinero, por envidia o por venganza; a los que violan a hombres o a niños; ni a las que acosan, maltratan y asesinan a sus maridos, amantes o hijos. Y todo ello, solo con el fin de crear un sentimiento de culpa generalizado.


A mí no me la clavan, lo siento.

lunes, 20 de febrero de 2017

Qué está pasando con las ideologías

Vivimos un momento un tanto peculiar. Un momento en el que el partido que sustenta un Gobierno, se puede permitir el lujo de pasarse cinco años sin convocar un congreso para debatir sus ideas, y que no pase nada. Y que cuando lo convoque, salga como resultado de ese congreso, que no hace falta ideología alguna para sustentar una estructura de partido, de Gobierno y de Poder. Un momento en el que los votantes y afiliados de otro partido, aparentemente en las antípodas ideológicas del anterior, observan impasibles cómo cualquier atisbo de debate o de confrontación de ideas, termina fulminantemente laminado. Y no pasa nada más. Todos a callar, a conservar el puesto el que haya podido y los demás a paseo.

¿Qué está pasando con las ideologías, e incluso con las ideas? Personalmente creo que hemos experimentado un proceso de degradación intelectual de la sociedad, hasta rayar el infantilismo, realmente asombroso. La expansión de la televisión -cuando esto empezó no existía internet-, las familias de uno o dos hijos, la devoción por el Becerro de Oro y la obsesión por el éxito económico y social, han convertido a los hijos en pequeños dioses de sus casas. En dioses a los que no se puede osar molestar con enseñanzas, con exigencias de esfuerzo ni con problemas políticos o sociales. Todo ello so pena de agresión física al profesor o denuncia contra el colegio por parte de los indignados papás. En consecuencia, las enseñanzas del niño deben ser muy simples: esto es bueno; esto es malo. Sin exigir razonamiento, debate ni justificación alguna: “La Naturaleza es bueeeena, es nuestra amiga…” No existen los terremotos, las mareas ni las sequías. No, eso se produce porque unos  malos lo provocan, no porque sean una consecuencia natural, una parte de la Naturaleza. “La Paz es bueeeena, y el que empuña un arma es un asesino…” Por lo que rendir un homenaje a los que se dejaron la vida en las playas de Normandía, para salvar a Europa de la destrucción total, es de fascistas, militaristas y enemigos de la Paz…

En estas circunstancias, surgieron a partir de los años 70 del siglo pasado, y han ido aumentando hasta quedarse con todo el espectro político, los que yo llamo “propietarios” de La Verdad. Su verdad, pero única e indiscutible: yo soy quien defiende la Naturaleza, por lo tanto quien no está conmigo, no sólo es que está contra mí, sino que es un enemigo de la Naturaleza y su único fin es destruirla. En consecuencia, cualquier ataque verbal o físico que reciba es culpa suya y se lo merece. Yo defiendo la paz, por lo que todo acto violento que yo realice, es para un buen fin. Sea a la escala que sea: desde pegar a una pobre señora a quemar una casa con una familia dentro. Si yo he juzgado y condenado a esas personas, ellos no son las víctimas, son los verdugos; y las víctimas somos el resto de la Humanidad, a quien yo defiendo. Más aún: yo le voy a decir a usted cuales son los comportamientos sexuales correctos; y como usted ose ponerme el más mínimo reparo a cualquiera de mis afirmaciones, se puede usted ir preparando para una destrucción total. Destrucción de su vida social, familiar y laboral, que pasará por el público repudio; y le advierto que la técnica es fulminante: en España llevamos practicándola desde el siglo XVI. En Europa mucho antes, por cierto. Consiste en sembrar el miedo al repudio público entre todo el mundo, de manera que cualquier sombra de sospecha sobre la pureza de mis ideas, me haga temblar de pánico. La ensayamos de manera muy exitosa con los moriscos, con los judíos conversos, con los erasmistas, con los luteranos y al final, hasta con los masones. Lo malo es que creo que estos últimos se lo aprendieron muy bien. Eso que cuentan de las brujas, es una tontería que jamás nos interesó. Pureza ideológica, querido amigo. No nos dan miedo los que vienen de fuera, pobres desgraciados. Debemos mantener en perfecto estado de revista, de aceptación acrítica, las cabezas de nuestros jóvenes, los ingresos de nuestros trabajadores, los beneficios de nuestros empresarios, las aulas, las facultades, las televisiones, las editoriales, las radios…

En todo caso, queridos niños, no lo olvidéis: en el mundo hay buenos y malos. No hay términos medios. Los buenos son los que nosotros decimos. Y para que no haya dudas, os daremos las indicaciones para saber reconocer a los malos antes de que se atrevan a abrir la boca. Cerrádsela sin contemplaciones. Interrogadles, aisladles, denunciadles.


Gonzalo rodríguez-Jurado Saro