viernes, 13 de diciembre de 2019

DEUS EX MACHINA


Literalmente, “dios fuera de la tramoya o del escenario”. Era una escena típica del teatro griego, cuando una situación estaba muy complicada y aparecía un dios colgado de una grúa, como si se apareciera a los actores, y la situación se remediaba. En la actualidad se utiliza para definir a alguien que interviene desde fuera de una situación para resolverla. Y en todo caso, lo que pretende es definir el hecho de que los dioses están fuera de los asuntos de los hombres.

Dicen los que dicen que saben de casi todo, que el hecho de haber expulsado de la plaza pública -del ágora- toda manifestación religiosa, y haberla confinado en el ámbito privado de cada uno, así como del triunfo del antirracismo y del feminismo, son un éxito de la masonería internacional. Y lo cierto es que no deja de ser curioso que todas esas campañas se desarrollen de manera simultánea y avasalladora en todo el mundo. Bueno, en todo el mundo civilizado, que a la mayoría de los países musulmanes todo esto les da igual. Y aunque uno sabe poco de masones, de conspiraciones y de poderes ocultos, es cierto que resulta contradictorio atribuir la victoria de la lucha contra el racismo a una organización profundamente racista. Una organización en la que si eres negro perteneces a una logia Prince Albert y si eres sudamericano perteneces a una logia Lautaro. O atribuir el éxito de la lucha contra el machismo a una organización profundamente machista, en la que la inmensa mayoría de las logias son masculinas, unas pocas femeninas y muy pocas mixtas. Mucho menos, atribuir la lucha por el laicismo a una organización que dice proceder del arquitecto del Templo de Salomón. En fin, ellos sabrán, que a mí me da igual quien sea el padre del “éxito”.

El hecho es que, en ausencia de otros dioses, en la actualidad se venera a la Ecología, el Pacifismo y el Feminismo, las tres personas de la Santísima Trinidad Laica. Aunque curiosamente, ninguna de las tres defiende lo que dice defender. Esta Trinidad, al igual que las más intransigentes religiones, se impone a machamartillo como única y verdadera ideología. No solo la única que se puede expresar en público, sino aquella contra, si sabes lo que te vale, nunca tendrás la osadía de oponerte. Y para que no quepa ninguna duda, existe una Inquisición encargada de que a quien se le ocurra remar a la contra, no vuelva a publicar, no vuelva a dar una clase y no vuelva a opinar en público. Porque la Inquisición, como vimos en otros artículos anteriores, no era una máquina de perseguir judíos ni de quemar brujas. Que va, eso es en las películas. Y paradójicamente donde más, en las películas españolas, pero este es otro asunto. Su único fin era que cada uno se autocensurara. Que no se hablase en público de asuntos que podían no ser “convenientes” para la ortodoxia católica, que entonces era nada más y nada menos que la base sobre la que se sustentaban una corona, un Imperio y millones de vidas y haciendas.

Esa Inquisición ahora se llama corrección política e igualmente está sobre nuestras cabezas en la televisión, en el cine, en la publicidad y hasta en la reunión de padres del colegio. En ninguno esos medios aparecerás por segunda vez, si en la primera que lo hagas no hablas de nosotros y nosotras, o si no te muestras horrorizado con el apocalipsis climático que se nos viene encima. Por supuesto, usted no podrá ver un anuncio donde la lista, la que aporta soluciones, no sea una mujer. Y además en el cine o en las series, en cada grupo de protagonistas -porque ya no existe el protagonista individual, bueno y blanco- habrá una minoría racial representada. Y si se puede incluir una pareja gay, mejor. Si no, estos serán las víctimas a las que ayude tan variopinto y multicolor equipo de “buenos”.

¿Y a quién beneficia todo esto? se preguntará usted. ¿Quiénes son la Iglesia y el Rey que sustentan este Imperio del que tantas vidas dependen? Pues aunque usted no se haya dado cuenta, los tiene estos días omnipresentes en los medios: unas instituciones supranacionales, a las que por supuesto no ha votado nadie, y que a cambio de nuestra sumisión, prometen salvarnos del deshielo, traer la igualdad universal y la paz mundial. Lo malo es que no es solo sumisión lo que exigen: exigen adhesión inquebrantable, autocontrol, delación del disidente y hasta persecución  del reincidente. Y para eso vale todo, hasta la manipulación de una pobre menor perturbada.

La pregunta es ¿y si no estoy de acuerdo, a quién reclamo? Porque lo que es a Dios, a la Virgen o a los santos ya no puedo encomendarme; y tampoco me va a preguntar nadie si quiero votarles…

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 3 de diciembre de 2019

Acercar la Cultura la pueblo


Desde que en 1977 existe esa inmensa arma de manipulación masiva llamada Ministerio de Cultura, resulta aterrador acercar un micrófono a un ministro, consejero o concejal de Cultura. Pero vamos por partes, porque antes de que me pongan ante el Tribunal de Represión de la Disidencia de lo Políticamente Correcto, y me prohíban volver a escribir, quiero hacer alegaciones:

En primer lugar, cultura es el patrimonio particular de cada cual, su experiencia personal y las consecuencias que de la misma saque. Por eso precisamente no se puede hablar de Una Cultura o de La Cultura, a no ser que esta se quiera manipular y utilizar en beneficio propio, como es el caso de los políticos. Si yo le convenzo a usted de que Cultura es todo lo que a usted puede gustarle como la Pintura, la Literatura, el Arte en general, el Deporte y el espectáculo; y además consigo que todas y cada una de esas actividades dependan del dinero que yo les voy a dar, ya tengo bajo mi mando a todo aquél que vaya a producir algo que a usted le gusta. Pero si además consigo que a usted le guste todo lo que yo produzco, le tendré cogido por el fondillo. Y si no le gusta, es cuando el ministro, consejero o concejal interpelado dice su frase favorita: “Hay que acercar la Cultura al pueblo”.

En segundo lugar, después de decir semejante mamarrachada, se apuntan a entregar un premio y a derramar millones de euros sobre sus fieles productores. Estos, a su vez, aprovechan tan memorable ocasión para ver quién dice la tontería más grande o hace el mayor ridículo. Después de todo, si usted dice una gilipollez, es usted un gilipollas; pero si la dice un artista del cine, es una frase célebre. Si usted se viste de payaso, es muy probable que alguien le califique de payaso, pero si lo hace alguien de la farándula dirán que es muy sofisticado. La Cultura, por definición no se puede acercar al pueblo puesto que precisamente tiene más cultura quien más experiencia tiene y se distingue del resto. Cuanta más cultura tienes, menos próximo estás al “pueblo”. Otra cosa distinta sería querer acercar al pueblo a la cultura, fomentar que cada uno atesore su propia experiencia. Pero lamentablemente, eso no se hace subvencionando compañías de teatro ni pachangas de los pueblos.

Por no perder el hilo, debo retomar la definición de cultura que hacía al principio. Y para mí, esta no es más que el cúmulo de experiencias individuales adquiridas a lo largo de la vida. Principalmente a través de tres vías distintas, aunque es posible que haya otras: Vivir, o tener la experiencia de haber tenido que tomar decisiones trascendentales; viajar, o haber tenido que vivir en un medio ajeno al tuyo donde se te complicaba el hecho de “seguir la corriente”; y leer, entendiendo por leer todo lo que se lea, ya sean informes técnicos, periódicos, novelas o testamentos. Todo aporta.

La cultura no es más cultura porque nadie se gaste cientos de millones de euros en promocionar a sus fieles; ni una compañía de teatro es mejor porque tenga unos medios que las demás no puedan alcanzar; ni el cine es mejor cine, porque sus productores inviten a sus bacanales a ningún director general… Y que nadie me diga que sin subvenciones ninguna de estas actividades sería lo que es. Sencillamente, si no lo serían es porque no debían serlo. Si yo escribo un libro y no lo compra nadie, a lo mejor es que no es bueno. Si hago una película y nadie quiere ir a verla, será que no es tan “culta”. Si pinto un cuadro y nadie se lo quiere llevar a casa, no es que los demás sean unos incultos sino que yo no sé pintar. O viceversa: si al cabo de veinte años de mi muerte, alguien descubre que mi libro era una joya que quedó arrinconada, puede que se deba a que los que entonces decían qué es cultura y qué no lo es, eran unos inútiles. O unos sinvergüenzas, o unos caras…

Hagamos una Ley de Mecenazgo razonable, según la cuál quien quiera subvencionar, promocionar, apoyar o invertir en cualquier actividad, tenga su correspondiente compensación en forma de desgravación fiscal; que pueda además recoger su parte del éxito si la cosa funciona, o que asuma el fracaso si no lo hace; disolvamos ministerio, direcciones generales, consejerías y concejalías de Cultura; y dediquemos esa inmensa cantidad de millones de euros a algo útil ¿Las pensiones, por ejemplo?
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro