martes, 24 de septiembre de 2019

Querida Greta:


A ver nena, perdona si no me dirijo a ti como esa gran sacerdotisa de la defensa del planeta, en que te quieren convertir algunos malvados. Pero es que en mi época, en esos tiempos tan antiguos y lejanos, una niña de dieciséis, se callaba cuando hablaban los mayores. Y no, no es que mis padres fueran unos ogros, trogloditas o antropófagos. Sencillamente se consideraba que la experiencia, las horas de estudio y las de trabajo daban prioridad a la opinión de quien podía demostrarlas. Y desde luego mis padres nunca nos utilizaron, ni a mis hermanos ni a mí como espantajos, agitándonos de forma histérica para ninguna reivindicación. En mi época, nena, los padres trabajaban para que los niños estudiásemos. Para que nos diesen lecciones y no para que las diésemos nosotros. Para mantenernos y no para que les mantuviésemos nosotros a ellos. Y si teníamos un problema, esos padres se desvivían por llevarnos a médicos, a psicólogos o por hablar con nuestros profesores. Lo que desde luego era impensable, es que echaran la culpa de un síndrome de Asperger al cambio climático, al Yeti ni a la Santa Compaña. Chica, si te ha tocado esa madre, deberías reclamar. En todo caso, nuestros malvados padres tenían la fea costumbre de escuchar a quien tenía algo de autoridad sobre el tema del que hablaba: si un Nobel de Literatura hablaba sobre libros, le escuchaban; si lo hacía un catedrático, también; si lo hacía un conocido periodista, le escuchaban sin duda… Si lo hacía alguien que no tenía ni idea, igual le escuchaban por respeto. Y si lo hacía una niña “marisabidilla”, a lo mejor hasta les hacía gracia. Pero nada más.

Pero vamos a lo que vamos, que no quiero quitarte tu ilusión. Decirte en primer lugar que no he escuchado tu discurso ante la ONU. Y no lo he hecho porque tal institución no me merece respeto alguno, pues no entiendo que las más sanguinarias e inhumanas dictaduras, tengan que sentarse en la misma mesa que las democracias. Y precisamente de eso te quería hablar: señalan los titulares que por tierra, mar y aire nos han bombardeado con tu discurso, que te quejas de que “te han robado tu infancia”. Pues mira, reina: podías haber mirado a la cara mientras remarcabas tus palabras, a los representantes de Irán, de China, de las dictaduras del Golfo o de la inmensa mayoría de África. A lo mejor te hubieras dado cuenta de lo que tus palabras significan para ellos. Puede que estuvieran riéndose o durmiendo. Para ellos, una niña de dieciséis puede que ya no tenga valor ni como concubina. Porque a los dieciséis, Greta, ya ha sido violada, vendida y humillada por más de tres o cuatro hombres. Y los niños tienen SIDA desde los cuatro años. A ellos sí que les han roto su infancia. Y posiblemente lo hayan hecho muchos de los que contemplaban tu lacrimógeno discurso, que para eso tienen el poder absoluto en sus países. También podías haber mirado a los representantes europeos, norteamericanos, canadienses o australianos, que miran complacidos cómo sus ciudadanos van de vacaciones a Tailandia, a la República Dominicana, a Brasil o a Cuba a robar -esta vez sí- la infancia de tantos niños. Pero como ni lo hacen en sus países, ni a los representantes en la ONU de esos países parece importarles demasiado… Claro, cómo va a importarles, habiendo problemas tan acuciantes como el del cambio climático. Fíjate que curioso: ni a los de los países ricos les importa un carajo lo que les pase a las niñas de los países pobres; ni a los de los países pobres les importa un carajo lo que le pase al medio ambiente. Y es que, querida niña, el del medio ambiente es un problema de niños ricos, que no tienen que preocuparse de comer al día siguiente, de buscar un médico para curar una enfermedad o de poner gasolina a su coche. Ni tan siquiera de pagar tres millones de dólares para llevarte a ti en velero hasta Nueva York, para que no contamines el aire. Curiosa forma de luchar contra las grandes multinacionales de la energía, la banca y la prensa: dejarse invitar por ellas a un crucero.

Lo siento reina, yo me hubiera esperado a que crecieras. Pero si quieres jugar a dar lecciones a los mayores, tendrás que aprender a escuchar toda la historia, y no solo la que sale en tu libro.