martes, 14 de noviembre de 2017

Usos y abusos en Hollywood

Vaya por delante que uno no es un misógino, ni mucho menos un talibán ni un fundamentalista. Vaya sobre todo por delante que tengo mujer y una hija, aparte de un hijo adorable. Y que como hijo, marido y padre, hay pocas cosas que más me repugnen en esta vida, que esa gentuza que se vale de su posición preeminente, de su poder o de la debilidad de la otra persona para obtener favores sexuales. Que no entiendo cómo nadie puede disfrutar humillando a otra persona y que no los considero enfermos, como suelen decir los bienpensantes, sino auténticos hijos de mala madre, alimañas dañinas y gentuza que tiene que vivir fuera de la sociedad. Vaya además por delante que ni conozco, ni tengo la más remota idea de ninguno de los casos que, como cerezas del frutero, están saliendo sobre las distintas actrices de Hollywood y algunos productores espabilados. Algunos habrá realmente sangrantes.  Otros, cuando menos curiosos.

Dicho esto, tengo un par de dudas. Lo primero que me pregunto, es por qué este tipo de abusos solamente les ha ocurrido a mujeres. ¿Será que no hay ni ha habido nunca homosexuales en Hollywood? ¿Que haberlos, haylos, pero que a ninguno de ellos se le han cobrado favores sexuales a cambio de papeles en las mejores películas? ¿O que el abuso no es tal abuso, ni la humillación es tal humillación porque eran hombres? Porque claro, a la humillación de prestarse a tener sexo con alguien a cambio de una oportunidad de trabajo, habría que añadir la doble humillación de aquellos que han tenido que pasar por la cama de un productor, sin haberlo catado antes. Y no se me diga que a las mujeres les ha podido pasar igual. Todavía no hay ninguna productora denunciada por ninguna actriz. Ni productor denunciado por ningún actor, también es verdad. La segunda duda es ¿Han tenido que pasar por semejante calvario todas las actrices -y solo las actrices- que han triunfado en Hollywood? Lo digo porque, en tal caso, habrá muchas que después de haber sido humilladas y vejadas se habrán tenido que volver a su rancho de Kansas con el rabo entre las piernas (y pido perdón por tan inoportuna expresión).

Desde que el mundo es mundo, el que reparte el bacalao, el que tiene la llave de la despensa o la capacidad de repartir mercedes, se ha servido de su posición para obtener beneficios adicionales. Uno de ellos, quizá el más frecuente, ha sido el de derribar las defensas de la fortaleza que deseaba asaltar. Siempre ha habido jueces prevaricadores, curas simoníacos, reyes perjuros y corregidores untados. Los que llevamos décadas en el mercado de trabajo, conocemos por experiencia o por referencia, muchos casos de puestos de trabajo obtenidos, por decirlo de la manera más suave posible, por debajo de la mesa o mordiendo la almohada. Tanto ellos como ellas. Hasta aquí, nada nuevo y nada que objetar: Quien se ha querido prestar, ha recibido a cambio sus treinta monedas y aquí paz y después gloria. Cuánto menos si se trata de un empleo para el que no hace falta prácticamente cualificación alguna, ni casi formación previa. Un empleo en el que además de cobrarse ingentes cantidades de dinero, te da paso a un mundo de lujo, derroche y esplendor con el que jamás habrías soñado en tu pequeño rancho de Kansas. Un mundo además, al que llegas después de miles de puñaladas, traiciones y engaños.


Personalmente, no me parece mal que cada cual utilice todas las armas que la vida pone en sus manos, para alcanzar sus objetivos. Creo que mi moral no es exportable, nada más que a mis hijos, que cuando sean mayores harán con ella lo que estimen más oportuno. Creo que si te metes a competir por un objetivo, debes saber con quién estás compitiendo y cómo se juega a ese juego. Si te metes y pierdes, mala suerte. Otra vez será. Pero si te metes, utilizas todas tus armas, juegas al mismo juego que el resto, y después de dejar decenas de cadáveres en el camino, ganas, no vengas encima a cobrarte venganza de quien prefirió tus trucos a los de otra. Otra que a lo mejor te dejó pasar porque no quería arrastrarse tanto como tú. Eso no está bien, creo yo.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro