Vaya por delante mi más
absoluto respeto a cualquier marca comercial que honradamente venda su producto
para ganar dinero. Si además ese producto tiene que ver con la moda, bastante
tiene el empresario con acertar con los gustos del público. En el caso que nos
ocupa, parece que su poco original imagen de marca, copiada de la vieja
industria Papelera del Leizarán que yo pintaba de niño en los folios que me dejaba
mi abuela, ha arrasado entre un amplio sector de población. Sobre todo
femenino, aunque no tengo ni idea de si esta marca tiene una línea de moda masculina.
Me refiero a los folios Galgo Parchemin, cuyo logo era este galgo corriendo, exactamente
igual que el de la marca comercial que nos ocupa. A lo mejor es la misma
empresa, no tengo ni idea.
El caso es que la susodicha marca
ha conseguido uniformar el uso de complementos de toda una generación. De una
generación que, por otra parte, necesita sentirse uniforme y uniformada en todo
lo que hace. Salvo muy honrosas excepciones, claro está. Tan uniformada y tan
uniforme como que usos, costumbres, vicios y virtudes son del todo previsibles
entre sus miembros.
El primer rasgo común, tanto
de las bimbailolas como de los bimbailolos, es su obsesión por la imagen. Todo
lo que no puede ser representado en tu féisbu, en tu teléfono móvil o en tu
guasap, sencillamente no existe. Y ante el pavor de dejar de existir, ahí están
ellos haciéndose autorretratos de forma compulsiva para colgarlos hasta del
árbol de Navidad, si hace falta. En todo caso, autorretrato es una palabra muy complicada
de pronunciar, por lo que ellos se hacen “selfis”. La segunda y aterradora
característica de los bimbailolos es la aceptación acrítica del statu quo: las cosas son así porque así
deben ser y tratar de cambiarlas es complicarse la vida innecesariamente. Es
mucho más útil remar a favor de corriente y desde luego aumentan exponencialmente
tus posibilidades de llegar a donde quieres llegar, que es a los primeros puestos
de la sociedad. Ellos además son “solidarios” con los que peor lo pasan, aunque
no sepan ni les interese lo más mínimo por qué lo están pasando tan mal.
Sencillamente, se busca un desgraciado a quien ayudar. No tienen el más mínimo
problema en pasarse la mitad del verano ayudando a los pobres desgraciados hambrientos
de un poblado en Costa de Marfil, pero si les explicas que Costa de Marfil es país
inmensamente rico al que Francia no deja exportar sus diamantes, te miran como
si estuvieras loco y quisieras cambiar lo que no debe ser cambiado.
La cuarta característica
común del bimbailolismo es que ellos son ecológicos. Aman la Naturaleza, aman a
los animales y disfrutan como nadie de ellos. Es más, tratan a su perro mejor
que a muchas personas y son capaces de levantarse a las cuatro de la mañana
para llevarlo a urgencias veterinarias. Cosa que no siempre harían con su
abuela, por cierto. Sin embargo, si alguien quiere de verdad saber hasta qué
punto son ecológicos, no tiene nada más que pasarse cualquier viernes por la
tarde por el campus de cualquier universidad española. El aspecto de pocilga
infame en que han quedado todas las zonas verdes, después del ecológico y
juvenil botellón del viernes, le dará una idea aproximada de lo que hablo. Pero
da igual, porque es exigible que “alguien” venga a limpiar. Para eso pagamos
¿no? Y de hecho, siempre viene alguien a limpiar.
La Complutense después del botellón
Si alguien de verdad sigue
pensando que lo único que hemos hecho es darles una vida mejor que la que
nosotros tuvimos, que piense que esta es la primera generación, en decenas de
años en la Historia de España, que va a vivir mucho peor de lo que lo hicieron
sus padres. Esos mismos padres que se han volcado en que no les falte de nada…
aunque no se lo hayan ganado.
Gonzalo
Rodríguez-Jurado