miércoles, 26 de abril de 2023

HAY QUE PLANTARLES CARA

 

Si uno repasa la inmensa cantidad de libertad que hemos perdido desde que los que fuimos jóvenes en los ochenta y los noventa dejamos de serlo, le dan ganas de coger un garrote y liarse a garrotazos. En nombre de la Santísima Trinidad Progresista (Pacifismo, Ecología y Feminismo), han segado una a una todas nuestras costumbres, desde el más pequeño detalle hasta las iniciativas particulares más elementales. Desde comer con un salero y una botella de aceite encima de la mesa, pasando por fumar donde te diera la gana, con la única limitación de respetar a menores, enfermos, personas mayores y espacios cerrados; a que te prohíban comprarte el coche que te dé la gana, si puedes pagarlo. Antes que alguien me suelte los perros, aclaro que no estoy defendiendo la imposición de los fumadores sobre los no fumadores, sino la libertad de elegir. Por ejemplo, que el dueño de un restaurante sea quien decida si se puede fumar o no se puede fumar en su local, asumiendo las consecuencias sobre su facturación. Asunto suyo, en todo caso. Y que sea el cliente quien decida si entra o no entra en su local. No parece tan difícil.

Pero esto no va de poder fumar en los bares, es algo mucho más grave: es el auténtico Gran Hermano. No el de encerrar a unos cuantos jóvenes en una casa para mirar cómo copulan, sino el que describió George Orwell en su novela “1984”. El de un estado omnipresente que te vigila en la calle, en el trabajo, en la playa y hasta en tu propia casa. Ese que te obliga a auto censurarte: a no decir, a no ver, a no oír, a no hablar, a no mirar… por si acaso. Y es que, si hay algo más insoportable y humillante que la censura, es la auto censura, el hacerte tener miedo de ti mismo, de no pensar como “debes” pensar. Algo tan humano como decir que no quieres que tus hijos sean educados en unos principios que ni compartes ni te perecen correctos, y que además encuentras nocivos para ellos. Que le puedan decir a tu hijo de diez, once o doce años que lo que realmente le pasa es que se siente mujer. O a tu hija de catorce que es un bicho raro porque todavía no se ha acostado con nadie. Que cualquier profesor o profesora mamarrachos, les puedan poner la cara colorada delante de sus compañeros, porque en una redacción cuenten lo orgullosos que están de haber ido por primera vez de caza con su padre o a los toros con su abuelo. O de que su bisabuelo muriese en la guerra de Cuba. Si es que todavía se hacen redacciones, que me temo que no.

Hay que plantar cara a estos tipos, que no son de izquierdas ni de derechas sino de todas las opciones políticas y religiosas posibles. Que no son de aquí ni de allá sino de todas partes. De toda Europa, en concreto, que es el lugar en el que con mayor motivo debemos avergonzarnos de nuestra Historia, de nuestra cultura y de nuestras costumbres, porque los que nunca han alcanzado nuestro nivel de civilización pueden ofenderse. Son seguidores de ridículas pero diabólicas “agendas” en las que nos dictan cómo, cuándo y cuánto podemos actuar. Qué podemos o no podemos hacer con nuestras vidas, con las de nuestros hijos y con nuestro dinero; qué podemos pensar y qué podemos decir. Que dejen de escupirnos a la cara diciéndonos que pertenecemos a una especie depredadora, que es la única que sobra en el planeta, o que lo mejor que podemos hacer cuando alguien nos ataque, es bajar los brazos en nombre de la paz. De una paz construida por ellos y basada en la abulia y la cobardía de quien se cree que lo tiene todo sin tener derecho a ello, y que teme perderlo. Que dejen de enfrentarnos a nuestras mujeres, a nuestras madres, a nuestras hijas y a nuestras amigas, y de presentarnos ante de ellas como violadores, acosadores y depredadores sexuales.

Ya está bien, acabamos con ellos o ellos acaban con nosotros. Y no estoy llamando a  ninguna revolución o acto violento sino a la resistencia pasiva. A no pagar productos o servicios que se anuncien como salvadores del planeta, por ejemplo. O productos que se anuncien presentando a un hombre pánfilo, admirado de lo lista que es su mujer. A no ver películas donde el “protagonista” sea un colectivo de un blanco sumiso, una pareja gay de un negro y un hispano y una mujer listísima que lo arregla todo. Hay muchas maneras de oponerse, pero sobre todo, eligiendo en qué nos gastamos nuestro dinero. En todo caso, deseche toda esperanza quien crea que cambiando el Gobierno o votando a otro partido, esto se va a revertir. No es así por dos motivos: primero, porque ya se ha demostrado una vez que no es así; y segundo, porque es igual en toda Europa, gobierne quien gobierne. No depende de los gobiernos, me temo que viene de más arriba.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

miércoles, 12 de abril de 2023

¡Que no es el cambio climático!

 

Hace no más de un mes, ha tenido lugar una oleada de incendios en Asturias que han llegado a sumar hasta ciento treinta y cinco, con una superficie quemada en torno a las veinte mil hectáreas. Para quien no ande muy fuerte en matemáticas, el estadio Santiago Bernabéu de Madrid no llega a una hectárea: una hectárea son diez mil metros cuadrados y el Bernabéu mide nueve mil. A la espera de datos oficiales definitivos, las autoridades estiman que el ochenta por ciento de estos incendios han sido provocados por el hombre (y la mujer, para no salirme del rebaño). De ellos, más del noventa por ciento, de manera intencionada.

En estas circunstancias avergüenza, escandaliza e indigna a partes iguales, que cuando hayan puesto un micrófono delante de los hocicos a cualquier político, gobernante o mindundi, haya tenido que vomitar la perorata del cambio climático, incluido el Presidente del Gobierno. Son los mismos que han hecho leyes contra la limpieza del monte, contra la ganadería, contra la agricultura y contra la caza, y las han impuesto a machamartillo en todo el territorio nacional. Leyes que afectan a sierras, a llanos, a sembrados, a dehesas y a barbechos. Leyes, en fin, que no solo impiden la limpieza del monte, de los restos de siega o del barbecho, sino además prohíben a los animales alimentarse, condenándolos a un sacrificio inútil. Leyes que imponen absurdas regulaciones pretendidamente destinadas a procurar el bienestar animal, creyendo que los animales necesitan las mismas comodidades que los seres humanos, como espacio entre ellos, paseos diarios, etc. Y sí, he dicho bien, creyendo, no sabiéndolo.

Porque estas siniestras regulaciones anti agricultura, anti ganadería, anti pesca, anti campo y anti libertad vienen impuestas por cuatro niñatos que nacieron y se criaron en las grandes ciudades. Que uno dos, tres o quince días salieron de excursión a la sierra con los de su barrio y lo pasaron tan bien que decidieron que eso era lo suyo. Muchos de ellos incluso leyeron algo y la mayoría se dedicó a informarse sobre el tema en internet. Y allí descubrieron los textos de los mismos niñatos de California, Alemania o Francia que ante la falta de problemas en los años setenta, se habían inventado una pretendida destrucción inminente del planeta. Y que ante el vacío ideológico creado por la caída del Muro de Berlín en la izquierda, esta puso todo su aparato de propaganda y subvenciones a su servicio, para mantenerse vivos mutuamente. A día de hoy, el planeta sigue vivo y goza de buena salud, nadie ha conseguido demostrar que las variaciones del clima supongan un verdadero problema, ni mucho menos que tengan un origen antropogénico. O sea, que sean provocadas por el hombre. Pero el monte se puede seguir quemando porque así podemos culpar al cambio climático, aunque  se demuestre que el fuego ha sido provocado.

El otro día, cuando daban la noticia de los incendios, la estaba viendo con un amigo, hijo de un pastor de Ciudad Real, de un pueblo cercano ya a Sierra Morena y vecino precisamente del de la ministra Portavoz del Gobierno. Solo me hizo un comentario pero no le hizo falta decir más: “si nos dejaran quemar solo lo que hay que quemar…” Efectivamente, desde hace cientos de años el bosque se cuida quemando la leña que cae al suelo, recogiéndola para calentar las casas y encender las cocinas; o metiendo a los animales para que arranquen la hierba que de otra manera se convertiré en yesca para verano; o cortando las ramas bajas… o como quiera que cada uno siga las tradiciones centenarias de su pueblo o de su comarca para mantener el bosque. Para vivir de él y para conservarlo vivo cuando algún hijo de su madre o algún despistado le prenda fuego.

El verano pasado, más terrorífico que el anterior y menos que el que viene, había que oír hablar a todos los periodistas y jefes de clanes ecologistas, que habían descubierto el concepto de “incendios de segunda generación”. Esto no es otra cosa que incendios cada vez más frecuentes y voraces, pero no porque los incendios sean hijos de otros incendios, sino sencillamente porque los bosques tienen cada vez más combustible que quemar.  Pero parece que si decimos que son de “segunda generación” nos preocupamos más por el tema, aunque no hagamos absolutamente nada útil al respecto…

En octubre hablamos.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro