martes, 19 de diciembre de 2023

SEÑOR ALCALDE

 

Aunque no es costumbre de este blog hablar de política, sí he hablado algunas veces de políticos. De hecho, el 19 de enero de 2016 publiqué una respetuosa carta a su antecesora en el cargo, doña Manuela Carmena, (https://gonzalorodriguezjurado.blogspot.com/2016/01/con-el-debido-respeto-senora-alcaldesa.html) en la que me permitía darle algunos consejos o, por decirlo mejor, algunas sugerencias. No soy yo nadie para dar consejos a políticos consagrados como usted o Manuela Carmena. Pero compréndalo, la política municipal es la que más afecta al ciudadano, la que de verdad puede influir en su vida diaria. Por eso, y porque estoy convencido de que su voluntad es precisamente la de mejorar la vida de los madrileños, me tomo la licencia de ofrecer mi punto de vista como administrado por usted.

Es sabido que recientemente Madrid ha sobrepasado a Moscú como capital europea con más árboles. Lo que añadido a su tamaño infinitamente menor que la capital rusa, da una idea aproximada de la densidad de árboles que tenemos, y deja claro el amor de los madrileños por los árboles. Por eso no parece muy acertado que, precisamente desde el mandato de doña Manuela Carmena, se haya dejado de ver a las cuadrillas que antes podaban, cuidaban y mimaban los árboles de Madrid. Y que ahora para lo único que se hable de ellos, sea para cerrar los parques cuando hay viento, por si se le caen encima a un paseante. Algo nada extraño si tenemos en cuenta que su cuidado no sólo pasa por no podarlos sino también por no examinarlos regularmente.

Pero siendo preocupante el desamparo de nuestros árboles, no lo es menos el peligro constante que para la seguridad de los madrileños supone el goteo incesante de patinetes y bicicletas por cruces, aceras y parques. Vamos a ver: Ni somos Sevilla, ni somos Valencia, que son ciudades planas, ni debemos compararnos con ninguna otra ciudad. Por mucha conciencia ecológica que ustedes tengan, o por mucho complejo que les suponga no tenerla, Madrid se encuentra en las estribaciones de Sistema Central, por lo que es casi imposible encontrar una sola calle que no esté en cuesta. Puede usted estar seguro de que nadie, repito, nadie coge el coche en Madrid porque le diviertan los atascos, porque le guste contaminar o por fastidiarle a usted. Muy al contrario, son usted y sus predecesores los que sistemáticamente se han dedicado a entorpecer el tráfico, en lugar de hacerlo más fluido. Y todo ello a base de estrechar calles, ensanchar aceras donde no hacía falta y sembrar Madrid de bicicletas y patinetes que no respetan una sola norma de circulación, poniendo en riesgo la integridad de los transeúntes. Y entre esos transeúntes se encuentran personas mayores, niños, ciegos, etc. Pero claro, si ustedes se dedican a sembrar Madrid de torpedos vivientes a los que nadie exige un permiso de conducir, un seguro ni la más mínima identificación, es fácil que el saldo sea positivo… a favor de los que atropellan gente. Porque si estamos venga a estrechar las calles, a complicar la vida a los coches para poder poner más y más carriles bici, y resulta que nadie los utiliza, creo que estamos haciendo un negocio muy extraño. Si me admite la sugerencia, en París han hecho un referéndum para preguntar a los ciudadanos si estaban favor de la libre circulación de patinetes por la ciudad. No le digo cuál de las dos opciones ha ganado por casi un noventa por ciento, pregúntelo usted.

Usted se presentó por primera vez con la promesa de desbloquear el centro de Madrid, la gente le votó, y no sólo no lo desbloqueó, sino que amplió el bloqueo, ¡y le volvieron a votar! Es decir, usted “protege” el distrito Centro de los ciudadanos que le pagan, pero usted, sus concejales y sus chóferes pueden pasar sin ningún problema por allí. Todo muy lógico. Y hablando del distrito Centro: hasta donde yo sé, el turismo es una de las principales fuentes de ingresos de nuestra querida ciudad ¿verdad? Pues no veo muy rentable para el turismo que tenga usted a oscuras todo el centro, empezando por la calle Alcalá, siguiendo por la Gran Vía, Príncipe de Vergara, Velázquez, La Castellana y todas las calles más comerciales y de ocio. En todas esas calles, se divisa un puntito de luz en lo alto de cada farola, pero iluminar, lo que es iluminar poco. O no ha cotejado usted las cifras de atracos a turistas, o le dan igual o nuestros tradicionales chorizos no son ya lo que eran.

Por último, permítame solo una apreciación basada en mi experiencia. Nada de datos, cifras oficiales, ni cosa alguna otra. Hace años tuve el honor de trabajar como responsable de Cultura de un par de distritos, en la corporación de su antecesor, D. José María Álvarez del Manzano. Entonces los equipos de Cultura los nombraba cada concejal, hasta que llegó doña Manuela Carmena, nombró a los suyos, los hizo fijos, llegaron ustedes y no dijeron ni pío. Por no molestar, supongo. Bueno, el caso es que fue en aquella época en lo que, harto de atascos, opté por utilizar el transporte público para desplazarme por Madrid, y nunca me había arrepentido de ello… hasta ahora. Y antes de que alguien me diga que los transportes dependen de la Comunidad de Madrid, aclaro que la EMT, no. Pues bien, entonces las frecuencias de los autobuses en un día laborable normal, eran de dos o tres minutos; con el señor Ruiz-Gallardón y su lugarteniente Ana Botella, la cosa aumentó a cuatro o cinco minutos; Con doña Manuela Carmena, la cosa se fue a ocho o diez; y actualmente, con usted, no es infrecuente ver en las pantallas de las marquesinas, donde se indica el tiempo que va a tardar tu autobús, el fatídico +20, que quiere decir que va a tardar más de veinte minutos. ¿Cuánto más? ¡ah, más de veinte! Si no fuera porque usted persigue con saña, acosa y multa a los que no tenemos dinero para comprarnos un coche eléctrico, volvería a coger mi coche para andar por Madrid. Por eso y porque todavía nos queda el Metro, claro. Por cierto ¿su coche y los de sus concejales son eléctricos?

jueves, 19 de octubre de 2023

La mala educación

 

Creo que el título de este artículo coincide con el de una película de Pedro Almodóvar. Nada que ver, no me interesa el cine en general, menos aún el cine español, salvo honrosas excepciones y nada en absoluto Pedro Almodóvar. Ni en general los ignorantes que dan lecciones de todo sin saber de nada. O sabiendo solamente de cine subvencionado, que para el caso…

Lo que sí me interesa, en realidad me preocupa, es la absoluta degradación en la que ha caído la convivencia en España. Una convivencia que desde principio de siglo dio frenazo y marcha atrás, sin que hasta ahora haya dado síntomas de mejora. Quien como yo, fuera joven a final de los setenta y a lo largo de los ochenta y los noventa, sabrá de lo que hablo. Entonces podías tener amigos de todas las tendencias políticas, salir juntos e incluso hablar de política sin que nadie te insultara, te acusara de genocida o te retirase el saludo. Todos estábamos de acuerdo en que estaba muy mal que hubiera una banda de asesinos, secuestradores y extorsionadores; o una oligarquía industrial dispuesta a cargarse la convivencia entre españoles para sacar más dinero. Pero, en fin, eso es tiempo pasado y, como bien dijo Jorge Manrique, cualquier tiempo pasado fue mejor.

El hecho es que siempre ha habido gente educada y gente mal educada. Y normalmente, estos últimos se pensaban que la educación era saber coger los cubiertos en la mesa, ceder el paso a las señoras… y poco más. Es decir, la parte más superficial e irrelevante de la educación. Pero claro, no se puede pedir al burro que galope ni a la gallina que vuele. Quien no está capacitado para aprender algo, no es culpable de su ignorancia. Lo malo es que el crecimiento de gente que ignora las más elementales formas de convivencia, es exponencial. Las generaciones van pasando y quien no tiene educación, no puede enseñársela a sus hijos.

Las formas son importantes porque reflejan el fondo o, por decirlo de otro modo, todos somos lo que parecemos, salvo excepciones puntuales. Si usted ve a una persona en traje de baño, con una toalla al hombro, normalmente vendrá de la playa o de la piscina; si ve un coche fúnebre con varias personas o coches caminando detrás, muy probablemente se trate de un entierro… y si ve a un tío gritando e insultando a su mujer en un sitio público, sin duda se encuentra usted ante un auténtico gañán.  Lo dicho, las formas indican el fondo con bastante exactitud. Y si hay algo que es forma pura, pura representación, son los símbolos, en concreto la bandera o las banderas, que tanto da. Cada uno la suya, desde la bandera nacional, a la de su comunidad o la de su equipo de fútbol, resulta del todo inadmisible, por respeto a la institución que cada una de ellas representa, utilizar una bandera como capita al modo de Superman, como mini falda o como bufanda. Por mucho que con ello se quiera tener más cerca. Esa bandera representa una serie de ideas, personas y, sobre todo, sentimientos, que merecen ser tratados con la máxima dignidad y respeto. Si se respetan, claro, porque hay banderas que personalmente me producen picores, pero este es otro tema. Nunca me haría una capita con la bandera de Portugal, por respeto a nuestros hermanos portugueses; ni con la bandera de Francia por respeto a nuestros amigos franceses; ni siquiera con la de Marruecos, por respeto a nuestros no tan amigos marroquíes. Cuánto menos con la nuestra.

Quien tenga la suerte de pasear por Madrid, sobre todo en época de terrazas, podrá comprobar de manera casi inexorable que en todas y cada una de ellas, hay al menos una jovencita con los pies encima del asiento. Normalmente chicas, repito. Parece ser que creen que esto les da un aire desenfadado, relajado y juvenil. Entiendo que en su casa también se sentarán así y no lo critico: cada uno en su casa hace lo que le da la gana… o lo que le dejan. Pero hacer eso mismo en un sitio público, aparte de imitar la postura de los chimpancés cuando les ponen en una silla, resulta poco respetuoso para quien se vaya a sentar después en la silla, poco higiénico por estar tocándose los pies en la mesa y poco estético en general ¿Alguien se imagina a la presentadora del Telediario sentada en su mesa con los pies en el asiento? ¿Y a la directora de la sucursal a la que vamos a pedir un crédito? No parecería muy desenfadada y juvenil sino una auténtica imbécil. ¿Y una profesora haciendo lo propio en clase? ¿Qué respeto transmitiría a sus alumnos? ¿Nos darían mucha confianza una doctora o una abogada que nos recibieran de esa guisa? Pues al final, como hemos visto antes, la educación cuida las formas y las formas cuidan la imagen de quien las usa. No es nada más que eso, ni nada menos.

martes, 10 de octubre de 2023

LA PESADILLA DE RECESVINTO

 

Sucedió que, en noviembre de 1985, mes y medio antes de España fuese miembro de pleno derecho de la entonces Comunidad Económica Europea y hoy Unión Europea, mi amigo Recesvinto sufrió un grave accidente. Consecuencia del mismo, Recesvinto acaba de volver de treinta y ocho años de un larguísimo estado de coma. Tras la lógica conmoción de Recesvinto y de su familia -su madre, en realidad-, he conseguido verle y, finalmente, el otro día salimos a celebrarlo.

Como parece lógico, le pregunté qué era lo que mas le apetecía hacer, lo que más echaba de menos después de tanto tiempo y que yo, a pesar del cambio de mentalidad por el paso de los años, estaba dispuesto a hacer sin más contemplaciones. Así que, en primer lugar, nos fuimos a tomar el aperitivo y, si se terciaba, comer en un bar o un restaurante. Lo primero que le extrañó a Recesvinto fue ver una botella de aceite sobre la mesa y me dijo que qué gente más cutre, que ponía la botella en lugar de usar una vinagrera. Le expliqué que es que ahora estaba prohibido usar el aceite traspasado de la botella ala vinagrera

- ¿Y el vinagre, la sal y la pimienta?, me preguntó extrañado

- Lo mismo, tienen que ponerlos en botella y en sobres cerrados. Son normas comunes para toda Europa y sirven para garantizar la higiene y la salud…

- Pues nunca hubiera pensado que el aceite, el vinagre la sal o la pimienta fueran malos para la salud.

En esas estábamos cuando Recesvinto me pidió un cigarro, diciendo que treinta y ocho años sin fumarse un pitillo con una caña, se le estaba haciendo largo…

- No puedes, le dije

- ¡Mira, déjame en paz! Que mi madre no me deje fumar porque esté preocupada por mí, es lógico: para eso es mi madre. Pero que tú me digas que no puedo fumar…

- No, no, que no puedes fumar dentro de un bar, que está prohibido

- Pues vámonos a otro bar…

- Está prohibido en todos. Y en los restaurantes y en las tiendas y en el metro…

- Sí, bueno, lo del metro es lógico en los vagones, pero…

- En todo el metro.

- ¡Madre mía! ¿Y eso? si en los andenes y en los pasillos no molestas a nadie. Y en cuanto a los bares ¿quién va a un bar a en el que no te dejan fumar, o a un restaurante donde no te puedes fumar un pitillo entre platos, o un puro después de cenar?

- Nadie. No existen.

- Al menos, podrás comprar tabaco

dijo mientras se dirigía a la barra para pedir tabaco al camarero. Este le señaló la máquina mientras le ponía sobre la barra el mando a distancia. Pensando que eso no iba con él, se dirigió a la máquina, echó sus monedas que ya controlaba, y se volvió al camarero a preguntarle porqué o funcionaba la máquina. Menos mal que el camarero le activó la máquina y pudo sacar el tabaco sin más incidentes. Luego tuve que explicárselo: un menor no puede sacar tabaco de la máquina, aunque sea para su padre que está a dos metros, en la barra. Sí, también la Unión Europea. Más aún, un menor no puede comprar ni consumir alcohol, no ya en un bar, ni siquiera en la vía pública. “¡¿De verdad, con las que nos hemos tomado en el parque?!” Pues eso, también Europa.

Como es lógico, la conversación fue discurriendo sobre aquello que fuimos y sobre todo, sobre las cosas que hacíamos

- Ya mismo estamos en la sierra recogiendo musgo para el belén de tu madre

- Bueno, verás… tampoco podríamos ir a coger musgo para el belén. También se prohibió hace tiempo para proteger la Naturaleza. Imagínate si todos nos dedicásemos a arrancar el musgo que protege las rocas…

- ¡¿Que las qué?! ¿Y de qué las protege, de la lluvia? Si a las rocas les da igual mojarse. Y, sobre todo, si se mojan vuelve a salir el musgo. Cuando éramos jóvenes, cogíamos el musgo para el belén en la sierra. Todo el mundo cogía el musgo para el belén en la sierra y nunca se agotaba. Recuerdo que era uno de mis planes favoritos en diciembre. Como lo era oler la quema de rastrojos al final de la primavera o al principio del otoño, después de limpiar el monte… ¿Qué te pasa?

Algo debió ver demudarse en mi cara, porque sin decirle nada me dijo

- ¿También prohibido?

- Sí: quemar rastrojos y limpiar el monte, todo prohibido. De hacer una barbacoa en el campo o una hoguera para asar sardinas o chorizos, ni hablamos ¿Te acuerdas? Pues acuérdate bien porque no vas a volver a verlo

- Con lo bien que lo hemos pasado y nunca jamás pasó nada ¿La maldita Unión Europea?

- Y la que no es unión, que aquí también tenemos y hemos tenido grandes figuras. Políticos que en lugar de dedicarse a lo suyo, que es administrar el Presupuesto, se han dedicado a prohibirlo todo. Si a un político no le gusta la caza, prohibida la caza; si no fuma, prohibido el tabaco; si no le gusta el alcohol, prohibido comprar alcohol después de las diez de la noche… o sea que lo que no hayas bebido antes de las diez, te lo bebes ya por la mañana. No sé si te has fijado este verano que no había trampolín en ninguna piscina.

- ¡Es verdad, con lo bien que lo pasábamos! No te has pegado planchazos hasta que aprendiste a hacer el mortal…

- Prohibido

- No sigas, por favor. Termínate eso y vamos a la Gran Vía ¿sigue abierto Tartufo?

- No, no, cerró hace muchos años. Pero es que hay algo más: tampoco podemos ir al centro en coche

- No me digas que han puesto controles

- Peor aún, cámaras. Cámaras que te persiguen, te fichan y te multan sin que te bajes del coche.

- Anda ya ¿Como en la Unión Soviética?

- Ojalá. Es una norma común a toda la Unión Europea, para preservar el buen ambiente y disminuir la contaminación en las grandes ciudades. Todo está lleno de cámaras.

- ¿Y qué se hace ahora para ligar?

- ¡Uy, cuidado con eso! Ni se te ocurra acercarte a una chica haciéndote el simpático ni el gracioso. Como interprete que le estás acosando, estás listo. De momento, esa noche duermes en comisaría. Y espérate si la interfecta no tiene un poco de mala leche, está amargada o se encuentra una amiga que le dice que te puede sacar mucho dinero, porque te lo saca. E igual conoces la cárcel por dentro. Ni siquiera te puedes dejar llevar por tu instinto ligando por pantalla…

- ¡¿Por pantalla?! ¡Mira, ya esta bien! Porque sé que esto no es más que un sueño, que voy a volver a mi casa, me voy a acostar y cuando me despierte te contaré todas las chorradas que me has dicho. Y después lo celebraremos con un barril de cerveza. ¡Menuda pesadilla de futuro…!

 

lunes, 11 de septiembre de 2023

EL FALDALÓN O FALDABRAGA

 

Desde que Mary Quant diseñó por primera vez la minifalda, a mitad de los años sesenta, cientos de miles e incluso millones de chicas y no tan chicas, se han apuntado a esta prenda. Lo que inicialmente surgió como rebelión tardó poco en convertirse en provocación. Y si tenemos en cuenta que la esencia de la provocación es la insinuación, es fácil entender que la minifalda cumpla su función a la perfección. Es decir, hasta aquí te dejo ver  y el resto, veremos… Nadie se me escandalice porque cualquiera que haya andado en las lides del cortejo, sabe que al hombre se le conquista por el ojo y a la mujer por el oído. O lo que es lo mismo, el hombre tiene que hablar y la mujer tiene que enseñar, si quieren llamar la atención de la persona elegida. Por su puesto aquí no hay axiomas ni esta ciencia es exacta. Cada uno es cada cuál y cada cuál es cada quién. Cada uno enseña y dice lo que le da la gana, y así debe ser. Por eso hay que andarse con cuidado con las generalizaciones, más aún en esta época de inquisición, donde siguen existiendo la denuncia secreta, la hoguera purificadora y el sambenito.

Pero vamos a lo que vamos: como decía más arriba, hay chicas mayores, muy mayores o incluso no tan chicas, que se empeñan en lucir una prenda que más bien debería estar reservada a un perfil bastante concreto de usuaria. Nada que objetar. Póngase lo que quiera ponerse, quien se lo quiera poner, faltaría más. Otra cosa distinta es que quien lo vea, tenga que aplaudir o volverse a mirar algo que no le interesa nada. Y no solamente por la edad, sino además por el aspecto físico. Es de manual que si lo que tienes más atractivo -todo el mundo tiene algo atractivo- son los ojos, lo que debes hacer es atraer la tención sobre tus ojos; si lo son tus brazos, deberás enseñar los brazos; si tu cara, que se fijen en tu cara y si tienes un buen trasero te sentarán como a nadie unos buenos vaqueros. Bueno, pues a pesar de eso, hay quien se empeña en llamar la atención sobre la parte de su cuerpo menos atractiva y ocultar lo mejor que tiene, porque está de moda una prenda que le sienta como un tiro. “La moda no es para todas”, decía una amiga muy querida, con bastante buen criterio.

En lugar de eso, hay quien se empeña en forzar la situación y, si no soy capaz de llevar una mini con la soltura necesaria para que cumpla su función, tendrán que inventar algo para que las que no podemos, no sabemos o no queremos llevarla, podamos hacer como que la llevamos. Y lo han inventado, vaya que si lo han inventado. Buenos son los empresarios de la moda: ha nacido el faldalón o faldabraga. El demoníaco invento consiste en un pantaloncito mínimo, al que por delante se le echa una tela para que parezca que es una falda, y por detrás rebela su auténtica naturaleza. Es decir, confiesa la falta de auto estima de la usuaria. Pero además con el agravante de que el más mínimo síntoma de ensanche de caderas no deseado se reflejará inmediatamente en el descuadre de la malhadada telita protectora. Nada que objetar, insisto. Como tampoco tengo nada que objetar ante la moda de ponerse pantalones de deporte muy anchos… y debajo unos calzoncillos de los que llaman slip.

Me dejaría matar por defender el derecho de cada cuál a vestirse exactamente como le dé la gana. Más aún, me da exactamente igual la moda, la minifalda o el faldalón. Una vez demostrada mi absoluta incapacidad de emitir un juicio relativamente relevante en lo que a moda se refiere, declaro que estoy encantado de haber cumplido con el objetivo de este artículo. Y este no es otro que tocar las narices a todas aquellas que se consideran legitimadas, solo por el hecho de ser mujeres, para decir a los demás lo que se puede pensar, lo que se puede decir y a quién se le puede decir. También a esos que se auto censuran y censuran a los que nos salimos del carril opinando lo que nos apetece opinar, sin el más mínimo respeto a las balizas puestas por los amos.

Si a estas alturas de lectura está usted convulsionando, me doy por contento, señora. O como diría la suma sacerdotisa del feminismo nacional en un memorable discurso, “jo, tía”. Si está usted indignado por esta irreverente falta de respeto a las normas, hágamelo saber de la forma más airada posible y lo celebraremos. ¡Viva la libertad!

sábado, 5 de agosto de 2023

NEGACIONSITAS Y TRAGACIONISTAS

 

Si alguien ha sabido, desde los años sesenta y setenta del siglo pasado, manipular, dirigir y controlar la opinión pública, ese ha sido el sindicato del Partido Comunista de España, Comisiones Obreras. Y esto lo hacía de manera magistral a través de asambleas en fábricas, institutos y universidades; o de parroquias. Ya entonces, de manera clandestina, existían manuales para esto, que te enseñaban dónde situar a tu gente en la asamblea o manifestación, a controlar el orden de las intervenciones, etc. Muy, muy interesantes, la verdad. A nadie debe, por tanto, extrañar que una coalición de partidos en la que uno de ellos está encabezado por una sindicalista de Comisiones Obreras, hija y nieta de sindicalistas, haya dado la vuelta a un resultado electoral que preveía su desaparición. Mientras tanto, los otros dos partidos se apuñalaban entre sí. Allá ellos, pero no es ese el asunto de este artículo. Sí lo es, en cambio, que uno de los recursos más utilizados siguiendo estos manuales, entonces y ahora, para neutralizar cualquier tipo de oposición, consistía en agrupar a todos los disidentes bajo un único adjetivo peyorativo: fascistas, fachas, violentos, partidarios de la guerra, pagados por la patronal, vendidos, etc. De esta manera, todo el que se sale de las directrices ideológicas o políticas, pasa engrosar las filas de un enemigo al que hay que abatir a toda costa. Y para eso se le señala públicamente de manera que sus compañeros, amigos e incluso su propia familia le afeen la conducta. Y la cosa funciona, vaya que si funciona. Lógicamente, todo este sistema de control ideológico o de la opinión, no es original de este sindicato, aunque sí es verdad que ellos han aportado mucho al mismo. Su origen posiblemente esté en los movimientos revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, pasando por la Unión Soviética y sus terminales de manipulación ideológica en la Europa Occidental del siglo XX: pacifismo, ecologismo, literatura, cine, universidades, etc.

Pues bien, uno de los recursos de manual, como digo, para imponer la idea indiscutible, inapelable y hasta dogmática, del famoso “cambio climático”, es la de tachar de negacionista a todo aquél que se le ocurra cuestionarlo. Se dice que el cambio climático es una realidad científicamente contrastada, pero no se dice que todo aquél científico que ose poner en cuestión el dogma del cambio climático, no va a volver a dar una conferencia, a ser contratado en ninguna universidad ni a publicar nada. Así, sin más. Y todo porque va a quedar adscrito a la etiqueta de “negacionista”. Por supuesto, todo aquél que se atreva a preguntar qué es lo que está cambiando del clima, cómo o dónde, también será un negacionista digno de ser perseguido sin cuartel. Todo menos contestar a esas preguntas tan sencillas. Porque aunque usted no lo sepa porque es muy joven, esta historia del cambio climático no es original. Se inicia en los EEUU en la época de Bill Clinton y su vicepresidente Al Gore, quien después ha recorrido el mundo dando conferencias millonarias en las que proyecta imágenes de terremotos, erupciones volcánicas y tormentas tropicales para asustar al personal. Todo ello en su avión de keroseno ultra contaminante, claro. Pues bien, entonces el origen de la destrucción (que iba a tener lugar en 2020, por cierto) no era el cambio climático sino un tremendo agujero en la capa de ozono que envuelve la Tierra y que los malvados seres humanos estábamos agrandando a base de usar aerosoles. Cuando se demostró que aquello era una tontería como la copa de un pino y que el aumento o disminución de la capa de ozono dependía de otros factores muy diversos y ajenos al espray de su desodorante, hubo que inventar otra cosa. El caso es que se había demostrado que generar miedo y culpa era rentable, así que se recurrió al “calentamiento global”: en teoría, la Tierra se estaba calentando a tal velocidad que en pocos años nos íbamos a freír como churros en feria. Pero la Tierra, tan indisciplinada ella, se enfrió, luego volvió a calentarse y luego volvió a enfriarse. Es decir, siguió su ciclo normal. El hecho es que si se hablaba de algún síntoma concreto para predecir la catástrofe, la Ciencia se empeñaba en demostrar lo contrario, por lo que hubo que recurrir a algo más genérico, no concreto ni rebatible por los hechos empíricos. Así que, de momento, los científicos fuera del debate. Y a continuación buscar un argumento que siga generando la misma culpa y el mismo miedo, por lo que diremos que “el clima” (algo muy genérico) “está cambiando” (sin decir qué es lo que está cambiando, es decir, algo mucho más genérico).

Y al impertinente que se le ocurra venir con pamplinas de demostraciones científicas, le colgamos el calificativo de negacionista y que se prepare. A ver quién se van a creer que manda aquí. Eso sí, solo se puede poner calificativo a unos, a los rebeldes, ateos e incrédulos. Entonces, si los que se niegan a renunciar a su vida, a su prosperidad, a su progreso y al  de sus hijos, en favor del dominio de cuatro ricachos americanos, europeos, chinos y rusos, se llaman negacionistas ¿no habría que llamar tragacionistas a los sumisos?

miércoles, 26 de abril de 2023

HAY QUE PLANTARLES CARA

 

Si uno repasa la inmensa cantidad de libertad que hemos perdido desde que los que fuimos jóvenes en los ochenta y los noventa dejamos de serlo, le dan ganas de coger un garrote y liarse a garrotazos. En nombre de la Santísima Trinidad Progresista (Pacifismo, Ecología y Feminismo), han segado una a una todas nuestras costumbres, desde el más pequeño detalle hasta las iniciativas particulares más elementales. Desde comer con un salero y una botella de aceite encima de la mesa, pasando por fumar donde te diera la gana, con la única limitación de respetar a menores, enfermos, personas mayores y espacios cerrados; a que te prohíban comprarte el coche que te dé la gana, si puedes pagarlo. Antes que alguien me suelte los perros, aclaro que no estoy defendiendo la imposición de los fumadores sobre los no fumadores, sino la libertad de elegir. Por ejemplo, que el dueño de un restaurante sea quien decida si se puede fumar o no se puede fumar en su local, asumiendo las consecuencias sobre su facturación. Asunto suyo, en todo caso. Y que sea el cliente quien decida si entra o no entra en su local. No parece tan difícil.

Pero esto no va de poder fumar en los bares, es algo mucho más grave: es el auténtico Gran Hermano. No el de encerrar a unos cuantos jóvenes en una casa para mirar cómo copulan, sino el que describió George Orwell en su novela “1984”. El de un estado omnipresente que te vigila en la calle, en el trabajo, en la playa y hasta en tu propia casa. Ese que te obliga a auto censurarte: a no decir, a no ver, a no oír, a no hablar, a no mirar… por si acaso. Y es que, si hay algo más insoportable y humillante que la censura, es la auto censura, el hacerte tener miedo de ti mismo, de no pensar como “debes” pensar. Algo tan humano como decir que no quieres que tus hijos sean educados en unos principios que ni compartes ni te perecen correctos, y que además encuentras nocivos para ellos. Que le puedan decir a tu hijo de diez, once o doce años que lo que realmente le pasa es que se siente mujer. O a tu hija de catorce que es un bicho raro porque todavía no se ha acostado con nadie. Que cualquier profesor o profesora mamarrachos, les puedan poner la cara colorada delante de sus compañeros, porque en una redacción cuenten lo orgullosos que están de haber ido por primera vez de caza con su padre o a los toros con su abuelo. O de que su bisabuelo muriese en la guerra de Cuba. Si es que todavía se hacen redacciones, que me temo que no.

Hay que plantar cara a estos tipos, que no son de izquierdas ni de derechas sino de todas las opciones políticas y religiosas posibles. Que no son de aquí ni de allá sino de todas partes. De toda Europa, en concreto, que es el lugar en el que con mayor motivo debemos avergonzarnos de nuestra Historia, de nuestra cultura y de nuestras costumbres, porque los que nunca han alcanzado nuestro nivel de civilización pueden ofenderse. Son seguidores de ridículas pero diabólicas “agendas” en las que nos dictan cómo, cuándo y cuánto podemos actuar. Qué podemos o no podemos hacer con nuestras vidas, con las de nuestros hijos y con nuestro dinero; qué podemos pensar y qué podemos decir. Que dejen de escupirnos a la cara diciéndonos que pertenecemos a una especie depredadora, que es la única que sobra en el planeta, o que lo mejor que podemos hacer cuando alguien nos ataque, es bajar los brazos en nombre de la paz. De una paz construida por ellos y basada en la abulia y la cobardía de quien se cree que lo tiene todo sin tener derecho a ello, y que teme perderlo. Que dejen de enfrentarnos a nuestras mujeres, a nuestras madres, a nuestras hijas y a nuestras amigas, y de presentarnos ante de ellas como violadores, acosadores y depredadores sexuales.

Ya está bien, acabamos con ellos o ellos acaban con nosotros. Y no estoy llamando a  ninguna revolución o acto violento sino a la resistencia pasiva. A no pagar productos o servicios que se anuncien como salvadores del planeta, por ejemplo. O productos que se anuncien presentando a un hombre pánfilo, admirado de lo lista que es su mujer. A no ver películas donde el “protagonista” sea un colectivo de un blanco sumiso, una pareja gay de un negro y un hispano y una mujer listísima que lo arregla todo. Hay muchas maneras de oponerse, pero sobre todo, eligiendo en qué nos gastamos nuestro dinero. En todo caso, deseche toda esperanza quien crea que cambiando el Gobierno o votando a otro partido, esto se va a revertir. No es así por dos motivos: primero, porque ya se ha demostrado una vez que no es así; y segundo, porque es igual en toda Europa, gobierne quien gobierne. No depende de los gobiernos, me temo que viene de más arriba.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

miércoles, 12 de abril de 2023

¡Que no es el cambio climático!

 

Hace no más de un mes, ha tenido lugar una oleada de incendios en Asturias que han llegado a sumar hasta ciento treinta y cinco, con una superficie quemada en torno a las veinte mil hectáreas. Para quien no ande muy fuerte en matemáticas, el estadio Santiago Bernabéu de Madrid no llega a una hectárea: una hectárea son diez mil metros cuadrados y el Bernabéu mide nueve mil. A la espera de datos oficiales definitivos, las autoridades estiman que el ochenta por ciento de estos incendios han sido provocados por el hombre (y la mujer, para no salirme del rebaño). De ellos, más del noventa por ciento, de manera intencionada.

En estas circunstancias avergüenza, escandaliza e indigna a partes iguales, que cuando hayan puesto un micrófono delante de los hocicos a cualquier político, gobernante o mindundi, haya tenido que vomitar la perorata del cambio climático, incluido el Presidente del Gobierno. Son los mismos que han hecho leyes contra la limpieza del monte, contra la ganadería, contra la agricultura y contra la caza, y las han impuesto a machamartillo en todo el territorio nacional. Leyes que afectan a sierras, a llanos, a sembrados, a dehesas y a barbechos. Leyes, en fin, que no solo impiden la limpieza del monte, de los restos de siega o del barbecho, sino además prohíben a los animales alimentarse, condenándolos a un sacrificio inútil. Leyes que imponen absurdas regulaciones pretendidamente destinadas a procurar el bienestar animal, creyendo que los animales necesitan las mismas comodidades que los seres humanos, como espacio entre ellos, paseos diarios, etc. Y sí, he dicho bien, creyendo, no sabiéndolo.

Porque estas siniestras regulaciones anti agricultura, anti ganadería, anti pesca, anti campo y anti libertad vienen impuestas por cuatro niñatos que nacieron y se criaron en las grandes ciudades. Que uno dos, tres o quince días salieron de excursión a la sierra con los de su barrio y lo pasaron tan bien que decidieron que eso era lo suyo. Muchos de ellos incluso leyeron algo y la mayoría se dedicó a informarse sobre el tema en internet. Y allí descubrieron los textos de los mismos niñatos de California, Alemania o Francia que ante la falta de problemas en los años setenta, se habían inventado una pretendida destrucción inminente del planeta. Y que ante el vacío ideológico creado por la caída del Muro de Berlín en la izquierda, esta puso todo su aparato de propaganda y subvenciones a su servicio, para mantenerse vivos mutuamente. A día de hoy, el planeta sigue vivo y goza de buena salud, nadie ha conseguido demostrar que las variaciones del clima supongan un verdadero problema, ni mucho menos que tengan un origen antropogénico. O sea, que sean provocadas por el hombre. Pero el monte se puede seguir quemando porque así podemos culpar al cambio climático, aunque  se demuestre que el fuego ha sido provocado.

El otro día, cuando daban la noticia de los incendios, la estaba viendo con un amigo, hijo de un pastor de Ciudad Real, de un pueblo cercano ya a Sierra Morena y vecino precisamente del de la ministra Portavoz del Gobierno. Solo me hizo un comentario pero no le hizo falta decir más: “si nos dejaran quemar solo lo que hay que quemar…” Efectivamente, desde hace cientos de años el bosque se cuida quemando la leña que cae al suelo, recogiéndola para calentar las casas y encender las cocinas; o metiendo a los animales para que arranquen la hierba que de otra manera se convertiré en yesca para verano; o cortando las ramas bajas… o como quiera que cada uno siga las tradiciones centenarias de su pueblo o de su comarca para mantener el bosque. Para vivir de él y para conservarlo vivo cuando algún hijo de su madre o algún despistado le prenda fuego.

El verano pasado, más terrorífico que el anterior y menos que el que viene, había que oír hablar a todos los periodistas y jefes de clanes ecologistas, que habían descubierto el concepto de “incendios de segunda generación”. Esto no es otra cosa que incendios cada vez más frecuentes y voraces, pero no porque los incendios sean hijos de otros incendios, sino sencillamente porque los bosques tienen cada vez más combustible que quemar.  Pero parece que si decimos que son de “segunda generación” nos preocupamos más por el tema, aunque no hagamos absolutamente nada útil al respecto…

En octubre hablamos.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

viernes, 10 de marzo de 2023

La religión climática

 

Desde que el mundo es mundo, y desde que su más poderoso habitante es el Homo Sapiens, en su variante Sapiens Sapiens, este ha mantenido una constante lucha entre intentar buscar explicación racional a todo lo que ocurre a su alrededor; o atribuirle una explicación mágica. En esas circunstancias surge la Religión o por decirlo mejor, las religiones, capaces de lo más grande y lo más miserable. Desde evitar que la conquista de medio mundo, se realice por la fuerza, la explotación y el exterminio de sus habitantes, hasta justificar los asesinatos y la eliminación física de centenares de miles de personas. Siempre el ser humano ha buscado en lo divino la justificación para sus mayores hazañas y para sus más miserables vilezas. Y siempre, cómo no, ha habido quien ha estado dispuesto a justificar en nombre de la divinidad todas esas hazañas y todas esas miserias. Porque donde hay alguien dispuesto a creer lo que otro le dice si es para justificar sus actos, hay alguien dispuesto a decirle lo que quiere oír. De hecho, lo de justificar cualquier cosa en nombre de la divinidad, sobre todo si así se apoya al poderoso, es una profesión desde hace milenios y se llama religión oficial. Si mi poder viene de Dios y yo gobierno en su nombre, nada de lo que haga puede ser criticado, así que a callar.

Ese poder divino se ha llamado unas veces faraón, otras emperador, otras inca, otras zar, otras revolución, otras raza… y últimamente parece que se llama Planeta. Nada de lo que se haga para favorecer a la divinidad puede ser cuestionado bajo pena de ser señalado, apartado, acusado de traidor y estigmatizado. Y para eso siempre ha habido una élite sacerdotal que decide quién es buen creyente y, por tanto, quién está autorizado a vivir en paz y a disfrutar de las ventajas y la protección de su civilización. Los que queden fuera tendrán que apañarse solos.

En estas circunstancias, si la casta sacerdotal dice que Nuestro Padre Planeta está en peligro por nuestros pecados, porque nuestro comportamiento egoísta ha hecho que el clima cambie, a ver quién tiene narices para decir lo contrario. Más aún, en nuestro propio ser está el pecado original de haber nacido, ya que la especie humana es la única que le sobra a Nuestro Padre Planeta. Pero es que la cosa va más lejos aún: la culpa la tenemos, no solamente por haber nacido en la especie depredadora que destruye a Nuestro Padre Planeta sino, además, cada uno de nosotros individualmente con nuestro comportamiento. Somos agresivos, egoístas y soberbios, por eso todo lo que hagamos para redimir nuestras culpas será insuficiente: el clima ya está alterado por nuestra culpa y nada de lo que hagamos va a poder redimirnos. Como mucho, dejar de evolucionar hacia una destrucción segura.

Ahora bien, no se le ocurra a usted preguntar cómo se supone que debería ser el clima. Me explico, no pregunte usted dónde pone que, en tal fecha del año, en tal lugar, tiene que hacer tal clima: llover, nevar o hacer viento. Le responderán que “los expertos” dicen que esto es así “de siempre” y que ahora ya no lo es. Pero no le dirán que ese “de siempre” no tiene más de ochenta o noventa años, porque antes no hay ni un solo registro de clima; no le dirán que en ninguna parte pone cómo tiene que ser el clima en cada momento y en cada lugar, porque el clima depende de tantísimas variables que es imposible determinarlo; no le dirán que hemos pasado cuatro glaciaciones en las que el planeta se ha congelado completamente, y sus respectivos calentamientos globales para volver a hacer la Tierra habitable; no le dirán que detrás de esa penitencia que debemos auto infligirnos, renunciando a nuestro progreso, nuestra comodidad y la de nuestros hijos, hay intereses nada ocultos que no se basan solo en el enriquecimiento, sino en nuestro sometimiento a base de arruinarnos… No le dirán nada de eso, solamente le dirán que es usted culpable. Así son muchas religiones.

jueves, 12 de enero de 2023

Las niñas burladas

 

A estas alturas del recién estrenado año, me debato entre si me interesan menos los cuernos de la hija de Isabel Preysler, o los de Shakira. Tarea inútil, por otra parte: pongas la emisora que pongas de radio, de televisión o consultes el periódico que consultes en internet, recibirás un caudal interminable de opiniones sobre ambas “noticias”. Al parecer, son muchísimo más importantes que el hecho de que nos estemos ahogando en el fango como país, como continente y como mundo.

Reconozco que lo preocupante no es que estas dos ciudadanas tengan interés en contar su vida privada, he visto cosas muchísimo más soeces, sino que haya a quien le interese. Y no solo eso, sino que haya tanta gente a la que le interese y que esté dispuesta a opinar, a debatir y hasta reñir, como para que estos dos asuntos, aparentemente tan nimios, ocupen el lugar que ocupan en el orden de importancia de las noticias. Lo realmente preocupante es ver hasta qué punto nos hemos convertido en un rebaño amorfo, huidizo y manipulable por los ladridos de cualquier perro pastor.

Entre otras cosas, si cada uno de estos dos casos fuera el del hijo de un famoso marqués y una señora cuyos otros hijos fueran de un cantante internacional y de un ministro de Hacienda, y que anduviera con un premio Nobel; o de un cantante burlado por una deportista, la cosa no tendría mayor recorrido. Pero son mujeres. Y ya se sabe que ese hundimiento en el fango que sufrimos como país, como continente y como mundo, tiene mucho que ver con que los únicos derechos importantes sean los de las mujeres, los de los homosexuales y los de los animales. Y claro, en esas circunstancias, un marido burlado es un cornudo; mientras que una mujer burlada es una víctima del machismo, de la sociedad, de la Religión y de dos mil años de opresión.

Personalmente, creo que las rabietas de gata herida están muy bien para las adolescentes, pero una señora que se precie de serlo no airea sus problemas privados. Menos aún para hacer negocio, claro. Como tampoco me parece muy elegante lo de ir a contar a los medios de comunicación lo feliz que eres, porque tu parrandero garañón ha vuelto después de ponerte los cuernos ante toda España. Pero, en fin, insisto en que esos son asuntos privados que no me interesan. Lo realmente preocupante, en mi opinión, es que la figura del “famoso” haya alcanzado la importancia que ha alcanzado en nuestra sociedad. El famoso, en otros tiempos más racionales, lo era porque era un cantante, un actor, un torero o un marqués, este último importante no por ser marqués sino por algún mérito específico. Al “mortal” le gustaba sentirse cerca de sus personajes admirados, compartir sus éxitos y saber que también podían sufrir como cualquiera. Y en todo caso, el estar delante de los objetivos les condicionaba para vivir -o aparentar vivir- una serie de comportamientos, mayoritariamente considerados éticos, o al menos estéticos. Ahora lo que atrae es el morbo, el saber que sufren y poder opinar que se lo merecen. Desde el momento en que lo anti ético pasó a ser “rompedor”, original o innovador; y lo anti estético arte, nos hemos precipitado por una peligrosa pendiente en la que prácticamente todo vale. El problema es que lo que más vale es lo que menos interesa, y que lo que más interesa es lo que menos vale. Y así nos va, claro.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro