sábado, 5 de agosto de 2023

NEGACIONSITAS Y TRAGACIONISTAS

 

Si alguien ha sabido, desde los años sesenta y setenta del siglo pasado, manipular, dirigir y controlar la opinión pública, ese ha sido el sindicato del Partido Comunista de España, Comisiones Obreras. Y esto lo hacía de manera magistral a través de asambleas en fábricas, institutos y universidades; o de parroquias. Ya entonces, de manera clandestina, existían manuales para esto, que te enseñaban dónde situar a tu gente en la asamblea o manifestación, a controlar el orden de las intervenciones, etc. Muy, muy interesantes, la verdad. A nadie debe, por tanto, extrañar que una coalición de partidos en la que uno de ellos está encabezado por una sindicalista de Comisiones Obreras, hija y nieta de sindicalistas, haya dado la vuelta a un resultado electoral que preveía su desaparición. Mientras tanto, los otros dos partidos se apuñalaban entre sí. Allá ellos, pero no es ese el asunto de este artículo. Sí lo es, en cambio, que uno de los recursos más utilizados siguiendo estos manuales, entonces y ahora, para neutralizar cualquier tipo de oposición, consistía en agrupar a todos los disidentes bajo un único adjetivo peyorativo: fascistas, fachas, violentos, partidarios de la guerra, pagados por la patronal, vendidos, etc. De esta manera, todo el que se sale de las directrices ideológicas o políticas, pasa engrosar las filas de un enemigo al que hay que abatir a toda costa. Y para eso se le señala públicamente de manera que sus compañeros, amigos e incluso su propia familia le afeen la conducta. Y la cosa funciona, vaya que si funciona. Lógicamente, todo este sistema de control ideológico o de la opinión, no es original de este sindicato, aunque sí es verdad que ellos han aportado mucho al mismo. Su origen posiblemente esté en los movimientos revolucionarios de los siglos XVIII y XIX, pasando por la Unión Soviética y sus terminales de manipulación ideológica en la Europa Occidental del siglo XX: pacifismo, ecologismo, literatura, cine, universidades, etc.

Pues bien, uno de los recursos de manual, como digo, para imponer la idea indiscutible, inapelable y hasta dogmática, del famoso “cambio climático”, es la de tachar de negacionista a todo aquél que se le ocurra cuestionarlo. Se dice que el cambio climático es una realidad científicamente contrastada, pero no se dice que todo aquél científico que ose poner en cuestión el dogma del cambio climático, no va a volver a dar una conferencia, a ser contratado en ninguna universidad ni a publicar nada. Así, sin más. Y todo porque va a quedar adscrito a la etiqueta de “negacionista”. Por supuesto, todo aquél que se atreva a preguntar qué es lo que está cambiando del clima, cómo o dónde, también será un negacionista digno de ser perseguido sin cuartel. Todo menos contestar a esas preguntas tan sencillas. Porque aunque usted no lo sepa porque es muy joven, esta historia del cambio climático no es original. Se inicia en los EEUU en la época de Bill Clinton y su vicepresidente Al Gore, quien después ha recorrido el mundo dando conferencias millonarias en las que proyecta imágenes de terremotos, erupciones volcánicas y tormentas tropicales para asustar al personal. Todo ello en su avión de keroseno ultra contaminante, claro. Pues bien, entonces el origen de la destrucción (que iba a tener lugar en 2020, por cierto) no era el cambio climático sino un tremendo agujero en la capa de ozono que envuelve la Tierra y que los malvados seres humanos estábamos agrandando a base de usar aerosoles. Cuando se demostró que aquello era una tontería como la copa de un pino y que el aumento o disminución de la capa de ozono dependía de otros factores muy diversos y ajenos al espray de su desodorante, hubo que inventar otra cosa. El caso es que se había demostrado que generar miedo y culpa era rentable, así que se recurrió al “calentamiento global”: en teoría, la Tierra se estaba calentando a tal velocidad que en pocos años nos íbamos a freír como churros en feria. Pero la Tierra, tan indisciplinada ella, se enfrió, luego volvió a calentarse y luego volvió a enfriarse. Es decir, siguió su ciclo normal. El hecho es que si se hablaba de algún síntoma concreto para predecir la catástrofe, la Ciencia se empeñaba en demostrar lo contrario, por lo que hubo que recurrir a algo más genérico, no concreto ni rebatible por los hechos empíricos. Así que, de momento, los científicos fuera del debate. Y a continuación buscar un argumento que siga generando la misma culpa y el mismo miedo, por lo que diremos que “el clima” (algo muy genérico) “está cambiando” (sin decir qué es lo que está cambiando, es decir, algo mucho más genérico).

Y al impertinente que se le ocurra venir con pamplinas de demostraciones científicas, le colgamos el calificativo de negacionista y que se prepare. A ver quién se van a creer que manda aquí. Eso sí, solo se puede poner calificativo a unos, a los rebeldes, ateos e incrédulos. Entonces, si los que se niegan a renunciar a su vida, a su prosperidad, a su progreso y al  de sus hijos, en favor del dominio de cuatro ricachos americanos, europeos, chinos y rusos, se llaman negacionistas ¿no habría que llamar tragacionistas a los sumisos?