martes, 31 de mayo de 2016

La mala educación

Este título, aparte de una obra, no sé si autobiográfica de Pedro Almodóvar, es un fiel reflejo de lo que representan actualmente en España, no solo nuestros artistas, actores, autores, intelectuales y periodistas, sino nuestros políticos. Y claro, si toda esa caterva de “representantes” de la sociedad son los que a diario vemos en uno u otro medio, al final es lo que imitamos. Aunque no sé yo si somos mal educados porque no tenemos un ejemplo a seguir, o porque el ejemplo a seguir es el que es. Y lo somos, sencillamente porque la educación se ve como algo del pasado. Como una rémora felizmente superada. En muchas ocasiones he oído la cantinela de que “la educación pública está muy bien, pero es que llevar al niño con los hijos de los emigrantes…” Y al final, resulta que cuando tratas con ellos te das cuenta de que los hijos de los inmigrantes, en concreto de los que proceden de Hispanoamérica, les dan cien vueltas en educación a los hijos de los españoles. Por supuesto, esto último es una generalización y como todas las generalizaciones, admite todo tipo de excepciones. Dicho queda. Lo malo es cuando oyes esa cantinela a un militante de Podemos. Y juro que yo se la he oído.

Y hablando de impostura y de mala educación ¿Alguien puede explicarme qué relación tiene ser político con ser un maleducado? Lo digo porque recientemente, en los actos del Día de la Fuerzas Armadas, se pudo ver a gran cantidad de políticos, politiquillos y politicastros dando un auténtico recital de mala educación. De unos partidos y de otros, todo hay que decirlo, pero más de unos que de otros. Vamos a ver, señores: no saber hacer la reverencia a SM el Rey, no te hace más republicano ni más de izquierdas. Sencillamente te hace más maleducado. De la misma manera que rascarte tus partes en presencia del Presidente de la República Francesa no te hace más monárquico, sino más bien te hace quedar como un patán. O que tratar sin el debido respeto al Papa, al Gran Rabino de Jerusalén, al Patriarca de Constantinopla, al Dalai Lama o al ulema de la Mezquita de tu barrio, no te hace más ateo ni más laicista, sino que te convierte en un auténtico paleto destripaterrones.

Claro que puestos a quedar mal ante SM el Rey, quedaron mucho peor los que no fueron que los que sí lo hicieron, aunque no supieran hacer la reverencia. A estos por lo menos se les puede suponer ignorancia. Y aquellos no eran de izquierdas, aparentemente. Que la Presidenta -vaya palabreja- de la Comunidad de Madrid, no fue porque tenía que ir al fútbol. Con un par. No sé qué cara se le quedaría cuando se encontrase a SM en el mismo partido. Si es que aquí todavía se pone alguien colorado… Por su parte, el Presidente en funciones del Gobierno de España, tampoco pudo asistir al homenaje a la Fuerzas Armadas españolas en el que participaba SM el Rey, por un compromiso mucho más importante, sin duda. “El coñazo ese del desfile…” lo llamaba él.

El caso es que al final, gústenos o no nos guste, la educación es una parte importantísima de la convivencia. Si no la más importante, ya que no es otra cosa que actuar de forma correcta, de manera que la primera impresión que de nosotros perciba el otro sea el respeto hacia su persona. Y eso, aunque a muchos les cueste creerlo, ni está obsoleto ni es una rémora del pasado. Antes al contrario, se ha formado a lo largo de los siglos con mucha sabiduría, mucha paciencia, mucha delicadeza y mucha habilidad.


Y, por cierto, no dársela a tus hijos, no les hace más felices ni más libres, sino más ignorantes.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 17 de mayo de 2016

Obsolescencia programada


Quien haya tenido la santa paciencia de leer mis artículos, tanto en el primer formato del blog Tiroleses, como en el actual (http://gonzalorodriguezjurado.blogspot.com.es/) o más recientemente en Facebook, sabrá ya de sobra que soy un quijote en permanente combate contra los molinos de la corrección política. Tanto en los comportamientos como en lo que es peor, en el lenguaje. Y sabrá por supuesto, que todo intento de enmascarar un comportamiento reprobable retorciendo las palabras, tiene en mí a un Pepito Grillo, a un tocagüevos y a un respondón. Que me sale la vena socarrona e irónica cuando leo en las revistas del corazón que llaman “jinete” o “empresario” a lo que toda la vida se ha llamado un play boy o, en castellano, un chulo. Que me hierve la sangre cuando me hablan de todos y todas ignorando el género de las palabras, de los malayos para llamarles malasios o de los fueros para llamarles aforamientos. Que nunca llamaré desencuentro a una pelea, equipación al equipo, motivación a los motivos ni llamamiento a una llamada. Que alargar las palabras para parecer más culto es, sencillamente, una paletada.

Y viene a cuento esta declaración de insubordinación, porque he leído que nuestros vecinos franceses, tan revolucionarios ellos y tan amantes de la Liberté, la Egalité y la Fraternité (ente franceses, claro), están preparando una Ley para prohibir la “obsolescencia programada” ¿Y eso que cosa es? Se preguntaré usted. Pues lo que toda la vida nos ha dicho el técnico que venía a casa a arreglar la lavadora, y nosotros repetimos de forma rebañega y resignada: “No le merece la pena arreglarla, si están hechas para durar justo cuatro años”. Y quien dice la lavadora, dice la nevera, la televisión, el ordenador, el coche o la plancha. Pues vamos a ver, porque cuando tuvimos que desmontar la casa de mi abuela, hace poquitos años, jubilamos una nevera en perfecto estado de funcionamiento, que se había comprado en la base de Torrejón en los años 50. Porque antes, los coches los arreglaba un mecánico, lleno de grasa, en cualquier taller de cualquier carretera de España. O, lo que es peor, porque aceptamos sin rechistar que el aparato que estamos comprando “tiene una vida”. Y sin embargo, no exigimos que nos pongan por escrito cuál es esa “vida”.


Somos un pueblo que se indigna porque sus políticos ganen dinero, sin tener en cuenta que más vale pagar bien a los políticos, que dejarles que se lo “ganen” por otro lado. Capaces de quemar en la plaza pública a cualquier servidor público, ya sea político o funcionario, por hacer lo que -legal o ilegalmente- ha hecho toda la vida, pero que nadie le ha recriminado cuando había para todos. Cuando se cobraba sin factura o se faltaba un mes al trabajo por una lumbalgia. Un pueblo que paga sin chistar un “canon de reciclaje” cuando cambia los neumáticos o el aceite, y no toma por asalto el taller para reclamar su dinero, cuando se entera de que los neumáticos se amontonan en las cunetas y se queman sin control. Pero claro, si yo pago, estoy cumpliendo con mi obligación. Lo demás, no es asunto mío. Y los franceses, que arreen. Después de todo, siempre nos han tenido envidia…

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro