lunes, 31 de octubre de 2016

Fe, Esperanza y Solidaridad

Sí, yo estoy entre ellos. Entre esos a los que tú nunca conoces; de los que salen en las encuestas como “Familia con todos sus miembros en paro”. Y tú te crees que son los típicos caras de un pueblo de Sevilla, de Córdoba o de Badajoz, que están todos apuntados al paro y además hacen sus ñapas en negro. Pero que en realidad eso no existe. Que si existiera “estaríamos a tiros por las calles”. Pues existe. O por mejor decirlo, existimos. Lo que pasa es que no quiero -yo no hablo más que en mi nombre- darte pena. No quiero tus ayudas ni tus subvenciones. No quiero tu limosna. Quiero que me devuelvas todo el dinero que durante años te has estado quedando de mis nóminas. Aunque sé que eso no es posible, que no voy a ver ni el cuarenta por ciento de ese dinero, porque “somos solidarios”. Es decir, porque se lo vas a dar a otros que, en muchos casos -demasiados-, ni han trabajado ni han aportado nada a esa caja. Una caja que por supuesto debe existir. Porque la vida es imprevisible, porque nunca sabemos qué es lo que puede ocurrir, pero que no entiendo por qué tiene que estar abierta a todo el que llegue. No entiendo por qué solo unos tenemos la obligación de llenarla y todos, el derecho a vaciarla.

A lo mejor es que no soy “solidario”. Pero es que claro, tienes que comprender que yo ya tengo una edad y en mi época la solidaridad se llamaba Caridad. Y entonces era una opción individual. Un sentimiento que te obligaba a compartir con los más necesitados lo que a ti te sobraba. Pero entonces lo hicieron obligatorio, pasó a decidir alguien por ti lo que querías compartir y con quien querías compartirlo, y sobre todo quienes eran los necesitados; y se empezó a llamar solidaridad. Hasta tal punto fue un éxito, que ya ni en misa oyes la palabra Caridad. Ahora los curas son solidarios. Y supongo que las Virtudes Teologales son Fe, Esperanza y Solidaridad. ¿Pero sabes lo malo? Lo malo es que esos agraciados con una parte del pastel que ellos no han contribuido a cocinar, no te lo van a agradecer nunca. Que va, al contrario. Estarás obligado a mantenerles, a darles su dinero, mi dinero, porque si no, no serás solidario. Y claro, visto lo visto, que alguien te acuse hoy día de no ser solidario, puede ser una mancha indeleble en tu carrera política.

Sí, sí… ya entiendo lo de las carreteras, los hospitales y los bomberos. Pero es que, vamos a ver, que uno es de Letras y por tanto poco versado en el asunto de los dineros: si a mí me dieran el veintiuno por ciento de los millones de compra-ventas que a diario se hacen en España; si además me dieran casi el cincuenta por ciento de todas las nóminas que mensual, semanal y diariamente se pagan en España; y además me dieran anualmente entre el diez y el ochenta por ciento del valor de todas las propiedades que tienen los españoles; y entre el veinte y el cien por ciento del patrimonio de cada español que se muere; te juro que las carreteras serían todas autopistas, incluidas las comarcales. Te juro además que los hospitales no tendrían nada que envidiar al Ruber Internacional y que los bomberos del pueblo más insignificante contarían con medios aéreos. Y si yo, que como te digo soy de Letras y manejo mal los dineros, soy capaz de comprometerme a todos eso, la pregunta es ¿dónde va todo el dinero que falta? ¿A solidaridad, quizá?

Mira, te propongo una cosa: quédate con todo el dinero que me has quitado. No lo quiero. A cambio, déjame en paz. Déjame que cree empresas, que monte negocios, que trabaje y que cree puestos de trabajo. Todo ello sin cobrarme miles de euros antes de empezar. Yo te juro que si gano dinero, te daré una parte. Seré solidario y tú podrás serlo también ¿Hecho?

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro