Sí, yo estoy entre ellos. Entre
esos a los que tú nunca conoces; de los que salen en las encuestas como “Familia
con todos sus miembros en paro”. Y tú te crees que son los típicos caras de un
pueblo de Sevilla, de Córdoba o de Badajoz, que están todos apuntados al paro y
además hacen sus ñapas en negro. Pero que en realidad eso no existe. Que si
existiera “estaríamos a tiros por las calles”. Pues existe. O por mejor decirlo,
existimos. Lo que pasa es que no quiero -yo no hablo más que en mi nombre-
darte pena. No quiero tus ayudas ni tus subvenciones. No quiero tu limosna.
Quiero que me devuelvas todo el dinero que durante años te has estado quedando
de mis nóminas. Aunque sé que eso no es posible, que no voy a ver ni el
cuarenta por ciento de ese dinero, porque “somos solidarios”. Es decir, porque
se lo vas a dar a otros que, en muchos casos -demasiados-, ni han trabajado ni
han aportado nada a esa caja. Una caja que por supuesto debe existir. Porque la
vida es imprevisible, porque nunca sabemos qué es lo que puede ocurrir, pero
que no entiendo por qué tiene que estar abierta a todo el que llegue. No
entiendo por qué solo unos tenemos la obligación de llenarla y todos, el
derecho a vaciarla.
A lo mejor es que no soy “solidario”.
Pero es que claro, tienes que comprender que yo ya tengo una edad y en mi época
la solidaridad se llamaba Caridad. Y entonces era una opción individual. Un
sentimiento que te obligaba a compartir con los más necesitados lo que a ti te
sobraba. Pero entonces lo hicieron obligatorio, pasó a decidir alguien por ti
lo que querías compartir y con quien querías compartirlo, y sobre todo quienes
eran los necesitados; y se empezó a llamar solidaridad. Hasta tal punto fue un
éxito, que ya ni en misa oyes la palabra Caridad. Ahora los curas son
solidarios. Y supongo que las Virtudes Teologales son Fe, Esperanza y
Solidaridad. ¿Pero sabes lo malo? Lo malo es que esos agraciados con una parte
del pastel que ellos no han contribuido a cocinar, no te lo van a agradecer
nunca. Que va, al contrario. Estarás obligado a mantenerles, a darles su
dinero, mi dinero, porque si no, no serás solidario. Y claro, visto lo visto,
que alguien te acuse hoy día de no ser solidario, puede ser una mancha
indeleble en tu carrera política.
Sí, sí… ya entiendo lo de
las carreteras, los hospitales y los bomberos. Pero es que, vamos a ver, que
uno es de Letras y por tanto poco versado en el asunto de los dineros: si a mí
me dieran el veintiuno por ciento de los millones de compra-ventas que a diario
se hacen en España; si además me dieran casi el cincuenta por ciento de todas
las nóminas que mensual, semanal y diariamente se pagan en España; y además me
dieran anualmente entre el diez y el ochenta por ciento del valor de todas las
propiedades que tienen los españoles; y entre el veinte y el cien por ciento
del patrimonio de cada español que se muere; te juro que las carreteras serían
todas autopistas, incluidas las comarcales. Te juro además que los hospitales
no tendrían nada que envidiar al Ruber Internacional y que los bomberos del
pueblo más insignificante contarían con medios aéreos. Y si yo, que como te
digo soy de Letras y manejo mal los dineros, soy capaz de comprometerme a todos
eso, la pregunta es ¿dónde va todo el dinero que falta? ¿A solidaridad, quizá?
Mira, te propongo una cosa:
quédate con todo el dinero que me has quitado. No lo quiero. A cambio, déjame
en paz. Déjame que cree empresas, que monte negocios, que trabaje y que cree
puestos de trabajo. Todo ello sin cobrarme miles de euros antes de empezar.
Yo te juro que si gano dinero, te daré una parte. Seré solidario y tú podrás
serlo también ¿Hecho?