lunes, 26 de abril de 2021

EL FINAL DE UN SUEÑO

 

Definitivamente, estamos ante el final del sistema político del 78. Aunque no es la línea de este blog tratar asuntos políticos, y aquí es bienvenido todo el que venga a contrastar ideas, a aportar y a debatir civilizadamente, creo que a nadie puede ofender una opinión acerca del futuro de nuestra convivencia. Y es precisamente de esa convivencia de lo que hablo cuando me refiero al sistema del 78, y no de las instituciones que se crean a partir de entonces. Estas han sido poco a poco socavadas y carcomidas desde dentro, hasta quedar en meras fachadas. Los que en aquella época éramos jóvenes -adolescentes en mi caso- éramos radicales, como los jóvenes de todas las épocas, como el que se cree que lo sabe todo. Unos de un lado y otros del otro, como buenos jóvenes queríamos salvar al mundo de la amenaza de “los otros”. Hasta que vimos a los verdaderos protagonistas de la guerra, del horror y de la muerte de ambos bandos, abrazarse, perdonarse y mirar juntos hacia delante.

Nadie se crea la historia oficial de un pueblo que gemía doliente, oprimido por una dictadura que a todos perseguía, porque no es cierta. En España se vivía muy bien y nadie te molestaba, a no ser que decidiese meterte en líos y reclamar -legítimamente, no digo otra cosa- un cambio en el sistema político. Y a pesar de todo, mucho tenías que tocar las narices para que alguien decidiera complicarte la vida. Como, por ejemplo, desestabilizar la economía desde el único sindicato que hacía oposición real, que era Comisiones Obreras o desde el partido que lo dirigía, que era el Partido Comunista de España. Aun así, tanto el PCE como su sindicato y los sectores dirigentes más altos del régimen, decidieron optar por una solución pacífica, por la concordia y por seguir el camino de la paz. No se engañen, los demás partidos no existían, eran meras bandas de asesinos y secuestradores (ETA, GRAPO, FRAP), o sencillamente no pintaban nada en España. No me deje mentir quien pueda recordarlo, aunque es verdad que esos pocos años tan apasionantes fueron convulsos, intensos y distintos en cada pueblo y lugar de España. En el País Vasco por muy poco tiempo, pero también pasó.  En Cataluña se respetaba a todo el mundo, aunque algunos no lo crean. En todos al final, se respetaba al adversario o por lo menos se admitía que podía haber alguien que pensara de manera distinta. Nadie estaba en posesión de la verdad, pero sobre todo nadie era sospechoso de ladrón, asesino, golpista ni desestabilizador, por el solo hecho de pensar distinto. Y lo que es más importante, el que se vendía como salvador, como que venía a salvar a la mitad de los españoles de la otra mitad, era visto como un patético radical o como alguien peligroso. Y lo era, de hecho.

Lo que ha pasado desde entonces, para que la mitad del arco político tenga como único discurso auto adjudicarse credenciales de legitimidad; y la otra mitad le siga el juego pidiendo perdón por existir, y suplicando un poquito de reconocimiento, es un misterio. O no. Muchos autores atribuyen esta polarización al surgimiento de partidos más radicales de ambos lados, frente al bipartidismo: Podemos y Vox. Sin embargo, en mi opinión, el nacimiento de estos partidos no es el motivo sino la consecuencia de esa polarización. Y esta polarización ha sido meticulosamente planeada y ejecutada desde dentro del sistema. Y lo que es peor, por dirigentes de los dos partidos que hasta ahora se han turnado en el poder.

Si a esto añadimos la absoluta degeneración de la Justicia y el asalto por parte de estos dos grandes partidos a sus órganos de Gobierno, es decir de poder, nos encontramos ante la absoluta indefensión del ciudadano al que cualquier poderoso decida complicar la vida. Es decir, la negación de la Democracia. Más aún, desde hace tiempo, para imponerse sobre cualquier decisión del Tribunal Supremo, última instancia válida y real de la Justicia en España, se inventó lo del Constitucional. Este es un tribunal político, nombrado por los políticos y para el que ni siquiera es necesario ser juez para pertenecer, Con caerle bien al político indicado, vale. Que este tribunal debe existir es incuestionable, pero bastaría con que fuera una sala más del Supremo. Punto. Más grave aún, es que la última instancia no sea el Supremo sino El Divino. Es decir, Jorge Javier Vázquez. Que sea ese patético sujeto, quien tenga la última palabra sobre vidas y haciendas de los ciudadanos es, además de impresentable, muy peligroso.

Lo dicho, el final de un sueño. O más bien, un sueño convertido en pesadilla.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro