domingo, 18 de enero de 2015

Je ne suis pas Charlie

-      - Cómo se nota que no sabe usted francés, lo ha dicho al revés: ha dicho usted “Yo no soy Charlie” en lugar de decir “Yo soy Charlie”

- Es justo lo que quería decir

- ¡Vaya, otra vez usted remando a la contra! Aunque sea a costa de ponerse del lado de los asesinos…

- Alguien tenía que remar a la contra. Pero no, eso nunca, ni antes ni ahora. No como otros, por cierto. Mire, yo soy de los que siempre ha estado contra el terrorismo desde que tengo uso de razón. Jamás consideré que lo de llevarse un tiro en la nuca o salir volando por los aires al montar en el coche,  fuese en el sueldo de nadie. Incluso antes de la muerte de Miguel Ángel Blanco. Sin embargo, sí había quien callaba entonces y a partir de ahí decidió “movilizarse”. Y en mal hora fuera oiga, que cuando empecé a ver manitas blancas y quejidos pacifistas me eché a temblar: habíamos iniciado el camino irreversible de la derrota. Cuando el pueblo se echa en masa a la calle pidiendo clemencia a los asesinos, la Justicia ha perdido la guerra frente a la Paz. O a la presunta paz porque, como usted sabe, la Paz no solo es la ausencia de violencia, que sin Justicia no hay Paz posible.

Ya dije en un artículo de Tiroleses sobre el lenguaje políticamente correcto, nada menos que allá por diciembre de 2012, lo que opinaba del “todos somos…”:


Como siempre perdón por la auto cita, pero es que es todo tan previsible, tan aburridamente previsible… Mire usted, ni soy ni he pretendido ser, ni aguantaría que me comparasen con nadie que trabajase en un engendro parecido a Charlie Hebdo. Vaya por delante que jamás lo he leído, entre otras cosas porque no leo francés, pero me parece que tiene una línea editorial propia de piji-progres. Típicos niñatos del 68, que hicieron la revolución desde el sofá de casa de papá y mamá y cuyo único argumento es “desmitificar”, insultando y faltando el respeto a las creencias del otro. No, sinceramente a mí no me gusta nada lo poco que he visto.

Sin embargo, me dejaría matar por defender su derecho a publicarse. Hasta ahí podían llegar las bromas, oiga. Que una cosa es que a mí no me guste su línea editorial, y otra muy distinta que un hijo -o dos- de mala madre puedan permitirse tomar un Kalashnikov, entrar en una redacción y llevarse por delante a siete personas y al policía que las custodia, porque no les guste lo que publican. O meterse en un supermercado y cargarse a otros tantos porque no le gusta lo que compran. Es justo ahí donde está la raya que separa la Civilización de la barbarie. Y además, no me parece mal que la Policía o el Ejército frían sin contemplaciones al que intente pasarla.

No, definitivamente yo no soy Charlie, pero no quiero vivir en un mundo en el que no quepa Charlie. Descansen en paz todos ellos.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

lunes, 5 de enero de 2015

Las estautas de Los Jardines

No sé si lo he conseguido. Llevo años intentándolo, intentando sintetizar en un solo artículo o en un solo vídeo la fuerza, la delicadeza y la expresión de todas y cada una de las estatuas de Los Jardines. Algo imposible, dirá usted y doy fe de que lo es. Cuanto más les miro a la cara, cuanto más intento comprender lo que cada una de ellas quiere decir, más me desanimo y menos posibilidades creo tener de lograrlo.

Pero, como tantas veces he dicho, uno es un optimista impenitente y la peor opción es no intentarlo. Así que ahí va el cuarto a espadas de este jugador de (mala) fortuna; de este domador de pulgas y de este navegante en busca de la Indias Occidentales; de este Don Quijote, que jamás reconocerá un molino donde haya un gigante al que mandar a postrarse delante de su Dulcinea; o de este Gustavo Adolfo capaz de subir solo al Monte de la Ánimas, de buscar en la intimidad de maese Pérez el organista o de extasiarse con las oscuras golondrinas…

¡Antes morir que perder la vida!



Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro