jueves, 4 de marzo de 2021

TENGO UNA MALA NOTICIA

 

A nadie le gusta ser portador de malas noticias. Incluso hay veces que el mensajero paga las consecuencias de su jetattura[1] con juramentos, maldiciones, y en casos extremos, con su propia vida. Pues bien, aún a riesgo de pagarlo con mi propia vida, he de abrir los ojos a una parte cada vez más importante de nuestra comunidad hispanoamericana. Y es que cada ves son más los que se suman a ese movimiento destructor y destructivo llamado indigenismo. Destructor, porque tiene la fea costumbre de expresarse destruyendo estatuas, atacando personalmente a quien ose disentir, o gritando más fuerte para no dejar opinar a los demás. Y destructivo porque su finalidad, cada vez más evidente, es la de destruir una convivencia forjada a través de muchos siglos, de muchos sacrificios y de muchos actos heroicos. ¿Qué hubo injusticias y abusos durante los tres siglos en los que los españoles de ambos hemisferios convivimos? Pues claro ¿no ha de haberlos? También los hay hoy, los hubo en la península y los siguió habiendo después de los procesos de independencia. También los hubo, los hay y los habrá en Gran Bretaña, Francia, China y Turquía. Eso es normal: siempre los ha habido y siempre los habrá, en todo tiempo y lugar. Al menos, siempre que haya alguien que tenga más poder que los demás, y la única forma delimitar esos abusos es limitar el poder.

Dentro de esas corrientes indigenistas, aparte del lado folclórico y pachanguero, hay una tendencia presuntamente “académica”. Esta se dedica no sólo a reescribir la Historia sin consultar un solo documento ni archivo, sino a recuperar elementos culturales propios de los indígenas, al más puro estilo de nacionalismo fascista europeo, del que desgraciadamente tantos ejemplos tenemos en España: costumbres inventadas, fiestas que a casi nadie importan, o idiomas “propios” que casi nadie hablaba hasta hace cincuenta años. Y de repente, te encuentras a un tipo hablando un nahuatl[2] que nunca nadie ha hablado en su casa. Pues bien, resulta que, si esos idiomas existen, es ni más ni menos porque los religiosos españoles, con el apoyo de la Corona, se empeñaron en aprenderlos para de esa manera poder escribirlos y conservarlos. Porque esos indios tan desarrollados y felices no conocían la escritura. Es decir, si todavía los conocemos, es gracias a aquéllos que según los indigenistas vinieron a destruirlos. Curiosa paradoja.

Pero esa no es la mala noticia, todavía hay una peor. Parece ser que el único objetivo de todos aquéllos españoles que cruzaron el Atlántico era la rapiña, el pillaje y la violación masiva de indias, indios e inditos. No habría oro en América para completar todos los barcos cargados de oro que, supuestamente, zarparon de sus costas para enriquecer a los avariciosos españoles. Sin embargo todavía queda oro de sobra en América para que lo exploten empresas como Barrick Gold, Newmont Goldcorp  o Kinross Gold. La realidad es que el único oro que salió de América en dirección a España fue el llamado quinto real. Es decir, la quinta parte de los beneficios de cualquier negocio que se emprendiera en América, y diese beneficios. Ya quisiéramos hoy día un IRPF de un quinto de nuestros beneficios. Más aún, si a cambio tuviésemos ciudades seguras, caminos que vertebrasen toda América, seguridad en los mares frente a los piratas, universidades, puertos, canales de riego, unos derechos iguales para todos los súbditos de la corona y la prohibición estricta y expresa de la esclavitud. Fuesen de la raza que fuesen y hubiesen nacido dónde hubiesen nacido. Pregunten a los habitantes de Teahuantisuyu o de Tenochtitlán si tenían eso antes de la llegada de los españoles.

Pero es que hay algo más: cuando todos estos indigenistas de facultad, salón de actos y mitin dominguero aúllan, se definen así mismos. Gente que se llama Pérez, García, Domínguez, Chaves o Castro lloriquean por el daño que fuimos a hacer los españoles. Evidentemente, todos esos son apellidos indígenas. Ellos descienden de una princesa india. Yo no sé si todas las indias eran princesas, pero cada vez que te cuentan la historia de alguna, era una princesa… No quiero ser mal pensado, pero a ver si fueron sus antepasados los delincuentes que, apoyados en las logias de origen inglés y francés, conspiraron contra su propio país para expulsar a los españoles. Desde luego, los míos se quedaron en la península y nunca explotaron a los indios. Lo que ocurriese después de la independencia tampoco es asunto mío, pero el día que los indios se enteren del negocio que hicieron pasando a manos de los que les defienden, alguien va a tener un buen disgusto. Trescientos años sin una sola guerra, y cuándo triunfan las independencias, las guerras se multiplican exponencialmente. Pregúntenselo a los mexicanos, que perdieron más del cincuenta por ciento de su territorio en menos de ochenta años. La mala noticia es esa, que esos españoles tan malvados y libidinosos que fueron a América son tus antepasados. Los míos se quedaron en Europa.


[1] María Moliner define el italianismo escuetamente como “Influjo maléfico que supuestamente ejercen ciertas personas o cosas”

[2] Uno de los idiomas hablado en México antes de la llegada de los españoles