martes, 11 de octubre de 2022

Relapsos

 

Relapso era aquél que, hallado culpable en un proceso inquisitorial, era “relajado al brazo secular”. Es decir, entregado a las autoridades civiles para que estas ejecutasen la sentencia que le hubiera sido impuesta, ya que la Iglesia no ejecutaba sentencias contra nadie.

Cualquiera que haya seguido periódicos, radios o televisiones en los últimos días, será partícipe de los hechos más importantes que han tenido lugar. Que no son el bombardeo de objetivos de civiles por Rusia, ni la crisis del gas que amenaza el invierno europeo, ni la agobiante presión fiscal que nos atenaza y que nos condena a una inflación sin límites. No, lo realmente importante, lo que con razón ha ocupado portadas y ha abierto noticieros es, sin duda, la gamberrada de unos pocos estudiantes desbordados de hormonas, intentando ligar con las chicas del colegio de enfrente, con una carga no menor de hormonas. La causa: como dije en un artículo anterior, que ya no se puede asistir a ninguna juerga, borrachera o relajación de las costumbres sin que algún imbécil saque un telefonito y te grabe. Te grabe y lo publique, por supuesto, que para eso te graba. Los hechos: la puesta en escena de una auténtica berrea que, como todas las berreas, tiene lugar puntualmente en un momento del año y pasa más por ser un espectáculo que otra cosa. El mejor o peor gusto de este espectáculo es discutible, pero cuestión de gusto al fin.

Como usted sin duda sabe, la Inquisición tenía como fin vigilar el recto cumplimiento de la doctrina, especialmente dentro de la Iglesia, no torturar a nadie ni llenar mazmorras de gente colgada de las paredes. Eso solo pasa en las películas americanas, pero para saber Historia hay que leer, no ver películas. Y como en España siempre tenemos que ir detrás de los inquisidores para jalearlos y tocarles las palmas, desde el presidente del Gobierno hasta el último meritorio del último periódico de cualquier provincia, han salido en tromba a lapidar y a afear la conducta de los relapsos. Naturalmente, por su bien, para ponerles frente a su conducta impropia y pecaminosa y que abjuren públicamente de ella. Se les pone un sambenito o capirote, se les sube en un borrico y se les pasea por las calles acompañados por un pregonero que anuncia su pecado. Mientras, el pueblo les insulta y les arroja verduras podridas. Todo por contravenir la Única y Santa Fe del Feminismo. Y, cómo no, el denunciante es ejemplo de buen cristiano y defensor de la Fe. A él se unirán partidos, sindicatos, asociaciones y hasta otros colegios mayores y compañeros de facultad; su ejemplo será exaltado en editoriales, columnas, reportajes… y hasta en las homilías del domingo.

Siempre hemos padecido la Inquisición, con ese nombre o con otros, y siempre la hemos necesitado para prevenir la disidencia. Y quien diga que no, que me explique por qué cada vez que alguien quiere protestar, señalar o exponer una injusticia en los medios de comunicación dice que “quiere denunciar”, que “habría que denunciar” o que “denuncia”. Lo de denunciarnos unos a otros viene exactamente de ahí. El pueblo jamás temió al Santo Oficio, entre otras cosas porque era el que se encargaba de mantener el orden, de garantizar sus vidas, sus haciendas y de protegerles de las malas influencias extranjeras que querían desestabilizar el Reino. De hecho, cuando la Constitución de Cádiz de 1812 abole la Inquisición, encuentra su mayor resistencia en las áreas rurales. Es decir, en la inmensa mayoría del territorio, en la que habitaba más del noventa y cinco por ciento de la población. También ahora necesitamos -o nos hacen necesitar- un Santo Oficio que nos salve de aquéllos que quieren sacar los pies del tiesto de la verdadera Fe. Si para eso hace falta hacer picadillo a unos pobres pardillos, a sus padres, a sus amigos y a sus novias, se hace y punto. Después de todo, es por su bien y por el del Reino. Y desde luego, si es por su bien y por el del Reino, siempre contarán con el apoyo inquebrantable de la Orden de San Agustín, propietaria del colegio.  Lo dicho, como siempre, nada nuevo.