jueves, 12 de enero de 2023

Las niñas burladas

 

A estas alturas del recién estrenado año, me debato entre si me interesan menos los cuernos de la hija de Isabel Preysler, o los de Shakira. Tarea inútil, por otra parte: pongas la emisora que pongas de radio, de televisión o consultes el periódico que consultes en internet, recibirás un caudal interminable de opiniones sobre ambas “noticias”. Al parecer, son muchísimo más importantes que el hecho de que nos estemos ahogando en el fango como país, como continente y como mundo.

Reconozco que lo preocupante no es que estas dos ciudadanas tengan interés en contar su vida privada, he visto cosas muchísimo más soeces, sino que haya a quien le interese. Y no solo eso, sino que haya tanta gente a la que le interese y que esté dispuesta a opinar, a debatir y hasta reñir, como para que estos dos asuntos, aparentemente tan nimios, ocupen el lugar que ocupan en el orden de importancia de las noticias. Lo realmente preocupante es ver hasta qué punto nos hemos convertido en un rebaño amorfo, huidizo y manipulable por los ladridos de cualquier perro pastor.

Entre otras cosas, si cada uno de estos dos casos fuera el del hijo de un famoso marqués y una señora cuyos otros hijos fueran de un cantante internacional y de un ministro de Hacienda, y que anduviera con un premio Nobel; o de un cantante burlado por una deportista, la cosa no tendría mayor recorrido. Pero son mujeres. Y ya se sabe que ese hundimiento en el fango que sufrimos como país, como continente y como mundo, tiene mucho que ver con que los únicos derechos importantes sean los de las mujeres, los de los homosexuales y los de los animales. Y claro, en esas circunstancias, un marido burlado es un cornudo; mientras que una mujer burlada es una víctima del machismo, de la sociedad, de la Religión y de dos mil años de opresión.

Personalmente, creo que las rabietas de gata herida están muy bien para las adolescentes, pero una señora que se precie de serlo no airea sus problemas privados. Menos aún para hacer negocio, claro. Como tampoco me parece muy elegante lo de ir a contar a los medios de comunicación lo feliz que eres, porque tu parrandero garañón ha vuelto después de ponerte los cuernos ante toda España. Pero, en fin, insisto en que esos son asuntos privados que no me interesan. Lo realmente preocupante, en mi opinión, es que la figura del “famoso” haya alcanzado la importancia que ha alcanzado en nuestra sociedad. El famoso, en otros tiempos más racionales, lo era porque era un cantante, un actor, un torero o un marqués, este último importante no por ser marqués sino por algún mérito específico. Al “mortal” le gustaba sentirse cerca de sus personajes admirados, compartir sus éxitos y saber que también podían sufrir como cualquiera. Y en todo caso, el estar delante de los objetivos les condicionaba para vivir -o aparentar vivir- una serie de comportamientos, mayoritariamente considerados éticos, o al menos estéticos. Ahora lo que atrae es el morbo, el saber que sufren y poder opinar que se lo merecen. Desde el momento en que lo anti ético pasó a ser “rompedor”, original o innovador; y lo anti estético arte, nos hemos precipitado por una peligrosa pendiente en la que prácticamente todo vale. El problema es que lo que más vale es lo que menos interesa, y que lo que más interesa es lo que menos vale. Y así nos va, claro.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro