lunes, 11 de septiembre de 2023

EL FALDALÓN O FALDABRAGA

 

Desde que Mary Quant diseñó por primera vez la minifalda, a mitad de los años sesenta, cientos de miles e incluso millones de chicas y no tan chicas, se han apuntado a esta prenda. Lo que inicialmente surgió como rebelión tardó poco en convertirse en provocación. Y si tenemos en cuenta que la esencia de la provocación es la insinuación, es fácil entender que la minifalda cumpla su función a la perfección. Es decir, hasta aquí te dejo ver  y el resto, veremos… Nadie se me escandalice porque cualquiera que haya andado en las lides del cortejo, sabe que al hombre se le conquista por el ojo y a la mujer por el oído. O lo que es lo mismo, el hombre tiene que hablar y la mujer tiene que enseñar, si quieren llamar la atención de la persona elegida. Por su puesto aquí no hay axiomas ni esta ciencia es exacta. Cada uno es cada cuál y cada cuál es cada quién. Cada uno enseña y dice lo que le da la gana, y así debe ser. Por eso hay que andarse con cuidado con las generalizaciones, más aún en esta época de inquisición, donde siguen existiendo la denuncia secreta, la hoguera purificadora y el sambenito.

Pero vamos a lo que vamos: como decía más arriba, hay chicas mayores, muy mayores o incluso no tan chicas, que se empeñan en lucir una prenda que más bien debería estar reservada a un perfil bastante concreto de usuaria. Nada que objetar. Póngase lo que quiera ponerse, quien se lo quiera poner, faltaría más. Otra cosa distinta es que quien lo vea, tenga que aplaudir o volverse a mirar algo que no le interesa nada. Y no solamente por la edad, sino además por el aspecto físico. Es de manual que si lo que tienes más atractivo -todo el mundo tiene algo atractivo- son los ojos, lo que debes hacer es atraer la tención sobre tus ojos; si lo son tus brazos, deberás enseñar los brazos; si tu cara, que se fijen en tu cara y si tienes un buen trasero te sentarán como a nadie unos buenos vaqueros. Bueno, pues a pesar de eso, hay quien se empeña en llamar la atención sobre la parte de su cuerpo menos atractiva y ocultar lo mejor que tiene, porque está de moda una prenda que le sienta como un tiro. “La moda no es para todas”, decía una amiga muy querida, con bastante buen criterio.

En lugar de eso, hay quien se empeña en forzar la situación y, si no soy capaz de llevar una mini con la soltura necesaria para que cumpla su función, tendrán que inventar algo para que las que no podemos, no sabemos o no queremos llevarla, podamos hacer como que la llevamos. Y lo han inventado, vaya que si lo han inventado. Buenos son los empresarios de la moda: ha nacido el faldalón o faldabraga. El demoníaco invento consiste en un pantaloncito mínimo, al que por delante se le echa una tela para que parezca que es una falda, y por detrás rebela su auténtica naturaleza. Es decir, confiesa la falta de auto estima de la usuaria. Pero además con el agravante de que el más mínimo síntoma de ensanche de caderas no deseado se reflejará inmediatamente en el descuadre de la malhadada telita protectora. Nada que objetar, insisto. Como tampoco tengo nada que objetar ante la moda de ponerse pantalones de deporte muy anchos… y debajo unos calzoncillos de los que llaman slip.

Me dejaría matar por defender el derecho de cada cuál a vestirse exactamente como le dé la gana. Más aún, me da exactamente igual la moda, la minifalda o el faldalón. Una vez demostrada mi absoluta incapacidad de emitir un juicio relativamente relevante en lo que a moda se refiere, declaro que estoy encantado de haber cumplido con el objetivo de este artículo. Y este no es otro que tocar las narices a todas aquellas que se consideran legitimadas, solo por el hecho de ser mujeres, para decir a los demás lo que se puede pensar, lo que se puede decir y a quién se le puede decir. También a esos que se auto censuran y censuran a los que nos salimos del carril opinando lo que nos apetece opinar, sin el más mínimo respeto a las balizas puestas por los amos.

Si a estas alturas de lectura está usted convulsionando, me doy por contento, señora. O como diría la suma sacerdotisa del feminismo nacional en un memorable discurso, “jo, tía”. Si está usted indignado por esta irreverente falta de respeto a las normas, hágamelo saber de la forma más airada posible y lo celebraremos. ¡Viva la libertad!