Desde que Mary Quant diseñó
por primera vez la minifalda, a mitad de los años sesenta, cientos de miles e
incluso millones de chicas y no tan chicas, se han apuntado a esta prenda. Lo
que inicialmente surgió como rebelión tardó poco en convertirse en provocación.
Y si tenemos en cuenta que la esencia de la provocación es la insinuación, es
fácil entender que la minifalda cumpla su función a la perfección. Es decir,
hasta aquí te dejo ver y el resto,
veremos… Nadie se me escandalice porque cualquiera que haya andado en las lides
del cortejo, sabe que al hombre se le conquista por el ojo y a la mujer por el
oído. O lo que es lo mismo, el hombre tiene que hablar y la mujer tiene que
enseñar, si quieren llamar la atención de la persona elegida. Por su puesto
aquí no hay axiomas ni esta ciencia es exacta. Cada uno es cada cuál y cada
cuál es cada quién. Cada uno enseña y dice lo que le da la gana, y así debe ser.
Por eso hay que andarse con cuidado con las generalizaciones, más aún en esta
época de inquisición, donde siguen existiendo la denuncia secreta, la hoguera
purificadora y el sambenito.
Pero vamos a lo que vamos:
como decía más arriba, hay chicas mayores, muy mayores o incluso no tan chicas,
que se empeñan en lucir una prenda que más bien debería estar reservada a un
perfil bastante concreto de usuaria. Nada que objetar. Póngase lo que quiera
ponerse, quien se lo quiera poner, faltaría más. Otra cosa distinta es que
quien lo vea, tenga que aplaudir o volverse a mirar algo que no le interesa
nada. Y no solamente por la edad, sino además por el aspecto físico. Es de
manual que si lo que tienes más atractivo -todo el mundo tiene algo atractivo-
son los ojos, lo que debes hacer es atraer la tención sobre tus ojos; si lo son tus brazos, deberás enseñar los brazos; si tu cara, que se fijen en tu cara
y si tienes un buen trasero te sentarán como a nadie unos buenos vaqueros.
Bueno, pues a pesar de eso, hay quien se empeña en llamar la atención sobre la
parte de su cuerpo menos atractiva y ocultar lo mejor que tiene, porque está de
moda una prenda que le sienta como un tiro. “La moda no es para todas”, decía
una amiga muy querida, con bastante buen criterio.
En lugar de eso, hay quien se
empeña en forzar la situación y, si no soy capaz de llevar una mini con la
soltura necesaria para que cumpla su función, tendrán que inventar algo para
que las que no podemos, no sabemos o no queremos llevarla, podamos hacer como
que la llevamos. Y lo han inventado, vaya que si lo han inventado. Buenos son
los empresarios de la moda: ha nacido el faldalón o faldabraga. El
demoníaco invento consiste en un pantaloncito mínimo, al que por delante se le
echa una tela para que parezca que es una falda, y por detrás rebela su
auténtica naturaleza. Es decir, confiesa la falta de auto estima de la usuaria.
Pero además con el agravante de que el más mínimo síntoma de ensanche de
caderas no deseado se reflejará inmediatamente en el descuadre de la malhadada
telita protectora. Nada que objetar, insisto. Como tampoco tengo nada que
objetar ante la moda de ponerse pantalones de deporte muy anchos… y debajo unos
calzoncillos de los que llaman slip.
Me dejaría matar por defender
el derecho de cada cuál a vestirse exactamente como le dé la gana. Más aún, me
da exactamente igual la moda, la minifalda o el faldalón. Una vez demostrada mi
absoluta incapacidad de emitir un juicio relativamente relevante en lo que a
moda se refiere, declaro que estoy encantado de haber cumplido con el objetivo
de este artículo. Y este no es otro que tocar las narices a todas aquellas que
se consideran legitimadas, solo por el hecho de ser mujeres, para decir a los
demás lo que se puede pensar, lo que se puede decir y a quién se le puede decir.
También a esos que se auto censuran y censuran a los que nos salimos del carril
opinando lo que nos apetece opinar, sin el más mínimo respeto a las balizas
puestas por los amos.
Si a estas alturas de lectura
está usted convulsionando, me doy por contento, señora. O como diría la suma
sacerdotisa del feminismo nacional en un memorable discurso, “jo, tía”. Si está
usted indignado por esta irreverente falta de respeto a las normas, hágamelo
saber de la forma más airada posible y lo celebraremos. ¡Viva la libertad!