miércoles, 15 de diciembre de 2021

Carta a l@s Reyes Mag@s

 

Querid@s Reyes Mag@s:

Este año mi profe Irene nos ha contado que vosotr@s sois muy inclusiv@s porque integráis distintas culturas y porque vuestros camellos son parte de vosotr@s misms@s. Y, aunque dice mi madre que sois una costumbre machista porque no hay chicas en vuestra cabalgata, yo la he visto y sí que las hay. Mi papá las mira mucho.

Este año tengo que pedir juguetes que no sean machistas, que no distingan a l@s niñ@s por su género y que sean resilientes y respetuosos con el Planeta. Y por supuesto, que no sean violentos. Por eso he pensado que quiero un iPod, un iPad o un iPed, eso me da igual. El caso es que también se lo traigáis a los otros niños. La verdad es que también me he portado un poco mal porque el otro día jugamos a las peleas en el patio y me lo pasé muy bien. Pero la profe Irene me llevó a la psicóloga del cole y ya le he prometido que voy a plantar un árbol para que l@s niñ@s salvemos el Planeta. Quiero también los dibujos japonenses que se llaman Manga, Mango o Mangue y que a mi papá le gustan mucho, sobre todo cuando las protagonistas ponen caritas de piñón como dice mi mamá, y jadean mucho. Eso es cuando el chico les pega, pero me ha dicho mi papá que es en broma y que les gusta mucho y por eso jadean. Yo jadeo cuando estoy cansado, después de jugar en el patio.

También quiero muchos animales para cuidarlos: un@ elefante, elefanta o elefanto; un@ tigre, tigra o tigro; un@ caballo, caballa o caballe; y un@ rata, rato o rate porque dice mi profe Irene que ell@s también son animales y tienen derecho a que les cuiden.

Quiero además jugar con muñec@s de todos los oficios del mundo: quiero un@ muñec@ cooperante, cooperanta o cooperanto en misión de paz; un@ submarinista, submarinisto o submariniste que salve muchas vidas; un@ acróbata, acróbato o acróbate que haga muchas piruetas para entretener a l@s niñ@s y también un@ funambulista, funambulisto o funambuliste.

Pero sobre todo quero que l@s niñ@s de todo el mundo tengan mucha paz, que no se discrimine a nadie y que los animales puedan vivir contentos. Y, por cierto, hablando de animales, quiero que me traigáis la nueva versión inclusiva que han hecho de una serie que a mi papá y a mi mamá les gustaba mucho, se llama El Hombre, la Mujer y la Tierra, de un tal Félix Rodríguez de la Fuente. Parece que han quitado las escenas violentas en las que los animales se comían entre ellos, y ahora también podemos verla l@s niñ@s. Y ya, si os parece bien que vea vídeos de teatro inclusivo, me gustaría tener la nueva versión que han hecho de una función en la que se habla de un juicio que le hacen a una persona mala, para que se reinserte. Se llama Seis Hombres y Seis Mujeres Sin Piedad. También quiero la nueva versión de la película Mujercitas, Hombrecitos y Demás, en la que se trata de las relaciones interpersonales de cada sector social, desde un punto de vista resiliente. Si puede ser, todos de la editorial Planeta.

Prometo acostarme pronto para no consumir luz eléctrica, y que les vamos a poner comida vegana a vuestr@s camell@s para que no se desequilibre su colesterol ni sus triglicéridos. Y, sobre todo, para que sus emisiones no puedan contribuir a la destrucción de la capa de ozono del Planeta.

viernes, 24 de septiembre de 2021

DELITOS DE ODIO

 

Hasta donde yo sé, que no es mucho pues pasé dos años por la facultad de Derecho sin pena ni gloria, el Derecho Penal está codificado para sancionar hechos considerados punibles. Y la única garantía del ciudadano frente a una condena injusta, es que se le acuse formalmente delante de un juez, que este instruya el sumario con todas las garantías de defensa, y que quien le acuse demuestre los hechos. Una vez probado el hecho, si está previsto en el Código Penal y este le asigna una pena mínima y una máxima, el juez aplica la que considere más oportuna en función de su criterio. Afortunada o desafortunadamente, tenemos un Derecho Penal muy garantista, que exige muchísimos requisitos para que alguien cumpla una pena. Afortunadamente, digo, si eres el acusado; y desafortunadamente si eres la víctima, pero este es otro cantar.

Sin embargo, a nada que uno esté atento a periódicos, radio o televisión habrá oído hablar de manera insistente en los últimos tiempos del “delito de odio”. Todo el mundo acusa a alguien de delitos de odio… y casi siempre son los mismos, los que acusan al mismo “alguien”. Pero este también es otro cantar, no nos desviemos. La pregunta es: ¿se puede condenar a alguien, no por unos hechos sino por un sentimiento? Pues parece que sí, lo cuál me convierte a mí en un delincuente irredento. Sí, delincuente porque hay cosas que odio con toda mi alma; e irredento porque no tengo ninguna intención de dejar de odiarlas. Y usted también, reconózcalo, aunque no odiemos las mismas cosas. Yo odio escuchar en la radio a un comentarista deportivo, dando gritos como si lo estuvieran degollando y pegándole patadas al diccionario de la Real Academia. Odio los programas de cotilleos, donde aparecen cinco rabaneras gritando histéricas, insultando y agitando las manos como si les estuvieran mordiendo el culo, y un par de floripondios destilando leche agria. Odio los llamados reality show -espectáculo de la realidad, para los que no sepan español- en los que alguien nos desnuda su intimidad sin pudor, sacando sus más bajos instintos y exhibiendo la calidad de su educación, aún a costa del buen nombre de quien se la dio. Odio que quieran dirigirme hasta el punto de imponerme un lenguaje, unas ideas y una moral distintas de las que me enseñaron mis padres. Hay otras cosas que odio, pero no es cuestión de enumerarlas aquí. Como usted, insisto, tendrá otras tantas cosas o personas con las que no estará dispuesto a reconciliarse.

¿Somos unos delincuentes por eso? Pues no, porque usted, que pasó por la facultad de Derecho con más aprovechamiento que yo, ya se estará revolviendo en su asiento y pensando que no existe el delito de odio, sino que lo que en realidad regula el Código Penal es la incitación al odio que, aunque parezca igual, no es lo mismo. Aunque eso tampoco lo sepan los que dan y comentan las noticias. Y lo que es mas grave, ni los mismos políticos que han votado esa ley. Pues a pesar de todo, me sigue pareciendo una barbaridad ¿quién puede condenar a nadie por emitir su opinión acerca de algo o de alguien? Eso es ni más ni menos que un delito de opinión, expresamente prohibido por nuestra Constitución. Pero, en fin, doctores tiene la Iglesia y letrados tienen las Cortes, como para que venga yo a meterme en su trabajo.

Por todo lo anterior, en cambio, aprovecho para pedir que se regule el delito de incitación al asco, y así poder denunciar a alguien cuando venga a contarme cómo comía su jefa en la cena de Navidad. O el de incitación al desprecio, para que nadie pueda contar los métodos que utiliza un compañero suyo para ascender en la empresa. También convendría regular el delito de incitación a la ira, de manera que a nadie puedan darle la noticia de que está siendo engañado por su marido o por su mujer. Sin dejar por supuesto, de prohibir todas las películas y libros de terror por incitación al miedo. Así como las que acaben mal, por incitación a la tristeza.

Nos estaría bien empleado, por dejarnos manipular…   

lunes, 5 de julio de 2021

DICTADURAS

 

Todas las dictaduras que han existido en Europa y América, desde el siglo XIX, tienen una sola cosa en común: se han impuesto en nombre de un bien superior, de una patria, de una religión, del proletariado, de un pueblo oprimido, de un territorio dividido o incluso de un idioma. En todos los casos, ese bien superior está por encima del individuo, hasta el punto de que el sujeto de derecho, aquello para lo que se legisla y el titular de los derechos, no es el individuo sino ese supuesto bien supremo. Por tanto, la libertad, la propiedad y en muchas ocasiones hasta la propia intimidad familiar de cualquier persona, están supeditadas a los designios y a las necesidades de tan indefinido fin. Designios y necesidades que, por supuesto, determinan unos pocos que a su vez son los que detentan el poder. Los que, en nombre del pueblo, de Dios o de la patria, le explican al ciudadano lo que necesita y se lo dan. Es momento para hacer un paréntesis y explicar la diferencia entre súbdito, aquél que es gobernado con o sin su consentimiento; y ciudadano, aquél para quien se gobierna en pie de igualdad con todo el resto de sus conciudadanos, para quien se legisla y quien tiene la capacidad de determinar periódicamente quién ha de hacerlo.

Pues bien, cualquier europeo, norteamericano y casi todos los suramericanos hoy en día, afirmarán sin ningún tipo de duda que esa pesadilla de las dictaduras está definitivamente erradicada de nuestro territorio, al menos desde hace más de treinta años. Desde que cayó el Muro de la Vergüenza, como siempre se llamó y que ahora no era nada más que de Berlín. ¿Pero podemos afirmar esto tan categóricamente? Vamos a verlo. Hemos dicho que para que exista una dictadura hace falta, en primer lugar, una élite de poder que es quien determina qué leyes se hacen, con qué objeto y para quién. Y en muchos casos también, contra quién. Pues bien, esa élite no solamente existe en la inmensa mayoría de los países europeos, en forma de dos grupos aparentemente distintos que se alternan en el poder, sino que además se ha constituido en un estadio superior, a escala continental. Son los famosos eurócratas. Si nos ceñimos a España, esa élite se ha tambaleado últimamente con la aparición de alternativas distintas, pero parece que ahora pueden volver a encontrar su sitio. Un sitio en el que haya una serie de dogmas y principios intocables, de los que vamos a hablar ahora.

Y es que esos dogmas y esos principios, constituyen el bien superior para el que se ha de legislar y al que los ciudadanos deben estar sometidos. Ese que está por encima de ellos y el que siempre ha justificado las dictaduras. El mismo que justifica que no todos los ciudadanos seamos iguales ante la Ley, que es el principio único de la Democracia. Sino que seamos más o menos iguales, según el lugar en el que hayamos nacido, según la raza o religión que tengamos, según nuestras inclinaciones o apetencias sexuales, o incluso según nuestros intereses o nuestros derechos puedan perjudicar los de algún poderoso. No se le ocurra a usted edificar o trazar un camino en su propiedad si esto no le conviene a un poderoso, porque entonces le acusarán a usted de querer masacrar a toda la población mundial de sisón comegüevos ibérico, que anida justo allí.

Es lamentable decirlo, pero ahora mismo en Europa no existe una Ley igual para todos. Desde hace ya unos cuantos años, se hacen legislaciones específicas para grupos sociales o políticos distintos, porque ellos lo valen, parece ser. O porque son acreedores de mejores derechos que los demás. Una puñalada no es la misma si la recibe un inmigrante, un gay, una mujer o un miembro de según qué partido político, que si la recibe alguien que no pertenece a ninguna de esas élites.  Ni lo es una amenaza, ni un acoso. Si te roban tu casa, reza para que no sea nadie de la casta privilegiada por la Ley Penal, porque si no, te quedas sin ella. Por supuesto, si algún (o alguna) miembro de la casta privilegiada te acusa ante un juez de los peores crímenes, procura no perder tu dinero en una buena defensa jurídica, porque no te va a valer de nada. No solo no le hace fata aportar pruebas, sino que las tuyas no serán tenidas en cuenta.

Los alemanes en general no odiaban a los judíos, pero nadie quería ser acusado de defensor de los judíos. Lo mismo pasaba en la Unión Soviética con los burgueses explotadores, en la Cuba castrista con los norteamericanos o en la Argentina, la España o el Chile de los años 70 con los comunistas. Pero lo peor no es que hayamos “avanzado” un siglo y medio hacia atrás, justo al momento anterior a la Revolución Francesa. Lo peor es el silencio culpable y ovino de la inmensa mayoría. Por eso ganan siempre.

domingo, 27 de junio de 2021

Ego te absolvo...

 

“Ego te absolvo a peccatis tuis in nomine Patris et Filii et Spiritus Sancti”. Con esta fórmula, pronunciada por un ministro de Dios, capacitado para perdonar los pecados, los católicos recibimos el perdón divino. Y aunque uno anda últimamente con bastantes dudas respecto a una religión que lo basa todo en la culpa -y también en el perdón posterior, seamos justos-, pretendo no bajarme del barco. Católico soy desde pocos días después de nacer, y católico me gustaría morir. Aunque no siempre te lo ponen fácil, y lo digo con auténtica pena. No con ningún sentimiento de superioridad intelectual ni de autocomplacencia como hace la mayoría. No seré yo quien venga a dar catequesis ni lecciones de Teología, que no es ese mi negociado.

El caso es que dentro de esa permanente vigilancia de los propios actos y pensamientos que me enseñaron a tener, cabe un proceso de redención. Este pasa por el examen de conciencia, es decir revisión de los propios actos para adecuarlos a un comportamiento predefinido como correcto; dolor de los pecados, tomar conciencia del mal causado y asumir el sentimiento de culpa; decir los pecados al confesor o lo que es lo mismo, exteriorizarlo para que no quede en tu esfera íntima; y cumplir la penitencia como forma de dejar constancia del arrepentimiento.

Pues bien, después de tantos años, después de tantos exámenes de conciencia y después de tanto dolor de los pecados, resulta que todo eso no es en absoluto necesario para ser perdonado. No sé si por Dios, pero sí al menos por sus obispos. Sin ánimo de ser exhaustivo y mucho menos de generalizar, me resulta cuando menos chocante que a un cierto número no menor de obispos, les parezca una idea brillante lo de absolver sin arrepentimiento, sin dolor de los pecados, sin penitencia y aun sin confesión, a quienes han intentado destruir el orden constitucional y a quien retuerce la Ley sin miramientos, para volver a colocarlos en el punto desde el que emprendieron la agresión. Y que el resto de ellos, por cierto, incluidos los cardenales y el mismo Papa, no les desautoricen. Pero lo peor es que no estamos hablando de un pecado cualquiera que afecte a la conciencia del pecador, sino de un delito que afecta a toda la sociedad, a su seguridad, a su igualdad ante la Ley y a todas sus garantías constitucionales. Es decir, un mal hecho de manera consciente con el fin de perjudicar a muchos para beneficiar a unos pocos. Unos pocos entre los que se encuentran, cómo no, los propios infractores. Que la sociedad esté legitimada para defenderse de ellos, parece algo más que lógico. Que utilice toda su capacidad para disuadirles de que vuelvan al ataque, también es incuestionable. Y si además consigue hacerles asumir su culpa y que la interioricen, mejor que mejor. Hasta aquí, si sus eminencias no me dicen otra cosa, nada que no esté plenamente asumido por la doctrina social de la Iglesia. Mucho menos por la interna, que son muchos miles de cristianos los que han sido expulsados de la Iglesia a lo largo de la Historia, sólo por poner en cuestión su unidad. Algunos incluso juzgados, condenados… y cosas peores.

¿A qué viene entonces, esa piedad, ese amor y esa comprensión con los que atacan a los demás, a sus bienes, a su seguridad y a su familia? Insisto en que no estoy nada versado en las cosas de la Fe y de la doctrina, pero de lo que sí entiendo algo, porque hice una carrera universitaria, es de Historia. Y la Historia dice que, en el siglo XIX, junto a corrientes filosóficas como el liberalismo, el utilitarismo, el empirismo, el positivismo, el marxismo, o el existencialismo entre otras, surge el nacionalismo en la política. Y el nacionalismo es la única corriente política que no se basa en ninguna filosofía sino en un sentimiento. El sentimiento de pertenecer a un pueblo, un grupo o una raza agraviados. Bien por una antigua invasión, por una escisión territorial, por un lenguaje común o por todas esas cosas juntas. Y si alguna de ellas no es cierta, se inventa sin más, ya que esta mentira está justificada por las demás “injusticias” históricas. El hecho es que el nacionalismo no busca la defensa de los derechos y los bienes del individuo, sino de un pueblo y su pretendido territorio. Es más, los derechos no son de los individuos sino de los territorios. Y ese territorio llega hasta donde los líderes nacionalistas dicen que tiene que llegar. Es decir, hasta dónde a ellos les de la gana. El territorio de Serbia, por ejemplo, llega justo hasta dónde esté enterrado el último serbio. Otros llegan hasta cualquier lugar dónde se hable su idioma… y otros hasta dónde la sociedad se deje imponer ese idioma. Y recuperar esa tierra “robada” a un pueblo, es un objetivo vital de todos y cada uno de cuantos abracen tan diabólica doctrina. Incluidos los obispos. Personalmente creo que es deber de cualquier ciudadano celoso de sus derechos, sea de izquierdas o de derechas, oponerse a tal atropello. Sea quien sea quien se lo intente imponer, lleve sotana, uniforme, barretina, chapela o un casco con cuernos.

viernes, 18 de junio de 2021

El tonto sostenible

 

Contaba el gran Jimmy Pérez de Seoane, con esa ironía que lo contaba todo, cómo en uno de sus primeros procesos de selección, llegó a la entrevista final y el entrevistador lo primero que le preguntó fue:

- “¿Te gustan los retos?”

Con mucha parsimonia, Jimmy le contestó

- “Me voy a levantar de mi silla, voy a salir por esa puerta, voy a volver a entrar y vamos a empezar de nuevo la entrevista, como si no me hubieras preguntado esa estupidez…” Creo que dijo una palabra algo más gruesa que “estupidez”, pero, en fin, vale para la anécdota.

Evidentemente no resultó seleccionado, pero como siempre hacía, dijo lo que pensaba y se quedó tan a gusto. Y es que, aunque no es el único, el sindicato de los entrevistadores, psicólogos y seleccionadores es muy dado a la utilización de conceptos y palabras pseudo cultas. Conceptos pro, digamos. Y lo mismo que ellos, los periodistas, los políticos de toda laya, los futbolistas, los famosos, los famosillos, los famosuelos… y todo cursi al que le pongan un micrófono delante.

Pero si para toda esta recua resulta admirable la palabra “reto”, hay otra que no sólo les obnubila, sino que además consideran obligatorio utilizar, venga o no venga al caso. Y ese concepto no es otro que el de “sostenible”. Todo tiene que ser sostenible y nada que no sea sostenible es digno de ser mencionado. Pero es que hay muchas más: para el tonto sostenible las personas no tenemos sexo sino género. Es decir, además de masculino o femenino, un ser humano puede ser neutro, común, ambiguo o epiceno, supongo. Yo creía que eso les pasaba solo a las palabras, pero no se fíe usted mucho de mí. Para el tonto sostenible, además, todo lo que quiere resaltar o señalar como importante es “histórico”. Y en eso no le falta razón, es cierto, que todo lo que ocurre es histórico, desde el punto de vista de que ocurre después de algo y antes de otra cosa. Es decir, en una sucesión temporal, y la Historia no es otra cosa que el relato de los sucesivos acontecimientos. Al tonto sostenible, además, le encanta implementar. Siempre hay que implementar algo. Porque, aunque usted no lo crea, alguien que implementa es una persona cultísima, digna de la admiración de sus semejantes. No lo dude, si usted no implementa algo, usted no será tenido en cuenta nunca. Y eso, que usted no sea tenido en cuenta, al tonto sostenible le genera una gran zozobra, ya que así lo hace constar cada vez que puede. Y lo hace a través de una de su frases más queridas y estudiadas: “que no se quede nadie atrás”. Lo dice y se queda más a gusto que si hubiera recitado las catilinarias de un tirón. El tonto sostenible, es tan tonto que es capaz de decirte que no está dispuesto a que nadie se quede atrás, cuando te está hablando de sesenta, setenta u ochenta mil muertos que ya “se han quedado atrás”. Y no se le ocurra a usted decírselo porque entonces, muy a su pesar, tendrá que sacar su argumento más demoledor, el arma que jamás querrá utilizar contra nadie, pero que, si usted se empeña en explicarle la realidad, le estará obligando a hacerlo. En este caso, el tonto sostenible le llamará a usted negacionista, que es como si alguien le llamara converso ante un tribunal del Santo Oficio. Lo peor, lo que solamente se puede llamar a un despreciable hereje irredento.

Pero no nos equivoquemos, no juzguemos de manera injusta y temeraria, que el tonto sostenible no sólo no es alguien chinche y maniático, sino que además repudia de manera innegociable lo negativo, lo feo y todo lo que chirríe. Es Flower Power total, pacífico, amante de la naturaleza… y bastante pelmazo. Él abomina de las emisiones, odia las emisiones. Todas las emisiones son malas, hasta las flatulencias de las vacas, que por muy naturales que sean, no dejan de ser emisiones. Y las emisiones, son lo que son… De hecho, considera una blasfemia decir que las flatulencias de las vacas son algo natural. Y en cierto modo tiene razón, pues utilizar tan sacrosanta palabra para definir algo tan sucio y feo, no puede por menos que considerarse un sacrilegio. El tonto sostenible nunca desestimará la oportunidad de hablar de algo que sea ecológico, bio o integral, que en realidad se utilizan como un único concepto, aunque no tengan mucho que ver. Pero sobre todo, lo más importante, lo único realmente relevante, lo que de manera indefectible debe decirse de algo o de alguien para señalar su importancia, es que es respetuoso con el medio ambiente. Y uno, que es un poco rural y ciertamente paleto, cuando le dicen eso, se imagina al tonto sostenible haciendo reverencias y bajando la mirada con respeto ante un campo de retamas. Pero, en fin, eso me pasa a mí por no tener una conciencia y una educación verdes. Pero es que, qué le vamos a hacer, en mis tiempos lo verde era algo distinto que ahora. Y mucho más divertido, por cierto, que cuando te hablaban de algo verde, era un chiste o una película…

lunes, 26 de abril de 2021

EL FINAL DE UN SUEÑO

 

Definitivamente, estamos ante el final del sistema político del 78. Aunque no es la línea de este blog tratar asuntos políticos, y aquí es bienvenido todo el que venga a contrastar ideas, a aportar y a debatir civilizadamente, creo que a nadie puede ofender una opinión acerca del futuro de nuestra convivencia. Y es precisamente de esa convivencia de lo que hablo cuando me refiero al sistema del 78, y no de las instituciones que se crean a partir de entonces. Estas han sido poco a poco socavadas y carcomidas desde dentro, hasta quedar en meras fachadas. Los que en aquella época éramos jóvenes -adolescentes en mi caso- éramos radicales, como los jóvenes de todas las épocas, como el que se cree que lo sabe todo. Unos de un lado y otros del otro, como buenos jóvenes queríamos salvar al mundo de la amenaza de “los otros”. Hasta que vimos a los verdaderos protagonistas de la guerra, del horror y de la muerte de ambos bandos, abrazarse, perdonarse y mirar juntos hacia delante.

Nadie se crea la historia oficial de un pueblo que gemía doliente, oprimido por una dictadura que a todos perseguía, porque no es cierta. En España se vivía muy bien y nadie te molestaba, a no ser que decidiese meterte en líos y reclamar -legítimamente, no digo otra cosa- un cambio en el sistema político. Y a pesar de todo, mucho tenías que tocar las narices para que alguien decidiera complicarte la vida. Como, por ejemplo, desestabilizar la economía desde el único sindicato que hacía oposición real, que era Comisiones Obreras o desde el partido que lo dirigía, que era el Partido Comunista de España. Aun así, tanto el PCE como su sindicato y los sectores dirigentes más altos del régimen, decidieron optar por una solución pacífica, por la concordia y por seguir el camino de la paz. No se engañen, los demás partidos no existían, eran meras bandas de asesinos y secuestradores (ETA, GRAPO, FRAP), o sencillamente no pintaban nada en España. No me deje mentir quien pueda recordarlo, aunque es verdad que esos pocos años tan apasionantes fueron convulsos, intensos y distintos en cada pueblo y lugar de España. En el País Vasco por muy poco tiempo, pero también pasó.  En Cataluña se respetaba a todo el mundo, aunque algunos no lo crean. En todos al final, se respetaba al adversario o por lo menos se admitía que podía haber alguien que pensara de manera distinta. Nadie estaba en posesión de la verdad, pero sobre todo nadie era sospechoso de ladrón, asesino, golpista ni desestabilizador, por el solo hecho de pensar distinto. Y lo que es más importante, el que se vendía como salvador, como que venía a salvar a la mitad de los españoles de la otra mitad, era visto como un patético radical o como alguien peligroso. Y lo era, de hecho.

Lo que ha pasado desde entonces, para que la mitad del arco político tenga como único discurso auto adjudicarse credenciales de legitimidad; y la otra mitad le siga el juego pidiendo perdón por existir, y suplicando un poquito de reconocimiento, es un misterio. O no. Muchos autores atribuyen esta polarización al surgimiento de partidos más radicales de ambos lados, frente al bipartidismo: Podemos y Vox. Sin embargo, en mi opinión, el nacimiento de estos partidos no es el motivo sino la consecuencia de esa polarización. Y esta polarización ha sido meticulosamente planeada y ejecutada desde dentro del sistema. Y lo que es peor, por dirigentes de los dos partidos que hasta ahora se han turnado en el poder.

Si a esto añadimos la absoluta degeneración de la Justicia y el asalto por parte de estos dos grandes partidos a sus órganos de Gobierno, es decir de poder, nos encontramos ante la absoluta indefensión del ciudadano al que cualquier poderoso decida complicar la vida. Es decir, la negación de la Democracia. Más aún, desde hace tiempo, para imponerse sobre cualquier decisión del Tribunal Supremo, última instancia válida y real de la Justicia en España, se inventó lo del Constitucional. Este es un tribunal político, nombrado por los políticos y para el que ni siquiera es necesario ser juez para pertenecer, Con caerle bien al político indicado, vale. Que este tribunal debe existir es incuestionable, pero bastaría con que fuera una sala más del Supremo. Punto. Más grave aún, es que la última instancia no sea el Supremo sino El Divino. Es decir, Jorge Javier Vázquez. Que sea ese patético sujeto, quien tenga la última palabra sobre vidas y haciendas de los ciudadanos es, además de impresentable, muy peligroso.

Lo dicho, el final de un sueño. O más bien, un sueño convertido en pesadilla.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

jueves, 4 de marzo de 2021

TENGO UNA MALA NOTICIA

 

A nadie le gusta ser portador de malas noticias. Incluso hay veces que el mensajero paga las consecuencias de su jetattura[1] con juramentos, maldiciones, y en casos extremos, con su propia vida. Pues bien, aún a riesgo de pagarlo con mi propia vida, he de abrir los ojos a una parte cada vez más importante de nuestra comunidad hispanoamericana. Y es que cada ves son más los que se suman a ese movimiento destructor y destructivo llamado indigenismo. Destructor, porque tiene la fea costumbre de expresarse destruyendo estatuas, atacando personalmente a quien ose disentir, o gritando más fuerte para no dejar opinar a los demás. Y destructivo porque su finalidad, cada vez más evidente, es la de destruir una convivencia forjada a través de muchos siglos, de muchos sacrificios y de muchos actos heroicos. ¿Qué hubo injusticias y abusos durante los tres siglos en los que los españoles de ambos hemisferios convivimos? Pues claro ¿no ha de haberlos? También los hay hoy, los hubo en la península y los siguió habiendo después de los procesos de independencia. También los hubo, los hay y los habrá en Gran Bretaña, Francia, China y Turquía. Eso es normal: siempre los ha habido y siempre los habrá, en todo tiempo y lugar. Al menos, siempre que haya alguien que tenga más poder que los demás, y la única forma delimitar esos abusos es limitar el poder.

Dentro de esas corrientes indigenistas, aparte del lado folclórico y pachanguero, hay una tendencia presuntamente “académica”. Esta se dedica no sólo a reescribir la Historia sin consultar un solo documento ni archivo, sino a recuperar elementos culturales propios de los indígenas, al más puro estilo de nacionalismo fascista europeo, del que desgraciadamente tantos ejemplos tenemos en España: costumbres inventadas, fiestas que a casi nadie importan, o idiomas “propios” que casi nadie hablaba hasta hace cincuenta años. Y de repente, te encuentras a un tipo hablando un nahuatl[2] que nunca nadie ha hablado en su casa. Pues bien, resulta que, si esos idiomas existen, es ni más ni menos porque los religiosos españoles, con el apoyo de la Corona, se empeñaron en aprenderlos para de esa manera poder escribirlos y conservarlos. Porque esos indios tan desarrollados y felices no conocían la escritura. Es decir, si todavía los conocemos, es gracias a aquéllos que según los indigenistas vinieron a destruirlos. Curiosa paradoja.

Pero esa no es la mala noticia, todavía hay una peor. Parece ser que el único objetivo de todos aquéllos españoles que cruzaron el Atlántico era la rapiña, el pillaje y la violación masiva de indias, indios e inditos. No habría oro en América para completar todos los barcos cargados de oro que, supuestamente, zarparon de sus costas para enriquecer a los avariciosos españoles. Sin embargo todavía queda oro de sobra en América para que lo exploten empresas como Barrick Gold, Newmont Goldcorp  o Kinross Gold. La realidad es que el único oro que salió de América en dirección a España fue el llamado quinto real. Es decir, la quinta parte de los beneficios de cualquier negocio que se emprendiera en América, y diese beneficios. Ya quisiéramos hoy día un IRPF de un quinto de nuestros beneficios. Más aún, si a cambio tuviésemos ciudades seguras, caminos que vertebrasen toda América, seguridad en los mares frente a los piratas, universidades, puertos, canales de riego, unos derechos iguales para todos los súbditos de la corona y la prohibición estricta y expresa de la esclavitud. Fuesen de la raza que fuesen y hubiesen nacido dónde hubiesen nacido. Pregunten a los habitantes de Teahuantisuyu o de Tenochtitlán si tenían eso antes de la llegada de los españoles.

Pero es que hay algo más: cuando todos estos indigenistas de facultad, salón de actos y mitin dominguero aúllan, se definen así mismos. Gente que se llama Pérez, García, Domínguez, Chaves o Castro lloriquean por el daño que fuimos a hacer los españoles. Evidentemente, todos esos son apellidos indígenas. Ellos descienden de una princesa india. Yo no sé si todas las indias eran princesas, pero cada vez que te cuentan la historia de alguna, era una princesa… No quiero ser mal pensado, pero a ver si fueron sus antepasados los delincuentes que, apoyados en las logias de origen inglés y francés, conspiraron contra su propio país para expulsar a los españoles. Desde luego, los míos se quedaron en la península y nunca explotaron a los indios. Lo que ocurriese después de la independencia tampoco es asunto mío, pero el día que los indios se enteren del negocio que hicieron pasando a manos de los que les defienden, alguien va a tener un buen disgusto. Trescientos años sin una sola guerra, y cuándo triunfan las independencias, las guerras se multiplican exponencialmente. Pregúntenselo a los mexicanos, que perdieron más del cincuenta por ciento de su territorio en menos de ochenta años. La mala noticia es esa, que esos españoles tan malvados y libidinosos que fueron a América son tus antepasados. Los míos se quedaron en Europa.


[1] María Moliner define el italianismo escuetamente como “Influjo maléfico que supuestamente ejercen ciertas personas o cosas”

[2] Uno de los idiomas hablado en México antes de la llegada de los españoles