viernes, 13 de diciembre de 2019

DEUS EX MACHINA


Literalmente, “dios fuera de la tramoya o del escenario”. Era una escena típica del teatro griego, cuando una situación estaba muy complicada y aparecía un dios colgado de una grúa, como si se apareciera a los actores, y la situación se remediaba. En la actualidad se utiliza para definir a alguien que interviene desde fuera de una situación para resolverla. Y en todo caso, lo que pretende es definir el hecho de que los dioses están fuera de los asuntos de los hombres.

Dicen los que dicen que saben de casi todo, que el hecho de haber expulsado de la plaza pública -del ágora- toda manifestación religiosa, y haberla confinado en el ámbito privado de cada uno, así como del triunfo del antirracismo y del feminismo, son un éxito de la masonería internacional. Y lo cierto es que no deja de ser curioso que todas esas campañas se desarrollen de manera simultánea y avasalladora en todo el mundo. Bueno, en todo el mundo civilizado, que a la mayoría de los países musulmanes todo esto les da igual. Y aunque uno sabe poco de masones, de conspiraciones y de poderes ocultos, es cierto que resulta contradictorio atribuir la victoria de la lucha contra el racismo a una organización profundamente racista. Una organización en la que si eres negro perteneces a una logia Prince Albert y si eres sudamericano perteneces a una logia Lautaro. O atribuir el éxito de la lucha contra el machismo a una organización profundamente machista, en la que la inmensa mayoría de las logias son masculinas, unas pocas femeninas y muy pocas mixtas. Mucho menos, atribuir la lucha por el laicismo a una organización que dice proceder del arquitecto del Templo de Salomón. En fin, ellos sabrán, que a mí me da igual quien sea el padre del “éxito”.

El hecho es que, en ausencia de otros dioses, en la actualidad se venera a la Ecología, el Pacifismo y el Feminismo, las tres personas de la Santísima Trinidad Laica. Aunque curiosamente, ninguna de las tres defiende lo que dice defender. Esta Trinidad, al igual que las más intransigentes religiones, se impone a machamartillo como única y verdadera ideología. No solo la única que se puede expresar en público, sino aquella contra, si sabes lo que te vale, nunca tendrás la osadía de oponerte. Y para que no quepa ninguna duda, existe una Inquisición encargada de que a quien se le ocurra remar a la contra, no vuelva a publicar, no vuelva a dar una clase y no vuelva a opinar en público. Porque la Inquisición, como vimos en otros artículos anteriores, no era una máquina de perseguir judíos ni de quemar brujas. Que va, eso es en las películas. Y paradójicamente donde más, en las películas españolas, pero este es otro asunto. Su único fin era que cada uno se autocensurara. Que no se hablase en público de asuntos que podían no ser “convenientes” para la ortodoxia católica, que entonces era nada más y nada menos que la base sobre la que se sustentaban una corona, un Imperio y millones de vidas y haciendas.

Esa Inquisición ahora se llama corrección política e igualmente está sobre nuestras cabezas en la televisión, en el cine, en la publicidad y hasta en la reunión de padres del colegio. En ninguno esos medios aparecerás por segunda vez, si en la primera que lo hagas no hablas de nosotros y nosotras, o si no te muestras horrorizado con el apocalipsis climático que se nos viene encima. Por supuesto, usted no podrá ver un anuncio donde la lista, la que aporta soluciones, no sea una mujer. Y además en el cine o en las series, en cada grupo de protagonistas -porque ya no existe el protagonista individual, bueno y blanco- habrá una minoría racial representada. Y si se puede incluir una pareja gay, mejor. Si no, estos serán las víctimas a las que ayude tan variopinto y multicolor equipo de “buenos”.

¿Y a quién beneficia todo esto? se preguntará usted. ¿Quiénes son la Iglesia y el Rey que sustentan este Imperio del que tantas vidas dependen? Pues aunque usted no se haya dado cuenta, los tiene estos días omnipresentes en los medios: unas instituciones supranacionales, a las que por supuesto no ha votado nadie, y que a cambio de nuestra sumisión, prometen salvarnos del deshielo, traer la igualdad universal y la paz mundial. Lo malo es que no es solo sumisión lo que exigen: exigen adhesión inquebrantable, autocontrol, delación del disidente y hasta persecución  del reincidente. Y para eso vale todo, hasta la manipulación de una pobre menor perturbada.

La pregunta es ¿y si no estoy de acuerdo, a quién reclamo? Porque lo que es a Dios, a la Virgen o a los santos ya no puedo encomendarme; y tampoco me va a preguntar nadie si quiero votarles…

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 3 de diciembre de 2019

Acercar la Cultura la pueblo


Desde que en 1977 existe esa inmensa arma de manipulación masiva llamada Ministerio de Cultura, resulta aterrador acercar un micrófono a un ministro, consejero o concejal de Cultura. Pero vamos por partes, porque antes de que me pongan ante el Tribunal de Represión de la Disidencia de lo Políticamente Correcto, y me prohíban volver a escribir, quiero hacer alegaciones:

En primer lugar, cultura es el patrimonio particular de cada cual, su experiencia personal y las consecuencias que de la misma saque. Por eso precisamente no se puede hablar de Una Cultura o de La Cultura, a no ser que esta se quiera manipular y utilizar en beneficio propio, como es el caso de los políticos. Si yo le convenzo a usted de que Cultura es todo lo que a usted puede gustarle como la Pintura, la Literatura, el Arte en general, el Deporte y el espectáculo; y además consigo que todas y cada una de esas actividades dependan del dinero que yo les voy a dar, ya tengo bajo mi mando a todo aquél que vaya a producir algo que a usted le gusta. Pero si además consigo que a usted le guste todo lo que yo produzco, le tendré cogido por el fondillo. Y si no le gusta, es cuando el ministro, consejero o concejal interpelado dice su frase favorita: “Hay que acercar la Cultura al pueblo”.

En segundo lugar, después de decir semejante mamarrachada, se apuntan a entregar un premio y a derramar millones de euros sobre sus fieles productores. Estos, a su vez, aprovechan tan memorable ocasión para ver quién dice la tontería más grande o hace el mayor ridículo. Después de todo, si usted dice una gilipollez, es usted un gilipollas; pero si la dice un artista del cine, es una frase célebre. Si usted se viste de payaso, es muy probable que alguien le califique de payaso, pero si lo hace alguien de la farándula dirán que es muy sofisticado. La Cultura, por definición no se puede acercar al pueblo puesto que precisamente tiene más cultura quien más experiencia tiene y se distingue del resto. Cuanta más cultura tienes, menos próximo estás al “pueblo”. Otra cosa distinta sería querer acercar al pueblo a la cultura, fomentar que cada uno atesore su propia experiencia. Pero lamentablemente, eso no se hace subvencionando compañías de teatro ni pachangas de los pueblos.

Por no perder el hilo, debo retomar la definición de cultura que hacía al principio. Y para mí, esta no es más que el cúmulo de experiencias individuales adquiridas a lo largo de la vida. Principalmente a través de tres vías distintas, aunque es posible que haya otras: Vivir, o tener la experiencia de haber tenido que tomar decisiones trascendentales; viajar, o haber tenido que vivir en un medio ajeno al tuyo donde se te complicaba el hecho de “seguir la corriente”; y leer, entendiendo por leer todo lo que se lea, ya sean informes técnicos, periódicos, novelas o testamentos. Todo aporta.

La cultura no es más cultura porque nadie se gaste cientos de millones de euros en promocionar a sus fieles; ni una compañía de teatro es mejor porque tenga unos medios que las demás no puedan alcanzar; ni el cine es mejor cine, porque sus productores inviten a sus bacanales a ningún director general… Y que nadie me diga que sin subvenciones ninguna de estas actividades sería lo que es. Sencillamente, si no lo serían es porque no debían serlo. Si yo escribo un libro y no lo compra nadie, a lo mejor es que no es bueno. Si hago una película y nadie quiere ir a verla, será que no es tan “culta”. Si pinto un cuadro y nadie se lo quiere llevar a casa, no es que los demás sean unos incultos sino que yo no sé pintar. O viceversa: si al cabo de veinte años de mi muerte, alguien descubre que mi libro era una joya que quedó arrinconada, puede que se deba a que los que entonces decían qué es cultura y qué no lo es, eran unos inútiles. O unos sinvergüenzas, o unos caras…

Hagamos una Ley de Mecenazgo razonable, según la cuál quien quiera subvencionar, promocionar, apoyar o invertir en cualquier actividad, tenga su correspondiente compensación en forma de desgravación fiscal; que pueda además recoger su parte del éxito si la cosa funciona, o que asuma el fracaso si no lo hace; disolvamos ministerio, direcciones generales, consejerías y concejalías de Cultura; y dediquemos esa inmensa cantidad de millones de euros a algo útil ¿Las pensiones, por ejemplo?
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

martes, 24 de septiembre de 2019

Querida Greta:


A ver nena, perdona si no me dirijo a ti como esa gran sacerdotisa de la defensa del planeta, en que te quieren convertir algunos malvados. Pero es que en mi época, en esos tiempos tan antiguos y lejanos, una niña de dieciséis, se callaba cuando hablaban los mayores. Y no, no es que mis padres fueran unos ogros, trogloditas o antropófagos. Sencillamente se consideraba que la experiencia, las horas de estudio y las de trabajo daban prioridad a la opinión de quien podía demostrarlas. Y desde luego mis padres nunca nos utilizaron, ni a mis hermanos ni a mí como espantajos, agitándonos de forma histérica para ninguna reivindicación. En mi época, nena, los padres trabajaban para que los niños estudiásemos. Para que nos diesen lecciones y no para que las diésemos nosotros. Para mantenernos y no para que les mantuviésemos nosotros a ellos. Y si teníamos un problema, esos padres se desvivían por llevarnos a médicos, a psicólogos o por hablar con nuestros profesores. Lo que desde luego era impensable, es que echaran la culpa de un síndrome de Asperger al cambio climático, al Yeti ni a la Santa Compaña. Chica, si te ha tocado esa madre, deberías reclamar. En todo caso, nuestros malvados padres tenían la fea costumbre de escuchar a quien tenía algo de autoridad sobre el tema del que hablaba: si un Nobel de Literatura hablaba sobre libros, le escuchaban; si lo hacía un catedrático, también; si lo hacía un conocido periodista, le escuchaban sin duda… Si lo hacía alguien que no tenía ni idea, igual le escuchaban por respeto. Y si lo hacía una niña “marisabidilla”, a lo mejor hasta les hacía gracia. Pero nada más.

Pero vamos a lo que vamos, que no quiero quitarte tu ilusión. Decirte en primer lugar que no he escuchado tu discurso ante la ONU. Y no lo he hecho porque tal institución no me merece respeto alguno, pues no entiendo que las más sanguinarias e inhumanas dictaduras, tengan que sentarse en la misma mesa que las democracias. Y precisamente de eso te quería hablar: señalan los titulares que por tierra, mar y aire nos han bombardeado con tu discurso, que te quejas de que “te han robado tu infancia”. Pues mira, reina: podías haber mirado a la cara mientras remarcabas tus palabras, a los representantes de Irán, de China, de las dictaduras del Golfo o de la inmensa mayoría de África. A lo mejor te hubieras dado cuenta de lo que tus palabras significan para ellos. Puede que estuvieran riéndose o durmiendo. Para ellos, una niña de dieciséis puede que ya no tenga valor ni como concubina. Porque a los dieciséis, Greta, ya ha sido violada, vendida y humillada por más de tres o cuatro hombres. Y los niños tienen SIDA desde los cuatro años. A ellos sí que les han roto su infancia. Y posiblemente lo hayan hecho muchos de los que contemplaban tu lacrimógeno discurso, que para eso tienen el poder absoluto en sus países. También podías haber mirado a los representantes europeos, norteamericanos, canadienses o australianos, que miran complacidos cómo sus ciudadanos van de vacaciones a Tailandia, a la República Dominicana, a Brasil o a Cuba a robar -esta vez sí- la infancia de tantos niños. Pero como ni lo hacen en sus países, ni a los representantes en la ONU de esos países parece importarles demasiado… Claro, cómo va a importarles, habiendo problemas tan acuciantes como el del cambio climático. Fíjate que curioso: ni a los de los países ricos les importa un carajo lo que les pase a las niñas de los países pobres; ni a los de los países pobres les importa un carajo lo que le pase al medio ambiente. Y es que, querida niña, el del medio ambiente es un problema de niños ricos, que no tienen que preocuparse de comer al día siguiente, de buscar un médico para curar una enfermedad o de poner gasolina a su coche. Ni tan siquiera de pagar tres millones de dólares para llevarte a ti en velero hasta Nueva York, para que no contamines el aire. Curiosa forma de luchar contra las grandes multinacionales de la energía, la banca y la prensa: dejarse invitar por ellas a un crucero.

Lo siento reina, yo me hubiera esperado a que crecieras. Pero si quieres jugar a dar lecciones a los mayores, tendrás que aprender a escuchar toda la historia, y no solo la que sale en tu libro.

jueves, 1 de agosto de 2019

Las manadas domesticadas


Noche del sábado 27 de julio al domingo 28, playa de Palma de Mallorca, concierto de los 40 Principales. Terminado el concierto, una niña de catorce años, junto con su amiga se dirige a casa. Pero en el camino son interceptadas por un grupo de unos veinte chicos, todos varones que las rodean, les tocan, les jadean, intentan desnudarlas, inmovilizarlas y violarlas. En ningún caso son ellas las que se han ido con los chicos, sino que han sido acorraladas.  Como pueden, las pobres niñas se zafan, escapan y huyendo a la carrera se encuentran con el hermano de dieciséis años, a quien cuentan lo ocurrido. El chaval, con más valor que inteligencia, con más corazón que cabeza, se va a por los agresores y les recrimina su actuación. La manada se siente fuerte, superior. Un niño de dieciséis les parece un bocado apetecible al que se puede acceder sin mancharse, y le meten una paliza interminable, que se salda con dos fracturas de mandíbula y contusiones por todo el cuerpo.

Nadie dijo nada. Parece ser que la inocencia, las ganas de divertirse un rato en un concierto de unas niñas menores, sí son una provocación. Nada que ver por supuesto, con la brutal agresión sufrida por una pobre mayor de edad que se encierra con seis tíos en un portal durante los sanfermines. Ella sí que merece la movilización de centenares de grupos feministas; ella sí que merece que se cambie la Ley en España para que la presunción de inocencia no sea un obstáculo. Por supuesto, también merece que los más circunspectos jueces, cambien su apreciación de un delito por miedo a ser crucificados en la plaza pública. O que sea el acusado quien cargue  con la prueba. En definitiva, tan aberrante agresión -y en esta afirmación no hay ni un ápice de ironía- merece toda la iracunda respuesta de centenares de grupos, clanes y bandas feministas. Pero parece que estas manadas están de veraneo. Igual están recorriendo la costa de concierto en concierto, en la seguridad de que a ellas no les pasará nada. Después de todo, nada puede pasarles si son ellas quienes les dictan a los jueces quién es digna de ser considerada una mujer, y qué es digno de ser considerado agresión sexual. El delito de violación no existe, lo quitaron ellas del Código Penal el 8 de noviembre de 1996, con los votos de PSOE, IU, CiU, EAJ-PNV, CC, PAR, ERC, EA Y UV y la abstención del PP. Los mismos que presumen de feministas, pero ahora además con el apoyo de Ciudadanos y Podemos.

Pues nada, han pasado cinco días y nadie ha dicho nada. Personalmente, no creo que sea por el hecho de que en la “famosa” manada hubiera un militar y un guardia civil. Tampoco parece relevante el hecho de que esta última manada estuviera integrada por moros, cómo va a ser eso. Eso sería racismo.

Y por cierto, antes de que los buenecitos oficiales entren en pánico, se retuerzan sobre sus toallas de playa y se les atraganten los boquerones, siento aclarar que “moro” no es ningún término racista. Los “mauri” son los habitantes del norte de África desde que esa zona fue romanizada. De hecho, Mauritania no significa otra cosa que tierra de moros, y no creo que nadie se refiera a sí mismo en un tono que considere despectivo. Es más, estoy tan seguro de que los musulmanes están orgullosos del término, que el principal grupo terrorista musulmán de Filipinas se llama Frente Moro de Liberación Nacional, aunque también existe el Frente Islámico de Liberación Mora. Pero a quién le importa eso, si cuentan con el respeto y la admiración de las manadas de feministas domesticadas. Después de todo, lo más importante es la “multiculturalidad”…

miércoles, 24 de julio de 2019

Las personas no tienen género


El día 26 de agosto hará cinco años que escribí sobre este asunto, y aunque no me gusta ser cansino ni repetitivo, creo que hace falta recordarlo, pues no parece que mi artículo convenciera a nadie. Vamos a ver si esta vez lo conseguimos: Las personas no tienen género, tienen sexo. Solamente existen dos sexos, el masculino y el femenino, aunque de manera excepcional en la Naturaleza pueden darse personas o animales, incluso especies, que posean atributos de ambos sexos en proporciones distintas. Es lo que en el caso de los seres humanos, toda la vida se han llamado hermafroditas y ahora parece que se llaman intersexuales (La famosa “i” de LGTB“I”). En todo caso, personas tan dignas y tan respetables como cualquier otra. Pero no por su condición sexual, que lejos de ser “normal” es extraordinaria, un capricho de la naturaleza. Un capricho tan respetable y tan extraordinario como quien nace sin un brazo, con la orejas pegadas o con doce dedos. Pero un capricho. Empeñarse en que eso es normal, es tontería; negarles su dignidad es una aberración. Así pues, sexos hay dos, y excepcionalmente pueden aparecer mezclados en una sola persona. Nada más. Con todo, lo que cada cual decida hacer con su sexo de manera individual, en pareja, en trío o en grupo, entra en el ámbito de lo estrictamente personal y nadie tiene nada que opinar al respecto. Siempre que el negocio sea entre adultos responsables, claro. Pero nadie se empeñe en buscar más agua en el pozo, porque no la hay.

¿Entonces qué es eso del género? Pues el género señora mía, es un rasgo inherente a los sustantivos que pueden ser masculinos y femeninos, pero además existen cuatro géneros más. Total seis:

El masculino y el femenino como acabamos de ver y que no hace falta explicar.

El neutro: según la RAE, “de género que no es ni masculino ni femenino. Los sustantivos no pueden tener en español género neutro, a diferencia de lo que sucede en otras lenguas, como el latín o el alemán. En español solo tienen formas neutras los demostrativos (esto, eso, aquello), los cuantificadores (tanto, cuanto, cuánto, mucho, poco), el artículo definido o determinado (lo) y los pronombres personales de tercera persona (ello, lo).

El común: es el que designa a seres vivos que se nombran de igual manera en masculino y en femenino. Por ejemplo: el pianista y la pianista; el policía y la policía; el profesional y la profesional; o el presidente y la presidente. Sí, LA presidente, porque es la que preside; como la recurrente no es recurrenta, ni la compareciente es comparecienta, ni nadie es sorprendenta por muy mujer que sea…

El ambiguo: es el género de los sujetos inanimados que, al igual que los animados del género común, admiten artículos masculinos y femeninos indistintamente. Por ejemplo: el mar y la mar; el maratón y la maratón; el puente y la puente…

El epiceno: se usa específicamente para designar el género de las especies animales. Porque aunque usted no lo crea, la hembra de un pelícano no es una pelícana; ni la de un papagayo es una papagaya; ni la de un grillo es una grilla; ni el macho de víbora es ningún víboro. Ni siquiera son una pelícano, una papagayo, una grillo ni un víbora. Simplemente son hembra o macho de…

Yo lo siento por las hordas de ayatolas de lo políticamente correcto, siempre dispuestas a lapidar a alguien en la plaza pública, pero esto es así. Tengo serias dudas de que me lean las periodistas ni los periodistos que a diario patean el Diccionario de la RAE, en la radio y en la televisión. Ni siquiera las columnistas ni los columnistos que tocan a rebato cuando alguien saca los pies del tiesto. Pero qué le vamos a hacer, tocagüevos que es uno. Si fuera tocagüevas, sería otra cosa…

lunes, 24 de junio de 2019

De imperios, reinos, virreinatos y colonias


Vamos a ver si nos aclaramos, porque es que aquí, cualquier “aficionao” ve dos películas de Hollywood y se cree que lo sabe todo y que puede opinar de todo. Señoras y señores: España nunca tuvo colonias. Otra cosa distinta es que ya metidos en finales del siglo XIX y principios del XX, se considerasen colonias los territorios de Ultramar (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Fernando Poo, Sáhara Occidental o Guinea Ecuatorial) para asimilarlos a las del resto de los países europeos. Pero es que tampoco lo fueron nunca. España, mi querida señora, nunca tuvo una estructura colonial sino virreinal, que aunque a usted le parezca lo mismo, no tiene nada que ver.

La estructura de una colonia es, más o menos, la siguiente: el país colonizador ocupa por la fuerza los puntos estratégicos de un territorio, y desde ellos establece los enlaces de comunicación con la metrópoli. Estos puntos de comunicación serán a lo largo de los siglos, principalmente los puertos, tanto marítimos como fluviales, de forma que se garantice el proceso de extracción de las materias primas que produce el territorio en cuestión: desde café y especias hasta oro, marfil o diamantes. En esas circunstancias, la potencia colonial establecerá una minoría étnica europea que se impondrá económica, social y militarmente a la inmensa mayoría, que queda como mano de obra destinada a colaborar con la potencia dominante. Y en la medida que lo haga, podrá disfrutar de un status económico y social mejor o peor. Sin entrar en sus exclusivos clubes, claro. Salvo como camareros y desde luego, si como producto de tanta proximidad naciera un hijo, este sería repudiado por la familia de su padre y por la de su madre. Cuando en el siglo XX se plantea la cuestión de la descolonización, las grandes potencias europeas van a tender a dejar de sátrapa, con un poder absoluto, a cualquier oficial o suboficial chusquero indígena. Este, salvo honrosas excepciones, a cambio de garantizar el mismo flujo de materias primas a la antigua metrópoli, se garantizará a sí mismo una inmensa fortuna en Londres, París, Amsterdam o Bruselas; y sus hijos estudiando con impresionantes resultados en Eton, Oxford o La Sorbona.

En el caso de España, no. España tenía, como digo más arriba, una estructura virreinal, que consideraba los territorios de ultramar como una extensión de los territorios peninsulares. Inicialmente, existían los virreinatos de Nueva España y del Perú, pero este último más adelante, se subdividió en los de La Plata y Nueva Granada. Pero me dirá usted -y con razón- que eso para los colonizados es indiferente. Pues tampoco, entre otras cosas porque habitar en los territorios de la Corona te hace acreedor exactamente de los mismos derechos y obligaciones que cualquier otro súbdito, estés donde estés. Para decirlo de manera que se entienda: no hay diferencia de derechos y obligaciones entre un habitante de Zamora y uno de Guayaquil, sea cual sea su raza ni sean quienes sean sus padres. Que por supuesto, pueden casarse con quien les dé la gana sin perder o ganar un solo derecho ¿Y los galeones españoles sacando oro de América? Preguntará usted, que ha visto un peliculón de Ridley Scott: pues eso es el quinto real. Vamos lo que hoy llamamos IRPF, paro aplicado solo a los que ganaban dinero con su negocio, y diez veces menos costoso que actualmente. Ya quisiéramos hoy, pagar solo un quinto de lo que ganamos. A cambio, estaban garantizadas las comunicaciones a través del continente, el libre comercio entre los propios territorios, los derechos individuales como que nadie pudiera esclavizarte, la creación de unas universidades más avanzadas que las de media Europa, la atención a las poblaciones más desfavorecidas y la seguridad del comercio frente a los piratas ingleses, franceses y holandeses. No parece un alto precio
.
Pero la cuestión, al final, es que si usted se interesa por un tema, se sumerge horas, días y meses, en uno y mil archivos para investigarlo; y publica el resultado de su investigación, lo leerán cien o doscientas personas como máximo. En cambio, si cualquier productor de Hollywood se  inventa una historieta sin pies ni cabeza, sin ninguna base histórica y sin sentido alguno, todo el mundo lo aplaudirá y dará por buena la historieta sin siquiera intentar cotejarla. Y además les parecerá inmejorable la “ambientación”… Me too, pero nunca le dirán que todos los territorios de la Corona votaban por igual y que cada uno de ellos tuvieron sus propios representantes en las Cortes, cuando las hubo. Paradójicamente ,fue en ese momento cuando empezaron los procesos de independencia. Pobres indios…

jueves, 6 de junio de 2019

YA ESTÁ BIEN



Uno tiene una edad que ya, seguro, supera la de la mayoría de los lectores de este blog. Una edad suficiente como para haber vivido, eso sí, muy joven, los últimos años del régimen de Franco y los primeros de la Transición. Y por mucho que cuenten ahora los que nunca vivieron aquella época, los productores de series y los “historiadores” oficiales, entonces no había un ansia irrefrenable de cambio, ni un pueblo sojuzgado, humillado y gimiente. La mayoría de los españoles era una clase media bastante acomodada que, a cambio de no meterse en política, había progresado exponencialmente en los últimos veinte años. Los que se ocupaban de política para oponerse al régimen eran, por un lado y con gran mérito, el PCE y su sindicato CCOO, que ponían los presos y tenían una implantación aceptable en los cinturones industriales de las grandes capitales y en algunas parroquias. Por otro lado ETA, apoyada de forma más o menos vergonzante por la burguesía industrial vasca, ya que el PNV sencillamente casi no existía, y por la entonces todopoderosa KGB; la burguesía catalana se deshacía en elogios con el régimen, por cierto. Y por otro y en menor medida, los sectores más liberales del propio régimen, en los que se incluían los monárquicos juanistas, bastantes tecnócratas y algún que otro carlista hastiado de llevarse bofetadas. Y por los resultados de la operación, parece que fue este último grupo quien se llevó el gato al agua. Apoyándose, eso sí, en los demás grupos y siendo apoyado por ellos.

Al final, ya lo sabe quien haya querido saberlo, se llegó a un acuerdo que hizo posible la transición pacífica a la democracia. Y que pasó, en primer lugar, por la Cortes franquistas haciéndose el hara-kiri, es decir renunciando de forma más que generosa a todo intento de entorpecer el proceso. A partir de ahí, el siguiente paso y el más importante, fue la reconciliación entre los españoles: entierre cada cual a sus muertos con toda la dignidad que merece el caído por sus ideales, renunciemos todos a la venganza y miremos adelante. Y a excepción de algunos sectores del ejército, de unos pocos comunistas  violentos y de algunos falangistas convencidos, la verdad es que le fórmula fue aceptada por la inmensa mayoría, como así se confirmó en referéndum. El resumen de la Transición en dos párrafos puede dar lugar a infinitas matizaciones y excepciones, sin duda. Pero de lo que estoy seguro es que todo esto dio paso al mayor período de paz y progreso de toda la Historia de España. Un período de paz y prosperidad que abarca desde aquellas primeras elecciones de 1977 a Cortes constituyentes, hasta el 26 de diciembre de 2007. Treinta años, solo. Y es que en esa fatídica fecha, un tipo sombrío, inquietante, que a la sazón presidía el Gobierno de España, promulgó la llamada Ley de Memoria Histórica. Una ley que venía a dar al traste con todo ese espíritu de reconciliación y a volver a poner a unos españoles frente a otros, señalándose y acusándose de no se sabe que odios ancestrales: llamándose judíos, acusándose de conversos, cuestionando la sinceridad de su fe, arrogándose cada uno la pureza de sangre. Recordando su apoyo a los franceses o a los carlistas y la participación de su abuelo en un fusilamiento. Pero sobre todo, denunciando a los demás ante el Santo Oficio, que a todos nos protege.

Y no parece que el sujeto cometiera el desaguisado por ambición personal alguna. De hecho,  al poco tiempo perdió el poder y quien vino a sustituirle no fue menos sombrío ni menos inquietante con la convivencia entre los españoles: no solo no tocó una sola coma de la infausta ley, teniendo mayoría absoluta, sino que fomentó y financió si reservas el proceso de división. Ellos sabrán ante quién responden y por qué lo hicieron, pero a mí me preocupan las consecuencias:

Ya está bien de que la mitad de los españoles acuda a votar por miedo, y contra la otra mitad. Ya está bien de que se meta en un mismo saco a los que no son de mi cuerda, y se les niegue el derecho a opinar, a disentir y hasta a existir. Ya está bien de que se vea lógico el acoso y la violencia contra “esa gentuza”. Ya está bien de que se acuse a cualquiera que no opine igual, de maltratar a las mujeres, de racista y de perseguir a los homosexuales. Ya está bien de decir que si ganan los otros nos vamos a arruinar y nos van a echar de Europa. Ya está bien de decir que vienen a romper España. Ya está bien de “cordones sanitarios”. Ya está bien de que nadie decida lo que los demás pueden pensar, decir o votar. Ya está bien del miedo “a que vengan”.

Hubo una vez en que los españoles fuimos capaces de entendernos, de perdonarnos, de tomarnos de la mano y caminar todos en la misma dirección. Entonces España se convirtió en una máquina moderna, operativa y muy efectiva. Hoy España es una vieja tartana que pierde casi el cien por cien de su esfuerzo en rozamiento interno. Malditos sean aquellos que, teniendo la responsabilidad de mantenerla, la dejaron pudrirse. Tanto odio lleven como el que han sembrado.

miércoles, 9 de enero de 2019

A mí no me señales


Sí, ya he recibido tus correos, tus WhatsApp y hasta tus pantallazos de Facebook en los que repites hasta la náusea la lista interminable -sí, para mí también es interminable-, de chicas jóvenes y mujeres maltratadas, violadas y asesinadas. De manadas y de descuartizadores; de detalles escabrosos y de relatos espantosos de forenses, jueces y abogados. Te puedo asegurar que a ti no te produce más asco que a mí esa lista. Tampoco me sirve que me digan que España es con toda probabilidad el país más seguro para una mujer. Me alegra, pero me siguen pareciendo demasiadas las víctimas y muchos los verdugos.

Sin embargo, querida, tú no eres más víctima que yo. Tengo una madre, una mujer, una hija, una hermana y amigas, muchas amigas, que cada una en su medida han sufrido o les tocará sufrir en algún momento de sus vidas, una palabra de mal gusto, una insinuación que no han pedido, un abuso verbal, físico… o algo peor. Estoy seguro que ninguna de ellas ha sentido miedo, inseguridad o desconfianza cuando se han quedado a solas conmigo. Jamás me ha parecido que ninguna de mis compañeras de trabajo, jefas o subordinadas, tuviesen miedo de viajar o encerrarse conmigo en un despacho. Y es que nunca les he dado motivos para desconfiar de mí. El abuso que cualquiera de ellas pudiera sufrir sin poder defenderse, me duele a mí tanto o más que a ti. Porque tú no eres la defensora de las mujeres frente a los hombres, entre otras cosas porque las mujeres no necesitan defenderse de los hombres sino de los abusos. Parece igual pero no es lo mismo. Y es que el mundo, querida amiga, no se divide en mujeres víctimas y hombres acosadores, sino en personas dispuestas a partirse la cara por la justicia, personas dispuestas a pasar por encima de quien sea por satisfacer sus deseos, personas indolentes y personas dispuestas a sacar partido del dolor de otras personas. Y lo malo es que son demasiadas las veces en que esas personas envían cadenas de correo… Sencillamente, no todos los hombres somos asesinos ni violadores potenciales; y no todas las mujeres, desgraciadamente, buscan justicia cuando denuncian el abuso que han sufrido… o que dicen haber sufrido. Muchas veces, demasiadas, ese “sufrimiento” ha sido mitigado por un papel en un película de mucho éxito en Hollywood, por una carrera fulgurante en la empresa, por una cuantiosa subvención o incluso por un alto cargo en el ayuntamiento o en el Parlamento. Y también el de muchos hombres, cómo no. Niégalo si te atreves. Tanto unas como otros, hacen más daño a la dignidad de las verdaderas víctimas que quien se prestó al negocio.

Pero lo que es más importante, yo no estoy en el bando de los asesinos. Así que, si no te es mucha molestia, te agradecería que me sacaras de tu lista de sospechosos habituales. Que me quitases el sambenito de “raza peligrosa” que cuelgas de mi cuello cada vez que haces correr uno de tus correos, de tus whatsapp o de tus pantallazos. Pero sobre todo, te agradecería que entendieses de una vez y para siempre que en esta guerra hay dos bandos: el de los malos, en el que están los asesinos, los violadores, los que quieren y las que quieren beneficiarse del dolor ajeno; y el de los buenos, en el que sin duda estás tú, pero también estamos muchos otros dispuestos a no transigir con ningún tipo de abusos. Cuanto antes de des cuenta de esto, antes les pondremos en su sitio.

Gonzalo rodríguez-Jurado Saro