Literalmente, “dios fuera de
la tramoya o del escenario”. Era una escena típica del teatro griego, cuando
una situación estaba muy complicada y aparecía un dios colgado de una grúa,
como si se apareciera a los actores, y la situación se remediaba. En la
actualidad se utiliza para definir a alguien que interviene desde fuera de una
situación para resolverla. Y en todo caso, lo que pretende es definir el hecho
de que los dioses están fuera de los asuntos de los hombres.
Dicen los que dicen que saben
de casi todo, que el hecho de haber expulsado de la plaza pública -del ágora-
toda manifestación religiosa, y haberla confinado en el ámbito privado de cada
uno, así como del triunfo del antirracismo y del feminismo, son un éxito de la
masonería internacional. Y lo cierto es que no deja de ser curioso que todas
esas campañas se desarrollen de manera simultánea y avasalladora en todo el
mundo. Bueno, en todo el mundo civilizado, que a la mayoría de los países
musulmanes todo esto les da igual. Y aunque uno sabe poco de masones, de
conspiraciones y de poderes ocultos, es cierto que resulta contradictorio
atribuir la victoria de la lucha contra el racismo a una organización
profundamente racista. Una organización en la que si eres negro perteneces a
una logia Prince Albert y si eres sudamericano perteneces a una logia Lautaro.
O atribuir el éxito de la lucha contra el machismo a una organización
profundamente machista, en la que la inmensa mayoría de las logias son
masculinas, unas pocas femeninas y muy pocas mixtas. Mucho menos, atribuir la
lucha por el laicismo a una organización que dice proceder del arquitecto del
Templo de Salomón. En fin, ellos sabrán, que a mí me da igual quien sea el
padre del “éxito”.
El hecho es que, en ausencia
de otros dioses, en la actualidad se venera a la Ecología, el Pacifismo y el
Feminismo, las tres personas de la Santísima Trinidad Laica. Aunque curiosamente,
ninguna de las tres defiende lo que dice defender. Esta Trinidad, al igual que
las más intransigentes religiones, se impone a machamartillo como única y
verdadera ideología. No solo la única que se puede expresar en público, sino
aquella contra, si sabes lo que te vale, nunca tendrás la osadía de oponerte. Y
para que no quepa ninguna duda, existe una Inquisición encargada de que a quien
se le ocurra remar a la contra, no vuelva a publicar, no vuelva a dar una clase
y no vuelva a opinar en público. Porque la Inquisición, como vimos en otros
artículos anteriores, no era una máquina de perseguir judíos ni de quemar
brujas. Que va, eso es en las películas. Y paradójicamente donde más, en las
películas españolas, pero este es otro asunto. Su único fin era que cada uno se
autocensurara. Que no se hablase en público de asuntos que podían no ser “convenientes”
para la ortodoxia católica, que entonces era nada más y nada menos que la base
sobre la que se sustentaban una corona, un Imperio y millones de vidas y
haciendas.
Esa Inquisición ahora se llama
corrección política e igualmente está sobre nuestras cabezas en la televisión,
en el cine, en la publicidad y hasta en la reunión de padres del colegio. En ninguno
esos medios aparecerás por segunda vez, si en la primera que lo hagas no hablas
de nosotros y nosotras, o si no te muestras horrorizado con el apocalipsis
climático que se nos viene encima. Por supuesto, usted no podrá ver un anuncio
donde la lista, la que aporta soluciones, no sea una mujer. Y además en el cine
o en las series, en cada grupo de protagonistas -porque ya no existe el
protagonista individual, bueno y blanco- habrá una minoría racial representada.
Y si se puede incluir una pareja gay, mejor. Si no, estos serán las víctimas a
las que ayude tan variopinto y multicolor equipo de “buenos”.
¿Y a quién beneficia todo esto?
se preguntará usted. ¿Quiénes son la Iglesia y el Rey que sustentan este
Imperio del que tantas vidas dependen? Pues aunque usted no se haya dado
cuenta, los tiene estos días omnipresentes en los medios: unas instituciones
supranacionales, a las que por supuesto no ha votado nadie, y que a cambio de
nuestra sumisión, prometen salvarnos del deshielo, traer la igualdad universal
y la paz mundial. Lo malo es que no es solo sumisión lo que exigen: exigen
adhesión inquebrantable, autocontrol, delación del disidente y hasta persecución del reincidente. Y para eso vale todo, hasta
la manipulación de una pobre menor perturbada.
La pregunta es ¿y si no estoy
de acuerdo, a quién reclamo? Porque lo que es a Dios, a la Virgen o a los
santos ya no puedo encomendarme; y tampoco me va a preguntar nadie si quiero
votarles…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro