No, si ya lo decía yo a raíz
de la famosa Ley de Acoso y Persecución a los Fumadores de José Luis Rodríguez
Zapatero: la educación no se puede regular por ley. Si usted está debidamente
educado, no hace falta amenazarle con las penas del Infierno si fuma en un
local donde hay más personas. Sencillamente, porque usted pedirá permiso o
preguntará a los demás si tienen algún inconveniente en que usted se encienda
un cigarro. Igualmente, la cortesía de los aludidos alcanzará hasta el punto donde su
cigarro se les haga insoportable. Así era cuando en España existía la educación,
pero alguien decidió que la educación era una rémora antigua y obsoleta, y
decidió cargársela. Y claro, llegamos al punto de que el comportamiento
particular y entre particulares, tuvo que ser regulado por Ley. Nada que
objetar pero es que a uno, que es anarquista de nacimiento, le molesta que le
prohíban cosas. Hasta las que me dan igual porque no las practico, como es el
caso de fumar.
Pues estando a punto de
comenzar (en lo político, aunque no en lo económico, afortunadamente) la cuarta
legislatura de Zapatero, nos encontramos con que empieza a generalizarse un
comportamiento que cada vez encuentra más adeptos. Este no es otro que la
prohibición en algunos restaurantes, hoteles o bares de ir con niños. Y es que,
qué le vamos a hacer, a cada imposición sucede una reacción y la gente empieza
a estar harta de tener que soportar, no a los niños, sino la mala educación de
los niños y de sus padres. Parece igual pero no es lo mismo. En mi caso
particular puedo decir que no tengo ningún inconveniente en comer o cenar junto
a mesas con niños… educados. Lo que me parece absolutamente insoportable es
pagar veinte, treinta, cuarenta u ochenta euros por una cena y tener que
aguantar a los niños chillando y corriendo alrededor. Sin que además el dueño
del local pueda hacer nada al respecto, claro. “Es que no se puede tener a los críos callados y quietos tanto tiempo”.
Falso, a mí me tenían. Y a mis hermanos también y éramos seis. Sobre todo, si
no puedes tenerlos callados y quietos ¿para qué los llevas? ¿para que los
aguantemos los demás? No lo entiendo. Más aún, cuando mis hijos se ponían
pesados en un restaurante, nos salíamos alternativamente mi mujer y yo para que
el niño no diera la lata a los demás. Solo hace falta hacerlo una o dos veces,
después se lo aprenden perfectamente. Eso sí, tiene que ser la primera vez. Y lo
malo no es que los niños den la lata, que casi, casi es su obligación. Lo malo
es que los papás consideren que como “son críos”
somos los demás, y no ellos, los que tenemos que aguantarlos. Entonces está claro, ahora lo entiendo: yo me
he molestado y he tenido que sacrificar cenas o comidas para que mis hijos no te
molestaran; y ahora me tengo que molestar y aguantar a los tuyos para que tú no
te sacrifiques. Buen negocio me propones, no sé si prefiero que comas en el
Burger King. Con coronita y todo…
Y quien dice niños dice perros.
Pero que nadie se me escandalice, que no estoy poniendo en ningún caso en un
plano similar a unos y otros. Pero a los que sí pongo en un plano idéntico es a
quienes no educan a unos ni a otros. Y por cierto, que en muchos casos son
ellos, los dueños de perros mal educados, los que ponen a su mascota por encima
de los niños o incluso de las personas mayores. Independientemente de frases
tan bochornosas y abochornantes como “quiero más a mi perro que a mucha gente”
o “mi perro es mucho más listo que muchas personas”, los hay que anteponen la
comodidad de un animal al respeto por los demás. Y hasta límites insoportables,
como el caso de un ilustre imbécil, que se molestó porque le metí una patada a
su perro… que estaba mordiendo a un señor mayor. Pero como uno no es un
salvaje, accedí a explicarle que no tengo por costumbre ir por ahí dando
patadas a los perros, desde luego. Pero que justifico el uso de la violencia
siempre que sirva para evitar un acto violento aún mayor. Como llamar por su nombre a uno cuyo perro muerde a una persona mayor, y no se
molesta en pedirle perdón…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro