martes, 8 de enero de 2013

Guardas de los de antes

Por fin este Fin de Año, después de muchos años intentándolo y a pesar de decenas de compromisos ineludibles, he podido tomarme las uvas en La Granja. Aunque no en la plaza como me hubiera gustado, que a las doce menos cinco llovía con bastante mala intención. Dicen los que sí bajaron que paró justo para las campanadas, pero en fin. A mí eso me suena más bien al “hasta ayer, un tiempazo”, que te dicen siempre que llegas a una playa del Norte y no para de llover. Tampoco se me ocurrió bajar a la fiesta del Tiro, que pendencias y diversiones son para la gente joven. Aparte de eso, creo que no empezaba hasta las dos y a este hijo de Adán a las dos de la madrugada lo encontrará durmiendo quien lo busque.
Pues a pesar de todo eso, pienso repetir en los próximos años. Si puedo, claro. Pero no precisamente por la fiesta y la jarana, que es justo de lo que huía cuando abandoné Madrid sin volver la vista atrás, por miedo a convertirme en estatua de sal. Todo lo contrario, por la sensación de paz que da pasearse el día de Año Nuevo a primera hora de la mañana por Los Jardines. Sin nadie, contemplando la sorprendente igualdad de color entre las estatuas de las fuentes recién pintadas en su color original y la pared vegetal de carpe o haya blanca, ahora de un rojo ladrillo casi igual al de las estatuas. Por la tranquilidad de dar la vuelta al Mar solo, sin ver a nadie y respirando el aire húmedo y helado. Por volver a oír otra vez, después de mucho tiempo, el sonido de las propias pisadas. Por escuchar las cascadas correr entre el robledal. Música de la de verdad. Y hablando de música, además tuve la suerte de poder ver el final del concierto de Año Nuevo de Viena, en la macro-cojo-súper-televisión del bar El Vidriado, con un vino en la mano… ¿Para qué tanta fiesta?
Pero como nunca nada puede ser perfecto volví a toparme con ellos. Y es que, quieras o no quieras, vayas el día que vayas y a la hora que vayas, nunca podrás dejar de encontrarte un coche aparcado o, lo que es peor, circulando tranquilamente por Los Jardines. Con unos guardas perfectamente uniformados, eso sí, pero con un uniforme bastante apto para su función, que no es otra que la de pasear en coche por Los Jardines. Porque esa es otra, como tuvieran que bajarse del coche y recorrer doscientos metros en camisa blanca de manga corta y mocasines no iba a ganar el Patrimonio para bajas médicas. Pero claro, más que probablemente estaremos hablando de una empresa subcontratada, que hasta para administrar el Patrimonio Nacional hay que haber hecho un master y ya se sabe: hay que optimizar recursos.

Me pregunto qué pensarán al verlos los viejos guardas del Patrimonio. Aquéllos que se recorrían Los Jardines varias veces por el día y otras tantas por la noche. Los que, con un par de botas de cuatro kilos cada una, un uniforme de pana no más ligero, una carabina al hombro y una banda blanca al pecho con una placa de bronce, se subían de Los Baños de Diana al Mar en cinco minutos para abrir una llave de paso. O se atravesaban Los Jardines de un salto en plena noche porque oían ruido por La Puerta del Campo. Los que andaban ligeros como los corzos a los que cuidaban, conocían y mimaban, con la nieve hasta las rodillas. Recuerdo con especial cariño a uno que hacía el turno de tarde en la garita que había en el Medio Punto. Le llamábamos JP porque, cuando nos dedicábamos a torearle metiéndonos dentro de la sequoia más grande, La Reina, nos perseguía a gritos llamándonos Jodíos Polculo. Evidentemente si no nos cogía era porque no quería, aunque malas pulgas no le faltaban.
Con todo esto no quiero decir que la guardería de ahora no sea más racional, que a lo mejor lo es. Lo que sí digo es que se ha perdido una parte importantísima de los Jardines. Que ahora los guardas nos son parte de ellos sino algo externo. Ni mejor ni peor, distinto. A mí particularmente me gustaba más cómo era antes, pero entiendo que haya quien encuentre este sistema más eficaz. Incluso a lo mejor lo es. Pero lo de los coches aparcados o paseando por Los Jardines, por favor que alguien les diga algo.
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro


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