Es evidente que a lo largo
de la Historia podemos encontrar infinidad de ejemplos de gente dispuesta a
sufrir por ir a la moda. Más aún, ejemplos de modas que, vistas al cabo de los
años, hacen enrojecer al más pintado. En concreto recuerdo de mi época de
juventud la moda de los zapatos Paredes (“Súbete por las paredes”) o los Kío´s
(“Cómprate unos Kío´s, tío”). La gracia consistía en tomar unas zapatillas de
deportes y reconvertirlas en zapatos con alza y tacón, zapatos de cuña o
incluso de tacón. Con las consecuencias previsibles, claro. O una segunda moda,
de la que sin duda renegarán todas aquéllas que en su día se apuntaron a ella,
y que no era otra que ponerse calcetines blancos de puntillas. A esta última le
llamábamos algunos, con bastante sorna, llevar las bragas en los pies.
Y es que en este negocio de
la moda hay bastantes axiomas que todo aquél que decida dejarse arrastrar, debe
tener en cuenta: En primer lugar, la moda no es para todas. Efectivamente, en
la época en que arrasaba la película Grease, de John Travolta y Olivia
Newton-John, había que ver las decenas de kilos de carne comprimida que pasaban
por la calle, envueltos en una especie de plástico negro, simulando ser unos pantalones
de cuero. O auténticos “miajones de pan mojao” que hasta entonces se habían
cortado el pelo a flequillo, peinados desde entonces con gomina, con cazadora
de cuero negro, moviendo las caderas y dando saltitos al andar.
En segundo y no por eso
menos importante lugar, está el principio, inculcado desde su más tierna
infancia en nuestros jóvenes por sus ansiosos progenitores, de que para
presumir hay que sufrir. Y que algunos toman al pie de la letra, sin duda:
durante esta última quincena, más o menos, hemos sufrido en España uno de los
peores temporales de frío que recuerdan los más viejos del lugar. Me niego a
llamar ciclogénesis explosiva u ola de frío siberiano, a lo que toda la
vida se ha llamado un temporal de invierno pero bueno, este es otro asunto. El
caso es que, cuanto más frío, más humedad y más viento han hecho, más
jovenzuelos y jovenzuelas he visto andando por Madrid sin calcetines. Al
principio, pensaba que se trataba de una chaladura individual; cuando lo seguí
viendo, me pareció que sería una coincidencia: o varios chalados en muy poco
tiempo o alguien que ha salido a por el pan y le daba pereza ponerse los
calcetines, qué sé yo; pero ya cuando lo vi en mi propia casa, comprendí que la
crisis era mucho más grave de lo que los síntomas iniciales indicaban. A nadie
que tenga o haya tenido una hija de dieciocho años, le voy a hablar yo sobre la
inutilidad de intentar explicarle que, en su escala de valores, ha de
prevalecer el de preservar su propia vida sobre el de ir a la moda.
Al final, está todo
inventado. Es obligación de los padres prevenir a los hijos de los peligros que,
de no seguir sus sabios consejos, les acechan; y es obligación de los hijos,
ignorar olímpicamente los consejos que sus sacrificados padres les dan para
reconducir sus vidas y evitar que caigan en los mismos errores que ellos
cayeron. En los que, por cierto, cayeron cuando ignoraron los consejos que sus
pesadísimos padres les daban. Que siga girando la ruleta…
Gonzalo Rodríguez-Jurado
Saro
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