Quien haya tenido la santa
paciencia de leer mis artículos, tanto en el primer formato del blog Tiroleses,
como en el actual (http://gonzalorodriguezjurado.blogspot.com.es/)
o más recientemente en Facebook, sabrá ya de sobra que soy un quijote en
permanente combate contra los molinos de la corrección política. Tanto en los
comportamientos como en lo que es peor, en el lenguaje. Y sabrá por supuesto,
que todo intento de enmascarar un comportamiento reprobable retorciendo las
palabras, tiene en mí a un Pepito Grillo, a un tocagüevos y a un respondón. Que
me sale la vena socarrona e irónica cuando leo en las revistas del corazón que
llaman “jinete” o “empresario” a lo que toda la vida se ha llamado un play boy o, en castellano, un chulo. Que
me hierve la sangre cuando me hablan de todos y todas ignorando el género de
las palabras, de los malayos para llamarles malasios o de los fueros para
llamarles aforamientos. Que nunca llamaré desencuentro a una pelea, equipación
al equipo, motivación a los motivos ni llamamiento a una llamada. Que alargar
las palabras para parecer más culto es, sencillamente, una paletada.
Y viene a cuento esta
declaración de insubordinación, porque he leído que nuestros vecinos franceses,
tan revolucionarios ellos y tan amantes de la Liberté, la Egalité y la
Fraternité (ente franceses, claro), están preparando una Ley para prohibir la “obsolescencia
programada” ¿Y eso que cosa es? Se preguntaré usted. Pues lo que toda la vida
nos ha dicho el técnico que venía a casa a arreglar la lavadora, y nosotros repetimos
de forma rebañega y resignada: “No le merece la pena arreglarla, si están hechas
para durar justo cuatro años”. Y quien dice la lavadora, dice la nevera, la
televisión, el ordenador, el coche o la plancha. Pues vamos a ver, porque
cuando tuvimos que desmontar la casa de mi abuela, hace poquitos años,
jubilamos una nevera en perfecto estado de funcionamiento, que se había comprado
en la base de Torrejón en los años 50. Porque antes, los coches los arreglaba
un mecánico, lleno de grasa, en cualquier taller de cualquier carretera de
España. O, lo que es peor, porque aceptamos sin rechistar que el aparato que
estamos comprando “tiene una vida”. Y sin embargo, no exigimos que nos pongan
por escrito cuál es esa “vida”.
Somos un pueblo que se
indigna porque sus políticos ganen dinero, sin tener en cuenta que más vale
pagar bien a los políticos, que dejarles que se lo “ganen” por otro lado. Capaces
de quemar en la plaza pública a cualquier servidor público, ya sea político o
funcionario, por hacer lo que -legal o ilegalmente- ha hecho toda la vida, pero
que nadie le ha recriminado cuando había para todos. Cuando se cobraba sin
factura o se faltaba un mes al trabajo por una lumbalgia. Un pueblo que paga
sin chistar un “canon de reciclaje” cuando cambia los neumáticos o el aceite, y
no toma por asalto el taller para reclamar su dinero, cuando se entera de que
los neumáticos se amontonan en las cunetas y se queman sin control. Pero claro,
si yo pago, estoy cumpliendo con mi obligación. Lo demás, no es asunto mío. Y
los franceses, que arreen. Después de todo, siempre nos han tenido envidia…
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro
eres un crack, suscribo cada palabara
ResponderEliminarGracias, Anónimous
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