martes, 17 de mayo de 2016

Obsolescencia programada


Quien haya tenido la santa paciencia de leer mis artículos, tanto en el primer formato del blog Tiroleses, como en el actual (http://gonzalorodriguezjurado.blogspot.com.es/) o más recientemente en Facebook, sabrá ya de sobra que soy un quijote en permanente combate contra los molinos de la corrección política. Tanto en los comportamientos como en lo que es peor, en el lenguaje. Y sabrá por supuesto, que todo intento de enmascarar un comportamiento reprobable retorciendo las palabras, tiene en mí a un Pepito Grillo, a un tocagüevos y a un respondón. Que me sale la vena socarrona e irónica cuando leo en las revistas del corazón que llaman “jinete” o “empresario” a lo que toda la vida se ha llamado un play boy o, en castellano, un chulo. Que me hierve la sangre cuando me hablan de todos y todas ignorando el género de las palabras, de los malayos para llamarles malasios o de los fueros para llamarles aforamientos. Que nunca llamaré desencuentro a una pelea, equipación al equipo, motivación a los motivos ni llamamiento a una llamada. Que alargar las palabras para parecer más culto es, sencillamente, una paletada.

Y viene a cuento esta declaración de insubordinación, porque he leído que nuestros vecinos franceses, tan revolucionarios ellos y tan amantes de la Liberté, la Egalité y la Fraternité (ente franceses, claro), están preparando una Ley para prohibir la “obsolescencia programada” ¿Y eso que cosa es? Se preguntaré usted. Pues lo que toda la vida nos ha dicho el técnico que venía a casa a arreglar la lavadora, y nosotros repetimos de forma rebañega y resignada: “No le merece la pena arreglarla, si están hechas para durar justo cuatro años”. Y quien dice la lavadora, dice la nevera, la televisión, el ordenador, el coche o la plancha. Pues vamos a ver, porque cuando tuvimos que desmontar la casa de mi abuela, hace poquitos años, jubilamos una nevera en perfecto estado de funcionamiento, que se había comprado en la base de Torrejón en los años 50. Porque antes, los coches los arreglaba un mecánico, lleno de grasa, en cualquier taller de cualquier carretera de España. O, lo que es peor, porque aceptamos sin rechistar que el aparato que estamos comprando “tiene una vida”. Y sin embargo, no exigimos que nos pongan por escrito cuál es esa “vida”.


Somos un pueblo que se indigna porque sus políticos ganen dinero, sin tener en cuenta que más vale pagar bien a los políticos, que dejarles que se lo “ganen” por otro lado. Capaces de quemar en la plaza pública a cualquier servidor público, ya sea político o funcionario, por hacer lo que -legal o ilegalmente- ha hecho toda la vida, pero que nadie le ha recriminado cuando había para todos. Cuando se cobraba sin factura o se faltaba un mes al trabajo por una lumbalgia. Un pueblo que paga sin chistar un “canon de reciclaje” cuando cambia los neumáticos o el aceite, y no toma por asalto el taller para reclamar su dinero, cuando se entera de que los neumáticos se amontonan en las cunetas y se queman sin control. Pero claro, si yo pago, estoy cumpliendo con mi obligación. Lo demás, no es asunto mío. Y los franceses, que arreen. Después de todo, siempre nos han tenido envidia…

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

2 comentarios: