Vivimos un momento un tanto
peculiar. Un momento en el que el partido que sustenta un Gobierno, se puede
permitir el lujo de pasarse cinco años sin convocar un congreso para debatir
sus ideas, y que no pase nada. Y que cuando lo convoque, salga como resultado de
ese congreso, que no hace falta ideología alguna para sustentar una estructura
de partido, de Gobierno y de Poder. Un momento en el que los votantes y
afiliados de otro partido, aparentemente en las antípodas ideológicas del
anterior, observan impasibles cómo cualquier atisbo de debate o de
confrontación de ideas, termina fulminantemente laminado. Y no pasa nada más. Todos
a callar, a conservar el puesto el que haya podido y los demás a paseo.
¿Qué está pasando con las
ideologías, e incluso con las ideas? Personalmente creo que hemos experimentado
un proceso de degradación intelectual de la sociedad, hasta rayar el
infantilismo, realmente asombroso. La expansión de la televisión -cuando esto
empezó no existía internet-, las familias de uno o dos hijos, la devoción por
el Becerro de Oro y la obsesión por el éxito económico y social, han convertido
a los hijos en pequeños dioses de sus casas. En dioses a los que no se puede
osar molestar con enseñanzas, con exigencias de esfuerzo ni con problemas
políticos o sociales. Todo ello so pena de agresión física al profesor o
denuncia contra el colegio por parte de los indignados papás. En consecuencia,
las enseñanzas del niño deben ser muy simples: esto es bueno; esto es malo. Sin
exigir razonamiento, debate ni justificación alguna: “La Naturaleza es
bueeeena, es nuestra amiga…” No existen los terremotos, las mareas ni las
sequías. No, eso se produce porque unos malos lo provocan, no porque sean una
consecuencia natural, una parte de la Naturaleza. “La Paz es bueeeena, y el que
empuña un arma es un asesino…” Por lo que rendir un homenaje a los que se
dejaron la vida en las playas de Normandía, para salvar a Europa de la
destrucción total, es de fascistas, militaristas y enemigos de la Paz…
En estas circunstancias,
surgieron a partir de los años 70 del siglo pasado, y han ido aumentando hasta
quedarse con todo el espectro político, los que yo llamo “propietarios” de La Verdad.
Su verdad, pero única e indiscutible: yo soy quien defiende la Naturaleza, por
lo tanto quien no está conmigo, no sólo es que está contra mí, sino que es un
enemigo de la Naturaleza y su único fin es destruirla. En consecuencia,
cualquier ataque verbal o físico que reciba es culpa suya y se lo merece. Yo
defiendo la paz, por lo que todo acto violento que yo realice, es para un buen
fin. Sea a la escala que sea: desde pegar a una pobre señora a quemar una casa con
una familia dentro. Si yo he juzgado y condenado a esas personas, ellos no son
las víctimas, son los verdugos; y las víctimas somos el resto de la Humanidad,
a quien yo defiendo. Más aún: yo le voy a decir a usted cuales son los
comportamientos sexuales correctos; y como usted ose ponerme el más mínimo
reparo a cualquiera de mis afirmaciones, se puede usted ir preparando para una
destrucción total. Destrucción de su vida social, familiar y laboral, que
pasará por el público repudio; y le advierto que la técnica es fulminante: en
España llevamos practicándola desde el siglo XVI. En Europa mucho antes, por
cierto. Consiste en sembrar el miedo al repudio público entre todo el mundo, de
manera que cualquier sombra de sospecha sobre la pureza de mis ideas, me haga
temblar de pánico. La ensayamos de manera muy exitosa con los moriscos, con los
judíos conversos, con los erasmistas, con los luteranos y al final, hasta con
los masones. Lo malo es que creo que estos últimos se lo aprendieron muy bien. Eso
que cuentan de las brujas, es una tontería que jamás nos interesó. Pureza
ideológica, querido amigo. No nos dan miedo los que vienen de fuera, pobres
desgraciados. Debemos mantener en perfecto estado de revista, de aceptación
acrítica, las cabezas de nuestros jóvenes, los ingresos de nuestros
trabajadores, los beneficios de nuestros empresarios, las aulas, las
facultades, las televisiones, las editoriales, las radios…
En todo caso, queridos
niños, no lo olvidéis: en el mundo hay buenos y malos. No hay términos medios.
Los buenos son los que nosotros decimos. Y para que no haya dudas, os daremos
las indicaciones para saber reconocer a los malos antes de que se atrevan a
abrir la boca. Cerrádsela sin contemplaciones. Interrogadles, aisladles, denunciadles.
Gonzalo
rodríguez-Jurado Saro
Buen artículo, Gonzalo.
ResponderEliminarMuchas gracias, Carmen. Ya sabes que para mí, tu opinión es importante.
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