Pues ante el muchas veces
cínico y manipulador “Me Too” (yo también) de las actrices de Hollywood,
propongo el “Neither Me” (yo tampoco). Por supuesto que condeno, como por otra
parte he hecho toda mi vida, cualquier tipo de acoso sexual. Quien haya tenido
la paciencia de leerme estos últimos años, no podrá tener ninguna duda. Pero no
por eso dejo además de condenar que sobre tan delicado asunto, se monte una
campaña a la que se suman complacientes, individuas e individuos a los que
jamás nadie ha acosado o que simplemente se han servido de sus encantos para
llegar donde están. Pero siendo esto inmoral, lo que peor me parece es aprovechar
modas y consignas orquestadas, para humillar o injuriar a otras personas.
Personas que en muchos casos te han ayudado en tu carrera. Porque decir que a
mí me han acosado, querida señora, supone decir que hay un indeseable suelto
por el mundo que puede hacer lo mismo con otras mujeres, y al que por tanto hay
que señalar con su nombre y apellidos. No basta, señora mía, con dejar entrever
que todos los hombres son unos acosadores. Ni aun cuando eso suponga un notable
beneficio para su carrera, porque el productor de turno está viendo cómo sigue
usted sus consignas… y de paso hunde al productor que le hacía la competencia a
él. Usted no se puede servir de la desgracia y la humillación de las mujeres
que sí han sufrido acoso, para canalizar su carrera. Eso está muy feo.
Pero si esto es grave, más
grave todavía es la miseria moral de los que aquí en España, asumen las
campañas procedentes del otro lado del Atlántico y, con una absoluta falta de
base cultural, las intentan imponer a machamartillo. Mire usted, señor lacayo
de la muy racista y machista industria del cine en Hollywood: mientras en su
admirado inframundo del cine americano, así como en el conjunto de la cultura
WASP de Norteamérica (white
anglo-saxon protestant – blanco anglosajón y protestante), se ve como
algo asqueroso el contacto físico, y si te presentan a alguien apenas te da la
mano si puede evitarlo, aquí nos tocamos, nos abrazamos y nos besamos con
bastante naturalidad y sin que ninguna mente enferma piense nada raro; mientras
en EEUU, las fiestas locales consisten en el desfile, separados a más de dos
metros de bomberos, policías, majorettes, equipos de beisbol y
asociaciones de la comunidad, aquí nos apiñamos en una plaza en la que no cabe
un alfiler, saltando, gritando y regándonos con buen vino. Pruebe usted a hacer
eso en los EEUU. Mientras aquí nos miramos a los ojos cuando hablamos, de
manera interrogante, altanera o incluso desafiante, allí el contacto visual
puede ser hasta ofensivo. Sin embargo, ahora hay que celebrar los sanfermines
con oficinas de denuncia de acoso. Acoso que por supuesto tiene que ser
interpretado por la acosada. Es decir, quiero meterme a ver el chupinazo de
Pamplona, delante la casa consistorial, donde no cabe un pelo, pero si me toca
alguien, ya interpretaré yo con qué intención lo ha hecho. Pues mire usted, la
otra opción es que vea usted el chupinazo sentada tranquilamente en el sofá de
su casa.
Por supuesto, no estoy
defendiendo actos puntuales y asquerosos, como el conocido caso de la más que
probable violación en grupo de una chica en San Fermín. Tampoco niego que haya
patosos que aprovechan cualquier aglomeración para dar cauce a sus reprimidos
deseos, líbreme San Fermín. Pero desde luego no condeno a nadie de antemano,
esa es tarea del juez y no me da ninguna envidia, que para meter a alguien en
la cárcel hay que estar muy seguro de que lo merece. Y no, como se puede
deducir después de leer este artículo, no pienso apoyar la campaña de satanización de los hombres, diseñada y
ejecutada, no para proteger a las mujeres, sino para hundir la carrera de quien
se ponga por delante de quien no debe ponerse. Yo no me presto a manipulaciones.
Yo tampoco, neither me.
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