martes, 3 de diciembre de 2019

Acercar la Cultura la pueblo


Desde que en 1977 existe esa inmensa arma de manipulación masiva llamada Ministerio de Cultura, resulta aterrador acercar un micrófono a un ministro, consejero o concejal de Cultura. Pero vamos por partes, porque antes de que me pongan ante el Tribunal de Represión de la Disidencia de lo Políticamente Correcto, y me prohíban volver a escribir, quiero hacer alegaciones:

En primer lugar, cultura es el patrimonio particular de cada cual, su experiencia personal y las consecuencias que de la misma saque. Por eso precisamente no se puede hablar de Una Cultura o de La Cultura, a no ser que esta se quiera manipular y utilizar en beneficio propio, como es el caso de los políticos. Si yo le convenzo a usted de que Cultura es todo lo que a usted puede gustarle como la Pintura, la Literatura, el Arte en general, el Deporte y el espectáculo; y además consigo que todas y cada una de esas actividades dependan del dinero que yo les voy a dar, ya tengo bajo mi mando a todo aquél que vaya a producir algo que a usted le gusta. Pero si además consigo que a usted le guste todo lo que yo produzco, le tendré cogido por el fondillo. Y si no le gusta, es cuando el ministro, consejero o concejal interpelado dice su frase favorita: “Hay que acercar la Cultura al pueblo”.

En segundo lugar, después de decir semejante mamarrachada, se apuntan a entregar un premio y a derramar millones de euros sobre sus fieles productores. Estos, a su vez, aprovechan tan memorable ocasión para ver quién dice la tontería más grande o hace el mayor ridículo. Después de todo, si usted dice una gilipollez, es usted un gilipollas; pero si la dice un artista del cine, es una frase célebre. Si usted se viste de payaso, es muy probable que alguien le califique de payaso, pero si lo hace alguien de la farándula dirán que es muy sofisticado. La Cultura, por definición no se puede acercar al pueblo puesto que precisamente tiene más cultura quien más experiencia tiene y se distingue del resto. Cuanta más cultura tienes, menos próximo estás al “pueblo”. Otra cosa distinta sería querer acercar al pueblo a la cultura, fomentar que cada uno atesore su propia experiencia. Pero lamentablemente, eso no se hace subvencionando compañías de teatro ni pachangas de los pueblos.

Por no perder el hilo, debo retomar la definición de cultura que hacía al principio. Y para mí, esta no es más que el cúmulo de experiencias individuales adquiridas a lo largo de la vida. Principalmente a través de tres vías distintas, aunque es posible que haya otras: Vivir, o tener la experiencia de haber tenido que tomar decisiones trascendentales; viajar, o haber tenido que vivir en un medio ajeno al tuyo donde se te complicaba el hecho de “seguir la corriente”; y leer, entendiendo por leer todo lo que se lea, ya sean informes técnicos, periódicos, novelas o testamentos. Todo aporta.

La cultura no es más cultura porque nadie se gaste cientos de millones de euros en promocionar a sus fieles; ni una compañía de teatro es mejor porque tenga unos medios que las demás no puedan alcanzar; ni el cine es mejor cine, porque sus productores inviten a sus bacanales a ningún director general… Y que nadie me diga que sin subvenciones ninguna de estas actividades sería lo que es. Sencillamente, si no lo serían es porque no debían serlo. Si yo escribo un libro y no lo compra nadie, a lo mejor es que no es bueno. Si hago una película y nadie quiere ir a verla, será que no es tan “culta”. Si pinto un cuadro y nadie se lo quiere llevar a casa, no es que los demás sean unos incultos sino que yo no sé pintar. O viceversa: si al cabo de veinte años de mi muerte, alguien descubre que mi libro era una joya que quedó arrinconada, puede que se deba a que los que entonces decían qué es cultura y qué no lo es, eran unos inútiles. O unos sinvergüenzas, o unos caras…

Hagamos una Ley de Mecenazgo razonable, según la cuál quien quiera subvencionar, promocionar, apoyar o invertir en cualquier actividad, tenga su correspondiente compensación en forma de desgravación fiscal; que pueda además recoger su parte del éxito si la cosa funciona, o que asuma el fracaso si no lo hace; disolvamos ministerio, direcciones generales, consejerías y concejalías de Cultura; y dediquemos esa inmensa cantidad de millones de euros a algo útil ¿Las pensiones, por ejemplo?
Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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