viernes, 18 de noviembre de 2022

"YO HE VISTO COSAS QUE VOSOTROS NO CREERÍAIS..."

 

"Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir". Son palabras del  replicante Roy Batty, en la película Blade Runner (1982). Poco suponía Ridley Scott en 1982 el significado  que esas palabras tendrían cuarenta años después. Poco suponía que lo que entones era completamente normal, en  2019, momento en que se sitúa la acción de la película, iba a ser tan increíble. Lo mismo que en 2022.

Yo he visto camareros vestidos de blanco, con una chaqueta planchada y con aspecto limpio, en lugar de vestir negro luto.

Yo he visto niños viajar solos en el metro, sin miedo a lo que pudiera pasar, porque nunca pasaba nada.

Yo he visto a enfermeras llamando de usted a los pacientes mayores y a dependientes llamando de usted a sus clientes.

He visto a niños, jóvenes y adultos, levantarse para ceder el sitio a personas mayores,  lisiadas o embarazadas, en el metro y en el autobús. Incluso sin tener sitio reservado para ellos. También he visto a señoras que daban las gracias cuando les cedían el sitio, en lugar de insultar. Podéis creer además que en esos autobuses no había aire acondicionado, por loque no hacía falta que nadie abriese la ventana para que no funcionase y todo el mundo se ahogara. Estaba siempre abierta.

He visto, incluso, películas donde había un protagonista blanco que salvaba a una chica blanca y esta se enamoraba de él. Películas en las que no había un “colectivo” protagonista, con diversidad racial y sexual.

Incluso he visto, no podréis creerlo, a perros felices que no necesitaban dormir en una cama, subirse a un sofá, vestirse, ir a la peluquería, cortarse las uñas ni hacerse ecografías. Perros que podían pasar horas royendo un tuétano y que se callaban si su amo se lo decía.

También había niñas jugando a la comba, sin necesidad de que su profesora les obligara a que los niños también jugaran. Si además ellos preferían jugar a los vaqueros, no eran tachados de machistas. Mientras, las niñas cantaban canciones como

María Tacón, taconeando

pisó un ratón,

le sacó las tripas y se las comió

Y no eran empujadas al despacho del psicólogo, ni intervenía la autoridad escolar, ni llamaban a sus padres para ponerles la cara colorada. Eso solo pasaba si les faltaban el respeto a las profesoras. Lo que era un juego se consideraba un juego, y no se han descrito casos de niñas que se comiesen los ratones después de jugar a la comba, ni de niños que dispararan a otros niños después de jugar a indios y vaqueros.

Los viajes en coche, sobre todo si eran en verano, eran el gran acontecimiento del año. No había cinturones de seguridad ni aire acondicionado, pero en un asiento de escay, de no más de metro y medio de ancho y a 38̊ C, cabían cinco y hasta seis niños y a nadie se le ocurría quejarse del calor. Era verano y tenía que hacer calor, por eso ibas a la playa. Cuando salías a la carretera, veías a gente en moto sin casco, y hasta a jóvenes haciendo auto stop sin miedo a ser secuestradas, violadas y asesinadas. Simplemente, les salía más barato que el tren.

También podías ver en la carretera a ciclistas que no iban vestidos de marciano; a niños patinando sin necesidad de ir acorazados. Si se caían una vez, la segunda no ocurría. Y si ocurría, agua oxigenada, mercromina y tiritas. Pero desde luego nadie dejaba de patinar ni de montar en bicicleta por eso.

Todo aquello era posible porque los padres no admiraban a sus hijos, sino que los educaban: los niños se callaban cuando hablaban los padres y no al revés; los jóvenes se sentaban con los pies en el suelo y no en la silla; e incluso, si los padres iban a ver un partido de fútbol en el que participaba su hijo, lo hacían sentados y callados, y al final felicitaban al niño y daban las gracias al entrenador. Yo lo he visto, puedo jurarlo.

En las casas había un teléfono y estaba en el salón, donde toda la familia estaba viendo la televisión. De manera que, si tenías que hablar con la que te gustaba de tu clase, ya podías andar ligero… Eso, si la película que ponían en el único canal que realmente había, no aparecía con dos rombos, que entonces te tenía que ir a la cama porque “no era tolerada”. Es decir, no era para niños, normalmente porque aparecían besos apasionados o conversaciones que los niños “no entendían”.

Por último, en aquél extraño mundo, los profesores no eran amiguitos de sus alumnos, sino sus maestros. Se entraba en fila en clase, y había que llamarles don o doña y de usted, sin que eso supusiera merma alguna en la autoestima del niño no de sus padres. Incluso estos, daban la razón al profesor cuando este amonestaba o prevenía al niño de alguna manera.

No era el mundo ideal, pero era todo más previsible.

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