miércoles, 12 de abril de 2023

¡Que no es el cambio climático!

 

Hace no más de un mes, ha tenido lugar una oleada de incendios en Asturias que han llegado a sumar hasta ciento treinta y cinco, con una superficie quemada en torno a las veinte mil hectáreas. Para quien no ande muy fuerte en matemáticas, el estadio Santiago Bernabéu de Madrid no llega a una hectárea: una hectárea son diez mil metros cuadrados y el Bernabéu mide nueve mil. A la espera de datos oficiales definitivos, las autoridades estiman que el ochenta por ciento de estos incendios han sido provocados por el hombre (y la mujer, para no salirme del rebaño). De ellos, más del noventa por ciento, de manera intencionada.

En estas circunstancias avergüenza, escandaliza e indigna a partes iguales, que cuando hayan puesto un micrófono delante de los hocicos a cualquier político, gobernante o mindundi, haya tenido que vomitar la perorata del cambio climático, incluido el Presidente del Gobierno. Son los mismos que han hecho leyes contra la limpieza del monte, contra la ganadería, contra la agricultura y contra la caza, y las han impuesto a machamartillo en todo el territorio nacional. Leyes que afectan a sierras, a llanos, a sembrados, a dehesas y a barbechos. Leyes, en fin, que no solo impiden la limpieza del monte, de los restos de siega o del barbecho, sino además prohíben a los animales alimentarse, condenándolos a un sacrificio inútil. Leyes que imponen absurdas regulaciones pretendidamente destinadas a procurar el bienestar animal, creyendo que los animales necesitan las mismas comodidades que los seres humanos, como espacio entre ellos, paseos diarios, etc. Y sí, he dicho bien, creyendo, no sabiéndolo.

Porque estas siniestras regulaciones anti agricultura, anti ganadería, anti pesca, anti campo y anti libertad vienen impuestas por cuatro niñatos que nacieron y se criaron en las grandes ciudades. Que uno dos, tres o quince días salieron de excursión a la sierra con los de su barrio y lo pasaron tan bien que decidieron que eso era lo suyo. Muchos de ellos incluso leyeron algo y la mayoría se dedicó a informarse sobre el tema en internet. Y allí descubrieron los textos de los mismos niñatos de California, Alemania o Francia que ante la falta de problemas en los años setenta, se habían inventado una pretendida destrucción inminente del planeta. Y que ante el vacío ideológico creado por la caída del Muro de Berlín en la izquierda, esta puso todo su aparato de propaganda y subvenciones a su servicio, para mantenerse vivos mutuamente. A día de hoy, el planeta sigue vivo y goza de buena salud, nadie ha conseguido demostrar que las variaciones del clima supongan un verdadero problema, ni mucho menos que tengan un origen antropogénico. O sea, que sean provocadas por el hombre. Pero el monte se puede seguir quemando porque así podemos culpar al cambio climático, aunque  se demuestre que el fuego ha sido provocado.

El otro día, cuando daban la noticia de los incendios, la estaba viendo con un amigo, hijo de un pastor de Ciudad Real, de un pueblo cercano ya a Sierra Morena y vecino precisamente del de la ministra Portavoz del Gobierno. Solo me hizo un comentario pero no le hizo falta decir más: “si nos dejaran quemar solo lo que hay que quemar…” Efectivamente, desde hace cientos de años el bosque se cuida quemando la leña que cae al suelo, recogiéndola para calentar las casas y encender las cocinas; o metiendo a los animales para que arranquen la hierba que de otra manera se convertiré en yesca para verano; o cortando las ramas bajas… o como quiera que cada uno siga las tradiciones centenarias de su pueblo o de su comarca para mantener el bosque. Para vivir de él y para conservarlo vivo cuando algún hijo de su madre o algún despistado le prenda fuego.

El verano pasado, más terrorífico que el anterior y menos que el que viene, había que oír hablar a todos los periodistas y jefes de clanes ecologistas, que habían descubierto el concepto de “incendios de segunda generación”. Esto no es otra cosa que incendios cada vez más frecuentes y voraces, pero no porque los incendios sean hijos de otros incendios, sino sencillamente porque los bosques tienen cada vez más combustible que quemar.  Pero parece que si decimos que son de “segunda generación” nos preocupamos más por el tema, aunque no hagamos absolutamente nada útil al respecto…

En octubre hablamos.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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