miércoles, 27 de agosto de 2025

Vulgaridades

 

Vayan dos cosas por delante: la primera, que cuando hablo de algo vulgar, lo hago sin ningún tipo de tinte peyorativo, sino según la primera acepción del Diccionario de la RAE, “perteneciente o relativo al vulgo”, siendo vulgo el “común o conjunto de la gente popular”, sin más; la segunda, que para mí los gustos de cada uno son respetabilísimos, casi sagrados. Allá cada cuál elija por sí mismo y sin encomendarse a nadie, entre flores o bombones, entre playa o montaña, entre coches y motos, entre lectura y deporte… y hasta entre el Real Madrid y el FC Barcelona. En consecuencia, la percepción que cada uno pueda tener sobre lo que es vulgar y lo que no lo es, queda en el ámbito estrictamente personal.

Mas aún, hay gustos, gestos, palabras o formas de vestir, que pueden pasar de ser una vulgaridad a ser una moda; o viceversa, que de tanto estar de moda, de tanto usarse, se hagan vulgares. Dicho lo anterior, paso a enumerar una serie de hechos y costumbres que, a mi modo de ver, deberían servir para que el lector se plantee debatirlas y hasta pedir mis dos orejas. En Las Ventas no se dan rabos, gracias a Dios.

No descubrirse en sitios cerrados, ante la bandera, al paso de un entierro o cuando suena el Himno Nacional (que en realidad no es ningún himno sino la Marcha Real). La muestra de respeto en todas estas situaciones, excepto la primera, no lo es a persona alguna sino a lo que cada una de ellas representa. La primera, es una cuestión de educación que deriva de la lógica. Pero claro, si llevamos gorra de visera y más aún si la llevamos con la visera puesta hacia atrás, la lógica es un problema secundario.

Aplaudir: seguramente porque vivimos en un mundo-espectáculo, donde todo lo que hacemos requiere la aprobación de cuanta más gente mejor, se aplaude todo aquello que gusta. O bien cuando se quiere expresar aprobación, admiración, etc. Hay quien aplaude cuando le gusta un chiste. Pero hay cosas mucho más chocantes que llegan a rallar en la ridiculez y el mal gusto. Por ejemplo, cuando pasa un entierro. Pero lo mejor de todo es esa gente que se sienta en un acantilado en verano, con un cóctel y vapeando con sabor a vainilla, y espera a que se ponga el sol, momento en que rompe a aplaudir. En fin.

Las “excentricidades” de actores, actrices, cantantes y futbolistas. Se llama excentricidades a la actitud déspota y de mal gusto de gente que no ha comido caliente en su vida, y de repente se ven con dinero ilimitado: “quiero el camerino con mil rosas”, “quiero que me suban a la habitación una mesa de billar a las cuatro de la mañana”, “quiero una cama con dosel para mi perrita”… y estupideces varias. Obviamente, el dinero ha cambiado de manos. Antes lo tenía la gente educada, que no tenía caprichos ridículos y, sobre todo, que sabía respetar y ponerse en el lugar de quien trabajaba para ellos. Cosas del enriquecimiento súbito.

Hablar con las manos: no hay nada peor que ver a esos profesionales del cotilleo, y de husmear en las intimidades del prójimo, hablar en sus “tertulias” agitando los brazos y poniendo posturitas de manos. Hasta donde yo sabía, una tertulia era un diálogo, un tranquilo intercambio de opiniones entre gente civilizada. Por eso eran propias del ámbito literario, artístico y cultural en general… hasta que se inventó la televisión, supongo.

Complementariamente están las vulgaridades de orden estético, las que como hemos dicho, pueden dejar de serlo o adquirir esa condición con el tiempo. Y, sobre todo, las que entran en el orden de los gustos personales:

Los tatuajes, más vulgares cuanta mayor parte de tu cuerpo cubran y cuantos más colores tengan.

Los piercing o chinchetas, que al igual que los tatuajes degradan su valor estético proporcionalmente a su cantidad. Dicho en cristiano, cuantos más, peor.

Y, por último, aunque en cuestión de ropa hay muchos y muy interesantes ejemplos, destacar la camiseta de fútbol. Inadmisible en cualquier circunstancia que no sea jugar al fútbol. Da igual del equipo que sea, da igual que sea para ver un partido, da igual todo, vestir una camiseta de fútbol es una vulgaridad sin paliativos. Una mención especial para las chicas que, con el deseo legítimo de vestir una buena minifalda o un pantalón muy ancho para hacer deporte, se plantan unos calzoncillos debajo. Pa'bernos matao.