Vayan
dos cosas por delante: la primera, que cuando hablo de algo vulgar, lo hago sin
ningún tipo de tinte peyorativo, sino según la primera acepción del Diccionario
de la RAE, “perteneciente o relativo al vulgo”, siendo vulgo el “común o
conjunto de la gente popular”, sin más; la segunda, que para mí los gustos de cada
uno son respetabilísimos, casi sagrados. Allá cada cuál elija por sí mismo y
sin encomendarse a nadie, entre flores o bombones, entre playa o montaña, entre
coches y motos, entre lectura y deporte… y hasta entre el Real Madrid y el FC Barcelona.
En consecuencia, la percepción que cada uno pueda tener sobre lo que es vulgar
y lo que no lo es, queda en el ámbito estrictamente personal.
Mas
aún, hay gustos, gestos, palabras o formas de vestir, que pueden pasar de ser
una vulgaridad a ser una moda; o viceversa, que de tanto estar de moda, de
tanto usarse, se hagan vulgares. Dicho lo anterior, paso a enumerar una serie
de hechos y costumbres que, a mi modo de ver, deberían servir para que el
lector se plantee debatirlas y hasta pedir mis dos orejas. En Las Ventas no se
dan rabos, gracias a Dios.
No
descubrirse en sitios cerrados, ante la bandera, al paso de un entierro o
cuando suena el Himno Nacional (que en realidad no es ningún himno sino la
Marcha Real). La muestra de respeto en todas estas situaciones, excepto la
primera, no lo es a persona alguna sino a lo que cada una de ellas representa. La
primera, es una cuestión de educación que deriva de la lógica. Pero claro, si
llevamos gorra de visera y más aún si la llevamos con la visera puesta hacia
atrás, la lógica es un problema secundario.
Aplaudir:
seguramente porque vivimos en un mundo-espectáculo, donde todo lo que hacemos
requiere la aprobación de cuanta más gente mejor, se aplaude todo aquello que
gusta. O bien cuando se quiere expresar aprobación, admiración, etc. Hay quien
aplaude cuando le gusta un chiste. Pero hay cosas mucho más chocantes que
llegan a rallar en la ridiculez y el mal gusto. Por ejemplo, cuando pasa un
entierro. Pero lo mejor de todo es esa gente que se sienta en un acantilado en
verano, con un cóctel y vapeando con sabor a vainilla, y espera a que se ponga
el sol, momento en que rompe a aplaudir. En fin.
Las
“excentricidades” de actores, actrices, cantantes y futbolistas. Se llama
excentricidades a la actitud déspota y de mal gusto de gente que no ha comido caliente
en su vida, y de repente se ven con dinero ilimitado: “quiero el camerino con
mil rosas”, “quiero que me suban a la habitación una mesa de billar a las
cuatro de la mañana”, “quiero una cama con dosel para mi perrita”… y estupideces
varias. Obviamente, el dinero ha cambiado de manos. Antes lo tenía la gente
educada, que no tenía caprichos ridículos y, sobre todo, que sabía respetar y
ponerse en el lugar de quien trabajaba para ellos. Cosas del enriquecimiento
súbito.
Hablar
con las manos: no hay nada peor que ver a esos profesionales del cotilleo, y de
husmear en las intimidades del prójimo, hablar en sus “tertulias” agitando los
brazos y poniendo posturitas de manos. Hasta donde yo sabía, una tertulia era un
diálogo, un tranquilo intercambio de opiniones entre gente civilizada. Por eso
eran propias del ámbito literario, artístico y cultural en general… hasta que
se inventó la televisión, supongo.
Complementariamente
están las vulgaridades de orden estético, las que como hemos dicho, pueden dejar
de serlo o adquirir esa condición con el tiempo. Y, sobre todo, las que entran
en el orden de los gustos personales:
Los
tatuajes, más vulgares cuanta mayor parte de tu cuerpo cubran y cuantos más
colores tengan.
Los
piercing o chinchetas, que al igual que los tatuajes degradan su valor estético
proporcionalmente a su cantidad. Dicho en cristiano, cuantos más, peor.
Y,
por último, aunque en cuestión de ropa hay muchos y muy interesantes ejemplos,
destacar la camiseta de fútbol. Inadmisible en cualquier circunstancia que no
sea jugar al fútbol. Da igual del equipo que sea, da igual que sea para ver un
partido, da igual todo, vestir una camiseta de fútbol es una vulgaridad sin
paliativos. Una mención especial para las chicas que, con el deseo legítimo de
vestir una buena minifalda o un pantalón muy ancho para hacer deporte, se
plantan unos calzoncillos debajo. Pa'bernos matao.
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