lunes, 1 de abril de 2013

Una vuelta al embalse


Es costumbre cada vez más arraigada en El Tiro la de proponer ir a “dar la vuelta al pantano” como forma de proponer ir a dar un paseo. Esto en principio es bastante saludable y, desde luego, mucho mejor que sentarse alrededor de un tapete para jugarse las pestañas; o en un corro para despellejar al prójimo; o en la barra para dar cuenta de una taza de chocolate y una docena de picatostes. Es obvio.

Sin embargo la propuesta, aunque positiva, contiene dos mentiras en cinco palabras. En primer lugar, la “vuelta” no suele consistir en rodearlo sino en seguir el camino que discurre entre El Tiro y el embalse. O sea, bordearlo por una de sus orillas. Y la otra mentira es, precisamente, la de denominarlo pantano cuando en realidad es un embalse. Mentira inocente e intranscendente, pero mentira al fin. La diferencia es que mientras el pantano es el que se ha formado de manera natural, el embalse es lo mismo pero creado artificialmente. Mediante una presa, normalmente.

Valga lo anterior únicamente como introducción, que lo que me interesa en realidad no es dar una lección gratuita de elocuencia sino recomendar, al menos a quien no la haya hecho, la vuelta completa al embalse del Pontón Alto. Mejor en otoño o en invierno, que en verano, al no haber prácticamente un solo árbol en la mayoría del recorrido, debe hacerse a primera hora de la mañana o a última de la tarde si se quiere sobrevivir al férreo sol de la Meseta; y en primavera, si la primavera es como debe ser, es fácil encontrarse enfangado en un atolladero a la vuelta de cualquier rambla. Y este ha sido el caso de esta Semana Santa y de esta primavera, estrenada mucho antes de lo previsto. Pero en fin, no seré yo quien se queje de la lluvia, que la falta de lluvia es mucho peor. Y esto lo dice uno que se acaba de pasar en La Granja, desde el Viernes de Dolores al Martes Santo, viendo llover sin un solo minuto de descanso. Menos mal que nos queda Mercadona.

 Si partimos desde El Tiro, lo más conveniente será ir pegados al robledo, desde el camino que parte del aparcamiento, entre las plantaciones hasta llegar a la carretera de Torrecaballeros, justo a la altura del tanatorio. Desde allí han hecho un carril peatonal, paralelo a la carretera, que cruza el río por un puente también nuevo y también paralelo al de piedra de toda la vida. Justo al terminar el viejo puente (que no es lo mismo que al terminar Puente Viejo) hay una cancela de las que se abren y se cierran para impedir el paso al ganado. Por ella accedemos ya definitivamente a la “otra orilla” y, ya sin posibilidad de perdernos, seguiremos por el camino de la ribera hasta llegar a la presa. Pasando, por cierto, ante la muy envidiable casa que se han hecho allí Álvaro Sartorius y María. Y hablando de la presa, impresionante espectáculo verla abierta esta Semana Santa.

A partir de aquí, en el tramo que discurre entre la presa y la carretera, la cosa se complica un poco. Y es que, qué le vamos a hacer, a los que nos gusta andar por el campo sufrimos mucho cuando vemos un camino “urbanizado”, sembrado de letreros explicativos sobre lo que es cada planta, sobre lo peligroso que es bañarse o sobre la conveniencia de nadar agarrado a un cable eléctrico. Y esto último no es broma, que ese cartel existe. Si a eso le añadimos la proximidad de la carretera, tendremos convertida esta parte del paseo en la travesía de un parque temático, de esos que tan de moda están ahora: Chandalville, Mascotalia o Tintodeverano Park. Pues a pesar de eso, las vistas de Peñalara, del resto de la sierra, del antiguo colegio de Santa Cecilia y de La Atalaya hacen de este tramo uno de los más espectaculares del recorrido.

A partir de aquí, el paseante puede elegir entre seguir por la orilla del embalse hasta alcanzar la cola del mismo y su continuación por el río Eresma hasta Valsaín; o subir por la carretera hasta volver al Tiro, pedir un pincho de tortilla y una cerveza y recuperar todas las calorías perdidas. Cualquiera de las dos opciones es buena.

Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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