martes, 24 de septiembre de 2013

Para qué hablar bien

Desde luego, está demostrado que saber utilizar los rudimentos la gramática, la ortografía, la fonética, y hasta de la ética y la estética no conducen a nada bueno en los tiempos que nos ha tocado vivir. Y cuando digo a nada bueno, quiero decir a nada útil, que en estos tiempos sólo es bueno lo que es útil.

De esta manera, quien quiera dedicarse al oficio de escribir ha de saber que en aquéllos medios en los que va a tener que desarrollar su labor (periódicos, radios, editoriales, etc.) no le van a pedir que sepa el correcto significado de las palabras, sino que sepa utilizarlas para rellenar espacios. Y no es broma, que hoy día vale más un renglón por lo que ocupa que por lo que pone en él. Cosa que tampoco me extraña, porque para lo que suele poner… En estas circunstancias, es comprensible que políticos, deportistas, faranduleros y demás figurantes se empleen a fondo en carísimos cursos de retórica y telegenia, en los que aprenden a hablar, hablar, hablar… y no decir nada.

Para alcanzar el dominio de tal habilidad, es fundamental alargar mucho las palabras, de forma que parezcas un tío mu cultivao, aunque no se pueda saber exactamente lo que has dicho. Y a eso es a lo que nos tienen acostumbrados. Como ejemplo, véase la diferencia entre la forma de hablar de la gente del común con cierta educación, y un figurón cualquiera:

“El otro día hubo una pelea entre el portero de mi casa y el cocinero del bar de enfrente. Pero como este no llevaba el terno correspondiente yo no sabía de qué lo conocía. El motivo, al parecer,  fue que mi portero dijo algo relativo a la acogida que el otro había realizado en su casa a un amigo común. El cocinero señaló a mi portero como responsable de haberle hecho chantaje. Ante esta situación, hice una llamada a la policía”

Que no es lo mismo que:

“El otro día hubo un desencuentro entre el cancerbero de mi residencia y el restaurador de enfrente. Pero como este no llevaba la equipación correspondiente yo no sabía de qué le conocía. La motivación, al parecer fue que mi cancerbero verbalizó algo relativo al acogimiento que el otro había realizado en su residencia a un amigo común. El restaurador señalizó a mi cancerbero como responsable de haberle hecho chantajismo. Ante esta situación, hice un llamamiento a la policía”

Como dicen en mi pueblo, “¿Tamos tontos o qué?”


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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