martes, 6 de mayo de 2014

Obra y Autor

Quien aquí escribe, se declara absolutamente incompetente para seguir un programa de televisión de los llamados “del corazón” (aunque yo los llamaría de otra parte del cuerpo un poco menos vital), ni una revista de la misma “categoría”. Entre otras cosas porque no tengo ni idea de quién es cada uno, de por qué demonios salen ahí ni de su circunstancia personal, que al parecer hay que conocer para entender lo que te cuentan. Cuando leo “Marisa, rota de dolor”, “Popi, feliz con su nueva vida” o “Aníbal se repone de su pena en Isla Mauricio” me quedo con cara de idiota intentando descifrar tan insondables misterios. Ni sé quién demonios es Marisa, ni Popi ni Aníbal ni sus cuitas. Casi que no sé ni quién es Mauricio. Mucho menos sus problemas personales, pero graves, graves no deben ser ¿Y a qué viene semejante disquisición sobre un tema tan poco interesante? Se preguntará usted. Y no sin razón, que a lo que yo iba tiene que ver más con una actividad un poco más gratificante y constructiva del ser humano, como es la obra de arte.

Por mi parte tengo entendido que el arte empieza a considerarse arte, como fin en sí mismo e independientemente de su fin doctrinario anterior, a partir del Renacimiento. Paradójicamente, la "Renascità dalla Antiquitá". Es entonces cuando los autores comienzan a firmar su obras, cuando se empieza a valorar al autor por su obra y no a la obra por su significado. Cuando se empieza a decir es un Leonardo, un Rafael o un Tintoretto, en lugar de una Anunciación, una Última Cena, un bodegón o un Arca de Noé. Es cuando los edificios siguen los cánones de Palladio en lugar de competir por elevarse para alabar a Dios. Una época excepcional e irrepetible, por lo demás. Luego esa sublimación de individuo por encima de la Fe, cundirá en toda Europa, incluida la católica España. O por mejor decirlo, en las Españas de ambos lados de océano. En América surgirán ciudades de trama cuadriculada con la misma estructura que los campamentos romanos, con Cardo y Decumana, que pervivirán hasta hoy día. Y así seguiremos admirando al autor a través del Barroco, el Neoclásico y el Romanticismo en todas las artes.

Sin embargo a partir del nacimiento del Impresionismo, el autor pierde relevancia en favor de la obra misma. De una obra que ya no tiene estructura alguna, ni escuela ni canon. Solo la libertad creativa del artista. Nada que objetar... excepto un par de preguntas ¿Es esto cierto o es más cierto que, vayas al museo o exposición que vayas, todo el mundo indefectiblemente mira primero el letrero con el nombre del autor y luego "admira" la obra? ¿Que los "entendidos" están al albur de lo que digan unos cuantos "críticos" para los que la obra de arte no es otra cosa que un objeto de compra-venta, que naturalmente han comprado barato y venderán caro? ¿Tiene esto algo que ver con el hecho de que los marchantes indiquen a los autores el número de obras que pueden producir cada año? ¿Con el enriquecimiento desmesurado de los Strauss-Khan, Rostchild y otras familias de mecenas del dinero en lugar de las artes?

Perdonen que disienta, pero si la personalidad del autor, su circunstancia personal, política o sexual resulta relevante para la valoración de la obra, se acaban ustedes de cargar todo el arte del siglo XX. Lo que, por otra parte, igual no era un mal comienzo ¿o sí?


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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