martes, 20 de mayo de 2014

Tiempos y costumbres: Hoy no me puedo levantar

“Hoy no me puedo levantar”. Ese es el título de una famosísima canción de los años ochenta ahora convertida en musical. Una canción que lanzó a la fama a Ana Torroja y a los hermanos Cano, a Mecano. Fueron aquéllos años maravillosos para los que entonces enfilábamos la mayoría de edad, para los que veníamos de unos setenta que habían sido de nuestros hermanos mayores. Todavía recuerdo aquellos primeros pasos en las discotecas. Primero, cómo no, en verano en La Granja, en Liberty o en La Tertulia. Granadina con piña o San Francisco, jarabe con sabor a frutas… y algún que otro ron con limón si el camarero “se dejaba” engañar. Fue en aquellas correrías en Topaz, en la calle Orense, con los amigos del colegio de Joaquin Barbadillo donde conocí a Nacho Cano. Y donde me reí de él cuando me dijo que quería ser cantante: “¡Pero si tú no sabes cantar!” “A ver Nacho, cántanos algo ¿ves? No tienes ni idea de cantar”… menos mal que no he tenido que vivir de mis dotes adivinatorias. También andaba por la zona Antonio, el hijo de Lola Flores que luego se haría famoso llamando isla de Palma a la isla de Mallorca, pero este no salía de un pub llamado Agarsimón. Y que como casi todo el mundo sabe, acabó como tantos otros de nuestra generación. Descansen en paz todos ellos.

Venía a cuento recordar aquella canción, porque no era sino fiel reflejo de una costumbre que se empezaba a generalizar ya de manera irreversible y que llegará hasta nuestros días, corregida y exagerada hasta la náusea. Y esa costumbre no es otra que la de salir por la noche hasta el amanecer y más allá. Y es que hay quien dice que esto es así, que en España tenemos esas costumbres debido al clima, cosa que debe tener su parte de verdad. Aunque lo cierto es que entonces éramos muy poquitos los que salíamos “a vida o muerte”: los porteros de las discotecas estaban para abrirte la puerta, no había atascos lo sábados por la noche y las copas se pagaban en la barra al pedirlas, no en la puerta. Y claro, las consecuencias eran las que eran, “Hoy no me puedo levantar”. Si a eso le añadimos que con la edad cambian los horarios y las obligaciones, que no es lo mismo faltar un día al instituto porque te has acostado tarde, que hacerlo a unas prácticas en la universidad ni mucho menos en un trabajo, al final tenemos días de veintiocho horas, noches de tres horas y desayunos a la hora de cenar. Un caos total, en definitiva. Un maravilloso, decadente y viscontiano caos.
 
Lo que ya parece un poco más complicado es hacer compatible ese tipo de de vida con un horario normal de trabajo, equiparable al del resto del mundo con el que, de una manera o de otra, tenemos que estar coordinados casi para cualquier actividad. Consecuencias de la globalización. Y es que en el resto del mundo, tengan el clima que tengan, la gente lo que hace es trabajar de nueve a cinco. Se levantan, desayunan bien, se van a trabajar, a la una toman un pequeño refrigerio y a las cinco se les apaga el ordenador… después de eso, casa, niños, colegios, tiendas, una buena cena y a dormir. Que gente más rara ¿no? Es mucho más lógico lo que hacemos en España que, como siempre, tenemos que explicar al resto del mundo cómo se deben hacer las cosas. Para que luego nos tengan envidia.

Te levantas a las siete, destrozado después de haberte acostado a la una -ayer hubo fútbol, el partido del siglo- , te tomas un café a la carrera y sales corriendo al bar. Allí pides otro café con una tostada. Por supuesto, el camarero te conoce y sabe que lo quieres descafeinado, con leche templada en vaso y con dos sobres de azúcar. Y yo me pregunto ¿es posible que en una mesa de doce españoles ninguno tome el café igual que otro? De ahí sales corriendo para coger tu coche y meterte en el atasco de todos los días… si hay suerte y no llueve claro, que si no es peor. O no, depende, porque vas a aprovechar el atasco para poner al día los papeles que te trajiste ayer de la oficina y que no tocaste porque había partido. Y de paso harás dos o tres llamadas. Si total, en el atasco no hay guardias, puedes hablar tranquilo. En cuanto llegas a las ocho y media, otro café. Te lo llevas a tu mesa, enciendes el ordenador y abres tu correo. ¡Buf, media hora leyendo correos! Pero primero ese café. Entre pitos y flautas, las nueve y media y a las once hay reunión. Bueno, pues ya hasta que pase la reunión no puedo hacer nada… y después de la reunión, otra reunión con los del departamento para comentar la reunión. Y para sacar en conclusión que estas reuniones no sirven para nada. Por cierto, hay que hablar lo de las vacaciones. Total, las doce y media y no hemos desayunado. Café y pincho de tortilla en el bar y mientras, comentamos lo de las vacaciones… y el golazo de Cristiano de ayer ¡Y lo de su ficha, que vaya tela con la de gente que hay pasando hambre! Una y cuarto, llegas a tu mesa y recado de tu jefe: hoy comemos con clientes ¡vaya tela! Bueno, en el fondo paga la empresa y a tu jefe le gusta el chuletón que dan en el vasco de la calle Orense. Allí quedáis con los clientes y mientras llegan, cervecita. Una vez sentados, entrantes y chuletón para todos menos para la jefa de compras de tu cliente, que pide solo vichyssoise, la tía pedorra. Y vino como para una boda, que como dice tu jefe el fin último de estas comidas es ablandar las condiciones del contrario. Lo malo es que él se suele “ablandar” un par de botellas en cada comida. Bueno y tú también, ya que estamos. Total, lo que tenías que hacer ya lo has dejado listo y si no cae hoy, caerá mañana. Por la tarde, si te dejan tranquilo, igual cae media horita de siesta en el despacho. Gloria bendita, se despierta uno como nuevo. Seis de la tarde, hora de salir. Pero a ver quién es el guapo que sale a las seis si está todo el mundo liadísimo y andando de acá para allá. Carpeta bajo el brazo y a pasear por el pasillo. Para estos casos hay varios recursos útiles: primero, pedir a la secretaria o al administrativo algo que le impida salir a su hora. Parece que si molestas a alguien eres mucho más importante. Segundo, llamar a cuantos jefes puedas: ya que te has quedado, que se sepa. Tercero, llamar a los proveedores: deben saber que tú eres un cliente exigente y que estás en tu despacho hasta las ocho, las nueve o las doce si hace falta, por lo que no puedes consentir un fallo ni un retraso. Y cuarto, abrir todos los correos guarros, antibarcelonistas y chistosos que hayas recibido y reenviárselos a todos los miembros de la lista de correo que tienes con el nombre de “Bandarras”. Nueve y media. A ver si hay suerte y el jefe se quiere venir a tomar un gin tonic en el pub del Míguel, que los prepara buenísimos, con una tónica especial que le traen de Amsterdam, cardamomo y bolitas de pimienta. Si no nos alargamos mucho, igual llego a casa antes de las doce y veo a los chicos todavía despiertos. Un beso, bandeja en el salón y  a ver reportajes en el Plus hasta las dos o dos y media… Esto es vida.

Lo que no entiendo es que todavía no hayan aprendido de nosotros en el resto del mundo.


Gonzalo Rodríguez-Jurado Saro

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